domingo, 24 de abril de 2011

MILENA. LOS PADRES DE MILENA. MILENA

Por Marcos Freites
Despierto en mitad de la noche, y la veo a Milena desnuda durmiendo a mi lado. Acaricio su frente, mientras oigo su respiración casi asmática. Pienso en las nubes que dibujamos sin levantar el lápiz, en los pájaros que vienen a disputarle el maíz a las gallinas, en la primera vez que mis dedos rozaron su sexo húmedo, en un texto sobre la lluvia de Clarice Lispector, que ya no recuerdo, salvo que en alguna parte decía que la lluvia no da jamás las gracias. Me levanto, recorro el largo pasillo hasta que desemboco en la habitación de sus padres. A través de la puerta entreabierta los veo dormir. Duermen desnudos, tomados de la mano. Imagino que han muerto en mitad de un sueño erótico donde ella lo penetraba a él y vuelvo al cuarto donde duerme Milena. Me siento al borde de la cama y observo sus pechos, pequeños, enjutos, incapaces de saciar mi desenfreno adolescente. En silencio me visto, y algo al patio alfombrado de hojas secas. Enciendo un cigarrillo, contemplo con resignación las hojas del gomero bruñidas por una luz mugrienta. Unas gotas delgadas se precipitan sobre la ciudad sumergida en un silencio insoportable. Llamo a alguien a través del muro que separa las casas y no me contesta. Sé que hay alguien ahí, entre la sombras, en la casa contigua, observándome, deseoso de hablar.
Rasgando el cielo en una andanada de relámpago una tormenta se acerca. Le digo adiós al sujeto que me espía y regreso al cuarto de los padres de Milena. Me hundo en el cuerpo delgado de su madre, adivino las venitas violetas de sus pechos, redondos, blancos; recorro los muslos , dejo que mis ojos se adentren en su sexo en reposo, y permanezco ahí junto a la puerta entreabierta esperando que junto a la lluvia todo termine, deseando que este instante en que la madre de Milena parece balbucear algo en sueños sea una puerta abierta hacia el fin de esta deriva en que me poso en cuerpos que no me reconocen.
Fotografía: Bettina Rheims

sábado, 16 de abril de 2011

UN ELOGIO DE LA FUGACIDAD O LA INCONTROLABLE IMPOSTURA DE LA BELLEZA

UN ACERCAMIENTO HACIA LA INDÓMITA FUERZA DE LO EFÍMERO A PARTIR DE DOS INSTÁNTANEAS TOMADAS DURANTE EL ÚLTIMO VERANO
Por Marcos Freites

Si pudiéramos /Detener el instante/Todo sería mucho más terrible
                                           José Emilio Pacheco. "Elogio de la fugacidad".
El profesor se detiene ante la imagen, da unos pasos, deja los libros sobre el piso recién baldeado y se hunde en la fotografía. Matías suspendido en el aire. Iniciando una caída que nunca llega. El agua puede esperar. La mirada del profesor se sitúa primero en las montañas que forman parte de un decorada falso, tan ajenas a la imagen como esas nubes que surgen amenazantes, dispuestas a profundizar aún más la agonía del verano. Luego, y tras armar delicadamente un cigarrillo, sus ojos buscan el torso desnudo de Matías, sostenido por el viento que se acaba de desatar. Entonces la música empieza a inundar los pasillos. Empujadas por una brisa artificial las melodías se agrupan en cúmulos sonoros hasta formar un archipiélago estridente que pone en movimiento las imágenes. El profesor, mientras su mirada incisiva se va hundiendo en el cuerpo de Matías, busca apartar la música de sus oídos. Sabe que esos sonidos lo alejaran del sitio donde ha hecho foco, donde se refugia el narcisismo de las pequeñas diferencias. Recordar es el mejor modo de construir un muro mental ante  la música no deseada. Es en ese instante donde se desdobla, y puede verse al borde de la pileta acariciando la sombra de Matías, fosilizada en el agua. Al rozarla con el reverso de su mano comprende que la caída de ese cuerpo nunca se producirá, tal vez lo sostiene la fuerza que irradia la música al abrirse paso entre las cosas de este mundo. Una fuerza gravitatoria que oscila entre los cuerpos buscando abarcar la extensión de todos los deseos.
Las piernas de Marina. Las piernas de Marina iluminada por el vértigo de las luces. El vaso que tambalea entre sus manos. La perfección forzosa que reposa bajo el blanco del vestido, solo intuida por su mano izquierda que se apoya ahí, como para detener un ardor repentino. Vista a cierta distancia la imagen de las piernas de Marina dejan entrever algo curioso. Como si fueran la antesala disimulada antes de hallarse inmerso en el goce más explícito. Una instancia que solo puede ser alcanzada recorriendo esas piernas, adentrándose en ese abismo apenas entrevisto. El profesor se quita las gafas, y asevera, que en este caso el meollo del asunto se reduce al encanto de una chica de clase media capaz de producir en el observador algo similar al principio de la relatividad especial, pues cada observador al fijar los ojos en ella cuenta con un tiempo local y un marco espacial diferente.
Millares de chicas exhiben sus cuerpos en las redes sociales. Es una nueva forma de implantar el yo en un tiempo donde me exhibo y luego soy, explica el profesor al llegar a la mesa donde se sirven bocadillos crocantes y ser interrogado por el tímido periodista del diario regional. Pero las piernas de Marina, agrega el docente, superan el mero exhibicionismo, puesto que la imagen no formula un discurso convencional acerca de lo que es bello más bien se parecen a esos sueños que resisten toda interpretación. El cronista escucha con atención, mientras borronea con mano temblorosa una libreta de apuntes naranja.
Marina en un paréntesis de la fiesta. Marina abandona la pista por un instante, para tomar un poco de aliento. El trago a medio tomar consume la efervescencia del tiempo mientras sus piernas nos dicen que hay otro tipo de goce, una forma de placer que no puede ser fijada, que está en permanente fuga, y solo puede ser advertido en la agitación del yo.  Un yo que observa, desde una distancia muy escasa y es capaz de sentir el deleite al posar sus ojos sobre esas piernas.
Como un relámpago que nos atraviesa de improviso en medio de la oscuridad, Marina con su belleza explosiva nos embiste, un fogonazo repentino donde solo podemos entrever atisbos de una belleza efímera. Las chicas como ella liberadas de todo intento de perpetuidad deambulan entre las imágenes que diariamente nos acosan seguras de ser propietarias de nuestros desvelos. Manos donde se cobija la tibieza de un goce apenas entrevisto, piernas que se alargan evocando una sensualidad aún por descubrir, un escote perturbador que nos invita a conocer un poco más, a franquear esa barrera que impone con su sensualidad fugitiva.
El profesor mira por última vez las fotografías, prometiéndose no volver a pensar en ellas, y las lee atravesadas por las marcas que no dejan los amores inalcanzables, aquellos donde amamos en solitario, sin otra complicidad que nuestra ensoñación. Logra percibir el equilibrio entre lo pronunciado y lo omitido, entre los sugerido y lo indecible, entonces se decide a guardar definitivamente su libreta de apuntes.
El agua puede esperar. El cuerpo de Matías permanecerá en el aire, mientras continué hablándose a sí mismo en un lenguaje que sólo es entendible dentro de la imagen. Tal vez  podremos descifrar todo lo que encierra ese vuelo, recto, rígido, que se fosiliza en la retina, cuando la belleza de Marina se haya decidido por una rápido disolución antes que por un agónico ocaso o cuando la belleza termine por exiliar toda huella de deseo.

Fotografía: Cecilia Rizzo


sábado, 9 de abril de 2011

MAURO CUELLO-POEMAS-NIÑA CON PELO DE MUÑECA VIEJA

NIÑA CON PELO DE MUÑECA VIEJA

 
Camina.
Mira al cielo
Ríe.
Mira al cielo.
Tropieza
Con la mezquindad,
Que la obliga a tocar la tierra.
La saborea.
Le llama la atención.
Sus muñecas se pierden,
En juegos de cementerio.
El violeta de la piel,
Se expresa en sonrisas sin dientes,
Con ojos profundamente blancos.
Cada noche crucifica un poco más,
El ritual de tomar el té.
Acompañada de amigos de mil mundos,
Comparten pastelillos
Del más asqueroso plástico.
Abandonada en su diario
Que se escribe en la piel,
Levanta la mirada.
El cielo es sólo eso.
Cielo.
Suspira.
Toma la puerta.
Lentamente se arma
¿Hola cómo estás?
Le dice la ironía.
Son cincuenta,
Paga con cambio,
Contesta una niña
Con pelo de muñeca vieja.

EL SILENCIO, UN GRILLO Y LA NADA

En la silenciosa noche lo oscuro se ilumina
Por miedo a preguntas sin respuestas.
El grillo lo sabe y canta sin importarle.
Arriesga lo poco que ha vivido en la oscura noche.
La caverna platónica es un bar de placeres,
Que se empeña en no ser reales.
Todos se ríen en el vació de la noche.
No se distinguen.
Se conocen,
No se tocan,
Se escupen.
Y las dicotomías de la oscura luz son aceptadas
El grillo ya no canta
Se lo tragó la alimaña.
De la cual sólo se habla a la mañana,
Donde la luz es más oscura aún.

 
LA PUERTA DE SANCHO
Nunca deje la puerta abierta,
El reflejo de lo no alcanzado pudo llegar a salir.
Y mientras estaba tratando de vivir en la ceguera de lo cotidiano
Me pude llegar a preguntar.
¿Por qué?
Caí  en la cuenta de que había caído.
La puerta de casa no quiso abrir.
Y errante sin sancho mi espada se oxidó,
Adhiriéndose a esa piel que no tiene recuerdos.
Los molinos de viento se desasieron,
Fueron la ilusión de un presunto invento.
La dulcinea se reía,
Mientras su podrida carne se perdía en los abismos del mentiroso bienestar.
Y en el afán de regresar, recorté armaduras,
Enfrentando a un viejo ventilador grité por encontrar la llave.

Mauro Cuello




martes, 5 de abril de 2011

LA MIRADA DE LA CRISÁLIDA

Con palabras que levitan, Achervi busca traspasar con sus ojos de rayos X una realidad distante que algunos llaman mundo. Así, como un telar, mezcla los hilos poéticos en su proximo libro "La Mirada de la Crisálida" que será editado por Magma ediciones. 

OBERTURA 
De aquella muerte hablada
en conocimiento natural
de hojas que pasan derribadas
entre subterfugios dignos
de llamarse tiempo:
si la corteza misma
cromatiza el espectro
como halos bucólicos
de mantos legítimos,
si más aún
el ambiente constituye
pelambres de la mirada,
y aquélla
una vida felina
que zarpa
y omite
las gemas
de hiervas cristalizadas;
por un instante
del claroscuro,
por plenitudes que horadan
la poética
conversada
en aires;
por el nacimiento
que se dispersa
en hojas de crisálidas
detenidas
en secuencias…


Luciano Achervi. 


Pintura: Edward Hooper