sábado, 16 de abril de 2011

UN ELOGIO DE LA FUGACIDAD O LA INCONTROLABLE IMPOSTURA DE LA BELLEZA

UN ACERCAMIENTO HACIA LA INDÓMITA FUERZA DE LO EFÍMERO A PARTIR DE DOS INSTÁNTANEAS TOMADAS DURANTE EL ÚLTIMO VERANO
Por Marcos Freites

Si pudiéramos /Detener el instante/Todo sería mucho más terrible
                                           José Emilio Pacheco. "Elogio de la fugacidad".
El profesor se detiene ante la imagen, da unos pasos, deja los libros sobre el piso recién baldeado y se hunde en la fotografía. Matías suspendido en el aire. Iniciando una caída que nunca llega. El agua puede esperar. La mirada del profesor se sitúa primero en las montañas que forman parte de un decorada falso, tan ajenas a la imagen como esas nubes que surgen amenazantes, dispuestas a profundizar aún más la agonía del verano. Luego, y tras armar delicadamente un cigarrillo, sus ojos buscan el torso desnudo de Matías, sostenido por el viento que se acaba de desatar. Entonces la música empieza a inundar los pasillos. Empujadas por una brisa artificial las melodías se agrupan en cúmulos sonoros hasta formar un archipiélago estridente que pone en movimiento las imágenes. El profesor, mientras su mirada incisiva se va hundiendo en el cuerpo de Matías, busca apartar la música de sus oídos. Sabe que esos sonidos lo alejaran del sitio donde ha hecho foco, donde se refugia el narcisismo de las pequeñas diferencias. Recordar es el mejor modo de construir un muro mental ante  la música no deseada. Es en ese instante donde se desdobla, y puede verse al borde de la pileta acariciando la sombra de Matías, fosilizada en el agua. Al rozarla con el reverso de su mano comprende que la caída de ese cuerpo nunca se producirá, tal vez lo sostiene la fuerza que irradia la música al abrirse paso entre las cosas de este mundo. Una fuerza gravitatoria que oscila entre los cuerpos buscando abarcar la extensión de todos los deseos.
Las piernas de Marina. Las piernas de Marina iluminada por el vértigo de las luces. El vaso que tambalea entre sus manos. La perfección forzosa que reposa bajo el blanco del vestido, solo intuida por su mano izquierda que se apoya ahí, como para detener un ardor repentino. Vista a cierta distancia la imagen de las piernas de Marina dejan entrever algo curioso. Como si fueran la antesala disimulada antes de hallarse inmerso en el goce más explícito. Una instancia que solo puede ser alcanzada recorriendo esas piernas, adentrándose en ese abismo apenas entrevisto. El profesor se quita las gafas, y asevera, que en este caso el meollo del asunto se reduce al encanto de una chica de clase media capaz de producir en el observador algo similar al principio de la relatividad especial, pues cada observador al fijar los ojos en ella cuenta con un tiempo local y un marco espacial diferente.
Millares de chicas exhiben sus cuerpos en las redes sociales. Es una nueva forma de implantar el yo en un tiempo donde me exhibo y luego soy, explica el profesor al llegar a la mesa donde se sirven bocadillos crocantes y ser interrogado por el tímido periodista del diario regional. Pero las piernas de Marina, agrega el docente, superan el mero exhibicionismo, puesto que la imagen no formula un discurso convencional acerca de lo que es bello más bien se parecen a esos sueños que resisten toda interpretación. El cronista escucha con atención, mientras borronea con mano temblorosa una libreta de apuntes naranja.
Marina en un paréntesis de la fiesta. Marina abandona la pista por un instante, para tomar un poco de aliento. El trago a medio tomar consume la efervescencia del tiempo mientras sus piernas nos dicen que hay otro tipo de goce, una forma de placer que no puede ser fijada, que está en permanente fuga, y solo puede ser advertido en la agitación del yo.  Un yo que observa, desde una distancia muy escasa y es capaz de sentir el deleite al posar sus ojos sobre esas piernas.
Como un relámpago que nos atraviesa de improviso en medio de la oscuridad, Marina con su belleza explosiva nos embiste, un fogonazo repentino donde solo podemos entrever atisbos de una belleza efímera. Las chicas como ella liberadas de todo intento de perpetuidad deambulan entre las imágenes que diariamente nos acosan seguras de ser propietarias de nuestros desvelos. Manos donde se cobija la tibieza de un goce apenas entrevisto, piernas que se alargan evocando una sensualidad aún por descubrir, un escote perturbador que nos invita a conocer un poco más, a franquear esa barrera que impone con su sensualidad fugitiva.
El profesor mira por última vez las fotografías, prometiéndose no volver a pensar en ellas, y las lee atravesadas por las marcas que no dejan los amores inalcanzables, aquellos donde amamos en solitario, sin otra complicidad que nuestra ensoñación. Logra percibir el equilibrio entre lo pronunciado y lo omitido, entre los sugerido y lo indecible, entonces se decide a guardar definitivamente su libreta de apuntes.
El agua puede esperar. El cuerpo de Matías permanecerá en el aire, mientras continué hablándose a sí mismo en un lenguaje que sólo es entendible dentro de la imagen. Tal vez  podremos descifrar todo lo que encierra ese vuelo, recto, rígido, que se fosiliza en la retina, cuando la belleza de Marina se haya decidido por una rápido disolución antes que por un agónico ocaso o cuando la belleza termine por exiliar toda huella de deseo.

Fotografía: Cecilia Rizzo


2 comentarios:

  1. A mi las imágenes no me transmitieron nada , es más capricho de la autora por encontrar algo, en cosas que no tienen nada. Como todo este blog, no hay nada, ni restos de lo que es la Belleza QUE SUPIERON escribir Amado Nervo, Mario Benedetti, Antonio Esteban Aguero o mi admirada Sthepanie Meyer.
    Romina.

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  2. Me encanta la autopsia que se aplica sobre las piernas de esa chica, esos instantes llenos de música y esa cadencia de las frases que te llevan a leer el texto.
    abrazos. En otoño.
    Daniela. V.Mackenna

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