viernes, 30 de octubre de 2009

AMARILLA



Amarilla es la pena que te aguarda en la sombra,

segura de tus pálidas rodillas, de tus vanos días,
de un grito mudo.
Te espera serena, en las manzanas apagadas del domingo,
en las hogueras a rayas de tu corbata.
Se acuesta a tu lado y tiene los ojos
de un tren que no ha vuelto.
Tu pena es de silla, de cepillo de diente,
de voz desteñida, de invierno mal curado.
La llevas atragantada en los zapatos
como un eco sin dormir.
Y aunque tu pena lo muerda todo
como un caudaloso imperio,
yo se que aprietas entre tus dedos, un agua
para escapar en su naufragio.

Denis Illesca

MORDAZAS


Yo le ponga mordaza y le lamo los pies.

le impregno mi silencio
y el vierte su deseo en cada mirada.


Quiero alimentarlo
preparar con sal, con agua, con harina
lo que sabe mi cuerpo.
Me rasguña la pelvis
y tomado de mi cintura baila.
Le ordeno que se quite su traje de baño,
luego le ato las manos a los tobillos,
le vendo los ojos con un pañuelo
y le obligo a decirme que me quiere.
Hoy es mi mendigo, mi vagabundo,
viste harapos y es muy feliz.
Hoy prueba el reseco pan del pobre pedir.
Jura que no es amargo ni duro.
Al comer de rojas migajas
envenena su cuerpo
y como una bestia herida se revuelca.
Mala, malamente, herido.
Herido en la garganta,
jadea, susurra mi nombre,
aferrado a mis piernas
jura que me quiere,
y finalmente en torno suyo,
un moho negro, espeso y húmedo,
crece y lo asfixia.
Al cerrarse el espejo
lo que fue odiado
quedara al fin olvidado
junto a la lumbre de huesos cansados
que penden del tendido.
Miembros trastornados del salvaje
que conjuro la alborozada lluvia,
que cayó con dureza en mis sueños
pero que nunca se atrevió a quererme.
Todo será olvidado.
Al cabo de las noches
habitaremos otros cuerpos
y dominados por la malicia
moriremos libres
sobre la misma tierra
donde no interviene la dicha
sino el fulgor de lo olvidado.
Eso que yace roto entre los despojos
de lo que ya fue, sin haber sido nunca.

VENENO PARA ELEFANTES O LO OPUESTO DEL AZUL

Por J.J.Reynoso
Un camión naranja. Apenas se percibe la sinfonía moribunda de la tarde en la caja del camión naranja que se confunde en las calles del pueblo dormido. Regresamos después de las lluvias con las pocas pertenencias que el temporal no logró arrancarnos. Pensamos en la magnitud de las catástrofes, en el asombro que nos provoca haber visto una mujer desnuda tomar sol sin pudor a orillas del río crecido y nos consolamos creyendo que esta vez empezar será menos complicamos.
Todo es naranja al llegar. El camión, el gato, mi remera, el mantel que ella acaba de colocar en la mesa, el borde de la cartuchera, todo es naranja. Naranja es la silla de Van Gogh, cree recordar ella, y mi mano alguna vez ansiosa de rozar sus pechos, se repliega, se empequeñece al mirar todo lo que hemos abandonado.
Deberíamos volver a visitar las blancas sábana que amparaban nuestra impaciencia, excavar un poco más hondo y desenterrar lo perdido, para ofrecerle este naranja que nos ciega, como un milagro no resuelto.
Ella sirve los fideos, y pregunta por una palabra oída en sueños, por una voz que se desangra torrencialmente al borde de la vigilia, y se queda esperando una respuesta, que solo el color naranja podría darle. La miro como si estuviese a punto de abandonarlo, y cierro los ojos, para hablarle desde adentro, desde lo que queda de mí, cuando son las ocho en punto y la tarde va agonizando por los caminos que aún no hemos recorrido.
Nunca he podido saciarme en nada, tal vez por qué mi hambre no es de este mundo, pero en este naranja que nos acosa he encontrado algo muy parecido a la calma de tener lo que no se tiene.


jueves, 29 de octubre de 2009

SIESTA IMAGINADA



                                    
ojos descoloridos

en aguas cálidas
sumergidos
a pleno sol
delatan
el juego solitario
de la bañista
proyectado
sobre la arena

cuerpo primaveral
abierto al sol
en esta nada
que olvidó
su ansia de ser algo

serpentea el río
aletea los peñascos
con espumas en las alas
persigue la ruda caricia
del sol
que en la siesta
obliga sus fatigas

la bañista
pinta pájaros muertos
en sus  pechos
y se los ofrece
a mis ojos

el deseo
corre el velo
ante los ojos ávidos
y ella
el río
se adhieren
a esta siesta imaginada

M.G.Freites


miércoles, 28 de octubre de 2009

MUTANTE CORAZÓN



Es una época turbulenta,
las ciudades se derrumban,
los sueñosa traen como un imán.

Apenas respiramos
en un mundo confuso
adónde solo llega una luz
como un indefenso animal
busca su poder dentro de sí,
no encuentra nada,
finge en su claridad
y nos ciega un instante
antes de la ejucución.

Mutante Corazón
en el centro está dios
aguardamos por un verdugos
y una playa quemada
al filo del amanecer
Mutante corazón
las máquinas siguen tocando
y el sol ya no es igual
en un círculo de metal
el dromo no deja de girar
Fralepia azul vuelvo a escribir
afuera el gelido espacio orbital
besa el aura que gime sin razón
y entre las sombras
que lo cercan todo,
mutante corazón,
pasa eso que llaman amor.

M.G. Freites ( República Separatista de Nogolí, 1984)
PINTURA:  Mark Rothko "Pink-Yellow"

martes, 27 de octubre de 2009

SILENCIO !!!!


  Muchas veces el horror está hecho de silencio. Desde hace siglo se empieza por silenciar , luego se terminan desatando holocaustos. Es una costumbre de la iglesia callar, poner mordazas en aquellas bocas que se abren para escupir la rabia reprimida. Es una costumbre argentina que las apariencias engañen. No se está pidiendo exactamente silencio, sino se esta buscando poner de manifiesto una postura ante la vida. La postura de la prepotencia, la manifestación del fuerte ante el débil. Prometemos seguir hablando. Aunque nos corten con la cruz esta lengua.
Revista Selkis.

EN EL RETIRO DE LAS GRULLAS


Caserío de tumbas
Tal vez alguien advierta
que hoy por dentro
sangran estas cuerdas
donde permanecen fraudulentas


El arrullo en distancia
ha dejado su brizna,
la espesura un eco
que agita vencida


La noche es el retiro de la luz,
gallarda por siempre que mece tejida
la auténtica brisa que ladea tu mirar


Las flores en perfume de tierra virgen
arrecian tus lágrimas en el vino de su música


En el retiro de las grullas
Desprendió la jerarca mueca que abatía
al descubrir que ella fuera siempre,
todo en vano recorre en curso
nuestra secuencia y angelical insomne.


Princesa del árbol emigre
Media tarde y el sol figuraba en torno de la agonía consumada. Sentada con la vista en falso, persiguiendo el sutil desencanto del mirar, sin querer siquiera lograr ver algo, para que el estar en ese momento ahí, prevaleciera por sobre la garúa que la golpeaba en lapsos. Ejecutaba una suerte de mueca al levantar sus ojos y captaba por sobre éstos, el vulnerable esplendor que se desvanecía al batirse a duelo. Una fatídica manifestación de desprecio, al menos, con desaire en algo de su cuerpo que no dejaba de escribir, si bien cada cual no nota que siempre hay algo aborrecible para contradecirla y sobresaltar un rasgo de su belleza. Detenida, fría y calma. Aguardaba que otros pudieran acogerla, tomarla de un extremo en una secuencia ajena a su espera. Nadie la veía para que ella fuera de un tiempo presente, nadie sabe por qué todo es, al menos, derredor de su calma, princesa del árbol emigre.   
Luciano Achervi



LOS HOMBRES NO LLORAN



















Capítulo 1: 



                               El era un nene de mamá, caminaba desnudando su inhibición. Escondía tras su dispuesta sonrisa miles de “s” endulzadas hasta el “cursilismo”, dispuestas a manchar de sexo los miembros de nosotros, los arrogantes.

            Nos sentábamos en cualquier esquina, fumando a pecho, con el Heavy Metal encarnado hasta apestar sus notas. Escondíamos las cabezas en los oscuros gorros, nuestros colorados ojos no aguantaban la luz del sol.

            Yo la tenía en el bolsillo, desde hacía bastante tiempo ya, latía con fuerzas intentando salirse algunas veces, podía sentir su frágil respiración. Ella era pequeña, tenía la medida de una vela, y casi nunca hablaba, aunque por las noches se la escuchaba cantar un prohibido tango.

            Recuerdo el día que la encontré, yo era un pibe del primario. Mamá estaba en la pieza con ese señor de traje con tono de norteño, que me regalaba una bolsa de “sugus”, y tras su forzada sonrisa de hombre excitado, me mandaba a jugar con los “changos” como los llamaba él, y se encerraba en casa con mamá, siempre saliendo un rato antes que llegara papá. Estaba yo con el Héctor, pateando unos penales en la calle, cuando lo vi llegar. El viejo era un tipo tosco, su barba nunca nacía, pero tampoco moría del todo. El plan trabajar mantenía erguido su vicio, y el alcohol se instalaba en sus ojos. Fuerza de albañil, tozudez de mezcla, y violencia de ripio. No quedaba en sus manos ásperas lugar para el amor.

            Llegó a casa más temprano que de costumbre, y el trueno avisa que se avecina una tormenta.

            No recuerdo muy bien los hechos, las lágrimas poblaban mis ojos que fueron aprendiendo que los hombres no lloran. El señor de traje, salió desnudo corriendo, recuerdo su miembro erecto y sus ojos asustados. Nunca lo volví a ver. Papá gritaba, el odio potenciaba su voz, y entre la multitud de palabras, cayó  ella. El tiempo por fin dejó de correr. Mamá estaba en la cama después de la golpiza del viejo. La noche era el emperador que se paseaba con las manos frías, y yo sentado en el cordón de la vereda, tragando nudos e intentado atraer al olvido, la encontré allí, junto a mi pie izquierdo, entre un papel Vimar rojo, y una perdida bolita de vidrio. Alargada de unos tres centímetros, su color no llamaba la atención, era de un marrón opaco, tenía bordes lisos, un pequeño agujero en uno de sus extremos y en el otro una afilada punta color roja, las dos alitas estaban quietas, trasparentes como las de un hada. La reconocí de inmediato, había oído arrojarla por mi viejo. La tomé con cuidado y la guardé en mi bolsillo.

            A medida que crecí, comprendí el delito que cometía, nadie tenía que adueñarse de la palabra “puto”, ella volaba con sus alitas y se depositaba en la lengua de quien necesitara odiar. Pero ya no era así, yo la tenía. Cada una semana, cuidadosamente, cortaba la punta de sus alitas para que no se escapara volando. Una noche la dejé en la vieja pecera y me dispuse a oírla. “Homosexual”, oí su débil voz escondido tras el respaldo de la cama. Algunas noches me quedaba largas horas espiándola, pero nunca más la escuche así, creo que sabía que la observaba y me guardaba rencor por el secuestro.

            Quince años después, estaba sentado con los muchachos, en la casa del “rulo”, nos habíamos quemado trescientos mangos en líneas escuchando Iron al palo. El ventanal que daba a la calle estaba abierto, el rulo zapaba sobre Dave Murray como mil demonios. El Gordo y yo, estábamos duros tirados en el sillón. Carlos y el Boti se cagaban a trompadas pogueando con “Sanctuary”, cañazo de Maiden.

            De repente, el Gordo, corrió a la ventana y grito “trolo” a todo pulmón. Nos amontonamos en la ventana, puteando al vecino que paseaba su homosexualidad con total indiferencia. Nosotros nos cagábamos de risa mientras lo insultábamos exacerbados por el éxtasis. Yo acariciaba “puto” en mi bolsillo, ella quería salir, podía sentirlo. Quería volar después de tantos años de secuestro. Pasé mi índice por su lomo, ella subió a mi dedo y las ganas comenzaron a acrecentarse en mi pecho. Lentamente empecé a sacarla, a mi lado el Boti lanzaba mil palabras con su boca, entre risas. Sus ojos estaban rojos y fuera de sí. Cuando un ruido me asustó y rápidamente guardé la palabra de nuevo en el bolsillo. El rulo había abierto la puerta, no podía oírlo, pero incitaba a algo mirándonos y sonriendo. Los otros muchachos corrieron hacia afuera. De repente nos encontrábamos persiguiendo al vecino. Lo seguimos una cuadra, hasta que el Boti lo agarró. El gordo y el Carlos, lo tomaron de los costados.   Comenzó a moverse desesperadamente, y lloraba de rabia. Los hombres no lloran.

            Lo llevaron hasta la casa del Rulo, le ataron lo pies a la mesa, mientras el Boti cerraba la ventana, y yo preparaba cinco líneas con los últimos gramos que quedaban. Los gritos del gay se perdían entre las agudas notas de Dave Dickinson. El Gordo se había sentado en su espalda, obligando al muchacho a apoyar el pecho en la mesa, mientras le daba puñetazos en la nuca. El rulo mató una línea, y con una botella de Vodka barato que tomaba puro, se acercó al gay. Todos reíamos a carcajadas. Bajó sus pantalones y los del vecino, y tomando su miembro con la mano desocupada, lo introdujo en el ano del muchacho. Mientras lo violaba con violencia, sentí que decaía mi ánimo, pintó el bajón, pensé y me senté frente a la cara del chico. Sus ojos estaban tristes, eran color miel, medios idos por los continuados golpes en la nuca del gordo. Tenía tez blanca, nariz chiquita, y labios rosados.

            Comenzó la lastima a golpear mi puerta, así que me paré y fui hasta la mesa. Tomé el caño hecho con papel de cigarrillo, y aspiré la línea de merca más cercana. Cuando terminé y el mundo se sublevó a mis pies, supe que hacer. El gay ya estaba inconsciente, ahora Carlos penetraba al muchacho echando chorros de alcohol a su pene mientras en traba y salía, para lubricarlo. Lo tomé de la remera, y lancé con fuerzas hacia atrás. En mi bolsillo la palabra repetía una sola frase: Salvá a Juan, salvá a Juan. Carlos se enojó, con los pantalones bajos y el vodka en la zurda, encaró para pegarme, pero yo estaba un paso más adelante, y “puto” en mi bolsillo me daba valor, lo cagué un puñete en la nariz, los chicos desfallecían de risa. El Gordo cayó de la mesa cuando lo empujé, casi ahogado por su propia carcajada. Desaté al gay de la mesa, subí sus pantalones, y cargando casi todo su peso en mi espalda, caminamos hasta mi casa. 




Patchu Lucero, Río Cuarto, Cordoba.



jueves, 22 de octubre de 2009

NOTICIAS DE AYER


Molina y Freites salieron a chapear en los diarios. Nosotros nos responsabilizamos de que luzcan presentables. Sabemos bien que la literatura es una enfermedad incurable que pasa por alto la elegancia. Nos imaginamos a la distancia la cara de escéptico pasado por Alplax que puso Freites, también la preocupación de Molina por su apariencia. Las estrellas a veces alumbran agriamente. Estamos muy interasados en conocer los factores que provocaron cambios exacerbados en la personalidad de Molina.  No sabemos bien en que terminará todo esto. Reclamamos para la próxima algún presente.


jueves, 15 de octubre de 2009

Y ASÍ QUERÉS HACERLO OTRA VEZ

De pronto tuve deseos de entrar cuando la tarde tartamudeaba su réquiem.
Y así fue que entré en tu cuerpo para sangrar esta sed, por nadie conocida.
Sin querer me demoré en tus pechos atardecidos para encontrarme con el animal herido que embiste y derriba.
Me tardé, como si en el último adiós el reloj se hubiese volado, como si el viento se hubiese arrojado entre los pájaros que marcaban nuestros días.
Por los tejados el humo trepaba azul en la tarde. Esto ocurría en el preciso instante en que me dejaba caer en tu desnudez para adivinar las dolencias de tu cuerpo.
Ardiendo, ardiendo, cubrí de palabras, de salíva, cada una de tus heridas en una ceremonia silenciosa donde avanzaba en círculos, a través de la mesa, de los frutos, de las sábanas revueltas.
Al alcanzar la asfixia sobrevino el grito, luego los aplausos, como si en estas condiciones fuera una hazaña entrar sin permiso en tu cuerpo, con esta gracia renovada.
Rodrigo Heredia

sábado, 10 de octubre de 2009

PROMESAS MUERTAS

Por M.G. Freites

                                       Las promesas han muerto en la fuente de un festín postergado. Cuernos de fantasía anuncian la pronta llegada de la aurora, nuevos tiempos de melancolía y soledad. El patio de la casa está desierto, bailan junto a la brisa pedacitos de papel picado,el cielo se oscurece, la infinita rueda se ha quebrado. La mañana es una danza de hojas que cruza las veredas huyendo del árbol caído empeñado en dibujar sombras en el muro. El sol se despierta entre los gruesos nubarrones y el campo abierto se arrodilla vencido. Es inevitablemente viernes y el día parece estar hecho de arenas movedizas, necesito excluir de un solo golpe la monotonía y un mal sueño que tuve. Toda la noche he contemplado de pie, con desgano esta luna moribunda que tras el cristal no es más que una mancha difusa empenachada deshaciéndose en pálidos fulgores. Las farolas permanecen calladas con un velo azul en la mirada, un teléfono público quizás esta sonando,el vagabundo clava su cabeza en la arena y una sombra ronca y despide un denso olor a transpiración y alcohol dentro de la cama, que ya no es mía. Las horas cómo si fueran bosquejos de aves sonámbulas vuelan en las alas plateadas de un avión que acaba de despegar. Hoy un encuentro distinto me recorre las venas. Puedo ver todo aquello que no soñé. Los ligustros del jardín tiritan bruñidos por un soplo de rocío, un azul de nunca parpadea en el horizonte que parece estar mas bajo, y yo me quedo aquí acariciando la ilusión de sus manos sobre mis manos, tratando de alejarme de todas estas voces que inundan la casa, que repiten con sus fauces ebrias mi nombre. Ya no espero un cielo rebosante de centellas, sólo un atardecer calmo que me arrime la imagen de esas casitas tristes desparramadas en la llanura, interminable, ciega de vanos destellos, el recuerdo de la casa de mi infancia en Nogolí con sus perfumes de madreselvas y jazmines, con sus azaleas y sus orquídeas, con su aljibe y su sendero de piedra tachonado de rumores de luna, la ilusión de una gran lucarna que signaba los tonos y gradaciones que proyectaba sobre la calle empedrada, de la cual era su espejo. Imagino que si en este momento cierro los ojos y vuelvo a abrirlos, tal vez me pueda encontrar con el prado resonante de mi infancia, volverían las casas con techos de zinc, las flores y el silencio, con Papá que cada viernes repetía su sórdida ceremonia de salir y volver el domingo con el esbozo de una sonrisa en el rostro, regresaba con aspecto de no haber dormido en toda la noche, con ojeras que disimulaba tras una gafas oscuras, con Mamá y su canastito de mimbre dónde llevaba la tarta de manzana a aquellos picnic a la vera del Río Nogolí en esos días azules dónde aún éramos una familia.


M.G.Freites

TRES DEDOS

Por Elaine Marchetti
San Luis 


Tres dedos (¡húmedos y belicosos!)
tres dedos ahí
dónde inútil y mansamente
mueres de placer
en el borde filoso del deseo
que une fútil y dúctilmente
el agujero por donde asoma
asombroso
el irresuelto monstruo
con tres dedos belicosos
transformados en tres dedos mustios
traslúcidos.



                                                                          

lunes, 5 de octubre de 2009

AQUELLOS DÍAS FELICES


                         Por Ivana Fucks

                 Primero, la ciudad como un lecho por el abandono desolado, luego las guirnaldas grotescas que penden de los árboles, la historia del avión que va a despegar y tambalea por la pista, los niños que dibujan en la corteza de los árboles que yacen muertos en el camino, la manía de las citas y de las frases, la publicidad, y al fin nosotros, mis amigos y yo.
          En el interior de la casa, las sombras que musitan cosas por lo bajo, las velas parpadeantes que hieren de melancolía la penumbra, el comienzo del verano insinuándose en cada grieta, en cada soplo. Imágenes brumosas, melancólicas de las callecitas de tierra, paredes descascaradas, habitaciones vacías con virgencitas tristes. La navidad anunciándose con estruendos de cohetes, con villancicos mudos, con guirnaldas que ahorcan las ramas de los castaños.
                 La historia del avión, en una época signada por la guerra, caminitos de provincia adornados con minas antitanques, muros empapelados con rostros de líderes de la muerte que han desaparecido entre las hojas de un periódico.  El avión que se alza antes de la tormenta, para deshacer las gotas, para robarle el brillo a los relámpagos, para domar el vendaval. La publicidad, el diario motivado por la publicidad, tres amigas, un auto una ruta y la vida que ya no despeina.
                     Albertino, casi igual que un año atrás, su cuerpo frente al espejo, inmóvil, fosilizado en un ligero rapto de vanidad. El cabello oscuro zigzagueando en el lento ademán de sus manos, que se alzan, para explicar lo inexplicable. La pollera de jeans, las zapatillas con plataforma, la musculosa con Jeff Buckley en el pecho. Y esta morosa voluntad de nombrarlo, que se apodera de mí, cuando la hoja en blanco me muerde la mirada. Ahora sí un puñado de historias. Princesas de oropel que en una caricia consumen su vano esplendor. Caricias que se ocultan en la tibieza de un sostén. Las diferentes reencarnaciones del amor.
      Nosotros, mis amigos y yo. El recuerdo de los balnearios, cuando los chicos éran oscuros, secos, flacos como palos. La resignación de ser invisibles para los ojos de nosotras que encendíamos de lava ardiente cada rincón de sus cuerpos. El tiempo que por esos días era enorme, la fe en Dioses de fantasía, en ídolos que se colgaban una fender y desafiaban el mundo. No este tiempo cobarde, de amantes de alquiler, de promesas rengas, de besos hipotecados , de cartas suicidas que se escriben y se arrojan al viento. Y la noche ahí, desgranando su corolario de tentaciones. Ese dejo hiriente a callejón sin salida resoplando ahí...

AQUI ME HE QUEDADO YO




Por M.G. Freites.

A Iván, en la distancia.

                     Es de noche y no puedo dormir saco a pasear esta ansiedad por las calles desoladas del pueblo. Pienso en mi amigo, mi viejo amigo que en un vuelo de pájaros descendió por el precipicio azul, se fue una noche, y el tiempo hizo de su adiós un fantasma que muy tarde viene a acosarme con su estrella ciega, oscura de tanto olvido. Todavía lo escucho decirme, necesito un compañero en mi falta de fe, lo puedo ver con las piernas extendidas vaciándose un vaso de grappa, un mechón de pelo cayendo en su frente, y esa mirada extraviada en algo que siempre parece estar más allá.

No puedo decir que lo eché de menos, creo que ya era tiempo de buscar en lo perdido una tregua, un lugar distinto dónde pudiéramos ver la vida por separado. Siempre uno debe estar corrigiéndose aunque tenga mil años, decía mientas intentaba tratar con lo agonizante.

Recuerdo los días en que caminábamos descalzos por la calle, con un libro de Bukowsky y dos vinos en la mochila, puedo imaginar dos absurdos canallas hablando de coches y de mujeres, a un costado de la vida, con las esperanzas perdidas en forma prematura. Recuerdo el banco de la plaza desierta en madrugada, dos sujetos que lo ignoraban todo de la vida, tirados allí ideando un suicidio, un asalto, una muerte decorosa entre tanta desgracia.

Ahora todo no es más que un remolino de palabras amontonadas contra toda voluntad. Inútil resulta a la distancia contar como atravesábamos puertas de vidrio en noches de alcohol, mientas los colectivos partían con rostros aplastados en sus ventanas. Días en que recorríamos la noche si haber tocado una chica. La verdad es insoportable, decías, mientas tratabas de librarte de todo lo que cuesta esfuerzo.

Tuvieron que pasar años para calmar ese ardor que nació con nosotros. Siempre, siempre soñando con irme de este pueblo donde me quedó mirando una pared llena de inscripciones, fumando un Lucky Strike, y soñando con irme al mar con una chica macedónica. Y ahora es mi hermano el que se ha ido y se despierta junto al Pacífico entre los brazos de su mujer.

Aquí me he quedado yo, sin atravesar la línea aún, cuidando de mis padres y de mis asuntos, tengo una mujer delgada varios años mayor que yo, es melancólica y cree en la vida extraterrestre, tenemos mas de diez gatos, un perro que no ladra ni muerde, trato de no pensar mucho en todo esto, pero cuando uno menos lo piensa, es cuando más tiene los ojos en todos lados.

Tal vez todo debía ser así, mientras todo ocurre sin orden aparente debo seguir luchando por convertirme en un hombre, y salir, de aquí, salir con la esperanza de que hay otro sitio, otra vida, aunque cada día esto parezca una inútil ilusión.

Fotografía: Robert Frank