viernes, 30 de diciembre de 2011

EL ÚLTIMO DÍA DEL ÚLTIMO AÑO

Por J.P
En esa época River Plate era sensacional, ganaba los partidos sin transpirar, eso al menos era lo que decían. Menem todavía era presidente, y ya la gente se empezaba a cansar, como se cansa de todos. Pappo tenía razón, cómo vamos a putear al turco si trajo la Fórmula uno y a los Rolling. El fútbol y la política no me gustan, pero en este país no hay forma de escaparles. Más aún cuando salís con un tipo que es un futbolista fracasado. Mi novio Alexis, jugó en las inferiores de Belgrano de Córdoba, siempre que se pone ebrio jura que compartió vestuario con “el diablo” Monserrat y el “Luifa” Artime. Ese año pasaron muchas cosas, demasiadas, mi perrita se cayó al pozo ciego del baño, y tuvieron que hacer un túnel lateral para sacarla, mi suegra casi  muere atropellada por un camión, Carla, mi mejor amiga, como adivinando lo que se venía se fue a vivir a España, y casi a finales de diciembre, con Alexis nos peleamos mal, y estuvimos casi dos semanas sin hablarnos. Supongo que no le importó demasiado, porque River salió campeón, y como yapa, ganó la quiniela. Le pegó las tres cifras a la cabeza. Ese fue un buen motivo para que lo perdonara, y aceptara pasar las vacaciones con él. Decidimos como todo el mundo ir a la costa. Me dio un poco de pena dejar en casa a la perrita, pero mamá la cuidaría con mucho esmero.
Llegamos unos días antes de año nuevo, nos instalamos decididos a exprimir cada día de vacaciones. El espectáculo de la playa, la visión de todo aquel universo gozando sin pudor de cada uno de sus sentidos al borde del éxtasis me distrajo y me procuró un gozo desconocido. El mar arrojaba sobre la arena tibia unas olas desganadas que dejaban trozos de espuma viscosa. Unos perros vagabundos perseguían a los niños que habían amarrado en sus cinturas botellas de plástico que utilizaban como flotadores. A la izquierda entre los  roqueríos se arremansaba la basura conformada en su mayoría por latas de cerveza y bolsas de supermercado. Alexis acomodó la toalla sobre la arena húmeda y compacta, me dijo que hacía mucho que no me veía en bikini, me parece que ahora tenés más paradas las tetas, agregó y arrimó la conservadora repleta de botellitas de pronto-shake.
En los alto parlantes del parador no dejaban de sonar los Autenticos, y en mi disc-man tenía un lugar privilegiado Post de Björk. Mientras sonaba Hyperballad, dejé que mis ojos vagaran libremente por la playa. Esa actitud me hizo  comprender que esta estadía juntos en vez de acercarnos, irremediablemente, nos alejaría.
Alexis cree que tengo poderes para predecir el futuro. No hay mañana en que no me pregunte como va a estar su día ,y desde hace años recibe la misma respuesta. Es un hombre rutinario, como podrán advertirlo. Con un lustro de convivencia encima aún no se decide entre el amor pringoso de su madre y el sexo desenfrenado que yo le ofrezco.
Mientras bailaba en el parador, se me presentó Almada. ¿Quién era Almada? ¿De dónde lo conocía? Busqué en mi cabeza y encontré algo, por primera vez. Marcos citaba a Almada en los días grises cuando nos dejábamos llevar por la fantasía del suicidio. Matías también citaba al viejo. Lo hacía con grandilocuencia. Debajo de los epígrafes dibujaba unas vergas colosales, tetas que supuraban sangre. Hablaba de atravesar lo trágico con los ojos abiertos, de potros que sacaban chispas en los pastizales. Del poeta Jorge Cuesta que antes de suicidarse se acuchilló los huevos. Una horda de enfermos. La nada es la única forma de la perfección, sentenciaba Almada. Me alegra recordar esa cita, ahora que tengo la sensación de estar desnuda en una ciudad a punto de desaparecer, mientras un hombre me deja mensajes de voz en el teléfono. En Lengua y Literatura no había lugar para mí, lo pienso, y me toco las tetas como una forma de evitar cualquier mal augurio. Entonces estoy de nuevo en la playa. Centellean unos cristales entre la resaca que juntó la última tempestad.
Almada me observa con delicadeza. Sus ojos zigzaguean en torno a los míos y sin decirme nada, me toma de las manos. Me hace girar en la brisa. Mis piernas quedan suspendidas entre una semicorchea y un si bemol. Slurppssss. Un largo beso. La cámara lúcida hace click. Pienso en la primera guerra mundial, en la máscara de un soldado francés, dejo que mi ropa caiga.
Algo sucede.
Siempre algo sucede. Si lo permitimos.
-Es un flash verte a través de estos ojos verde-sprite, me dice y finge dar un salto al vacío.
Lo miro extrañada sin entender nada.
-Un poeta debe mantener actualizado su vocabulario, agrega y rueda sobre la arena.
Me da risa y corro a revolcarme con él. El tiempo escapa por una pendiente, y un segundo después termina el verano. A veces pienso que todo ocurre así. A veces creo que todo ocurrió antes del 2001.
Yo escuché y supe de Rubén Rogelio Almada en el establo del hipódromo el día que Aguacero Spring en contra de todos los pronósticos le gano a Caledonia Blue. Había un jinete pelirrojo que tenía una cuenta pendiente con Almada y estaba dispuesto a darle una buena paliza. Se hablaba de drogas, de dinero, de mujeres. También en ese lugar debo haber escuchado hablar por primera vez de C.E.Feiling, que para ese entonces ya había muerto de leucemia, y de Fernando Vallejo. Tal vez de Cioran escuché alguna frase. Me impactaba lo que se hablaba en esa oscura caballeriza, un lugar que mi madre no juzgaba como apto para una chica que se aprestaba a terminar el secundario. Los días fuera de ahí transcurrían lentos, como si tras ello estuviera a punto de nacer una tormenta infinita.
Y entonces lo que une el recuerdo de la playa con el del hipódromo es Almada. También la velocidad precisa con que los hombres eyaculan. Recuerdos quebrados que guardan más ponzoña que luz. Y algunas cosas más que por estar cerca un nuevo año, me las guardo, las silencio hasta que alguien se baje los pantalones, me muestre algo que valga la pena, y me incite a abrir la boca.


lunes, 26 de diciembre de 2011

ABRIR PARAGUAS DENTRO DE LA HABITACIÓN

 Por: Marcos Freites

el guardalluvia

el guardalluvia/ el celador
que pone cerrojos a las tormentas
suele sostener nubes/los  fines de semana
y pensar en la chica del tiempo
que lee el horóscopo/tirada en la cama.
los pronósticos se oyen/sin fe
como una música que resuena
al borde del tedio
como los pasos de un pordiosero/desnudo
en mitad de la noche.
el guardalluvia/alisa los pliegues/de su gabán
fuma una pipa oscura
y se seca las manos/frente al espejo
convencido que bastara la luz de un fósforo
para alumbrar la tempestad
que proyecta gozoso
en la última página/el diario de ayer.


nochebuena, últimos 50 minutos

una carretilla donde se amontonan residuos tóxicos,
el alambre oxidado por el que se desliza el perro
emitiendo un chillido que rasga la tarde,
la tristeza que vuelve con el viento,
aunque sea nochebuena,
y papá este desnudo, cubierto de sudor,
y en la casa de enfrente parpadeen
las lucecitas
eclipsadas por las esquirlas naranjas del sol,
aunque el hombre sin ojos lave el coche
y arroje el agua con espumas a los geranios,
y en la televisión repitan la misma película ,
y ella no sepa qué es lo que le gusta de mí,
y dude sobre la idea de acostarnos juntos
y con unos ojos prestado observemos
a una prudente distancia el humo del país natal.

 tareas domésticas
el ojo que recorta figuritas
mientras se enfría el té
cuando se rifa el huevo
se pone en venta el óvulo
y se rasgan unos pechos fríos
con unas manos de hojalata.
serruchos que crepitan
en la cima de la colina
a la hora en que las lavanderas
vuelcan en estado de ebriedad,
y flamean los sujetadores,
y en el tendido se cuelgan palabras
para que las acaricie el viento.
el ojo que traza círculos
en torno al rostro, elude la línea de flechas
y mastica el papel con unos dientes
que rechinan oscuramente.

 lo que se piensa frente a una postal desteñida
lo piensa cuando ha terminado
de cortar el pasto,
lo dibuja en la tierra mojada,
y luego lo borra
con la palma de la mano,
lo hace cuando el cielo se ha hundido
y unos hombrecitos sin cabeza ponen ramitas
en el camino de las hormigas
para hacer más arduo el regreso al hormiguero,
pero el calor no calma,
y es en vano regar el patio,
arrojar el agua con un lavatorio,
abrir los grifos y hundir los pies en el barro,
-el verano continuará ahí-
y habrá moscas, habrá diarreas,
habrá partos, habrá pestes
y lo que pensó tras cortar el pasto
se habrá diluido/ en el ardor de la tarde
en el zumbido de los moscardones azulados.

 abrir paraguas dentro de la habitación
desde atrás en el espejo, en el frío recrudecimiento de la mañana
observamos a las chicas peinarse
sus pechos oscuros tiemblan
como si estuvieran poseídos
por fuerzas extrañas
lavan con salivas sus sexos
e hipnotizados se entregan
dando unos alaridos/entrecortados
afuera llueve se desdibujan las luces de los semáforos
y un ascensor desciende de prisa
Lara escribe Jerusalén
en el vidrio mojado y con el filo de una postal
se hace un tajo en la muñeca/del lado del corazón.
Jimena se pinta los labios/le hace unas muecas al espejo
y desnuda se echa en la cama a llorar/
suena con insistencia el teléfono
atiende Mariana que se ha puesto
un rosario entre sus pechos .
alguien pregunta por la intemperie,
por el deseo,                          
y ella escribe un nombre de mujer
en la agenda con manchas de café.
Lara lame las gotas de sangre
que brotan de su brazos
y piensa en el televisor encendido
en mitad de la calle,
en una lluvia de utilería
en unas cuantas serpentinas
en el dólar que se cotiza/ a cuatro pesos con veinticinco centavos
y acaricia con el reverso de la mano
la superficie del espejo roto.
Ojalá sus manos abrieran la lluvia,
balbuceamos,
como si estás  palabras
fueran el ensayado gesto
que pondrá fin a la representación
donde ellas son una visión
que nos asalta
justo cuando nos disponemos 
a quedarnos solos para siempre.

Fotografía: Bettina Rheims


jueves, 15 de diciembre de 2011

DESEMBARCOS

Por: Marcos Freites
a marianne en veracruz, mx
I
Cuenta ojos en la lluvia como si fueran peces
que caen sobre la ciudad a oscuras,
cuenta de la exhalación
del ritmo impertérrito que secuencia
una palabra derrotada de arboledas;
y deja que los ditirambos disuelvan
aullidos al final de la escena,
cuando en un incendio de disfraces
muerdan  la boca ahuecada
que esparce la ceniza.
II
Sobre el borde del mantel
la mariposa bordó quemaduras
entre erupciones que limitaron
los puentes del tacto,
libélulas encinta
que alumbró el viento
al despertar.
III
Trazó naufragios
en mitad de la hoja en blanco,
tormentas y desembarcos
cuando en su cielo de utilería
solo había gaviotas
heridas por la luz de un puerto.
IV
Al morir habrá lilas
sobre sus caderas
y los trenes partirán
sin ella
de una estación
en flor.
V
Pondré caracolas a hervir
para acariciarte
en la disolución del día,
cuando las mareas
tras cabalgar furiosas
bostecen
en una playa baldía.
                                                    Villa Espora, Diciembre,2011

jueves, 8 de diciembre de 2011

SALA DE URGENCIAS I

                            Por Ezequiel Garone
I. ITINERARIOS
           Cada vez que viajo me acosa un exceso un confianza, y llegó a convencerme que si el colectivo colisionara de frente con un camión sería el único sobreviviente. En eso pensaba mientras esperaba El Rápido Ascendente y apaciguaba el calor sofocante con una cerveza negra. Era octubre y el verano parecía a punto de estallar. En la televisión se emitían las imágenes de unas chicas haciendo pilates. Este año se va a adelantar la temporada de culos, pensé, y me puse a mirar un grupo de mujeres que en una mesa cercana tomaban coca-cola y consultaban con cierto interés un mapa carretero. Me llamó la atención la rubia con rostro de chica escort, sus ojos irradiaban una extraña y diabólica fuerza que te hacía sentir que si te acercabas a ella no tendrías la menor posibilidad. Acabarías mordiendo el polvo. Entre sus pechos puntiagudos que asomaban tras el escote generoso de su blusa resplandecía un crucifijo. La observé durante un rato, convencido que no la volvería a ver nunca más, y volví a mi lectura de un libro de poemas de Robert Browning.
Cuando la tarde empezaba a agonizar llegó, con tres horas de retraso, el colectivo. Me acomodé al lado de un anciano que leía con indiferencia una revista de aeromodelismo. Me recordó al abuelo de un amigo que hace años construyó a escala un Sea Harrier con un motor Glow- plug, funcionaba con una mezcla de aceite, metanol y acetato. Era todo un acontecimiento en el pueblo verlo volar en círculos sobre el arroyo. En el asiento de atrás un tipo le preguntaba a otro si había probado la leche materna. Un tercero los interrumpió y les dijo que se parecía a la leche en polvo, pero más aguada.
El camino entre la ciudad y Las Cruces, resultó bastante monótono. Cuando alcanzamos el llano había oscurecido por completo, y sólo se veían palpitar las lucecitas tenues de alguna casa en medio del campo. Durante todo el viaje no dejé de pensar en un poema de Browning que habla acerca de un “anciano decrepito, con ojos maliciosos”, y pensé en que la descripción se ajustaba a ese viejo que viajaba sentado a mi lado. Se había cansado de mirar la revista, y de vez en cuando me echaba una mirada implorándome que iniciáramos una conversación.
Antes de las diez, ya estaba en la plaza de Las Cruces esperando a Matías. Durante la espera releí algunos de los poemas que leeríamos en el Encuentro de Poesía Joven de Las Lajas, y me parecieron horribles. ¿Cómo demonios pude escribir esta idiotez? La calma brillaba/en su interior/pero no podía encontrarla. Sólo un idiota podría escribir eso. Traté de corregir algunos versos pero un acceso de desencanto me invadió y los arrugué con violencia. Encendí un cigarrillo, contemplé el bollo de papel y lo arrojé a un charco de agua mugriento. Jamás voy a escribir algo de lo que me sienta orgullosa, es pura mierda lo que escribo, pensé y no sé porqué me acordé de un profesor de educación física del secundario que repetía todo el tiempo la cita de Leopold Von Ranke, que dice algo así como que en cada instante podemos empezar algo nuevo, que nada existe en virtud de lo demás. Ninguna cosa, alumnos, se disuelve en la realidad de otra, En eso pensaba cuando llegó Matías con dos chicas. Una morena, con los labios carnosos, unas tetas pequeñitas que apenas se notaban bajo la remera, y un largo y oscuro  pelo ensortijado. Se parecía a la prostituta dominicana que llevé a almorzar a casa el fin de semana pasado. La otra era pálida y delgada, y a lo largo de su cuerpo llevaba un sinfín de adefesios. Anillos, colgantes, pulseras, camafeos, prendedores, aros, piercings. Cuando se movía crujían todos los ornamentos. Ellas van a dormir, van a dormir con nosotros, dijo Matías, y buscó en el bolso una botella de ginebra. Caminamos por las calles del pueblo de la mano de las chicas, casi sin hablar, pensando en cualquier cosa, menos en ellas. Cuando nos detuvimos junto a un estanque donde la luna se reflejaba sobre el agua putrefacta, y croaban como poseídos una horda de sapos, la chica pinta de puta dominicana tomó mi mano, la observó de cerca con un gesto de admiración y me aclaró que sólo dormiríamos. No te pases rollos con otras cosas, ando con el período dijo y apretó con fuerza mi brazo. Me sonreí, tomé un trago de ginebra y cuando iba a decir algo, me interrumpió. ¡Eres muy flaquito! La miré con un gesto de repugnancia, y le conté acerca de una casa de putas donde apenas entrabas te recibía el olor a sexo. Un lugar siniestro, donde por las noches se podía conseguir cualquier cosa. Desde drogas hasta rifles automáticos. Cuando cumplí quince mis tíos me llevaron para que me quitara la virginidad, me hicieron beber una gran cantidad de cerveza, y llamaron a una chica centroamericana, se parecía a vos, le dijeron que me tratara bien, que me iniciara con todo el cariño del mundo, y cuando pasamos a la pieza y empezó a desnudarse, me dio tanta pena ver sus tetitas pequeñitas, casi inexistentes, que tuve que luchar mucho para tener una erección. Creo que Marlon Brando decía que una mujer sin tetas para él era una paralítica. Estás inventado eso, eres un hijo de puta mentiroso dijo y se apartó de mí. Matías trataba de convencer a la otra chica que se arrojaran desnudos al estanque. Vamos a salir comidos por las sanguijuelas, es una locura tirarse ahí. Vamos a quedar pegados en el fango. Cuando era chica venía a nadar con mis hermanos, pero estaba un poco más limpio. Estás equivocada, es demasiado profundo como para tocar el fondo. La chica sonrió y se acercó al borde. Lanzó una piedra, que al caer pareció ser devorada por las aguas. Ves, no hay más que lodo y sanguijuelas ahí. Durante un rato discutieron acerca de la idea de saltar, sin ponerse de acuerdo. La chica pinta de puta dominicana indiferente a la  conversación fumaba un cigarrillo, y yo pensaba en que era errar el disparo pasar la noche junto a estas chicas. Deberíamos haber ido a algún bodegón y emborracharnos.  En eso aparecieron tres tipos de uniformes verdes, armados con unos palos y a los gritos nos echaron. En medio de una lluvia de insultos corrimos hacia la calle donde unos niños intentaban hacer estallar un petardo dentro de una botella vacía.
Tuve la sensación mientras caminábamos a la deriva que esta noche sería más larga de lo habitual, y que sería una verdadera lucha atravesarla. No bien amaneciera deberíamos estar en la ruta para hacer dedo. Teníamos que confiar en que algún viajante nos diera un aventón. La ruta entre Las Cruces y Las Lajas, es un verdadero desierto, y hay que confiar mucho en la suerte para que alguien te levante.
Las chicas cuando se hicieron las doce, decidieron cambiar de plan, y fueron a un club donde tocaba una banda de cumbia. Era un lugar pequeño, donde la gente se apretujaba, y daba gritos eufóricos. La banda los arengaba, pidiéndoles que no se detuvieran, que bailaran hasta quedar muertos. Nos acomodamos con Matías en la barra a tomar un fernet, mientras las chicas buscaban un compañero de baile. Al lado nuestro un muchacho totalmente ebrio intentaba hablar por celular con su novia, y convencerla que viniera, que esto era una verdadera fiesta. Al cabo de un rato, nos aburrimos, y viendo que las chicas habían encontrado compañía, nos fuimos a buscar un lugar donde acomodar las carpas. Una luna obesa colgaba del cielo, y su luz opaca, macilenta, hacía mucho más miserable al pueblo.

Fotografía: Lucas Samaras

martes, 29 de noviembre de 2011

UN HOMBRE SIEMPRE ACABA DENTRO DE OTRO HOMBRE

Por Marcos Freites
- Siempre un hombre acaba dentro de otro hombre.
                                                                Rubén Rogelio Almada
Un hombre acaba siempre dentro de otro hombre. Godoy está dentro de Reynoso, afuera llueve y los coches aparcados a la largo de la calle se van disolviendo con la niebla. Godoy respira dentro de Reynoso, convencido que no hay mejor morada posible al menos por ahora.  Metódicamente se ha introducido en sus huesos. Ha sido una labor ardua, día tras día ha cavado en esa piel castigada por el sol, y ahora que duerme a sus anchas entre sus vísceras en lo último que piensa es en salir. A medida que el tiempo pasa, Godoy va ganando profundidad, se siente un  cómodo anfitrión en el cuerpo de ese albañil. Por las noche se encarga de abrirse paso entre las entrañas, como si ese cuerpo se tratara de un pozo, donde hay napas de agua, capas de roca dura, raíces que obstruyen.
Desde hace un tiempo Godoy deseaba estar dentro de Reynoso, quería  habitar ese cuerpo indomable que la mordedura de los soles jamás ha podido doblegar.  Al principio lo observaba a una distancia prudente, se excitaba con esos brazos  capaces de levantar sin ningún esfuerzo las bolsas de cementos, se conmovía cuando lo veía pelear en prostíbulos de mala muerte, se enternecía cuando lo oía cabalgar sobre el cuerpo exangüe de una chica dominicana. Cuando tomó la confianza suficiente lo detuvo en mitad de la calle, lo observó durante un rato, y cuando Reynoso se aprestaba a dar un bostezo, se introdujo por la boca. Con dificultad atravesó la garganta, un poco ofuscado por esa colección de muelas careadas, por ese inextinguible aliento a cebolla.
Ahora que se ha transformado en una especie de parasito intenta tratar con sus propios presentimientos. Cuando estás dentro del cuerpo de otro hombre lo primero que te acosan son los presentimientos. Apenas los oye acercarse les coloca obstáculos, vallas que ellos se encargan de saltar con mucha elegancia.  Una vez que lo han invadido por completo, los trata con respeto, trata de ser cauteloso al tocarlos, pero tarde o temprano los presentimientos le muerden la cabeza, y ahí adentro de ese cuerpo empieza a convencerse que todo acabará demasiado rápido. Si no se da prisa algo ocurrirá  y él será expelido sin darle la mínima chance de arañarle el corazón.
Parece extraño, pero Godoy nunca se ha detenido a pensar como vivirá esta invasión Reynoso, tal vez se haya resignado  a llevar otro hombre adentro hasta que un infarto, un aneurisma o tal vez un accidente de tránsito ponga fin a esta relación. Un parásito jamás debe ver las cosas con los ojos de su anfitrión, sería errar el disparo, y una vez que estás adentro tenés que ser infalible.
De esta forma ocurrirán tensamente los próximos días. Se acerca el verano y  las diarreas, los vómitos serán moneda corriente. Más teniendo en cuenta estas aguas infectadas, esta proliferación de pastillas que ingiere. Tal vez haya que buscar una vía de escape hacia la superficie, y hacerse la idea de que hay muchos hombres en la ciudad dispuestos a dejarse habitar, a transportar con cierta alegría a otro ser, porque  un hombre siempre acaba dentro de otro hombre.

sábado, 19 de noviembre de 2011

JALEA REAL


La vela oscila entre la oscuridad y las sombras. La habitación huele a humedad y pis de gato. Te reís al salir del baño y verme con la manta en los hombros. Parecés un personaje de Burroughs, me decís mientras besas mis labios, ya no tan tímida como ayer te acostás en la cama y de un soplido acabás con la luz.
*
La oscuridad es el lápiz de los analfabetos.
*
Estás sobre las sábanas deseando morir una noche más. Tal vez merecías de mi Jalea Real, y entonces te escapás y venís a mi puerta seguida por tus acólitos alados. Nos besamos sobre el aire, y nos tocamos, y deseamos, y hay piel, y tu sexo y mi sexo, sobre el aire, y tu sexo y mi sexo, tras el viento y los barrotes de la luna. Deseamos ir más alto, tal vez muramos, somos dos abejas en medio del aire, y tu sexo y mi sexo, te deseo más, y más, y más.
Adentro,
adentro,
adentro,
adentro,
adentro.
...
Pero no llegamos a distinguir las estrellas muertas, al fin, somos dos abejas en medio del aire.
*
Me despierto y no sé si te soñé, o me soñé. Estábamos en un cementerio, caminábamos entre panteones roídos por el viento. Jugábamos a encontrar el más viejo. 1950, 1930, 1918, 1900. Frente a los huesos hechos tierra te pregunté de donde salían tantos gusanos. Vos sonreíste, me besaste con una lengua larga, y en un susurro, mientras pasabas el dedo por un cajón lleno de polvo me dijiste: Están dentro tuyo, amor.
*
Tengo la extraña sensación de estar vivo. Aunque los vidrios ya no me lastiman.
*
Ahora volás a tu jaula, y yo tengo toda la noche entre mis dientes.

Matías Lucero

jueves, 17 de noviembre de 2011

UNA ANATOMÍA DEL CAOS

Por Marcos Freites
1. EL PADRE ALAN
Las manos de papá ocultan pétalos de nieve.
Las piernas de mamá desaparecen en un pasillo estrecho que no conduce a ningún sitio.
Estallan en medio de la noche las campanas del templo, y un Cristo en miniatura sangra. Aún no puedo besar sus pies desnudos porque el padre Alan piensa que no he recorrido el camino de la purificación. Creo que se equivoca: ya he sentido la vergüenza en el cuerpo desnudo, me he autoflagelado frente al espejo y no he sangrado a diferencia de las demás niñas.
El padre Alan me dijo que cuando manara sangre de mi cuerpo él debería ser el primero en saberlo y aunque parezca asqueroso, está dispuesto a beberla para expiar la infinidad de pecados que he cometido cuando aún no tenía memoria. No será tan terrible, después de todo, porque una vez que esté limpia haremos una fiestita en la parroquia. Me prometió que vendrán todas las chicas. Estaremos a solas con él, lejos de las miradas impuras de nuestros padres. Habrá galletitas, globos, gelatina, garrapiñadas y un gigantesco gato de goma gris, casi idéntico al que veo en sueños.
La nieve cae adentro y afuera.
Papá aprieta con fuerza sus puños, como si quisiera que los copos de nieve se le metieran en la piel.
Mamá ha decidido desaparecer por completo, disolverse en la intemperie.
El Cristo en sus ojos refleja la blancura de la nieve cayendo, cubriendo cada porción del territorio conocido, como si quisiera apoderarse de todo lo que tiene movimiento para sumergirlo en un sueño blanco.
***
Cuando hay nieve tengo trece años, otra vez, y me olvido que soy una anciana encadenada a una cama de hospital. En los días de nieve creo ver toda mi infancia a la luz de una cerilla que se enciende de improviso en mitad de la noche para dejar entrever mi cuerpo desnudo que se niega a ser poseído.
El padre Alan despierta en mi cama, cubierto de sudor, maniatado por un rosario que titila en la oscuridad. Me pide que deje de mirar a ese Cristo, me susurra que si no le quito los ojos de encima le resultará imposible dormir al hijo de Dios.
Papá a estas horas ha abandonado su cuerpo y es parte de la nieve. Lo veo saltando entre los árboles desnudos, con una interminable bufanda color rojo.
A veces pienso que el primer recuerdo que tengo es la nieve. Distingo una calle, apenas iluminada, en la que unos niños se lanzan bolas de nieve, luego alcanzo a ver a mi padre corriendo herido entre los coches, pidiendo auxilio.
Entonces el padre Alan me pide que me duerma, que deje de llenar mi cabeza de pensamientos, que mientras permanezca acurrucada a su lado la nieve seguirá cayendo, y al despertar como despidos por una fuerza irracional nos echaremos a correr calle abajo hasta dar con el puesto de golosinas crocantes.
Pero un recuerdo me posee en el momento justo en que espantaba mis recuerdos y me figuro caminando a la iglesia, preocupada por extraviar el catecismo, y es pleno día, parpadea el sol sobre la nieve acumulada en la banquina.
Cuando abro la puerta de la sacristía está papá sentado junto al padre Alan, al verme entrar empiezan a reír, sus carcajadas grotescas les desfiguran los rostros y me dicen que no tendré salvación por haber extraviado el catecismo.
Papá se levanta acaricia mi pelo y se marcha sin decime nada. El padre Alan se quita los zapatos, luego la camisa y se coloca una máscara de Tasha de los Teluttubies. Niña mala, me dice y comienza a desabrocharse el pantalón. Dejo que mis ojos escapen por alguna rendija y se adhieran a los de una anciana con cabellos grises que amarrada a la camilla recuerda la niña que fue un día en que la nieve cubrió toda su infancia como si se tratara de una sangre por primera vez vertida.

Fotografía: Mario Giacomelli.

martes, 8 de noviembre de 2011

ODA A ANTONIO ESTEBAN AGUERO

                                     
 Por Marcos Freites
Gracias a F.G.L
Habla, habla y no calles, pájaro sonámbulo
que los muchachos imitan tu vuelo
para apagar la sed de tinieblas,
que la ciudad llora tu resplandor tardío
a la hora en que las niñas cubren de saliva su sexo
y dibujan libélulas curvadas por el deseo.

Toda la ciudad se asusta cuando llora tu sombra
y se nos mueren de espanto las camas
en las casas de citas abiertas a la intemperie,
y la hija contrahecha devora su moco azul
convencida que es de crisantemos la muerte.

Antonio, ceniza y cieno, polvo y espanto,
quieres ser río, quieres ser arena mojada
en la tarde dormida, cuando un niño oscuro
muere ahogado en el agua de tus párpados,
y tu cuerpo se estremece,
como si hubiese chocado con una nube.

Nadie, absolutamente nadie,
ha visto sangrar las estrellas.
Nadie ha creído en las gaviotas
heridas por la luz de un puerto.
Nadie sujeta tu mano inerte
incapaz de escribir las paredes
de esta celda, que habitas.
Nadie sabe que inunda la flor de tu cuenco.
Es de noche y nadie, nadie se detiene,
y es tu cama, Antonio, agujereada por geranios,
es tu cuerpo fecundado por helechos tropicales,
es tu muerte encumbrada en las lindes del sueño.

Cuando la luna brote y caballos huecos
suelten su relincho, vendrás Antonio,
para poblar los senos de las niñas,
para bordar el vello púbico de los infantes,
para acariciar con tu lengua negra
los muslos rosados de las adolescentes.


San Luis  de armario oscuro y efedrina.
San Luis  de tinieblas que arrastramos.
San Luis de burritos y pirámides.
San Luis con un policía en cada cuadra.
San Luis con ojos espermáticos.
¿San Luis, que emperador oculto
maniata el goce de tus hembras?
¿Qué hay en el sobresalto de tu esqueleto
mordido por una fanfarria de alhajas?
¿Quién habita en los pliegues de tu sexo?

Levanta los brazos, Antonio, que es hermoso
tu pecho atravesado por un embrujo de abejas,
que es fuego y savia lo que tus venas acumulan.
Agüero ilustrado, en cinemascope, en technicolor,
como un elefante zumbón en primavera,
muestra tu miembro descomunal
como si fuera una mazorca en pleno éxtasis,
y cubre de mazamorra el vientre vacío
de la chica estéril que vaga por los caminos.

Antonio Esteban, duerme tu siesta secular,
que en la cima de los montes gimen las torcazas,
anunciando la llegada de un pelotón de fusilamiento.
Duerme, que en el pajonal hierve un furor de espinas,
que en las ruinas del templo retumban campanas,
que hay una niña con el vestido rasgado
llorando sobre el mármol de tu lápida.
Tal vez esperas que resucites para ofrecerte su cintura,
para que cubras de nardos sus muslos asoleados.
Antonio Esteban, dios en perpetuo celo,
aún recuerdas el San Luis yermo, con mujeres
incapaces de alumbrar, con hombres cabizbajos,
con tropillas de burritos, con un crucifijo sobre la cama.
Tuvo que florecer la palabra en vos, para dejar encinta
a la madre que pare cada primavera entre carcajadas,
para que el hombre cobrara coraje y sintiera de acero
los brazos, para que se hiciera la luz y la sombra.

Antonio, tus brazos poblaste de agujas calientes,
despertando la reseca simiente
en la menorca de la última vírgen,
y fundaste el dolor de la monja acuchillada,
el pavor de los angelitos descuartizados,
para iniciar el camino hacia el árbol derribado,
para convertir en cenizas el santuario
de todos tus pájaros tristes, porque, Agüero mío,
las señoras de sexo enmohecido reclaman
tus huesos, tu hueste de cóndores,
porque los poetas de la olla vacía
anhelan tu vello púbico suelto en el viento,
porque los maricas acarician la ensoñación
de tu miembro siempre erguido, atardecido,
tembloroso de cigarras, repleto de mordiscos verdes.

¿De dónde habrá surgido este coro desafinado
que repite en la agonía de la tarde tu nombre ?
Furiosamente, las voces dispersas con tu báculo
y desde el altar, abrazas las sombras sin ver
la rebelión que se acerca a tu ciudad,
sin oír el tropel de cien caballos desbocados.
Asoman y asombran, cabezas cortadas en el fango,
cuerpos espantados en la liturgia dominical,
y sacerdotes vestidos de carniceros, han tomado las calles.
En todas las esquinas hay barricadas.
Pasan hembras desnudas, sierpes demenciales,
chacales con ojos desorbitados, por tu cadáver pasan,
sin atreverse a lamer la sangre esparcida,
y cuando ya es tarde para la huida, cuando las campanas
repican como potros en celo,
hay un hombre enloquecido sentado en tu tumba
dispuesto a escupirla para maldecirte, capitán de los pájaros,
digo que hay un hombre dispuesto a profanarla
para arrojarle tus huesos a las señoras
que toman té con scon y escriben poemas al nietito,
para asustar las amelias, y las delias y las camelias,
para que la poesía se quite al fin tus cadenas,
se limpie tu baba pegajosa
y como una muchacha poseída
vuelva  a fornicar en los catres de los poetas pobres,
para que tus libros enciendan el fuego del mendigo,
y esa puta que se hace llamar poesía ,
se olvide de una vez por todas de fingir.