martes, 17 de noviembre de 2009

EL SEPULTURERO





Un último incienso pasa por sus ojos
y ya no quiere preguntarse
cómo y porqué asumió la forma de lo respirable esta paciente voracidad
descendida por la rama de la cotidianeidad.

Sabe que basta una grieta para inventariar las pertenencias,
llámense calle que siempre parece abordada por un último auto de turistas
cargándose una carie por el lente;
casa en torcimiento
o hijo viajando, cual sabueso, tras algo parecido a la dignidad.
Hasta que la grieta, plena, deje pulular crecientes
las tertulias de los silencios; ésos que se buscan un contenido
inmemorialmente perdido.

Siempre y de soslayo el quetupí le ultrajó la oreja crepuscular;
pero ya ni eso,
ni las dinámicas odiosas
a las que suelen obligar las inundaciones cuando tiranizan por su casa,
lo despabilan.
Ayer tuvo que entregar un muerto; los familiares lo trasladaban a un cementerio privado.
(… Observó que habían barreteado más placas de bronce.)
Ayer también, soñó de siesta, que la Virgen le entregaba su manto
antes de desmoronarse
y que lo olvidaba sobre una silla
distraído en dejarse esgrimir, como una cerveza más,
por la fiesta patronal
y su música recalcitrante.

Catador manso de la ceniza…
con la sombra inclinada
acariciando de sobrevuelos este jardín igualitario
de huesos, dones, honores y mentiras.
(Los años dan en la transpiración y en la artritis.)


Deje ya de percutir la pala desafilando la tierra,
que el pozo responde
a su estatura.

Total, todos aprenderemos a familiarizarnos con un racimo de flores plásticas
para saciar a la necesidad
de desalinearnos
del riego.
                                                                             Gabriel Gómez Saavedra (Tucumán / 2009)
                   Ilustración: La muerte del sepulturero.Carlos schwabe