domingo, 9 de mayo de 2010

MESIANICA PRIMAL

¿Un hambre nuevo?

Un hambre renovado, hecho de carroña. Un hambre impuesto. Una gula eclesiástica. La cruz invertida de la santa inanición. La avidez de los árboles que mastican espectros en silencio.
El viento ampara el banquete de las acacias. Con los ojos depuestos la noche moja sus pies en la espesa quietud del estanque.
Lleno de mugre, cubierto por el polvo de remotas estrellas Dedo encuentra el talismán, y detiene sus pisadas para acariciar la noche.
Aúllan los árboles hundidos en el agua, y en su aullido todos los esplendores del universo se disuelven.
Un bridón cribado en la furia de las hojas fatuas arremolina su cola de centauro.
Los peñascos seniles escupen llamas líquidas sobre la sed del liquen anubarrado.
Las grafías crean un mapa de puntos efervescentes. Dedo sepulta guijarros encendidos en una nebulosa y ansía descubrir al final de los abismos la señal de dios.
                                                        II
Hambre de dios. Poseerlo a oscuras , y en el convencimiento de su dominio devorarlo.
En el almuerzo de los árboles, dios es dedo, dedo es dios, en definitiva ambos son.
La adoración extraviada es la que da existencia al sequito. Sólo a través de los rituales se adquiere la existencia tribal. Nadie asciende al plenilunio en soledad.
Cada peldaño es un holograma que activa el gran todo.
Acostado en el pozo, Dedo traza el descenso hacia la fuente. Cuatro horas astilladas por la carnalidad, sólo con este lumínico talismán.


Sus ojos olvidan.
El hambre de los árboles olvidan y se cierran silenciosos antes que se fije en la escotilla el haz lunar.
El lodo lunar.
Halo barroso. Cieno luminiscente.
Hasta aquí todo lo que hay.
Luego, árboles, árboles, árboles hasta el fin de vado.
Sus ojos destilan frío.
Los trazos nerviosos de Dedo, el escanciador infernal, crean siluetas magnéticas.
Al ras del suelo. Cae la lluvia. En ese instante, Dedo es.
Un impulso imantado declina. En el estallido dual, Richter, mengua la naturaleza transitoria.
Ahora Dedo es una memoria resplandeciendo en cientos de arpegios ante el presagio de las acacias.
No hay calma en el universo.
Nadie clama en el reverso.
Dedo ha explorado su cuerpo.
Milimétricamente ha revisado su carne. Hexágono de los nibelungos.
Cada una de las conexiones habrá reparado.
Dedo sabe que ha vivido para evaporarse en la caída.
Sólo en el oscurecimiento reverdece la esencia.
                                                        III
Hubiese deseado ser otro, un acontecimiento apenas. Lo que creía ser antes de la existencia de Dedo. Respirar nubes en su desvelo, vibrar previsiblemente entre las cosas, figurar a un costado de lo vital.
Dedo creía ser eso antes de su alumbramiento.
Dios acciona la palanca cada tanto. Puerto matriz.
En un rapto Dedo fue, y dios fue. Los dos fueron.
El final se anuncia en el seno de la fragilidad. Toda mi humanidad se reduce a un montón de sentimientos sobre los que no tengo el control.
Los árboles ya no agitan hervores entumecidos en su sopor se fosilizan sin hambre.
Dios busca el halito universal en el estertor de halo lunar.
Dedo desfallece ante la claridad.
Sepulturero anclado en la hondonada.
Acaba su descenso, sumerge su corpus en las aguas multiplicadas , y en su liquidez fosilizada se desintegra, sin más consuelo que un absurdo interruptor.
Quietud de las horas que detiene el reloj con amén de sus agujas.

M.G.Freites



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