jueves, 30 de diciembre de 2010

HISTORIA DE PITANGA/ LO TRÁGICO Y SUS VOLUNTADES II

Por M.G.Freites
EPISODIO DOS
HISTORIA DE PITANGA
El desierto está en todas partes
                                                    Joseph Brodsky 
El círculo máximo es el camino más corto entre dos puntos en una esfera. Los pilotos de los aviones lo utilizan para ahorrar combustible, para reducir horas de vuelo. Esto no lo aprendí en la fuerza aérea, sino mirando televisión, antes de convertirme en un rural.
Desde niño me fascinaron los aviones, el primero que vi fue un Lancastrian Star Dust que tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en la vieja ruta que se dirige hacia los bosques del norte. Estábamos con mi hermano cazando lagartijas cuando lo vimos, esa siesta, hacer carambolas entre las lomas, hasta que lo perdimos de vista tras la cortina de álamos. Como poseídos por una fuerza irracional corrimos hacia donde había aterrizado, envueltos en una fascinación que recién varios años después volveríamos a experimentar.
Ahora que todos los ojos parecen estar puestos en nosotros nos comunicamos en secreto con mi hermano, nos guiamos por los horarios en que pasan los aviones. Usted debe saber que este pueblo es una importante ruta aérea por su escasez de tormentas. Además recuerde que estamos a apenas de veinte kilómetros de la vieja pista de maniobras que utilizaba en secreto el ejército.
                                                         *****
Decidí trabajar en esta estancia, cuando me enteré que sucedían cosa extrañas. Estaba tras los pasos de una mujer, con la cual en cierto modo nos habíamos amado. Una hija del goce, contaminada por los pinchazos de la locura, fatalmente hermosa. La primera vez nos amamos en el piso de un calabozo. Ambos fuimos encarcelados por iniciar la resistencia. Sus ojos me provocaban a veces placer, otras, mucha rabia. No era la mirada, lo que me irritaba, sino esos ojos que parecían muertos. Unos ojos fríos que conspiraban contra el paso del tiempo. Aquella tarde habían estado esos ojos, todo el tiempo observándome. Eso lo advertí después cuando me acerqué al mesón, y pedí otro vaso de vino. Entonces la vi parada allí junto a la pecera, donde un bagrecito gris flotaba a la deriva. Quise sonreírle pero los músculos de la cara se me habían endurecido. Quite mis ojos de sus ojos, maldiciéndolos, jurando que la próxima vez que los tuviera al alcance no dudaría en arrancárselos. Pensé en el camino que me había traído al mesón, en la cara de los hombres que iniciaban el éxodo a los bosques del norte, en la infinidad de ojos dispersos en la oscuridad pegajosa, y un pensamiento entre todos los pensamientos me irritó. Mire hacia donde estaba ella, temiendo que se hubiese esfumado, que con su desaparición me condenara a vivir eternamente en la incertidumbre de haber estado ante una aparición, como aquella vez junto al espigón cuando su presencia me dejó aturdido.
Ella seguía parada en el mismo lugar. Decidí acercarme. Ella permaneció con los ojos fijos en un punto, como si solo pudiera existir en la inmovilidad. Mire sus piernas tensas, clavadas al piso donde las manchas de licor derramado, comenzaban a volverse grotescas bajo la luz opaca, macilenta. Una lumbre helada que congelaba los huesos. Recorrí su cuerpo con mis ojos, me detuve en el cinturón luminoso, en la chapa metálica que pendía de su chaqueta oscura. Busque en mi memoria algo que me permitiera hurgar en su interior sin ser visto, pero solo hallé la imagen de un talismán en una osamenta calcinada por el sol.

*****
Observé en los ojos del gato la hora y salí a caminar sólo para sentir la tierra bajo mis pies. El camino que había elegido, era una huella zigzagueante que atravesaba el monte bajo, arranchado, hasta dar con un jagüel donde unos caballos famélicos buscaban agua desesperados escarbando en la arena caliente. La lluvia, los carros de combate y el viento habían cuarteado la tierra formando curiosas ondulaciones como si un sismo repentino hubiese serruchado el suelo. Los puestos, que varios años antes habían visto resplandecer Las Lajas, tras el éxodo, estaban en ruinas. Los peregrinos habían buscado una ruta alternativa casi a la altura de Siempre Viva, donde se extiende como un oasis la estancia El Silencio. Buscando una conexión con los días  extraviados decidí ir  hacia allá.
La huella descendía hasta perderse en un vado profundo, desde el que fluían unas manchas líquidas oscuras. Al atravesarlo vi las torres de exploración, los vestigios de la estación donde el rápido descendiente solía detenerse a cargar víveres en sus excursiones a Los Tapiales. Bajo el chaperío agujereado por los aguijones oxidados de la última lluvia ácida me eché a descansar, traté de desdoblarme como en otras épocas donde aprovechaba mis sueños para explorar el terreno. Cerré los ojos, y al hacerlo me fije en la cabeza la imagen de un vasto campo de espejos, restallando bajo el sol. Esta visión funcionó como portal, y me figuré avanzando por un sendero angosto, áspero, en compañía de un perro. Una muchacha joven que aguardaba sentada en la cima sin decir una palabra me besó en la boca, y con una voz lejana me preguntó, si tenía un alma para obsequiarle. Le arranqué el colgante y la abracé con fuerza, besándole los pechos. Unos pechos colosales que hacían sombra. Una fuerza que se parecía al deseo me invadió, y apreté su cuerpo contra el mío. Ella sin la protección del amuleto, comenzó a llorar, temiendo  todo lo que la rodeaba. Traté de tranquilizarla, examinando con  delicadeza sus manos gastadas, agrietadas por la intemperie.


¿Tie-ne-mie-do señor?, susurró ella, y se arrodillo ante mí, puso con delicadeza su boca en la punta del miembro, y soltó un sonido que en parte era de placer y en parte puro fastidio. Pensé en lo que me había dicho un rato antes mientras el sol reverberaba sobre el pedregal. Todo nuestro conocimiento nos acerca a la ignorancia, dijo sin apartar los ojos del suelo cubierto de musgo. Me quedé en silencio mientras ella hacía con mucha dedicación su labor tratando de entender lo que me había querido decir. La cercanía de la muerte no nos acerca a Dios, dijo y subió con cuidado el cierre de mi pantalón.
Atardeció con rapidez. El perro al caer las primeras sombras desapareció tras un rebaño de cabras. La chica pidió que le devolviera el amuleto, su voz me pareció ajena, una vez que lo hice se sentó con las piernas cruzadas a meditar. El color es un poderoso medio capaz de ejercer influencia directa en el alma, musitó antes de despedirme.
Abrí los ojos, y vi unos pájaros grises mirarme con indolencia desde el copioso follaje de los aromos. Entonces recordé nombres que ya no existían, recordé a personas que solo había visto en sueños, y tuve la sensación de que alguien me miraba. Entonces tres tipos se acercaron, amenazantes. Uno de ellos me rodeó con sus brazos, y me arrastró hasta donde tenían sus caballos. Sin que pusiera resistencia alguna, me amarraron las manos y comenzaron a golpearme con rudeza. Sus golpes eran débiles, luego del primer asalto mi cuerpo era inmune al dolor, además en última instancia podía desdoblarme. Se cansaron de golpearme, quedaron agotados, yo me quedé con el rostro sangrando, cantando los viejos himnos de libertad. Estaba por oscurecer cuando usted me encontró, y me trajo hasta aquí.
Ahora estoy listo, para seguir con la búsqueda, lo supe cuando volví a dormir y no tuve sueños. Fue un alivio, camarada, al final estaba libre para soñar sueños ajenos.

Las Lajas, 1999




miércoles, 15 de diciembre de 2010

LO TRÁGICO Y SUS VOLUNTADES I

Por M.G.Freites

EPISODIO UNO
A la noche el aire es más liviano. Se levanta una brisa del norte y trae el olor a guano de los corrales, el perfume de los pastos humedecidos por el sereno, las voces de los caminantes que andan al acecho rapiñando.
Nos sentamos en la ramada a tomar unos vinos apenas se oscurece. Las palabras gotean, y uno poco a poco las saborea. Después de uno o dos tragos las palabras parecen sonar con otra música, y una tras otra algo van contando.
                                                         ******
El Pitanga se la pasa mirando para arriba. Anota en el suelo los horarios en que pasan los aviones. Va retrasado el de las siete, no pasó el de las ocho y cuarto, dice y se queda mirando quien sabe qué, como si descifrara señales en el pestañeo de las estrellas.
A las diez de la noche pasan dos aviones seguidos. Uno va bien alto. Apenas se ve.  Cuando va a hacer frío deja un chorro blanco en el cielo. Esos aviones dice el Pitanga que van a Dinamarca. A Estocolmo, señor. Mire aquí en el bolsillo tengo una foto que encontré en una revista. ¿No le parece lindo? Mire esa plaza congelada, los chicos patinando. Debe ser una hermosura ver esa ciudad cubierta de nieve.
A las once y veinte pasa el último avión. Va hacia el sur. Cuando uno los ve pasar a los aviones en la noche son apenas unas lucecitas parpadeando. Siempre avanzan en diagonal, cortando al sesgo el cielo. Primero se ven las luces, después se escucha el zumbido como si saliera de debajo de la tierra.
                                                                ******
Cuando empezó el desmonte estábamos ciegos. No veíamos nada de lo que pasaba a nuestro alrededor. A medida que fue pasando el tiempo nos quitamos la venda, y entonces vimos. Cuando uno ve es todo un acontecimiento. Siente rabia, por haber atravesado los días sin darse cuenta de nada. Pero ya es tarde, no queda otra salida que hacer una marca y arrancar de nuevo. Con más cuidado eso sí.
También está el silencio. Uno no sabe cómo lidiar con él. Es peor que la soledad, peor que el frío. Para la soledad, para el frío existen consuelos. Están las manos, los guantes, los recuerdos de una mujer desnuda. Pero para el silencio no hay abrigo.
Aquí el silencio es ruidoso. Tiene la forma de un chillido mudo. Como una rabia ahogada en la garganta.
Cuando se hace de noche el silencio se echa encima del monte, de las camas, encima de todos. Nos quita la poca felicidad que tenemos, que no es otra cosa que la capacidad de olvidar.
Hay noches en las que me despierto y me pregunto si es que toda la vida no he estado en silencio.
*****
La Sarita solía ser de pocas palabras. Hablaba con los ojos. Esos ojos que se enredaban con tanta tristeza. De chica había sido sufrida. Cuando hacía mucho frío la apretaba contra mí como si fuera una gatita enferma. Le estrujaba las tetitas pequeñitas incapaces de amamantar, y de su boca brotaba un olor cítrico, alimonado que me obligaba a ahogarla.
Nunca le pude dar lo que merecía. Tampoco me pude ir al todo del pueblo. Los pueblos tienen tapias invisibles. Imposibles de saltar. Ella se aburrió, se cansó de esperar. Las mujeres no tienen paciencia, se desesperan con facilidad. De todos modos tienen razón, la belleza no les dura mucha, y tienen que aprovecharla. Qué van a hacer, pobrecitas. La casa a la que la llevé no tenía baño. El piso era de tierra, y estaba plagada de mosquitos.  Un día me desperté, encontré una notita en la mesa, escrita con faltas de ortografía. Me avisaba que se iba a trabajar con el hijo del Doctor Ansaldi, que la disculpara, pero la paciencia se le había agotado.
Los hombres que acarreamos una tristeza profunda nos delatamos cuando estamos solos. Dejamos ver todo. Es una pena mostrar demasiado. Siempre hay gente atenta por descubrir tus debilidades, y a dónde ve un hueso flojo ahí te acomodan la pedrada. Así uno empieza a caer, hasta que viene uno de los grandes y te asienta el piedrazo final en el medio de la cabeza.
******

Entonces figúrese, mi amigo, a cada paso que daba me enterraba más. Las cosas estaban podridas y uno no le tomaba el tufo. Es que acá cuando llegas lo único que parece que pasa es el tiempo. Todo fingía ser así, hasta que apareció ella. Venía huyendo quién sabe de qué. Joven, hermosa, con un aro en el ombligo.
Lo que más me gusta de ella, es su cabello. Cae sobre su espalda como una cascada. Me gusta verla caminar en las tardes, era como si el sol fijara todos sus rayos en su cuerpo. Cuando la vimos llegar pensamos que se trataba de una aparición.
Con ella llegó el demonio. Todas las maldiciones se conjuraron cuando abrió la maleta. Empezó entre nosotros una competencia vil por agradarle, por regalonearla. Para colmo ella retribuía con creces la gratitud brindada.
Una noche casi me mata. Apareció a medianoche en la pieza, se acercó despacito, como tanteado la oscuridad y se metió en mi cama. Yo temblaba, señor, era como si mis huesos se fueran a desgranar. Una baba pegajosa me brotaba a borbotones del guargüero. Como si quisiera matarme a aquemarropa, abrió su blusa y como se saca de la jaula un pichón con su mano me puso en la boca una tetita. Sosteniéndola me pidió que la amara de la misma forma que ella las ama. Como si me hubiesen echado sal en una lastimadura, me eché encima de ella y le mordí los pezones. Estaba sediento, un ardor demencial me acosaba. Ella trató de calmarme. Pero yo no podía. Temblaba. Estaba a punto de arrancarle toda la ropa cuando recapacite. Entonces me invadió un odio que jamás había sentido por nadie, y le sujete las manos. Busqué una soga y se las ate para atrás. Me quede mirándola con rabia. La juventud ajena es perversa, solo viene a hurgarnos la imaginación. Usted no va a creer, pero al verse atada, no soltó ni un grito. Me miraba calladita, con esos ojos donde parecía siempre vivir la calma. Más rabio me dio. Tuve ganas de ir a buscar la escopeta al aserradero y pegarle un tiro en la cabeza. Esos ojos me enfermaban. Todo el tiempo me incitaban a desnudarla, a arrancarle la juventud de una sola embestida.
Nos quedamos mirando un rato, en silencio. Hasta que me calmé y la desaté. La desaté y la besa. La besé con torpeza como si fuera un adolescente. Ella abrió su boca y me tragó la lengua. La arrastró hasta sus entrañas. Yo estaba poseído, le apretaba con fuerza los pechos, la saliva me salía a borbotones. Tuve que parar.
Me empezó a dar miedo esa fuerza que controlaba mis impulsos. Era otro, hasta yo mismo me desconocía. Cuando me aparté, ella soltó una risita entrecortada, acomodó su ropa y salió de mi pieza, como si no hubiese pasado nada.
Esa noche no pude dormir. Me pasé la noche entera dando vueltas en la cama. No queda otra salida que embarcarla mañana con Don Adolfo. Está corrompiendo todo con su juventud. Reynoso anda peor que yo. Unos días antes lo había atracado junto al silo y jura que le pegó una chupada soberana. Lo dejó inválido. Le sacó todo el quesillo. Tiene una lengua traviesa, inquieta, que arrasa con todo. Todavía ninguno la ha puesto. Nos da julepe. Usted me dirá que soy cagón, pero cuando tenés al alcance una pollita tan tierna, el temor te acosa y le  aseguro que no es un temor cualquiera.
Para todos será mejor que se vaya. Tiene que encontrar un muchacho de su edad que la quiera. Un hombre con muchas páginas en blanco. Uno a esta edad es un cuaderno rayado, ya no tiene cosas nuevas que escribir. Salvó unas notas al margen.
Aquí todos somos náufragos. Tipos que en su juventud se embarcaron en un crucero de lujo y terminaron en un barco fantasma hundiéndose. Decepción tras decepción. Eso ha sido nuestra vida. Al principio duele el fracaso, después uno se acostumbra a convivir con él, y a veces es hasta un buen amigo. Mire lo que digo, pero cuando junte unos cuantos año se va a acordar de lo que le digo. Después de todo, como dice alguien, somos frutos del tiempo perdido. Nadie como nosotros ha cuidado tanto sus propios defectos, hasta hemos llegado a ennoblecerlos. Sino cómo se explica que le hayamos perdonado la vida a la niña.
Pida otra botella, amigo, aún tenemos unos minutos para que me cuente de usted. No sé si usted ha estado demasiado tiempo callado o yo no lo he dejado hablar.



Las Lajas, 1999.

martes, 14 de diciembre de 2010

EL NAUFRAGIO DE TODAS ESTAS GANAS

Versión de Patchu del Lucero

Tus ojos son globos que se desinflan al final de la fiesta. Me pregunto dónde estaban cuando las luces aún alumbraban el suelo. He pasado demasiado tiempo sin prestar atención a lo que flotaba a mí alrededor. Por un momento creí estar solo, pero ahora son tus ojos los que acompañan temerosos, mi desidia.
Al principio no supe que decir, pensé en salir por la puerta de emergencia, luego dejé caer mi voz sobre tus botas, arrojé mi sombra sobre tus rodillas y solté mi mente en el vacío.
Te parecí interesar, eso lo intuí cuando te sentaste en mi mesa, y dejaste que llenara tu vaso, pero tres tragos después, poco importa.
Me engañó cierta forma de mirar, pero ahora sé de qué vas, vi las cartas con que armabas tu escalera y tengo ganas de dar un paso atrás.
Me hablaste de tus gustos, de tus primas que acaban de dar a luz dos hermosas niñas. Fingí prestarte atención, pero no dejé de pensar en lo bien que luciría tu cuerpo desnudo en mi cama. Como decirte, como hacerte entender que no me interesa el feng shui, las flores de Bach, que paso de los veganos, que no alcanzo a distinguir tu dignidad, que solo veo tu estupidez, que más allá de la superficie no me interesa nada porqué no hay nada.
La conversación continuará hasta que te decidas.
Mientras tanto seguiré escuchándote, pese a que tus palabras ya empiezan a hacer ruido en mi cabeza. Sabes, simularé asombrarme, hasta adularé las palabras que usas para hablar de literatura, y tal vez el dolor, eso que llamás dolor, no sea más que una leve penumbra, unas cuantas sombras estorbando en una amplio ventanal. No dudaré en reír entre dientes, cuando me digas que te agrado, que la pasas bien abrazando esta helada máscara que construí para tu diversión, como simpático preludio antes de abrir tus piernas, de pellizcar tus pezones, cubrir de saliva tu ombligo, como sencilla entretención antes de hacerte saltar la virginidad en pedazos.
Me hablás de tu ex novio que se quema tras un Everest de papeles, con el que fuiste de vacaciones a Gesell. Casi al pasar, decís que extrañas los paseos en bote, las excursiones al monte, y yo solo atino a escucharte, mientras pienso en las cuentas por pagar, en las manos sangrientas de las enfermeras practicando un aborto, en los excrementos que se mueven por las cañerías hasta llegar al río.
El reloj corre perezoso, afuera la lluvia sigue cayendo, y parece que esta charla no va a seguir en la cama, y en honor a la verdad, no me seduce la idea de acompañarte a tomar el colectivo, y hurtarte un mísero beso, ya estoy duro para carbonadas light. Me he cansado de soplar besos falsos en espejos deshabitados.
Tus ojos son faros que se apagan tras una niebla perpetua. Restos de un barco fantasma que empieza a hacer agua por todos lados. Ya no hay tiempo para ir a comerciales, he abierto la boca y como respuesta he recibido tu furia. Ya no hay ojos para mí, es tu espalda la que señala mi derrota. Otra vez te engañás, dejas escapar la oportunidad, y te quedas encerrada en tu cascarón, acariciando crucifijos frígidos.
No debes llorar, ya encontrarás alguien que te mienta mejor, que sepa acariciarte el oído, y puedas meterle los dedos en la boca; y en cuanto a mí, ya sabes, seré siempre el forastero que se acercó en medio de la fiesta, y te contó una fábula para llevarte a la cama, para arrancarte el peso de la castidad.
Mi cariño será el perro bastardo que devora a la intemperie las vísceras de tu súbito afecto, la bestia que acecha tras los despojos que dejó tu ardor repentino.
Ahora el vigor de las píldoras para caballos se disuelve en la taza de café frío, se mancó mi aventura, y solo frente al espejo busco el rostro que perdí, repitiendo palabras extrañas, enredándome en alucinaciones, rascando mis testículos hasta ponerlos rojos, lejos de tus estúpidas reflexiones, de tus citas llenas de moralina, lamento no tenerte aquí con las patitas al hombros, mientras unos hombres de uniforme verde nos alumbran con linternas.


viernes, 10 de diciembre de 2010

LA FRAGILIDAD DE LAS APARIENCIAS

EN 1983 J.J.REYNOSO JUNTO AL INEFABLE RUBÉN ALMADA, RODÓ UN MEDIOMETRAJE, BALADA PARA UN RUISEÑOR, QUE PESE A LA ESCASA DIFUSIÓN SE CONVIRTIÓ EN UN MITO DE LA FILMOGRAFÍA SANLUISEÑA. CASI TREINTA AÑOS DESPUÉS REYNOSO FILMÓ LA SEGUNDA PARTE ATANDO LOS CABOS QUE QUEDARON SUELTOS.
                                                        Por Alberto Ferrer 
Maqueda Beatriz: entregada por completo al desenfreno sexual con un joven de imaginación siniestra, abatida por la muerte de un caniche, enfurecida con su marido incapaz de satisfacerla o extraviada  a medianoche por los pasillos infinitos de la casa desolada, la heroína de Balada para  un ruiseñor, aquel mediometraje rodado en pleno invierno del ochenta y tres por Rubén Rogelio Almada y J.J.Reynoso, vuelve a pasear su desgarbada figura por las pantalla con la continuación de aquel melodrama que encerraba el misterio en detalles, en pequeños dobleces, esta vez a color, y con la presencia del inefable Jesús Pastore en el rol del atribulado esposo, quebrantado por las exigencias de esa Lady Chatterley cimarrona.
Así Beatriz Maqueda o Belén Fanton en su papel de lolita incestuosa, adicta al sexo oral, sellan para siempre su adscripción al universo de Almada, en esta segunda parte que vuelve a retomar la historia, justo ahí donde había quedado congelada, hace veintisiete años atrás-, en ese cuarto de paredes ascéticas donde Beatriz Maqueda se entrega completamente ebria al furor de su amante sin importarle la presencia de su marido que observa la escena impávido, y ante los primeros gritos de gozo de su esposa, cierra la puerta y se aleja cabizbajo por un angosto pasillo del que caen gruesas goteras.
Balada para un ruiseñor que fue un escándalo al momento de su proyección por las escenas de desnudez, y sobre todo por el descarnado retrato de la alta sociedad puntana, significó para Rubén Rogelio Almada la última colaboración con J.J.Reynoso , antes habían trabajado en una antología de poesía hereje y editado la efímera revista literaria La Meca, así como también su única incursión en el cine. En esta prolongación del primer film, Reynoso es quién se hace cargo del guión y se pone tras las cámaras. La idea de retomar esta historia surgió luego de la publicación de su última novela, La Restauración, nos dice Reynoso, debido a que el protagonista, Emilio Strasser descubre una copia de Balada para un ruiseñor entre las pertenencias de su mujer que lo acaba de abandonar. Este fue el detonante para volver a encarar la historia, no obstante trató de convencer a Almada quien rechazó abiertamente la propuesta, aduciendo diferencias estéticas irreconciliables con Reynoso.
Como corolario del primer rodaje quedan: las peleas a golpes de puño entre Reynoso y Almada en el set de filmación, la negativa de los cines a proyectar la cinta, el mito de que para las escenas de sexo se contrató una prostituta como doble de Beatriz Maqueda, la fobia a la oscuridad y a la desnudez de Jesús Pastore, los intentos por parte de la iglesia católica por impedir el rodaje, las deudas que llevaron a la bancarrota a Almada.
Casi tres décadas después está segunda parte viene a atar cabos sueltos acerca del destino de Beatriz Maqueda, a arrancarnos de nuestra comodidad para llevarnos a ese viejo caserón atestado de intrigas, donde lo trágico y su voluntad parece asomar de cada objeto, y no es imposible sentir la presencia de Almada, en ciertas escenas, como en ese plano contrapicado del cadáver anoréxico de Belén Fanton flotando en las aguas gélidas de un lago o en el sueño del Señor Maqueda que se ve muerto siguiendo la luz de una linterna a través de una alcantarilla nebulosa. Tal vez estas escenas funcionen como un guiño de parte de Reynoso a su enemigo íntimo.
Queda esperar el estreno comercial de esta obra, que se interna en las zonas más sórdidas de lo humano donde lo único que asoma es la fragilidad de las apariencias que más temprano que tarde terminan por mostrar en todo su esplendor el abismo que ocultan.
Belén Fanton al borde del colapso en Balada para un ruiseñor.
Fotografía: Gentileza de J.J.Reynoso

miércoles, 8 de diciembre de 2010

NUESTROS AÑOS SALVAJES



JIMENA PASCUTTI TRATA DE RECONTRUÍR EN PEQUEÑOS FRAGMENTOS SU DÉCADA, MARCADA POR LOS BRILLOS HUÍDIZOS DEL ÉXITO, LAS SOMBRAS DE LA DEPRESIÓN, LA ANGUSTIA Y LA PARANOIA.
Diferentes maneras de comenzar unas notas. Demasiado extensas, supongo, para un blog. Podría haber comenzado diciendo  que estoy sola esta tarde gris, y solo pienso en él. Entonces el lector modelo automáticamente dejaría de leer estos apuntes hechos a un costado de los sucesos importantes de mi historia. El punto es que busco un libro, y entre las páginas no encuentro otra cosa que tu rostro, y eso me parece una mierda. Así que debería empezar esto, contando que acabo de masturbarme en el sillón que heredé de mi abuela.  Me estimulé por inercia, por costumbre, para matar el tiempo, mientras escuchaba a Charles Mingus. Son casi las tres de las tarde, y con la excusa de tener noticias de su hermano que está de viaje por las islas griegas, me preparo para ir a ver a Margot. Fuimos compañeras hace una punta de años en la secundaria, y hace casi diez años que no nos vemos. Entonces, por primera vez en mucho tiempo, miro hacia atrás, y descubro cosas, fragmentos, que la memoria ha ido obstruyendo, modificando. Residuos de lo vivido.
I
Desde que  decidí no pisar más la facultad, no he podido dormir del todo bien, en medio de todo esto, hice la mudanza a otro barrio, vendí la mitad de mis cosas, conservé apenas unos cuantos libros, unos CD grabados del Gato Barbieri que no tengo donde escuchar, y en medio de todo lo que sucedió, como te contaba quise escribir unas notas, unos apuntes, casi al paso, en el momento justo en que la tormenta amainaba, y me aprestaba a recuperar la sonrisa, en una época de flashazos, lo que haces hoy existe solo hoy, es como que lo bueno no tiene una gran onda expansiva, en cambio lo que cuesta esfuerzo, lo que hace daño, es una estrella remota, tal vez ya extinta, que se empeña en emitir su luz sobre el presente, desencadenando huracanes, pensaba todo esto, mientras esbozaba estas notas, y miraba hacia atrás, estoy por cumplir 27, diez años desde que dejé la secundaria, en todo ese tiempo crecí de golpe, o tal vez crecí de a pedazos, abandoné la facultad , la volví a retomar, tuve un novio con el que casi me voy a España, tomé algunas drogas, me enredé en varias cosas ilegales y logré salir airosa, y todavía me preguntó cuáles son las fuerzas demenciales que arrebatan a una chica simple y la vuelven compleja.
Mañana es mucho menos atractivo que ayer. Por alguna razón, el pasado no  irradia la inmensa monotonía del futuro. Debido a su profusión el futuro es propaganda.
Joseph Brodsky
II
Anoche sucedió otra vez, él entró descalzo a mi habitación y se sentó sobre mi cama. Sus ojos estaban fríos, y su voz era débil. Un susurro que parecía venir desde el principio de los tiempos. Me quedé en silencio escuchándolo, dejándome llevar por su voz. Me proponía una salida, una vía de evacuación, una chance antes que se abra la caja de pandora. Ambos sabemos, que la reacción irrumpirá en cualquier momento, arrasando con todo. Los católicos son implacables, no dudan en ejecutar con crueldad su sentencia. Hace mucho tiempo que aguardó por ellos, tal vez sostenida por una vana esperanza, me figuró en las noches  que tengo la valentía de enfrentarlos. Él extiendió las manos en torno a mi cuerpo, y me suplicó que mantenga la calma, aún queda tiempo.
III
Aparecieron en el momento en que la tarde agonizaba, traían en sus brazos algo así, como la sombra de una mujer. El más alto de los tres, trató de forzar la cerradura de la puerta. Tal vez haya alguien atrapado entre los escombros, dijo. Entonces los otros dos, tomaron unos hierros oxidados y comenzaron a empujar la puerta hacia adentro. Estamos violentando lo imposible, dijo el pelirrojo, y me echó una mirada. Esa niña será testigo de algo grande, advirtió el tercero, y me pidió que me acercara hacia donde estaban ellos. Con temor avancé entre el angosto sendero, cercado por retazos de hierro fundido hasta que el pelirrojo me ordenó que me detuviera. Ahí está bien, quédate junto a las columnas. En ese momento la puerta cedió, en medio de un estrépito de polvo, permitiendo ver el cuerpo desnudo de una mujer joven. El cuerpo estaba tendido de espaldas en el suelo con las piernas abiertas, que mostraban un vello púbico cuidadosamente depilado. El más alto de los tres, apartó el cabello de la cara, dejando entrever un rostro lívido, que parecía haber asistido a su muerte con calma. A esto llevan las drogas, dijo el pelirrojo y se agachó para observar los pechos exangües que parecían mostrar unos ligeros signos de violencia. Ya has visto demasiado, niña, dijo el tercero y me hizo una seña que me alejara, luego le pidió a los otros dos que  trajeran  algo para cubrir el cadáver. Cuando me alejaba del lugar con la imagen vívida de los ojos de esa mujer que parecían mirar un punto lejano en el cielo, que solo ella podía ver, se escucharon las sirenas de los móviles policiales.
IV
La maleta abierta, llena de ropa, sobre una cama destendida puede funcionar como un símbolo de la transitoriedad, de lo efímero, pero no solo eso, también permite pensar en la deriva del vagabundo, en la vida errante de un fugitivo de la quietud que se apresta a partir. Eso habrá pensado J.J.Reynoso cuando a fines de los noventa llevaba a los café nocturnos la misma maleta desvencijada que ilustra la portada de su libro de poesías, Amanecer del solitario. Una maleta de cuero marrón que se menciona en los versos del primer poema, y luego reaparece a lo largo de la obra, situada en los lugares menos pensado. Una maleta que se abre al final de la calle para dejar escapar cientos de pajaritos de papel. Una maleta que se cierra a los pies del desocupado que vuelve a casa. Como un signo de la belleza perdida, una maleta similar  a medio abrir, vi por aquellos días en un local de ropa usada que durante más de un año permaneció cerrado con un cartelito que rezaba: “ Cerrado por vacaciones”.
V
Nunca me excitó la desnudez fácil. Siempre necesité un manto de sombras en torno a los cuerpos. Desde que  el exhibicionismo se apoderó de los medios ya nada parece quedar por descubrir. Tal vez lo único que quede por explorar sea cierta belleza esquiva, mezquina, huraña, que le escapa a lo previsible, que se niega a ser revelada, transformándose todo el tiempo sin poder ser aprehendida.
VI
Él es hermoso. Desde que volvió de España, vive en las afueras de la ciudad con una felatriz, de esas que fueron sensación en la web a principios de la década. Él no me conoce. Yo lo observó cada mañana a una prudente distancia pasar sin que note mi presencia. Seguramente trabaja en una de las oficinas superiores, donde se toman las decisiones definitivas. Desde que lo vi en una fiesta de la empresa, no he dejado de observarlo. He tratado para preservar la magia, no averiguar demasiado sobre él. Solo me he limitado a contemplarlo, a hurtar con mis ojos su belleza. Esta mañana subió de la mano con ella. Vista de cerca ella es aún más hermosa que él. No puedo dejar de mirarla y al mismo tiempo odiarla.
VII
Una noche a principio de los dos mil, veo a Belén Fanton tomando un cortado en la calle. Le pido que me acompañe a elegir un libro en una librería que acaban de abrir. Luego de muchas vacilaciones, decidimos comprar un disco:Dummy de Portishead. La invitó a casa a tomar unos gin tonic. No dejamos de escuchar “Sour time” y “Glory box”.Nos besamos sobre el sillón mullido. Su saliva tiene sabor a chicle de uva, le digo. Luego salimos  a caminar por la ciudad, casi desolada y acabamos en un teatrucho donde una tipa con ínfulas de actriz canta casi en bolas “Like a virgin”, mientras el reducido público fuma. Después aparecen un par de enanos con el pecho velludo, hacen unas cuantas piruetas y antes que las luces se enciendan del todo  sacan unos penes erectos y deformes, se los acarician mutuamente y lanzan a dúo chorros de orina hacia nosotros.
VIII
Durante el último año de la secundaria, conocí a un chico que venía del campo. Teníamos casi la misma edad pero al mirar sus ojos fríos, nebulosos, como si constantemente fueran acosados por una constante garúa nadie hubiese dudado en señalar la intensidad con que había vivido. Pero no eran sus ojos de lo que quería escribir, sino de sus cicatrices. Decenas de cicatrices que atravesaban transversalmente su cuerpo. Ni siquiera aquella vez que accedió a acompañarme al río, y nadamos desnudos junto a la toma, tuve el coraje de preguntarle acerca del origen de sus cicatrices.
Algunas veces, cuando lidiamos con el acoso de la belleza ajena es mejor quedarse con nuestras conjeturas antes que toparse con la torpe verdad del otro.
IX
Mirar y callar. Pretender ser como ellos. Hundirse en lo más oscuro de la noche, con los ojos abiertos. Estirar las manos  hacia donde ellos, los chicos dorados, danzan poseídos por el trip-hop. Ahí arriba de esa tarima improvisada hay una raza de hombres superiores con una belleza prepotente, demoledora, compuesta por músculos deliciosamente torneados. Bastaría un solo roce para excitarse y cumplirle sin pudor a cada uno de ellas todas sus fantasías. Pienso en cómo se verían esos  hombres en celo  sobre mi cama de adolescente, en cómo se sentirán sus caricias, sus embestidas, cómo será el gesto de sus ojos al encontrarse con mi pequeña desnudez.
X
Querer que retornen los amigos con el mismo rostro que se fueron. Que vuelvan otra vez a la casa abandonada, para hacer una fiesta alocada como aquel verano del 2001 cuando empezamos quinto año de la secundaria. Hasta  Margot, la más cartucha del grupo terminó bailando desnuda sobre la arena con un pedo como para cuatro. Sí pudiéramos juntarnos todos, y hacer una buena fiesta, saldríamos eyectados de este presente. Vendría el tanito con su escopeta mágica, disparándole al aire, detrás de él, infaltable, Patricio en su rol de traductor de un idioma intraducible. También se aparecería Mariana, con un vodka bajo el brazo, Yanina con un buen pedazo y por supuesto, después de mil negativas, Margot para proveernos unos forros si pinta el descontrol. Sería la grande. Imaginate que lejos queda todo, que mientras escribo estas notas al margen de la historia, me avisa que la casa ha sido demolida, que Margot acaba de ser mamá, por tercera vez, que Patricio ha preguntado por mí, que el tanito me buscó por facebook…
XI
Ellos protegidos por la noche, llegarán provisto con armas filosas, y con saña las blandirán en la fragilidad de mi carne. En ese momento, él, mi Judas personal, me invitará  a cerrar los ojos con suavidad. Concéntrate en tu respiración, aspira cinco veces, niña, profundamente, relajándote, inspirando por la nariz y exhalando por la boca. Seguiré sus instrucciones y con cada exhalación, expulsaré los dolores, la tensión acumulada en el cuerpo.  A través de los vidrios mojados por la lluvia veré el mundo cambiado. Al mirarlo poblado de sangre todo en él será mío.
Sucedió más de una vez, sucederá muchas veces…




miércoles, 1 de diciembre de 2010

LOS TURISTAS

Un casco de caballo
escarba
el suspenso
en las tripas de la niebla
y hace la memoria de los no - nacidos todavía.

         ... el chico afina el tramo
         de la desconfianza
         por el entrecejo (ya perimetró pastizales)

ó

         el poco tajo pájaro, a contrapiedra,
         lleva, a la contundencia del viento,
         la deconstrucción

ó

         el río, de bermejos inyectado,
         se desaparece la luz.


Aquí, la herejía
por lo alto,
se paga
con la postal abollada
del oxígeno.


Gabriel Gómez Saavedra

De la plaqueta "Huecos" (Ediciones del té - 2010)