lunes, 30 de enero de 2012

TODOS LOS CABALLOS OSCUROS

Por: Marcos Freites
 
Esto es un recuerdo. Una forma de consolarse cuando los ahogados flotan, y poco a poco el resplandor de los cuerpos empieza a aplacarse.

Yo no estoy soñando, lo recuerdo mientras la noche sigue quieta afuera, como si no supiera aún de todo este horror.

Sin pensarlo me he adentrado en los confines de la memoria, y todo es flexible, líquido como esas imágenes que nos atraviesan durante un  paseo desnudo.

No hay forma de evitar el recuerdo.

Alejo los dedos de tu sexo, salpicado de gotitas de sangre, y veo una cama llena de aullidos, un anciano con los ojos vidriosos que apunta con una pistola a la imagen decrépita que le devuelve el espejo.

Veo un trozo de carne cruda goteando sangre, sombras que me miran desde el fondo del pozo que han abierto las larvas.

¡No debo entrar desnuda a la cama donde la muñeca mece un niño imaginario !

Lo que la noche cobija son puñados de arena. El siervo murmuró entre las hilachas polvorientas, y pidió que lo sometiera a mis vejámenes. Era un hombre viejo, que creía habitar relámpagos. Me irritó su sumisión, la facilidad con que doblegué su ira. Me dio asco verlo desnudo sobre mi cama, balbuceando, implorando por una dosis de dolor, y antes de abandonarlo arranqué sus testículos.

Ahora espanto su recuerdo, imaginando que por esa ventanita la sombra de un niño pequeñito podría ingresar mientras duermo, y en un rapto de deseo acariciar mis pechos como si fueran uvas frescas. Morderlos hasta arrancarme un grito de dolor, y dejar su baba pegajosa en mis pezones como una marca de su afiebrado apetito. En esas circunstancias debería matar al niño, cubrir su cuerpo con sal y dejar que los lobos, la nieve lo devoren. Pero eso llevaría mucho tiempo, y el tiempo es un bien escaso cuando se está desnuda en medio del escenario con un látigo como único amparo.



II

Cuando me sumerjo en los ojos del verdugo, me siento enferma, como si una sombra tibia me ennubleciera el sexo, y trato de huir de esta absurda representación donde debo lidiar con lo trágico y sus voluntades, con los gritos que me asedian a medianoche, con esa luz muerta que me señala la entrada al abismo.

Cuando nos hundimos en el hervor de los recuerdos pasan cosas que jamás alivian, el cadáver de un esclavo mutilado, el crujido seca de sus huesos taladrados por la lluvia, las venas oscuras que se abren a borbotones, los gemidos pegajosos de los que no pueden dormir, los chillidos que arroja a puñados el viento por la ventana del hospital donde agoniza el general, donde sus despojos se revuelcan con los labios húmedos de leche materna, implorando que todo esto, maldita sea, pase , que se vaya junto al polvo que exhalan esas mangueras horriblemente dispuestas.

III

Ahora ya no es un día en la suma imposible de horas mortuorias, es un gesto en la infinitud, reverberaciones insomnes, es un complejo sistema de cables que trazan el mapa de los infiernos.

La memoria muda horrores, cambia espantos por medallas y uno es un errante y solitario rinoceronte atrapado entre las páginas de un libro donde las huestes de Darío se ven burladas por los escitas, donde los héroes del santuario a orillas del Danubio con mil fiebres ven el reflejo de Atila en las aguas. Soy el azote de Dios, grito, mientras las enfermeras tratan de amarrarme a la cama y una luz macilenta me hiere los ojos.

Ningún tipo de conocimiento ofrece el espanto, lo sé, lo he visto, he convivido a diario con él, puedo olerlo entre estos tubos, entre estas palancas que accionan el pulso de las máquinas.

Soy alguien que llega desde un país donde no vive nadie. Entre estos hierros aplastados veo el pasadizo por el que ingresé, escucho los cascos de los caballos extraviándose en el arenal, el alarido de las fanfarrias, los gemidos de los cobardes ante el pelotón de fusilamiento. Confío en que tras los disparos sobrevenga la calma.

Deseo ahorrarme el esfuerzo de despedirme, la gloria de otros años no es la sangre que ahora me debilita. Debo irme antes que asalte el alba, este cuerpo yace impotente ante los ojos voluptuosos de esos médicos  que quieren habitar mi coraje.

IV

Desearía recordar los detalles de esta consagración sangrienta, volver a oír el aullido de las cuchillas cayendo en picada, la blancura insoportable de las paredes, el frío beso de la punta afilada que amputa para siempre la perversión, amar el indefinido horror que se abre, y así extender mi odio a lo largo de este cuerpo moribundo ofrecido a un banquete de cobardes.

Si yo fuera el fuego hubiese arrasado con esos miserables, desde está cama los hubiese azotado con látigos en llamas, pero mis fuerzas han disminuido, apenas sostengo mi miembro, y me pregunto que hay allí abajo que las cosas caen con tanta facilidad, mientras tanto esa mujerzuela demente, enfundada en su coraza de latex como una anticipación de mi despertar aguarda hambrienta por los restos de mis vísceras.


miércoles, 25 de enero de 2012

ORAL AMERICANA

 Por: Marcos Freites
 
Acordate, acordate que a la tarde estoy sola, acordate que tenés que entrar por atrás, dijo Carla al ver el coche de Fernández estacionado en la salida del colegio, pronunciando las palabras en forma de susurro, acariciando con sus labios la brisa, y jurándose que esta vez no dudaría en acceder a ninguna de sus peticiones. (Los deseos de los hombres sólo pueden ser satisfechos arrodillándose) Oh, estos deseos, pensó, los deseos de Fernández. Lo recordó sentado en su casa fumando, haciendo zapping, enseñándole a sus hijos como debían actuar en caso de emergencia. A veces, Carla, imaginaba que Fernández y su marido se sentaban frente a un espejo, y durante horas y horas se observaban. En su imaginación Fernández era mucho más alto y fornido que su conyugue, su cabello relucía como si recién hubiese sido bruñido, y bastaba con ver sus ojos para advertir que una se encontraba ante alguien irrepetible, capaz de manar una energía altamente inflamable. Y mientras caminaba hacia el estacionamiento, pensó en todo lo que había detrás de Fernández, en la suma de poder que había sido puesta repentinamente en esas manos suaves que los domingos le acariciaban el pelo, y a veces,  cuando anochecía y estaban dentro del coche, descendían lentamente hasta rozar la punta de sus pechos.
Ayer la había enfermado la forma en que Aldana lo miraba a Fernández. ¿Por qué esa aparecida lo miraba así?  Como si compartiera con él secretos, como si los dos hubiesen sido testigos de algo que ella ignoraba. Y Aldana se había dado cuenta de su enojo, eso lo supo cuando se dirigían al comedor y vio su rostro, era una de esas chicas que no podían disimular su ira, tal  vez si la hubieran azuzado un poco, en un ataque de furia no hubiese dudado en romperle la cabeza contra la pared.
Tal como la ceniza cae tras un incendio, así se derrumban las ilusiones de una chica cuando es mediodía, no ha almorzado todavía, y el hombre de su vida camina del brazo de otra mujer por la vereda de enfrente. Un rato antes, Carla habría luchado, pero ahora con una pila de fotocopias bajo el brazo, le resultaría inútil enfrentarse a una mujer que del brazo de ese hombre luce tan joven y hasta se podría pensar que ella es tan segura, acorazada tras esos anteojos de sol, hablando del último libro de Haruki Murakami o simplemente haciendo planes para las vacaciones de verano.

Aquí nos detenemos. Aquí nos quedamos quietas, sorprendidas ante la vidriera del local, iluminado por el resplandor de sol primaveral, y esa que está adentro de la mano de Fernández, acaso no es Marisol, ah, dijo Dolores, esa pendeja siempre le tuvo ganas, yo desde un principio supe que le hacía caritas, y Carla que durante todo el trayecto había deseado que Fernández se hiciera un tiempo, se dejara caer y soltara sin piedad aquello de que nadar sabe mi llama la agua fría y junto a él se iría el blanco del día, para dar lugar al reinado de las luces, y ahí entre sombras pensaría en eso que le dijo acerca del querer que ya no es lo que quiere; pero toda ensoñación es en vano, deberá conformarse con volver a casa , y encontrarse con su hija que cada vez se aísla más, con su marido que se sienta en silencio como un autómata frente al televisor, sin oírla, cuando los relojes dan las diez y veinte, y las chicas en la pantalla se ven inalcanzables, y una siente ganas de saltar por la ventana al vacio, o quedarse tirada en la cama sin tener que pensar en nada.




jueves, 12 de enero de 2012

CÍRCULOS EN EL AIRE

 Por: Marcos Freites

Cuando estaban por surgir los títulos que anunciaban en cinco idiomas diferentes la llegada del verano, abrió las manos, contuvo la respiración, se elevó por encima de los niños e hizo un círculo en el aire. Las mujeres que hacían ejercicios en torno a las máquinas se sorprendieron de lo gigantesco que podía ser un círculo dibujado en el aire. Podría ingresar por él un camello o un dromedario sin mucha dificultad, dijo una de ella mientras se secaba el sudor de las piernas con un pañuelo. Tal vez podría atravesar por él una avioneta, sobre todo si está soleado, agregó otra mujer que aferrada al torno modelador de glúteos apenas podía hablar. El enano que limpiaba los engranajes de la rueda luminosa se acercó hacia donde estaba El Dibujante de Círculos en el Aire, y le pidió que hiciera uno aún mayor.
Señor si se sube al trampolín podrá hacer uno mucho más grande, y los impresionará a todos. Hágalo, por favor. Mire a los chicos. Están ansiosos, han dejado de jugar para contemplarlo a usted, Señor…

Maravilla, respondió él, y se quitó los zapatos para comenzar a trepar la escalera. En torno a la pileta se había congregado un gran número de personas. Estaban hasta los mecánicos de la Montaña Celestial que había dejado de girar y emitía un chillido ensordecedor. Por los altavoces del parque sonaba el hit del verano, interpretado como era costumbre por Devoradores de Caníbales. La música hipnótica y ululante parecía penetrar en los oídos, repiquetear en las venas, para finalmente galopear en la cabeza  como una tropilla de sementales en celo. Entonces ahí se producía la revelación, y pensábamos acerca de nosotros mismos, acerca del lugar que ocupamos. Para ese momento Maravilla estaba en la punta del trampolín, dispuesto a dar el gran salto, cuando vio a la muñeca que hacía globos con la boca, y al verla creyó escuchar en su cabeza la palabra Dios. Por ese entonces Dios era una palabra-tesoro. En la época que sucedió esto que les cuento, había palabras –tesoro, palabras que se guardaban celosamente para momentos límites. La muñeca lo observaba con ese ojo punzante que le acuchillaba sus pequeñas gafas, y en su cabeza la palabra Dios empezaba a  oírse con mayor claridad. La gente aullaba, y pedía a coro que diera el gran salto. La muñeca le disparaba aquemarrropa miradas que lo cegaban con ese ojo filoso, capaz de atravesar las gafas de blindex. Desde lo alto de la torre lanzachorros había otras muñecas que sostenían una pancarta que lo invitaban a saltar.

Maravilla, trató de olvidar los ojos de las muñecas, que sólo él creía ver, y cuando lo hizó dió el salto, y al hacerlo tuvo la impresión que la muñeca que mascaba chicle  se había arrancado el ojo punzante, y dio un grito que nadie escuchó, creyó flotar en el aire durante unos segundos, después unos brazos invisibles lo volvieron a elevar, y entonces abrió las manos y no sólo hizo un gran círculo por el que podría haber pasado una manada de elefantes, sino que escribió la palabra Dios.
(Fragmento de "Círculos en el aire", nouvella inédita de Rodrigo Heredia)

sábado, 7 de enero de 2012

POEMAS DE VERANO O RECREO BAJO EL SOL

Por Ayelen Pilmayken (Poeta perteneciente a la etnia olongasta)

Enero

La subversión de las formas
deja que se extienda el temporal
en la débil mano del verano
como algo perecedero
hecho para diluirse
en el cansancio del día
                  amortajado
sin un lecho
                    donde acostar las hazañas
Sólo ese diálogo deficiente
         con lo animado
que apenas distingue
   
incendia la intemperie
la  dicha que promete
                  el cuerpo abierto
a la sumisión
avanzando entre la salina
sin herirse los pies.

 Hemos dicho verano

Hemos dicho verano
y hemos puesto a cocer la verdura
y hemos deseado despertar los muertos
los que duermen en el fango
y hemos soñado tener un cuerpo
lo suficientemente fuerte
para soportar la sequía.

Y este dejo a fiesta
que nos despierta
acariciadas por un ángel
que reparte nombres vacíos.

Verano brujo,
acaso logres alcanzarnos todavía
y nos encuentres
frágiles junto a la majada
en el incendio de la oración
o apretadísimas, silenciosas,
fruncidas como la noche.

 Autobiografía

 ¿Cómo decir de quién, de qué manera se planta un pene
se pone semen macerado, se da a cuatro manos vida?
¿Cómo decir de cuando, de que cama surgió, de dónde vino?
Alguien llegó ebrio una noche, golpeó la puerta de una casa
humilde, azul de humilde, y una niña atendió. El hombre
entró, señaló un lunar en la piel de la niña y le ordenó
que se desvistiera, y hubo llantos, alaridos, y mucha sangre,
sobre todo mucha sangre, y entonces fui, fui ira, fui vergüenza
fui tristeza, fui un trapo húmedo, fui desconsoladamente Ayelen.

Me están esperando

 Me están esperando. Esos hombre esperan que crezca.
Cada día que pasa observan con minuciosidad sí mis pechos
han crecido lo suficiente. Están deseosos de comprobar
la humedad de mi sexo. Me están esperando.
La historia no deja de repetirse. Niñas que duermen solas.
Hombres que en mitad de la noche abren puertas.
La historia no deja de repetirse. Me están esperando.
Me están quemando por dentro. Los hombres
están arrimando piras a mi cuerpo adolescente.
Soy un periódico arrugado con el que van a encender el fuego.
Madre, estás demasiado lejos para oírme.
Saben que no ofreceré resistencia
cuando esos hombres me tomen como un fruto maduro.
Me están quemando por dentro. Debería morir.
Debería morir. Me estoy quemando por dentro.

Sin saber que decir

Me senté desnuda frente al espejo
peine mi cabello y vi mi sexo
estaba lista para entregarme
tras la puerta un hombre
se quitaba las botas
y había viento en torno a la casa
y había llanto de niños
y crujían con tristeza las chapas.
Mamá cocinaba una cabeza
en unas ollas tiznadas,
mis hermanas esparcían ceniza
sobre las heces de los perros
y un coche oscuro
se detuvo en la entrada.
Van a partirme el corazón sin piedad.
 A lo largo de los años por venir
no haré otra cosa que parir,
y lavar ropa, y preparar comida
y volver a parir, y juntar monedas
y ahogar mi sufrimiento.
Una buena mujer debe callar su dolor.
Van a partirme el corazón sin piedad.
No le ha de importar que mi cuerpo
aún es extrañamente hermoso.

 Siempreviva
Sí esos hombres siguen ahí, sí ese huésped sigue dentro de mi cabeza,
me levantaré y me pondré en marcha, despacio, y a Siempreviva iré,
y un pozo haré allí para enterrar las sombras que están junto a mí
y viviré sola sin contar mis días esperando que nieven pájaros blancos
y tendré algo de luz allí, para ver lo que queda en mí
porque la luz viene goteando en un incendio de rostros
que solo pueden mirar hacia lo oscuro.
Si sobre mi cama sólo duermen extraños y entre los velos del alba
sólo veo mi desnudez, la saliva fría que aprisiona mi sexo
caminaré descalza hasta donde el árbol se deshoja.
Allí entre la tierra húmeda  la medianoche es una luz leve
y el mediodía un batir de alas crujientes empujadas por el viento.
Me levantaré de la cama, dejaré esta ciudad que no comprendo,
enterraré todas sus promesas en algún lugar, y con los ojos cerrados
encontraré el camino de regreso a Siempreviva,
y cuando esté en viaje oiré crepitar el río sobre la arena caliente,
y sabré que esta vez estoy cerca de Siempreviva,
y un pozo haré  allí para enterrar las sombras que están junto a mí.

Revelación
Mamá, el útero es un pequeño cuarto
un cuarto cuyas puertas dan al día
un sitio oscuro
donde sueño con peces
y veo monstruos.
Me asusto, me arranco el cordón
y escribo con sangre tu nombre
oculto en la pared las vísceras
Es verdad, mamá, que los niños
al igual que los muertos
muy poco, muy poco duran.
Ni siquiera las sombras
permanecen lo suficiente
Entrecortadas por cuchillas
caen tus lágrimas al parir
y lo único que ves
es lo que ya no está.
El reposo del fuego
tras el sacrificio.
Los cuerpos sobre la orilla
incapaces de advertir
lo que les espera.
El reposo del fuego
tras el sacrificio.
La flecha que al cobijo
de la oscuridad
sin ruido da en el blanco.

Madre,
mis días ya han sido disueltos
son restos óseos.
No habrá útero
que no contenga el polvo
y lejos de mí, en lo gris
abrirás tu cuerpo al viento.

Ayelen Pilmayken ( El divisadero, 1992) Actualmente vive con sus padres a quienes ayuda en el pastoreo de las cabras, así como tambien en la manufactura de lácteos. Su sueño es poder leer toda la obra de Italo Calvino. No le interesa demasiado el futuro.