martes, 29 de noviembre de 2011

UN HOMBRE SIEMPRE ACABA DENTRO DE OTRO HOMBRE

Por Marcos Freites
- Siempre un hombre acaba dentro de otro hombre.
                                                                Rubén Rogelio Almada
Un hombre acaba siempre dentro de otro hombre. Godoy está dentro de Reynoso, afuera llueve y los coches aparcados a la largo de la calle se van disolviendo con la niebla. Godoy respira dentro de Reynoso, convencido que no hay mejor morada posible al menos por ahora.  Metódicamente se ha introducido en sus huesos. Ha sido una labor ardua, día tras día ha cavado en esa piel castigada por el sol, y ahora que duerme a sus anchas entre sus vísceras en lo último que piensa es en salir. A medida que el tiempo pasa, Godoy va ganando profundidad, se siente un  cómodo anfitrión en el cuerpo de ese albañil. Por las noche se encarga de abrirse paso entre las entrañas, como si ese cuerpo se tratara de un pozo, donde hay napas de agua, capas de roca dura, raíces que obstruyen.
Desde hace un tiempo Godoy deseaba estar dentro de Reynoso, quería  habitar ese cuerpo indomable que la mordedura de los soles jamás ha podido doblegar.  Al principio lo observaba a una distancia prudente, se excitaba con esos brazos  capaces de levantar sin ningún esfuerzo las bolsas de cementos, se conmovía cuando lo veía pelear en prostíbulos de mala muerte, se enternecía cuando lo oía cabalgar sobre el cuerpo exangüe de una chica dominicana. Cuando tomó la confianza suficiente lo detuvo en mitad de la calle, lo observó durante un rato, y cuando Reynoso se aprestaba a dar un bostezo, se introdujo por la boca. Con dificultad atravesó la garganta, un poco ofuscado por esa colección de muelas careadas, por ese inextinguible aliento a cebolla.
Ahora que se ha transformado en una especie de parasito intenta tratar con sus propios presentimientos. Cuando estás dentro del cuerpo de otro hombre lo primero que te acosan son los presentimientos. Apenas los oye acercarse les coloca obstáculos, vallas que ellos se encargan de saltar con mucha elegancia.  Una vez que lo han invadido por completo, los trata con respeto, trata de ser cauteloso al tocarlos, pero tarde o temprano los presentimientos le muerden la cabeza, y ahí adentro de ese cuerpo empieza a convencerse que todo acabará demasiado rápido. Si no se da prisa algo ocurrirá  y él será expelido sin darle la mínima chance de arañarle el corazón.
Parece extraño, pero Godoy nunca se ha detenido a pensar como vivirá esta invasión Reynoso, tal vez se haya resignado  a llevar otro hombre adentro hasta que un infarto, un aneurisma o tal vez un accidente de tránsito ponga fin a esta relación. Un parásito jamás debe ver las cosas con los ojos de su anfitrión, sería errar el disparo, y una vez que estás adentro tenés que ser infalible.
De esta forma ocurrirán tensamente los próximos días. Se acerca el verano y  las diarreas, los vómitos serán moneda corriente. Más teniendo en cuenta estas aguas infectadas, esta proliferación de pastillas que ingiere. Tal vez haya que buscar una vía de escape hacia la superficie, y hacerse la idea de que hay muchos hombres en la ciudad dispuestos a dejarse habitar, a transportar con cierta alegría a otro ser, porque  un hombre siempre acaba dentro de otro hombre.

sábado, 19 de noviembre de 2011

JALEA REAL


La vela oscila entre la oscuridad y las sombras. La habitación huele a humedad y pis de gato. Te reís al salir del baño y verme con la manta en los hombros. Parecés un personaje de Burroughs, me decís mientras besas mis labios, ya no tan tímida como ayer te acostás en la cama y de un soplido acabás con la luz.
*
La oscuridad es el lápiz de los analfabetos.
*
Estás sobre las sábanas deseando morir una noche más. Tal vez merecías de mi Jalea Real, y entonces te escapás y venís a mi puerta seguida por tus acólitos alados. Nos besamos sobre el aire, y nos tocamos, y deseamos, y hay piel, y tu sexo y mi sexo, sobre el aire, y tu sexo y mi sexo, tras el viento y los barrotes de la luna. Deseamos ir más alto, tal vez muramos, somos dos abejas en medio del aire, y tu sexo y mi sexo, te deseo más, y más, y más.
Adentro,
adentro,
adentro,
adentro,
adentro.
...
Pero no llegamos a distinguir las estrellas muertas, al fin, somos dos abejas en medio del aire.
*
Me despierto y no sé si te soñé, o me soñé. Estábamos en un cementerio, caminábamos entre panteones roídos por el viento. Jugábamos a encontrar el más viejo. 1950, 1930, 1918, 1900. Frente a los huesos hechos tierra te pregunté de donde salían tantos gusanos. Vos sonreíste, me besaste con una lengua larga, y en un susurro, mientras pasabas el dedo por un cajón lleno de polvo me dijiste: Están dentro tuyo, amor.
*
Tengo la extraña sensación de estar vivo. Aunque los vidrios ya no me lastiman.
*
Ahora volás a tu jaula, y yo tengo toda la noche entre mis dientes.

Matías Lucero

jueves, 17 de noviembre de 2011

UNA ANATOMÍA DEL CAOS

Por Marcos Freites
1. EL PADRE ALAN
Las manos de papá ocultan pétalos de nieve.
Las piernas de mamá desaparecen en un pasillo estrecho que no conduce a ningún sitio.
Estallan en medio de la noche las campanas del templo, y un Cristo en miniatura sangra. Aún no puedo besar sus pies desnudos porque el padre Alan piensa que no he recorrido el camino de la purificación. Creo que se equivoca: ya he sentido la vergüenza en el cuerpo desnudo, me he autoflagelado frente al espejo y no he sangrado a diferencia de las demás niñas.
El padre Alan me dijo que cuando manara sangre de mi cuerpo él debería ser el primero en saberlo y aunque parezca asqueroso, está dispuesto a beberla para expiar la infinidad de pecados que he cometido cuando aún no tenía memoria. No será tan terrible, después de todo, porque una vez que esté limpia haremos una fiestita en la parroquia. Me prometió que vendrán todas las chicas. Estaremos a solas con él, lejos de las miradas impuras de nuestros padres. Habrá galletitas, globos, gelatina, garrapiñadas y un gigantesco gato de goma gris, casi idéntico al que veo en sueños.
La nieve cae adentro y afuera.
Papá aprieta con fuerza sus puños, como si quisiera que los copos de nieve se le metieran en la piel.
Mamá ha decidido desaparecer por completo, disolverse en la intemperie.
El Cristo en sus ojos refleja la blancura de la nieve cayendo, cubriendo cada porción del territorio conocido, como si quisiera apoderarse de todo lo que tiene movimiento para sumergirlo en un sueño blanco.
***
Cuando hay nieve tengo trece años, otra vez, y me olvido que soy una anciana encadenada a una cama de hospital. En los días de nieve creo ver toda mi infancia a la luz de una cerilla que se enciende de improviso en mitad de la noche para dejar entrever mi cuerpo desnudo que se niega a ser poseído.
El padre Alan despierta en mi cama, cubierto de sudor, maniatado por un rosario que titila en la oscuridad. Me pide que deje de mirar a ese Cristo, me susurra que si no le quito los ojos de encima le resultará imposible dormir al hijo de Dios.
Papá a estas horas ha abandonado su cuerpo y es parte de la nieve. Lo veo saltando entre los árboles desnudos, con una interminable bufanda color rojo.
A veces pienso que el primer recuerdo que tengo es la nieve. Distingo una calle, apenas iluminada, en la que unos niños se lanzan bolas de nieve, luego alcanzo a ver a mi padre corriendo herido entre los coches, pidiendo auxilio.
Entonces el padre Alan me pide que me duerma, que deje de llenar mi cabeza de pensamientos, que mientras permanezca acurrucada a su lado la nieve seguirá cayendo, y al despertar como despidos por una fuerza irracional nos echaremos a correr calle abajo hasta dar con el puesto de golosinas crocantes.
Pero un recuerdo me posee en el momento justo en que espantaba mis recuerdos y me figuro caminando a la iglesia, preocupada por extraviar el catecismo, y es pleno día, parpadea el sol sobre la nieve acumulada en la banquina.
Cuando abro la puerta de la sacristía está papá sentado junto al padre Alan, al verme entrar empiezan a reír, sus carcajadas grotescas les desfiguran los rostros y me dicen que no tendré salvación por haber extraviado el catecismo.
Papá se levanta acaricia mi pelo y se marcha sin decime nada. El padre Alan se quita los zapatos, luego la camisa y se coloca una máscara de Tasha de los Teluttubies. Niña mala, me dice y comienza a desabrocharse el pantalón. Dejo que mis ojos escapen por alguna rendija y se adhieran a los de una anciana con cabellos grises que amarrada a la camilla recuerda la niña que fue un día en que la nieve cubrió toda su infancia como si se tratara de una sangre por primera vez vertida.

Fotografía: Mario Giacomelli.

martes, 8 de noviembre de 2011

ODA A ANTONIO ESTEBAN AGUERO

                                     
 Por Marcos Freites
Gracias a F.G.L
Habla, habla y no calles, pájaro sonámbulo
que los muchachos imitan tu vuelo
para apagar la sed de tinieblas,
que la ciudad llora tu resplandor tardío
a la hora en que las niñas cubren de saliva su sexo
y dibujan libélulas curvadas por el deseo.

Toda la ciudad se asusta cuando llora tu sombra
y se nos mueren de espanto las camas
en las casas de citas abiertas a la intemperie,
y la hija contrahecha devora su moco azul
convencida que es de crisantemos la muerte.

Antonio, ceniza y cieno, polvo y espanto,
quieres ser río, quieres ser arena mojada
en la tarde dormida, cuando un niño oscuro
muere ahogado en el agua de tus párpados,
y tu cuerpo se estremece,
como si hubiese chocado con una nube.

Nadie, absolutamente nadie,
ha visto sangrar las estrellas.
Nadie ha creído en las gaviotas
heridas por la luz de un puerto.
Nadie sujeta tu mano inerte
incapaz de escribir las paredes
de esta celda, que habitas.
Nadie sabe que inunda la flor de tu cuenco.
Es de noche y nadie, nadie se detiene,
y es tu cama, Antonio, agujereada por geranios,
es tu cuerpo fecundado por helechos tropicales,
es tu muerte encumbrada en las lindes del sueño.

Cuando la luna brote y caballos huecos
suelten su relincho, vendrás Antonio,
para poblar los senos de las niñas,
para bordar el vello púbico de los infantes,
para acariciar con tu lengua negra
los muslos rosados de las adolescentes.


San Luis  de armario oscuro y efedrina.
San Luis  de tinieblas que arrastramos.
San Luis de burritos y pirámides.
San Luis con un policía en cada cuadra.
San Luis con ojos espermáticos.
¿San Luis, que emperador oculto
maniata el goce de tus hembras?
¿Qué hay en el sobresalto de tu esqueleto
mordido por una fanfarria de alhajas?
¿Quién habita en los pliegues de tu sexo?

Levanta los brazos, Antonio, que es hermoso
tu pecho atravesado por un embrujo de abejas,
que es fuego y savia lo que tus venas acumulan.
Agüero ilustrado, en cinemascope, en technicolor,
como un elefante zumbón en primavera,
muestra tu miembro descomunal
como si fuera una mazorca en pleno éxtasis,
y cubre de mazamorra el vientre vacío
de la chica estéril que vaga por los caminos.

Antonio Esteban, duerme tu siesta secular,
que en la cima de los montes gimen las torcazas,
anunciando la llegada de un pelotón de fusilamiento.
Duerme, que en el pajonal hierve un furor de espinas,
que en las ruinas del templo retumban campanas,
que hay una niña con el vestido rasgado
llorando sobre el mármol de tu lápida.
Tal vez esperas que resucites para ofrecerte su cintura,
para que cubras de nardos sus muslos asoleados.
Antonio Esteban, dios en perpetuo celo,
aún recuerdas el San Luis yermo, con mujeres
incapaces de alumbrar, con hombres cabizbajos,
con tropillas de burritos, con un crucifijo sobre la cama.
Tuvo que florecer la palabra en vos, para dejar encinta
a la madre que pare cada primavera entre carcajadas,
para que el hombre cobrara coraje y sintiera de acero
los brazos, para que se hiciera la luz y la sombra.

Antonio, tus brazos poblaste de agujas calientes,
despertando la reseca simiente
en la menorca de la última vírgen,
y fundaste el dolor de la monja acuchillada,
el pavor de los angelitos descuartizados,
para iniciar el camino hacia el árbol derribado,
para convertir en cenizas el santuario
de todos tus pájaros tristes, porque, Agüero mío,
las señoras de sexo enmohecido reclaman
tus huesos, tu hueste de cóndores,
porque los poetas de la olla vacía
anhelan tu vello púbico suelto en el viento,
porque los maricas acarician la ensoñación
de tu miembro siempre erguido, atardecido,
tembloroso de cigarras, repleto de mordiscos verdes.

¿De dónde habrá surgido este coro desafinado
que repite en la agonía de la tarde tu nombre ?
Furiosamente, las voces dispersas con tu báculo
y desde el altar, abrazas las sombras sin ver
la rebelión que se acerca a tu ciudad,
sin oír el tropel de cien caballos desbocados.
Asoman y asombran, cabezas cortadas en el fango,
cuerpos espantados en la liturgia dominical,
y sacerdotes vestidos de carniceros, han tomado las calles.
En todas las esquinas hay barricadas.
Pasan hembras desnudas, sierpes demenciales,
chacales con ojos desorbitados, por tu cadáver pasan,
sin atreverse a lamer la sangre esparcida,
y cuando ya es tarde para la huida, cuando las campanas
repican como potros en celo,
hay un hombre enloquecido sentado en tu tumba
dispuesto a escupirla para maldecirte, capitán de los pájaros,
digo que hay un hombre dispuesto a profanarla
para arrojarle tus huesos a las señoras
que toman té con scon y escriben poemas al nietito,
para asustar las amelias, y las delias y las camelias,
para que la poesía se quite al fin tus cadenas,
se limpie tu baba pegajosa
y como una muchacha poseída
vuelva  a fornicar en los catres de los poetas pobres,
para que tus libros enciendan el fuego del mendigo,
y esa puta que se hace llamar poesía ,
se olvide de una vez por todas de fingir.