martes, 31 de mayo de 2011

EL HOMBRECITO AMARILLO

    Por Marcos Freites

El viejo trataba de explicarle al niño la razón por la que no podía descender hasta el fondo del pozo.
-Hay mucho fango, quedarás enterrado hasta el cuello, y a tu edad no es bueno que te hundas.
- Quiero ver al hombrecito amarillo.
-Lo verás más tarde cuando llegué tu padre.
-Es que yo quiero verlo ahora, tío.
- Bueno, bajarás conmigo.
Desde que un sujeto merodeaba la casa de los Meneses, el viejo se había convertido en la sombra de su sobrino. Sus padres habían tenido que viajar a la ciudad de improviso, y no existiendo otro familiar cercano, el niño quedó en compañía del viejo. La casa era pequeña, rodeada por un puñado de árboles frondosos, con una larga chimenea por la que siempre salía un humo espeso y azul. En frente como única vegetación crecía un sauce castigado por los ventarrones donde los visitantes solían atar sus caballos. Abajo, casi en secreto, corría el arroyo en cuyo fondo el niño había visto el hombrecito amarillo antes que se decidiera a morar en el pozo.
El viejo tomó al niño de la mano, y cuidadosamente inició el descenso. El terreno estaba resbaloso y costaba hacer pie. El niño bajaba dando gritos, llamando al hombrecito amarillo. Un olor nauseabundo a fango podrido brotaba desde el fondo. Mientras sujetaba al niño, el Viejo recordó el rostro amoratado de la niña en el zanjón, la mueca que antecede a la muerte, el guardapolvo rasgado con manchas de barro, el chirrido de los cables eléctricos silbando junto al viento.
-Volvamos, no hay nada ahí abajo.
- Pero tío, está bajo el agua. Yo lo vi meterse. Hasta escuché el ruido del agua cuando se sumergió.
- Volveremos mañana, respondió el viejo e inició el ascenso apretando con violencia la mano del niño que se empeñaba en bajar. Arriba, a través de la boca redonda, brillaba la claridad del día. Las paredes del pozo, cubiertas de musgo, dificultaron el regreso. Tras varios resbalones, alcanzaron la superficie. Ahí se sentaron en silencio. El niño estaba cabizbajo observando los pies gigantescos de su tío que se había descalzado. Tuvo deseo de acariciar el vello de las piernas, recorrer esa piel repleta de manchas blancas. El viejo trataba de olvidar la niña, los gritos que dio sin que nadie le prestara auxilio. Recordó el lunar en forma de trébol junto a las nalgas, blancas, flacas,  repletas de rasguños.
- Mientras el hombrecito amarillo viva ahí, seguirás viendo cosas feas, tío, dijo el niño sin mirar al viejo, y  dejó que su vista se extraviara entre los montones de piedra que reverberaban bajo el sol.

Ilustración: Mark Ryden

viernes, 27 de mayo de 2011

CARAMELOS DERRETIDOS Y OTROS POEMAS


CARAMELOS DERRETIDOS Y OTROS POEMAS
MAURO CUELLO

CARAMELOS DERRETIDOS

Transgresiones vespertinas
Marcan el caudal de un río,
Con desembocadura
En la amarga experiencia que nos unen.
Lo paterno se desintegra
En un rito de caramelos derretidos,
Por los calores de tus desgracias.
Lo ves.
Y el silencio te arrebata
Al cerrar la puerta.
 Comenzó la fiesta.
Silencio.
 Escuchas el silencio,
Aferrado a un  inocente álbum de figuritas,
Esperando.


Trozos de espejos
Se vienen a la memoria,
De aquello que es
 El múltiple reflejo.
No resisten mirarse.
Ríen rompiendo sus huesos,
Con cálidas melodías interpretadas
En las causalidades de existencias mediocres.
Nos miramos,
Y surge la pregunta.
¿El poeta dónde está?
Sabes la respuesta
Pero no se lo digas a nadie.
Y en la raíz primigenia,
Donde lo invisible
 Se vuelve delgadamente inexplicable
 Para el ojo,
Lo ves sentado.
Asesinado por el prejuicio de las palabras.
Que no encuentran sus significados,
sus vocaciones…

AGONÍA

Detrás de la ventana,
La vida me arroja pequeñas piedras.
No La escucho y lloro.
Al pasar los años la sensibilidad del vidrio se hace presente,
Me interpela,  pregunta,
Grita.
El eco de sus palabras cansadas me retumba en la cabeza.
El sol ya no es el mismo, el también se cansó.
¿Cómo lo sé?
Sus rayos ya no son iguales,
Yo tampoco.
Y mientras el mugriento aire del afuera contamina
 Lo que puedo ver.
Me sofoco en una habitación que se impregna de la nada,
Esperando el momento de salir.
 Por la ventana.

LA ROÑA

Mal gastada la roña que lubrica las mezquindades.
Criticas sin sentido.
La piedra choca con otra piedra, otras diferente a ella.
Rozan desesperadamente oyendo sus gritos, los gritos.
Poco a poco la roña fluye, las baña, las sofoca.
Sin poder respirar se detienen un instante.
Concentran.
Concentran……
Un segundo de magnitudes astronómicas se hace presente.
Explosión de amarga vivencia la derrite.
Se ha perdido la piedra,
Las piedras.
Nunca lograron transformarse.
La roña,
Esa de todos los días,
Con fina perseverancia
Forja en la misma entraña de la piedra,
El triste destino de ser solo una piedra.
La decisión nunca le dijo al segundo.
Detente.
Hoy soy piedra que se sabe diamante.
Y me lo creí.

Mauro Cuello
Naturaleza muerta -1973-Roy Lichtenstein


lunes, 23 de mayo de 2011

LAS BOLSAS ESTÁN VOLANDO

          Por Patchu Lucero
Las bolsas están volando. Se enredan entre ellas, se burlan de los efectos gravitatorios y vuelan. Recorren metros y metros hasta posarse en una esquina desgarradas por las ramas. Luego de levantar vuelo, una bolsa sabe que no será la misma, que cuando el viento cese, se desplomará en tierra, sangrante por tajos insolventes, desecha, y será basura, olvidada por los usureros, utilitarismo falaz, un empirismo olvidado. Ya no será una bolsa que llenarán.
Berenice arrastraba los pies mientras caminaba por la rivera. Las luces se reflejaban en la oscuridad inquieta y los cazadores de romanticismo de manual colocaban sus cámaras fotográficas frente al rio. Berenice, tenue y recíproca, no tenía un después. Con una cartera (con toallitas, un espejo roto, un monedero con $10 en monedas, y dos servilletas con frases de Baudelaire) arrastraba los pies de arena, mientras pensaba en las bolsas. Manuel era de plástico demasiado pesado para volar, con sus fiestas de poco alcohol y mucha estupidez.
Berenice susurraba Et je I`at trouvée amère sin saber lo que decía, y pensaba en las bolsas. Carmen, la amiga y sus eternos después. Primero su novio que le hablaba de Venecia y la caridad en África mientras pagaba la cuenta del café en Habana y le miraba el culo a la camarera. Primero la salida con las amigas que sueñan ser bailarinas de Tinelli... Máscaras con etiquetas.
Berenice estaba cansada del silencio estrepitoso. Et je I`at trouvée amère. Revisó los bolsillos y encontró una canica que un delirante le había regalado. Sonrió. La falta de lógica conlleva a estados insostenibles, carestía de objetivos, le había dicho esa tarde, recordó al delirante serio, y abriendo los ojos le respondió: La vida es una bolsa de nylon en pleno vuelo, si no te subís sos un caño de PVC lleno de mierda.
Un joven se paró a su lado ¿Tenés hora? le preguntó, Berenice miró el reloj de las horas. Si, las dos de la tarde. El joven se quedó perplejo en medio de la inminente noche. Berenice volvió a sonreír. Cansada de los caños de PVC. Se sentó frente al puente del Howard Jonson mientras en su cabeza se dibujaba Manuel cuando contento con el uniforme de estudiante de policía golpeó la puerta de su casa. Con su corte a la americana le contaba a la familia de Berenice como había aprobado el ingreso. Había corrido cuarenta minutos sin parar, había hecho cien lagartijas y después había desarmado y armado una 9 mm en 20 minutos. El papá de Berenice lo miraba satisfecho, contento que su sangre se prolongue en los caminos de la ley y la moral, mamá había dejado las cuentas del rosario y sonriente escuchaba a Manuel.
Berenice miró un murciélago que revoloteaba inquieto sobre el rio. Manuel, Carmen, su papá, su mamá, el quiosquero, los profes, todos caños subterraneos al servicio del drenaje. Ella quería ser una bolsa. Et je I`at trouvée amère “¿Cuánto hace que no hacen el amor?” las palabras revoloteaban, se mezclaban con la idea de la Maga parada en medio de un zaguán sin nada. No quería volver, con un sermón lleno de moral, con una cama que se convertía en contición, con un té lleno de reproches, con una facultad de lógicas domésticas. Ella quería saber eso de subirse, de ser una bolsa de nylon en pleno vuelo.
Y entonces, como enviado por un motor llegó el viento pujante “contá conmigo para el viaje, pero no esperes que me quede”, tocó su hombro, “Cuántas estrellas hay que contar antes de saber que estamos vivos”, y le arrancó un gemido.
Nada puede ser más fácil que ser una bolsa de nylon en pleno vuelo.
Arte: Roy Lichtenstein

miércoles, 11 de mayo de 2011

DESPUÉS DE LOS ESPEJOS


Por Patchu Lucero

Pasa este río como una antigua estrella fugaz. Todavía espero a Laura que me prometió venir. El relativismo del tiempo no es otra cosa que la cadencia de la composición, es la figura rítmica dentro del cuatro cuartos (el mundo está divido en cuatro cuartos) Por los que los minutos esperando a Laura se me hacían eternos.
El sol crujía intentando persuadir las sombras. Laura llegó y me dio por fin el paquete. Era redondeado y del tamaño de una canica grande. Estaba envuelta en una tela medio sucia de algodón azul. Lo tomé con el cuidado que requería. Laura me miraba, deseosa de saber que era el contenido. Por su mirada tuve la certeza que había seguido al pie de la letra las instrucciones. Andá hasta el lago de brea, sin meterte. En el occidente vas a encontrar un bulto de 20 centímetros de circunferencia. Agarralo con excesivo cuidado, y lo guardás en el bolso. Es imprescindible que no lo mires, que no lo abras. Ella lo había hecho sin miramientos. Había sido de una ayuda increíble, no sé si era por ese amor laberíntico que sentía por mí, o por alguna sensación de asistencialismo. Pero para mí solo eran los fantasmas. Luego de ver El Dorado, de ver el último círculo atemporal, ya no había rio, no había tiempo, ya no había música, ni sol.
De a poco fui desenvolviendo el paquete, y ahí estaba, el ojo del tigre blanco, tan azul. Me fui consumiendo en la vorágine de los mares que se desprendían de su retina, abandonando el sol y el tiempo. Nadando hacia otra caverna.

domingo, 1 de mayo de 2011

EL MUNDO NO ES MÁS QUE ESO

Por Luciana Garamondi 
1.Si se redujera el ruido disperso a unos pocos aullidos y no tuviéramos que soportar el alboroto de los recién llegados ni el estampido de la música del trópico, podríamos dejarnos caer en la cama y por un rato hacer más llevadera esta miseria, aunque tengamos que conseguirnos plata para el almuerzo y toda tu familia empiece a mirarnos con mala cara y antiguos novios comiencen a merodear la casa en autos lujosos y mires hacia el pasado convencida de que las cosas hubieran sido muy distintas si no me hubieras conocido; y así se nos van yendo los días y sin que nos demos cuenta lo que ayer estaba en un punto hoy está en otro, todo se vuelve inalcanzable de este modo.

2. En todos lados hay marcas húmedas de tus dedos. La verdad es que no les he prestado atención hasta hace unos pocos días cuando algo de vos empezó a apoderarse de todo, hasta de las cosas que la intemperie silenciosamente había rechazado.

¿Son tus huellas señales que preceden al fin del día? ¿Intentás demarcar cuidadosamente lo que hemos dejado a medio hacer? ¿Recuerdan tus pies el camino que tuvo que atravesar el fuego para llegar hasta aquí?  ¿Cuándo falte la luz en esta habitación dispondrás de lo que queda de mí?

3. Abrías espacio entre los cúmulos de sombras para ubicar algo de vos ahí en ese punto donde yo no podía dejar de mirar y no era tu boca burlándose de la lluvia ni siquiera la tibieza de tu saliva recordándome días en que te pertenecía por completo y sin protestar me entregaba a tus caprichos.

4. Y para no escribir en vano, en el lado soleado del cuaderno de apuntes está el ojo en tinta, la prosa inconclusa, el cielo concedido antes de tiempo, el pañuelo ya poblado de adioses en mitad de una lluvia incesante.
5.
El mundo no es más que eso. Apuntes en un viejo cuaderno.
Registro de días donde no suceden grandes cosas. Apenas el recuerdo de una chica dispuesta a cumplir su insensata voluntad, un sueño recurrente. El vuelo de los patos salvajes al final de la temporada. Ropa tendida. El zumbido de los insectos rondando la fruta madura. La voz de las visitas que llegan a la hora de la siesta.
El mundo no es más que eso.
6. Nos reuníamos a orillas del gran canal en mitad de la noche. A veces, éramos tres sombras hambrientas dispuestas a beber botellas infinitas de alcoholes infernales. La vida se nos partía entre los brazos. Otras veces a la luz de una fogata nos quitábamos la ropa y todo nuestro tesoro era un trozo de piel ofrecido, cuatro gotas de vino, un rayo de luna hiriendo nuestra desnudez. Hasta que un día supimos del espanto y bajo una lluvia espesa, amarillos de horror dejamos para siempre nuestro lugar a orillas del gran canal en mitad de la noche.

7. Puede verte coleccionando agujas un domingo frío en las afueras de la ciudad, caminando entre los escombros ante la indiferencia de los guardias que no puede ver la tristeza de tus brazos alargándose para abrazar un manojo de niebla. Pienso en la humedad de tu habitación hundiéndose al final del día, en unas manos entumecidas por el invierno que no se cansan de escribir acerca de cosas que el viento arrancó y entonces es un alfiler atravesando el cuerpo de un gatito de paño, pájaros de plumajes extraños que se disipan junto al humo de la estufas, la claridad furiosa de la mañana, una figura que el espejo se empeña en reflejar cuando te quedas a solas e insistís en abrazarme, en darme caricias sin dejar de pensar en vos, como si este cuerpo no fuera más que la extensión de otro cuerpo, al que es necesario adorarlo para aliviar su ingravidez.
Luciana Garamondi, nació en Concarán en 1990.  Se enorgullece de no haber hecho nada digno de mencionar.