martes, 29 de septiembre de 2009

TE LLAMARÍA

             Por  Ivana Fucks          



     Después de todo no dudaría un segundo y te llamaría. Te diría: “Una araña me picó ahí dame socorro, ayúdame idiota después de todo eres mi pareja.”
         Te llamaría. Te llamé y dije: “No se que me pasó, siento de pronto que voy a morir “
   Fue entonces que tomaste la palabra la acariciaste y me dijiste: “Somos almas en pugna, creemos en lo etéreo sabemos que hay algo más allá, no desesperes, algo se te revelará.” “La experiencia no es un viaje novedoso”
      Murmuré entre dientes y escupí sangre. “Fija la vista en el punto elegido hasta que los párpados experimenten cansancio “   Dijiste y la llamada se cortó.
        Llegaron los albañiles, esta vez eran más de tres. Tomamos unos tragos, bailamos cumbia y nos fuimos todos a la cama. Luego me bañé y no sé por qué pensé tres cosas, frases, bah, esas tonterías – fruslerías dirías tú- que uno recuerdo casi al pasar:
    1) “Antes del amor pasaron muchas cosas la mayoría de ellas deplorables.”
          2) “Nunca fuiste demasiado bueno en la cama, en la punta de mis dedos tuve que encontrar a mi dios “
                3)“Soy mi propia maleta donde se agolpan: Infidelidades –varias- Una araña, un vibrador, Una brújula y unas cuantas mentiras.”

    Te llamaría pero me has llamado para decir: “Lo único válido es recrear el acontecimiento tal y como se produjo en su momento visualizándolo en nuestra pantalla mental “ “Carmen si te pico una avispa debes decírmelo” Dijiste y entonces los albañiles volvieron. Somos una pareja aún. Aunque tú estés ciegos y no quieras ver como todo se desmorona. Ahora lloro porque no me quieres como antes. No es amor es capricho, es calentura. Me arde todo ahí y me da vergüenza llamarte. Afuera llueve.

domingo, 27 de septiembre de 2009

ANDAMIOS



Photography by Darío Arístides Molina

sábado, 26 de septiembre de 2009

LA CASA EXTRAVIADA


Por Alberto Ferrer

Durante todos estos años había buscado hasta el cansancio aquella casa de mi infancia, ese hogar cálido y apacible coronado de crisálidas y luciérnagas, que ahora en algún lugar solo y sin memoria espera mi llegar. 
Aquella tarde que abandoné mí torre de marfil sepulté todos mis juguetes bajo el árbol antes de la caída del sol. Carola, mi hermana, arrancó con violencia todas las flores del jardín, vistió de luto a sus muñecas y tomados de la mano abandonamos aquel nido convencidos de que toda nuestra niñez se convertía de pronto en astillas, en retazos de una sonrisa vertical partida por la mitad. 
La casa actual resiste como puede las puñaladas del tiempo y la habito durante el tiempo, siempre breve, de mis visitas al pueblo. Hay algo que me impide echar abajo aquellas viejas paredes de adobe  y dejar que la naturaleza tome el espacio que ahora ocupaban esas cuatro paredes a punto de desmoronarse. Mi estancia en aquellas habitaciones transmite calor al espíritu derrotado de la casa y tal vez con mi lectura solitaria en voz alta, a medianoche despierto algún fantasma. Por las noches suelo asomarme al jardín y sentado en una vieja hamaca fumo un cigarrillo y miro al cielo. Saludo a las constelaciones mientras los murciélagos van y vienen, atrapando insectos, entre las copas de los árboles y el tejado de la casona. Sé que la casa se muere, que hace aguas por todos lados, que un día se vendrá abajo y todo habrá terminado, pero algo en su interior me dice que eso no va a suceder así, que no puede ser así, que aquel lugar no desaparecerá porque muchas raíces lo mantienen vivo.

domingo, 20 de septiembre de 2009

INSTANTÁNEAS


RODRIGO HEREDIA  ESCRIBE ACERCA DE ESAS COSAS QUE SUCEDEN EN EL VÉRTIGO COTIDIANO, SOBRE AQUELLO QUE BUSCAMOS ATRAPAR CON PALABRAS EN UNA HOJA EN BLANCO QUE FUNCIONA COMO RED

         Mírame, por un instante, deja que tus ojos me descubran. Soy muy feo, lo suficientemente feo, para que me empieces a querer. El amor solo sabe de belleza, y eso lo hace fatal. Las máquinas siguen redactando informes acerca de la última explosión. Dios aún no termina de aparecer. Me puedes ver, solo te hace falta hacer, click. El de la izquierda soy yo. Estoy fuera de foco. Esos ojos, si que dan un poco de miedo.
        Tú hermana mayor envidia nuestro álbum de fotografías. Memorias de la infancia. La casa natal de derrumbó a fines del año pasado. Su perro era adorable, maltrataba a tu gato. Recuerdo del último cumpleaños. La rosa hirió de muerte a tu prima, que es virgen y lo seguirá siendo por muchos años más. Si es que tú tío no la encuentra sola. Le haría bien conocer el cariño de un hombre maduro a esa chiquilla. Papá cobró unas monedas y las arrojo a la fuente. Entonces vino a mi memoria el lunes. Tratá de tomar mi mano así lo recuerdo mejor.
        El taxi me dejó a unas cuadras de esa casa que no reconocí. Habían cambiado el color del portón, antes era verde, ahora es azul. Abrí la puerta, subí las escaleras, las barandas estaban cubiertas con un paño rojo. En la sala de recepción tras una computadora ví a una chica. El rojo de su pelo resplandecía, me invitó a sentarme y esperar, mientras tú te cambiabas, te vestías de fulana, mejor dicho. Pensé que encontraría un conejo negro en tu cama. El Alplax no es buen compañero. La locura es una compañera fiel. Detente, dijiste. Seguí, seguí, dije yo. Aún queda tiempo no te apresures te escuche decir. Estabas cubierta de transpiración. Voy a flotar, un segundo, no más. Tú boca es adorable se parece a un cáliz. No creo que ninguno te haya estimulado como lo hice yo. Así estimulo a mi novia. Ella sí que sabe disfrutar. Su lengua voraz sabe danzar sobre las llamas.
    Los dos vimos caer la nave frente a tu ventana. Luego vino el jadeo, el grito desgarrador que puso fin a todo este show. Eres tan feo, me susurraste al oído. Sos tan fea como yo, tenés cáncer. Soy un príncipe negro, sería mejor que estuviéramos muertos, dudo que alguien nos reconociera, ni siquiera culpa sentimos. Sos el diablo, yo soy el diablo, todos nos llamamos diablos, te puedo lastimar. No permitas que recuerde. Solo déjame ser libre, y que solo la lluvia sepa de este fuego.


Rodrigo Heredia
Fotografía: Akif Hakam

IGNORABA TODO ESTE ESPLENDOR

No. No sabía. Les aseguro que ignoraba todo este esplendor. Estaba aquí, flotando en el viento, frente a mis ojos todo el tiempo, pero no podía ver todo este esplendor.
Como contarles que tuve un sueño, que soñé con ella. Como no sonrojarme si les cuento que tuve un sueño de amor, todo un  sueño  de amor en el que estábamos desnudos sin ninguna esperanza de morir aún.
Ella estaba a mi lado, parecía que dormía, un racimo de estrellas brillaba sobre nosotros, yo le acariciaba sus manos y le contaba de muchachas chinas que desnudas en un arrozal tararean canciones de cuna iluminadas por la luna, y todo era tan bello, como esa tarde en que se hizo la muerte bajo la lluvia.
Había llegado muy tarde, hablando otra lengua, la belleza sobre su cuerpo palpitaba, sus grandes ojos se abrían al temporal, y era una flor, era un guijarro, era el atardecer del seis de febrero con los tilos inundados de luz, eras vos desnuda sobre la hierba con los pechos humedecidos por la lluvia, y era tu voz casi a oscuras repitiendo mi nombre como si se tratara de un conjuro.
Como ponerme de pie y confesarles que tuve un hermoso sueño de amor. Ella estaba acostada en el agua, era la única sobreviviente del diluvio, tenía entre sus brazos un gato agigantado por el deseo.
Yo me acercaba y era como si toda una vida su cuerpo me hubiese reclamado, y en el descuido de la noche aprisionaba sus blandos muslos, y era como si de tanto explorar en lo perdido nos encontráramos con toda la belleza de frente.
Todo estaba ahí, cuanto deseaba, era un relámpago de hojas hirvientes, un caballo  oscuro atravesando la arena de la tarde, esta orquídea que persigue una mariposa, aquella puerta que se abre sin ruido para dejar entrar las últimas sombras, esa luz que me quema por dentro.

BOLETOS PARA EL FIN DEL MUNDO



Compré boletos para ver el fin de la humanidad.
No debe estar muy lejos, me dijo el vendedor.
Lo que ponga fin a esta farsa, será sin dudas, el amor.
Vendrá como una gran epidemia, su santidad
será el primero en arder. Será delicioso
ver el show final, hasta lo televisarán,
habrá auspiciantes, chicas y chicos hermosos,
que bailarán al ritmo del caos.Morirán
sin jugar las cartas, acabarán solamente
con una felicidad que no se puede explicar.
Por las calles al fin, ya lo presiente, la gente.
Todo será de repente, y vos y yo, a jugar
nos dedicaremos, mientras todo empieza a estallar.
Estarás, mi amor, desnudo frente al televisor
mirando como se asesinan por amor.
Sabes, compré boletos para ver el final.
Te invitaré a verlo en vivo y en directo,
juran que va a ser un evento sensacional,
ya lo están ensayando, para que sea un evento perfecto,
y devastador, estarán los líderes del poder mundial,
dicen, que de ninguna forma se puede evitar,
solo quiero que vos y yo, seamos los últimos en apagar
esa luz que sin piedad nos va a matar.


Ivana Fucks


UNA CARTA MIENTRAS TANTO

CECILIA RIZZO ESCRIBE UNA CARTA A QUIENES LA GUIARON POR LOS DISTINTOS SENDEROS QUE NOS OFRECE LA VIDA. ES UNA MISIVA INCONCLUSA, ABIERTA A LAS BUENAS NUEVAS QUE TRAEN LOS VIENTOS.

                   Lo importante es el movimiento, no dormirse en las sábanas que nos envuelven con su sopor de conformismo. Mostrar el rostro, poner el pecho y darle batalla al hastío, a la desidia, y con ojos renovados apreciar lo que nos rodea. Comprender que el enemigo no es el otro, sino uno mismo. La lucha es íntima, es propia y vislumbra el placer de no existir. No detenerse, seguir adelante, jugarse siempre por un qué, y no por un absurdo por qué, solo así podremos descubrir esa fibra que nos atraviesa , nos distingue y permite que diariamente nos adentremos en el vaho del ensueño.
      Se puede llegar a destino, y no caducar bajo las exigencias diarias, no vender intercambiar tus valores por lo que te imponen como reales. No bajar la cabeza, empujar y vivir, porque el único freno es la quietud, principio de todo mal. Estas no son mis palabras, son sus palabras, las que me enseñaron desde la cuna, las que me forjaron, y me hicieron lo que soy. Ellos me heredaron este pequeño tesoro que no tiene comparación. Es una luz, un rayo, un cielo de primavera, unos ojos que surgen de la nada para ver todo. No sé como termina esta carta, porque la vida es continuo movimiento y esto aún no llega a su fin.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

SIN ESPERANZA NI MIEDO



RODRIGO HEREDIA REFLEXIONA ACERCA DE LA NOSTALGIA Y LAS CAUSAS PERDIDAS JUSTO CUANDO LA VIDA DA LA VOLTERETA FINAL

          Estabas ayer aquí, y era verano, el agua del estanque, ondulante, despedía olor a rosas descompuestas, los caballos bajaban al galope a beber, y las langostas bajo el sol cantaban. 
    ¿Sabes dónde es aquí? Es cualquier parte del paisaje habitual en que desnudo mi soledad, es un campo minado al atardecer, una luna redonda que persigue al arroyo a través de los montes, es este continuo devenir...
Algo que cae incesantemente dentro de mi cabeza.
Estabas ayer aquí, iba escribiendo... Hoy todo está de invierno y el paisaje ha cambiado.
 El viajero se atreve a mirar el camino que quedó atrás, su sombra perdida para siempre, y siente como un extraño adiós perdiéndose en el eco de sus zapatos... y llora.
A la distancia de un aleteo, de un alarido, casi al roce posible de mi mano, tu fantasma se deshace en la espera de que lo cubra el resplandor de tu cuerpo.
Recuerdo unos ojos que no conozco y evoco lo que nunca he mirado. Ese otro paisaje minado que habrá que visitar antes o después, un lugar dónde estas tú, donde todo es un continuo devenir...
¿Valdrá la pena mirar atrás? ¿Podrá saberse si el cielo llora distancias? ¿O habrá que volver a repetir lo siniestro? ¿Quién acecha nuestros deseos?
Saldremos de la mano y saltaremos al vacío, apretadas las manos, mudos de fuego y de frío.
Hoy más que siempre, el aire del invierno, las cosas que permanecen a ciegas, y el deseo, no sé por qué pero en un paisaje minado, entiendo que me esperas ya sin miedo ni esperanza.
Como si te hubieses decidido a comprometerte con tu propia fragilidad.

DESIDIA DE TANGO DE DOMINGO POR LA TARDE

Me aprovecho de ella robándole momentos y dibujándolos en papel, mientras va dibujando pasión a la sombra de un bandoneón.  

           La fiebre negra de domingo a la noche, tocaba todo con un fresco aire primaveral. La luz en la habitación era tenue, las cortinas rojas teñían todo de un color de atardecer. Su cuerpo tallado por el vestido color negro, su pelo atado a lo alto con un rodete, casi arremolinado. La primer nota llenó todo el lugar, se quejó el parlante. Ella dejó caer su mirada, no veía el piso, sus ojos desentrañaban algo más allá, algo que deja atrás todas las palabras inventadas; su pierna se vio desnuda asomando por el tajo del largo vestido y dibujo un círculo oscuro en el suelo. La música iba cortando el aire con violentas notas de bandoneón. Ella fuera del ahora, bruscamente dejó el frente con su cara, y su pie siguió la dirección anunciada. Y así, en un tiempo que no se contó, en una página que Dios no escribió, ella fue haciendo suyo el aire, dejando atrás el presente, pasado o futuro, dejando denotaciones. El tango chorreaba sangre y ella la juntaba entre sus piernas, sola iba tapando el agujero de la pasión. Girando sobre ella misma, sin ángulo exacto, con precisión de cirujano, con pulso que no tiembla, su aliento se agitaba, la excitación la alcanzaba, sola con el tango. Él estaba ahí, tras ella, sentado con un rubio entre sus dedos. Se paró y la tomo por la espalda, talló sus curvas con sus manos, posó sus ojos en su nuca, y ella abriendo sus brazos, se estiro hacia atrás apoyándose en su hombro, y así, el amor pasional los alcanzó en forma de tango, no había gemidos, sino bruscos movimientos y miradas de posesión, de celos efervescentes… Ambos ya habían desnudado toda nota y silencios, habían saciado su sed de posesión. Y así, una chica sola tirada en el suelo, dejaba que se murieran las notas de un perdido tango.
Patchu Lucero. Rio Cuarto, Cordoba

martes, 15 de septiembre de 2009

LA NOCHE





Aprender el nombre de la noche,
es cobijarse entre los lienzos
de su aurora.

La noche… lugar y silencio.
Vertebral columna de las horas,
de los tiempos.


Oscura y nadir.
Infinita y sideral.
Translúcida y tibia.

Anoche conocí su esencia…
Como también, el hechizo
de sus sueños.




Darío Arístides Molina - “Píndaro”
San Luis, San Luis, Argentina.-

sábado, 12 de septiembre de 2009

NOS ENCONTRAREMOS ALGÚN DÍA


Por Luciana Garamondi
Tal vez cuando los vientos dejaron de soplar la felicidad inesperadamente me encontró haciendo dedo para volver a casa bajo una suave llovizna. Al subir a ese 11/14 destartalado supe que retornaba definitivamente a Las Lajas, poco me importaba ya ese chico que lloraría mi ausencia a miles de kilómetros de aquí. Por primera vez en mi vida estaba convencida de que la decisión que tomaba era la acertada. Desde hace un tiempo había decidido dejar de juguetear con la estúpida idea del suicidio. Ya no me divertía leer a Cioran, quería olvidar el inconveniente de haber nacido. Al diablo con sus amarguras y su cinismo. Esta vez si los asesinos llevaban perlas. Los ojos marchitos de ausencias al fin distinguieron otras claridades. Cuando los potros infatigables detuvieron su alocada carrera ahí estaba él, con el traje oscuro, con esa mirada triste que evoca amaneceres mutilados, flaco, con esa melena acaracolada, bajo el ultimo destello de luna a punto de quemar las naves. Los ruiseñores volaban de árbol en árbol, no había mucho que decir, el silencio había edificado un muro entre los dos, las musas con los pies encadenados fornicaban en fríos hoteles transitorios con funcionarios del gobierno. Eran los últimos días de aquel fatídico año dos mil uno, nos agitábamos en la orfandad definitiva, ya no había garantías, atrás había quedado la adolescencia encantada, los jardines cerrados y ordenados rayados por leves rumores de luna, con puñales oxidados habían roto la armonía, la habían despedazado sin piedad en camas miserables, poco a poco la familia fue desapareciendo, primero los abuelos, más tarde los tíos.
   Nuestros padres se fueron a dormir al frío lecho dejándonos huérfanos de conversaciones dichas a media voz y de miradas cómplices entre padres e hijos, mientras fumaban sus cigarrillos en las noches veraniegas, sintiendo bullir la vida del río a su alrededor. Los primos huyeron de allí, buscando fortuna lejos de un lugar que se moría, un espacio sólo para viejos, azotado por los vientos del norte y los sofocantes calores del campo. Se me presentó desde el primer día como el centro del único universo masculino, recuerdo que me fascinaba ese rostro de eterno adolescente, esas ojeras que me contaban historias de desamor y soledad. También debo reconocer que fue el primer hombre que me hablo con sinceridad pues se atrevió a decirme que era una infeliz, y aunque parecía ruidoso y rústico, en su condición de presa de un regidor posesivo de sus sentimientos, necesitaba de mi ayuda para salir de la telaraña en que se encontraba. Secretamente lo amaba y esperaba de él que no me dejase volver nunca más a vagar sin esperanza en el mundo de la gente común. Deseaba que se desatara su corazón en el inmenso Everest  de los deseos más inverosímiles y así poder abandonar por fin el torreón cerrado de su castidad masculina. Estaba harta de no encontrar un rato de paz bajo la luna, de no poder soñar bajo las estrellas, de no conseguir escuchar los susurros de placer que soltaba mi madre cuando venía aquel amante a visitarla, el rumor marino de unos delfines azules y el aroma agridulce de sus geranios eternos.

 Ahora él estaba en la banquina de una secundaria carretera provincial con la lluvia cayendo en sus zapatos rumbo a Bell Ville dónde Rubén Rogelio Almada con la guitarra preñada de penas y alcohol, con un libro de Wilde bajo la almohada desfallecía. Condujimos el coche tan lejos como pudimos, lo abandonamos al este, cerca de Laboulaye. Rompimos en una noche triste y lluviosa, ambos estábamos de acuerdo que era lo mejor. Mientras él se alejaba me volví para mirarlo por encima de mi hombro, lo oí decir "Nos encontraremos algún día en el frío y solitario cruce."

ALMADA, EL APOSTATA DE LAS DERROTAS DIARIAS



Por M.G. Freites
      Hace varios años a comienzos de este siglo, antes del último estallido, Rogelio Rubén Almada, decidió dejar la poesía y dedicarse a su otra pasión, el cultivo de azafrán. Su voz, afirmaba en una charla, se había vuelto leve, imperceptible, anémica, incapaz de nombrar lo inanimado. Ya no corre sangre por estas venas, decía. Todo poeta cuando se acerca a su ocaso debe ser llamado a silencio, escribió alguna vez. Atrás quedaba una obra desoladora, inédita, caótica, plagada de pérdidas, que al leerla provocaba una automática suspensión de las certezas.
Nació a finales de la década de los cincuenta en Serrezuela un pueblito del noroeste de Córdoba, donde desde muy niño trabajó en las minas de cuarzo. En aquel lugar conoció a Arístides Tamayo un viejo poeta que lo incitó a publicar en diarios de la zona los poemas que escribía febrilmente. Luego de verse imputado en un homicidio luego de una pelea en un bar de San Marcos de las Sierras, decidió radicarse en San Luis. En nuestra ciudad trabajó en diversos oficios entre ellos, peón de campo, zahorí, cuidador de caballos, albañil. “Necesito trabajos que me mantengan activos, lo que en vejece no es el tiempo sino el encierro”, me confesó una noche de copa en que parado sobre la mesa con una damajuana de vino recitó El Barco Ebrio de Arthur Rimbaud.
Quizás entender los misterios de la existencia, fue y es lo que desvela a Almada porqué el tono inquisidor, dubitativo, atraviesa su escritura cargada de referencias a la cultura griega y latina. También un permanente deseo de autoboicot, tal vez como un elemento imprescindible para evitar la repetición, la degradación del encanto de escribir. Este rasgo se hace más profundo con los años. Almada prácticamente destruye todo indicio de prolijidad, como se advierte en el casi inédito Autocompasión Esotérica, y da paso a un vértigo desesperado, como si ya advirtiera su llamado al silencio definitivo. Hay una renuncia al futuro, a lo que está por venir, y un elogio al fracaso de los valientes que sabiendo con anticipación su inferioridad en la contienda se empeñan en luchar.
Sus poemas surcados por la inminente fatalidad se encuentran agrupados en tres libros de tirada limitada: Preludio Desafinado, Rebelaciones, y Paisaje final. En el primero de ellos hay una necesidad explicita por despertar lo que yace dormido, por darle vida a aquellas cosas que de tanto arrastrase por el mundo se encuentran desfallecientes. Por única vez encontramos gritos vitales, llamados a la urgente rebelión, así como un deseo por hacer propio el destino de aquellos nacidos bajo la mala estrella. En Rebelaciones predomina el tono bíblico, ya desde el título que hace referencias a las Revelaciones, la súplica a la amada que se ha evaporado junto a la rutina, como las odas a los aspectos más degradantes de la vida. Como muestra de esto último, chequear el poema “Felices Navidades” dónde un paralítico es abandonado por su mujer en Nochebuena, y desde el desamparo de su silla de ruedas establece un diálogo alucinado con un gato llamado Mefistófeles. Paisaje Final es el libro que cierra la trilogía, y no es otra cosa que el inicio de su despedida, un adiós a los círculos literarios que tanto desprecio, una flagelación solitaria y eufórica que al leerla te atraviesa como una hoja afilada. Quedan casi inédito, digo casi porqué en algunas bibliotecas aún circulan las fotocopias, Auto combustión Esotérica y Verano Caníbal, dos libros urgentes que funcionan como el lado B de un poeta inclasificable, desdeñado por los Agüerianos, que encarna en su escritura al rojo vivo y en el pensamiento escéptico, un existencialismo que ya ha perdido toda fe, pero que conserva la sonrisa socarrona como elemento redentor.

TANGO CON LLUVIA PARA AGUSTINA

Tenías por costumbre llorar los domingos con lluvia, soltabas tu melena rubia y tus lagrimas de nunca acabar mojaban pañuelos grises, talismanes de los días felices, cuando eras de la primavera la cruel envidia, la primera en devorar corazones, la reina de todas las canciones que con labios chorreados de lúpulo desafinábamos los sin suerte, los olvidados que por la vida nada damos.
Ahora que las luces envejecen y las flores del asfalto crecen, tú sombra de cara al espejo se arrastra dócil, que lejos quedó la orgullosa rebeldía que tenías en aquellos días cuando eras la diosa del bolichito que en mis arrebatos visitaba, y al mejor postor tus sucios besitos ofrecías sin pudor y como un niño soñaba con darte mi amor y hacerte mi mujer.
     Ahora no hay nada por perder, recuerdas tras la lluvia, de soltera tu cuarto, el gato de porcelana, las flores que olvidaban la primavera, aquellos pececitos de colores que alegraban tu paseo cuando daba un respiro el deseo de los hombres impacientes.
Agustina, con sangre mi confesión escribo, yo que fui tu cliente, tu marido, el noble varón que con la garganta llena de alcohol te arrendó su pobre corazón, y si no es tango, es rocanrol, esta canción que te escribo para que cuando todo terminé de mis palabras acuses recibo y aunque un poco te lastime , Agustina has de saber que cuando solo sabías llorar y en la lluvia nada podías ver, este pechito amor sin parar te entregaba, y si tu profesión extrañas, puedes volver al pasado, nunca te pediré explicación porqué todo lo di por acabado con esta larga confesión que con sangre, alucinado escribo en mi habitación.
Ezequiel Garone-Nació en Polledo en 1988. Actualmente se dedica a la construcción y sueña con armar su propio velero para ir a navegar por el mundo. Cosa que ponemos en duda.

LA SOMBRA DEL ÁRBOL DERRIBADO

En la casa de citas
dónde los amantes de ocasión
alquilan el corazón,
y la muchacha de turno se excita
mirando la televisión;
En la humilde piecita
dónde la bella durmiente
es mutilada por machos cabríos.
En la paciente
casa dónde los jóvenes tíos
sacrifican su juventud
jugando a las escondidas
con  los senos mustios
de las señoras que amamantan
berridos escuerzos como niños,
en los círculos infernales
dónde los poeta de la olla vacía
se sodomizan
desgañitados en inútiles arengas,
en los juzgados
dónde jueces oscuros
ultrajan doncellas ciegas
hay una sombra
la sombra del algarrobo derribado
mordido por los pájaros
que libres al fin
han arrancado los ojos del capitán
para escapar hacia las acacias
que dibujó la locura,
y digo que en las mesas exhibidoras
de los locales de moda
yace el cuerpo desnudo del poeta
vigilado por taxidermistas nerviosos,
por sus viudas y viudas,
por los consagrados metafísicos,
por los carnavales y los carnales, y los canales, y los banales,
por los futbolistas fracasados, por los mastines hambrientos,
por los docentes sin aumento, que en una playa de alquiler
toman su dosis de Coelho cortado con Dan Brown,
digo que yace listo para ser incinerado
por los poetas bastardos,
por los poetas mal nacidos,
digo que es necesario esparcir sus cenizas
talar ese árbol que no dejó ver la luz,
el árbol que hoy es derribado
por los poetas mal comidos,
los poetas de la play y mtv,
por los que crecimos frente al televisor,
por los huerfanitos que no quieren papá,
por los que hoy derribamos ese árbol
para ver con nuestros ojos
eso que en secreto llaman cielo.


jueves, 10 de septiembre de 2009

LA CUERDA FLOJA


AGOSTINA CAGLIERIS SE DESLIZA COMO UNA EQUILIBRISTA DE CUELLO ROTO AL BORDE DE LA CORNISA , Y DESDE AHÍ LE ECHA UNA MIRADA INQUISIDORA AL ABISMO NUESTRO DE CADA DÍA. AGUDA REFLEXIÓN SOBRE LA CERCANÍA DE LO TRÁGICO.


        Tan floja esta la cuerda que no se donde empieza ni donde termina. Esta incertidumbre me atormenta, pero sigo caminando, intentando esclarecer el lugar donde la cuerda esta amarrada.
A mi lado otras cuerdas por donde caminan seres siempre hacia una misma dirección y crédulos de saber cual es el principio y el final de su fina cuerda; y yo aquí, intentando encontrar los extremos y el lugar preciso donde la cuerda se agarra. Desesperada busco, miro, me pregunto y no hay respuesta, no hay salida, solo camino; siendo ni siquiera dueña de mi destino, siendo dueña del azar.
¿Por qué será que esta cuerda es tan frágil?,¿Por qué será que existe siendo que en un instante puede cortarse y caer al vació?,¿Por qué será que algunas son tan largas y otras ni siquiera alcanzan a estar sujetadas para ser caminadas?
En esta cuerda todo empieza y termina en un momento que es eterno; irrepetible e irreversible en el cual no se puede mirar hacia atrás ni mucho menos hacia delante; porque es como si cada pedazo de la cuerda desapareciera a medida que este momento transcurre. Sin intento retroceder: la nada; si observo hacia delante: la nada. Pero si me miro a mi misma, en este momento veo la fina y tambaleante cuerda bajo mis pies que sigue mis pasos mientras camino; o mejor dicho, que cada paso que doy conforma un pequeño pedazo más de la cuerda.
Entonces, si con cada paso alargo la cuerda, ¿Por qué no se ni donde comienza ni donde termina?, ¿Por qué es tan floja, fina y frágil?¿ por que no puedo saber cuando se cortara? Me siento presa en una cuerda floja, ¿Qué paradójico no?, yo podría cortarla si quisiera, así tendría alguna certeza; pero mi curiosidad me supera, mis ganas de ver que habrá mas allá de mi cuerda me atan a ella. Entonces, puedo decir que estoy caminando descalza en una cuerda floja, pero a la vez muy fuertemente atada a ella.
Aquí esta mi angustia, el hecho de estar atada con alambres a una cuerda que podría cortarse en este preciso instante; y mis pasos caminados serian la nada y mis pasos por caminar la nada también.
¿Y entonces? ¿Tiene algún sentido la cuerda? Quizás si, quizás no, mientras tanto yo camino y transito por la tortura más bella: mi cuerda floja.






Agostina Caglieris


(San Luis, 1989)

lunes, 7 de septiembre de 2009

DESPOJOS DE UNA VIDA

GONZALO RIERA PROPONE EN ESTE CRUDO RETRATO DE SU INFANCIA A LA MUERTE COMO ÚNICA REDENCIÓN POSIBLE.
 En aquellos días intentaba saber algunas cosas, comprender que todo lo que me rodeaba era parte de un gran decorado, de una maqueta gigantesca a la cual no podría conocer en su totalidad sino lograba elevarme.
¿Pero, dónde, dónde, estaban mis alas?  Las había extraviado en las sucesivas mudanzas, se habían quemado bajo la luz de las velas que le encendíamos a los demonios, se habían hecho trizas durante los meses de tempestad...
Me distraje pensando en una chica que jamás voy a tener. Ella está recostada en una cama, casi desnuda, a su lado dormita un perrito. Podría matar a toda mi familia, si en ese acto se cifrarán las esperanzas de acostarme algún día con ella, y cabalgar su celo como si el mundo fuera a acabar en ese instante.
Pero no, mi vida sólo me permite abrazarme a lo sórdido. Debo vigilar lo que me rodea. Eso dice la realidad real.
La realidad real es que debo espiar sigilosamente, y espiar no significa ocultarse en las sombras para ver todo desde allí. Espiar es un modo de ver sin ser visto, verlo todo con ojos furtivos y mucha paciencia. Ver eso que nos rodea, que jadea junto a nosotros. Alargar los ojos y encontrarse con una caja de cartón repleta de hilachas, un brasero, una camisa mugrienta arrojada en el piso, detenerse en la palmera raquítica que hay en el patio inclinada levemente hacia el sur, sumergirse en toda la basura que arrastramos desde siempre, en esta miseria pegajosa, en el musgo que cubre estas paredes, palpar las humedades y la resignación, el constante esplendor de la nada que nos devuelve, esta pobreza ya sin remedio. Y después en el estallido de los relojes , cuando los ojos se vuelven miserables , oír los consejos de la gente que visita esta casa , los gritos de socorro ahogados, el estruendo que hacen las ilusiones al derrumbarse , mi padre enfermo maldiciendo a todos los santos ...
Toda mi existencia desplomándose ... Cómo, cómo sobrellevar esta peste de vivir y vivir por vivir , decime , como amigarse con esta lepra contagiosa , con esta felicidad cariada, coja, inválida , hecha de muecas envilecidas y al fin, sí, como un temblor , la muerte , esa codicia lejana . Cómo, cómo conquistarla, abrazarla rápida , poseerla en lechos roñosos con tufo a orín y encierro...
Degradación sobre degradación, fatalidad de herencia, respirando y respirando sólo por el vicio de respirar, mientras todo sucede en otro lado. Y vos hermano mío, que aún no ves todo esto, que no espías, que solo respiras, estiras tu mano, buscas atrapar algo, como si quedara algo. El resto de nuestras vidas resonando por años en el hueco que deja el abandono.
Y de pronto, hermano mío, tu grito despavorido, luego el de mamá y papá casi a coro, y por último el mío. Ahora todos muertos, muertos no de frío ni de hambre, sino de espléndida muerte.
Alabada muerte. A tu gracia nos debemos.



viernes, 4 de septiembre de 2009

PARANOIA Y DESPUÉS


Patchu Lucero inicia un viaje alucinado y paranoico por una Arizona desolada que agoniza en sueños. Es solo el principio de una cabalgata errante por el lado oscuro de San Luís.
Ella 
Capítulo I
       
               Cinco de la tarde, fragilidad de un alma desnuda, el iris ha dejado de luchar por con la ansiada nitidez. Desesperar, dejar de esperar, abandonarse a ese apuro humano y anidar a oscuras esta triste fatalidad moribunda. Respirar sin dudas aceleraría el proceso, pienso, luego siento esa frescura que abandonó la gravedad, y la muerte es dulce, tan dulce como este agua que todo lo puebla. Mis manos están vacías, mi cuerpo desnudo para el preludio despojador. ¿Cómo algo tan vital te puede matar? La última palada terminó con toda esperanza de una agitada pesadilla, la gris lápida rezaba Rosario, un montón de jeroglíficos querían ser parte del horror de un espíritu en viaje. Mi alma agobiada por un eterno adiós, y el torrente salado surcando mis desgastadas facciones. 
    Una plegaria enlutada encarcelada entre los barrotes de mis dientes, mientras los kilómetros pasaban nublados de lágrimas, la ruta 148, la que veía a Buena Esperanza de pasada, me observaba con triste llanura en sus ojos. Pasó el cartel de “Bienvenidos a Arizona”, tan rápido y sin sentido como pasa una alegría en esta vida, y mis largos pelos se arremolinaron en la desolada terminal. 
    Un viaje fugaz huyendo de este tiempo, con mochila liviana y zapatilla desatada. Rincón olvidado por Dios, viento que domina la llanura interminable. Pasaban los días en el pueblo nostálgico de trenes que lo poblaban con artificios de ruidos. Miradas amantes de otros tiempos. El sol se iba despacito, y entre los castaños rulos mezclados con el humo del cigarro, mis ojos despedían los dedos rosados que caían sin estrepito alguno. Caminé por las desérticas calles con alguna triste canción encarnada en mis neuronas. Parece que el viento nunca abandona, pensé levantando el cuello de la liviana campera que espera el calor primaveral. Llegué a la plaza y unas notas de lentos compases susurraron en mis oídos, caminé distante buscando el origen, y ahí, apoyada a ese joven caldén estaba ella. Su acordeón dibujaba arrugas melódicas, su cara desencajaba con el lugar común. 
        Al mirar sus ojos sentí como si nunca hubiese conocido ese color, una miel, imponente matiz del mejor de los sueño; labios finos y el rosado no se escapó de los delicados trazos con que fue pintada; su nariz puntiaguda, apuntando al que baña los cielos con sus muchos amarillos; su tez era tan blanca que llegaba a encandilar hasta a un ciego; Dios se enamoró antes de tiempo; estaba salpicada de estrellas marrones, tan chiquitas que parecían pecas; y la vida es corta y efímera; sus ojos tallados en blanda madera de importación estaban surcados por una sombra que delineaban naturalmente; y gotas de belleza la bañaron el día en que las ninfas envejecieron. Sus delgados brazos, vestidos por esa desgatada campera de corderoy, vacilaban al compás de una triste canción circense. Sus lacios pelos pintados de marrón, surcaban dibujando sus jóvenes pechos. No se percató de mi presencia, yo la miré absorto en una desgarradora melancolía. Tres años después que mi chica murió, yo estaba allí entre sus brazos. 
     Hacía unas semanas la había visto por primera vez, y ya conocía sus palabras lejanas mientras tarareaba un blues de B. B. King. ¿Alguna vez viste nevar?, preguntó mientras sus ojos desnudaban mi rigidez.
Si, contesté.  
       La frialdad todo lo envuelve y ahuyenta los sonidos. Pero no es otra cosa que una historia de amor, una simple y triste historia de amor, siguió con su voz nasal. Aspiré el humo del cigarro a fondo, tosieron mis pulmones; ella tenía una gran capacidad para escarbar la vieja herida que nunca dejó de supurar. La miré para que continuara, su desnudez estaba bañada por las sombras del cuarto, era perfecta, me acerqué y la besé; dejé que sus pechos me rozaran y sus manos recorrieran mi espalda. Toqué sus talladas caderas, y en cada prologado beso el dolor se hacía paso como una afilada cuchilla que se relame con la húmeda carne viva, de a poco, absorbiendo cada gemido de dolor. La transpiración caía lentamente por nuestros cuerpos, me iba haciendo adicto al dolor espiritual de su sexo, y su expresión absorta quedaba elevada en el altar de la phisis. 
          El amor entre un árbol y la luna, parecía que nunca olvidaba, que nada olvidaba, que se relamía con cada gota de mí sufrir. El árbol con sus brazos estirados clamando por la lejana luna, y en esa noche oscura, cuando todos duermen, ella llora mil lágrimas blancas. Con una silenciosa desesperación, el guarda los fríos copos que se derriten con el viento. El enojo me consumía, me levanté violento, y comencé a vestirme, parecía que se alimentaba de cada gota de dolor que rodaba lastimosamente por mi pecho, la sien latía al ritmo de la explosión y la furia era ese vaso que anida en el piso, roto en mil pedacitos cortantes y expectantes de sangre que se demarra. No dijo nada, podía sentirla sonriendo a mis espaldas. Salí atropellado a la calle, a la fría calle; la noche estaba en su mayor esplendor. Caminé, caminar, ese era mi destino, caminar dejando mil proyectos hechos añicos, rotos, destrozados, inexistentes ya, transformados en un polvo gris que anida en la nada y más allá. Ella quedó en la cama, sola con su desnudez, sola, tan sola como siempre, tan sola como yo.
 
Patchu Lucero, Nació en Rio IV en 1991

1952 (Poema)



Mucho tiempo antes de este encuentro,
en la trémula memoria de los años
venías a oscuras
cuando la noche en torno a la casa
buscaba amparo,
y el fantasma de la costurera
atravesaba el pasillo
dando puntadas frenéticas a viejos camisones,
cuando los muebles se pueblan de sombras, venías,
y en la oscuridad adivinaba tus pechos,
que aún conservaban la tibieza de la tarde,
el aroma de las hojas secas mullidas por el vaivén de la brisa,
traías una valija repleta de ropa antigua,
viejos vestidos de satén,
corbatas de oficinistas tuberculosos,
camisas ajadas con huellas de rouge y carmín
de rufianes, blusas perfumadas de prostitutas ya muertas,
un póster de Emil Zatopek
de los juegos olímpicos del 52',
traías bizcochitos de maicena, galletitas almibaradas,
terroncitos de azúcar,
esto sucedía antes que tuviéramos un rostro,
cuando juntabas mis días
al son del traqueteo nervioso de la singer;
y así andábamos presintiéndonos entre las sombras,
como si después de tantos años
al fin habitáramos el mismo hogar,
pero era nuestro fatal destino extraviarnos
en el repertorio común de apariciones,
en el inventario de desdichas cotidianas,
era nuestra maldición, buscarnos a ciegas en viejos libros,
en casas prontas a derrumbarse,
perdernos como si ninguno de los dos hubiese existidos,
y entonces sí rehacer todo en un leve ademán
como quien arroja trizas de un cristal roto al agua quieta.

* Emil Zátopek es un atleta checo que en los juegos olímpicos de 1952 ganó la prueba de los 10.000, 5000 metros y maratón, record imbatible al día de hoy.

M.G.Freites (Nogolí, 1984)

CLAROSCUROS

Fotógrafo: Darío Arístides Molina San Luis, San Luis, Argentina.- www.fotopindaro.blogspot.com

SONATA PARA ALBERTINA EN TRES MOVIMIENTOS

DESDE TILISARAO, ALBERTO FERRER, LE ESCRIBE A UNA MUJER IMAGINARIA, DE ESAS QUE NUNCA TOCAREMOS, PERO QUE DARÍAMOS LA VIDA POR HACERLO.  
I
      Dejar que la luna se recueste en la cama, percibir que el corazón, potro indómito, galope junto al viento, confiar a un niño el hundimiento de todas las naves, y entonces sí, ir más allá del deleite, palpar la piel con los labios como si se estuviera besando a un fruto venenoso, para al fin descubrir esa extraña que dormita con los ojos abiertos, que en un oscuro agujero de su memoria se retuerce. Iniciar el ritual justo cuando la noche se cierra en torno a la casa, y los cirios funerarios arrojan grandes sombras sobre ese cuerpo ajeno, que de espaldas con la vista clavada en el techo reposa, imaginarla atrozmente desnuda en la maleza, acechante como un felino hambriento que se apresta para acosar de un salto a los hombres con fusiles. Abalanzarse y cubrirla de magníficos besos, de besos muy tibios y veloces, besarla detrás de las orejas, morder su cuello, mientras ella ciega, muda e impávida se deja poseer.
II
Albertina, extraña, Albertina, acaso en la lejana hora de nuestra fatal coincidencia, hemos visto morir sobre el río las mismas estrellas , acaso en la más siniestra de las circunstancias nos hemos poseído, asegurándonos de habernos lamido cada uno de los rincones heridos, trazando círculos de lujuria sobre la carne con los dedos húmedos . Tal vez fue un soplo el que impulsó partículas de tu saliva e impregno de ardor mi carne, quizás en ese sitio dónde los crucificados lloran su aislamiento me encontraste, cuando aún era un forastero, y sin respirar besaste mis llagas, para arrastrarme como a una presa muerta hasta tu morada, dónde imploraste ser satisfecha, acercando la cara a mi cintura, fosforescente de deseo. Ahora, sentado al borde de tu cama, fumando una larga pipa, mientras por el aire palpita el hechizo luzbelico de una sinfonía oscura, bajo la fortaleza que dan estas alas, miro a través del ventanal lo que está fuera del cuadro, como cuando mis manos sucias te creaban. Veo en un hueco asomar los rostros de aquellos que al llegar el mediodía nos atraparán. Están ahí, expectantes, tras el circulo trazado de antemano. Veo mi cuerpo desintegrarse en cientos de moléculas, veo brotar tu carne rosada entre las medias y el calzón hilo- dental, quiero desnudarte, escupirte en la cara todo mi deseo, pero el nerviosismo me derrota, tirito, vulnerable, temeroso de ser rechazado. Es en este punto, dónde deseo detener todo, poder destilar esta vorágine de palabras confusas que confluyen en mí, esta pulsación que aumenta, suspender todo esto que amenaza con desbordar.  
III 
             Ya no sé qué decir. Mis palabras ya no hacen ruido. Después de todo es normal vivir este estremecimiento, si nuevamente es tu voz la que está cautivándome , mientras en torno de tu sombra como un ave aleteo aterido, extasiado, maravillado, perdido ante tus encantos , Albertina, ninfa montaraz, que ni un beso me has dado, pero que con sólo imaginar tu cariño, me sonrojo, mujer de aire, y enfebrecido anhelo el paraíso escabroso dónde te descubrí, pequeña, diminuta, imposible, justo cuando cien nublos se desplomaban en mi cabeza en fugaces lloviznas.  

Ferrer, Alberto ( Nacio en Tilisarao en 1988)