jueves, 30 de diciembre de 2010

HISTORIA DE PITANGA/ LO TRÁGICO Y SUS VOLUNTADES II

Por M.G.Freites
EPISODIO DOS
HISTORIA DE PITANGA
El desierto está en todas partes
                                                    Joseph Brodsky 
El círculo máximo es el camino más corto entre dos puntos en una esfera. Los pilotos de los aviones lo utilizan para ahorrar combustible, para reducir horas de vuelo. Esto no lo aprendí en la fuerza aérea, sino mirando televisión, antes de convertirme en un rural.
Desde niño me fascinaron los aviones, el primero que vi fue un Lancastrian Star Dust que tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en la vieja ruta que se dirige hacia los bosques del norte. Estábamos con mi hermano cazando lagartijas cuando lo vimos, esa siesta, hacer carambolas entre las lomas, hasta que lo perdimos de vista tras la cortina de álamos. Como poseídos por una fuerza irracional corrimos hacia donde había aterrizado, envueltos en una fascinación que recién varios años después volveríamos a experimentar.
Ahora que todos los ojos parecen estar puestos en nosotros nos comunicamos en secreto con mi hermano, nos guiamos por los horarios en que pasan los aviones. Usted debe saber que este pueblo es una importante ruta aérea por su escasez de tormentas. Además recuerde que estamos a apenas de veinte kilómetros de la vieja pista de maniobras que utilizaba en secreto el ejército.
                                                         *****
Decidí trabajar en esta estancia, cuando me enteré que sucedían cosa extrañas. Estaba tras los pasos de una mujer, con la cual en cierto modo nos habíamos amado. Una hija del goce, contaminada por los pinchazos de la locura, fatalmente hermosa. La primera vez nos amamos en el piso de un calabozo. Ambos fuimos encarcelados por iniciar la resistencia. Sus ojos me provocaban a veces placer, otras, mucha rabia. No era la mirada, lo que me irritaba, sino esos ojos que parecían muertos. Unos ojos fríos que conspiraban contra el paso del tiempo. Aquella tarde habían estado esos ojos, todo el tiempo observándome. Eso lo advertí después cuando me acerqué al mesón, y pedí otro vaso de vino. Entonces la vi parada allí junto a la pecera, donde un bagrecito gris flotaba a la deriva. Quise sonreírle pero los músculos de la cara se me habían endurecido. Quite mis ojos de sus ojos, maldiciéndolos, jurando que la próxima vez que los tuviera al alcance no dudaría en arrancárselos. Pensé en el camino que me había traído al mesón, en la cara de los hombres que iniciaban el éxodo a los bosques del norte, en la infinidad de ojos dispersos en la oscuridad pegajosa, y un pensamiento entre todos los pensamientos me irritó. Mire hacia donde estaba ella, temiendo que se hubiese esfumado, que con su desaparición me condenara a vivir eternamente en la incertidumbre de haber estado ante una aparición, como aquella vez junto al espigón cuando su presencia me dejó aturdido.
Ella seguía parada en el mismo lugar. Decidí acercarme. Ella permaneció con los ojos fijos en un punto, como si solo pudiera existir en la inmovilidad. Mire sus piernas tensas, clavadas al piso donde las manchas de licor derramado, comenzaban a volverse grotescas bajo la luz opaca, macilenta. Una lumbre helada que congelaba los huesos. Recorrí su cuerpo con mis ojos, me detuve en el cinturón luminoso, en la chapa metálica que pendía de su chaqueta oscura. Busque en mi memoria algo que me permitiera hurgar en su interior sin ser visto, pero solo hallé la imagen de un talismán en una osamenta calcinada por el sol.

*****
Observé en los ojos del gato la hora y salí a caminar sólo para sentir la tierra bajo mis pies. El camino que había elegido, era una huella zigzagueante que atravesaba el monte bajo, arranchado, hasta dar con un jagüel donde unos caballos famélicos buscaban agua desesperados escarbando en la arena caliente. La lluvia, los carros de combate y el viento habían cuarteado la tierra formando curiosas ondulaciones como si un sismo repentino hubiese serruchado el suelo. Los puestos, que varios años antes habían visto resplandecer Las Lajas, tras el éxodo, estaban en ruinas. Los peregrinos habían buscado una ruta alternativa casi a la altura de Siempre Viva, donde se extiende como un oasis la estancia El Silencio. Buscando una conexión con los días  extraviados decidí ir  hacia allá.
La huella descendía hasta perderse en un vado profundo, desde el que fluían unas manchas líquidas oscuras. Al atravesarlo vi las torres de exploración, los vestigios de la estación donde el rápido descendiente solía detenerse a cargar víveres en sus excursiones a Los Tapiales. Bajo el chaperío agujereado por los aguijones oxidados de la última lluvia ácida me eché a descansar, traté de desdoblarme como en otras épocas donde aprovechaba mis sueños para explorar el terreno. Cerré los ojos, y al hacerlo me fije en la cabeza la imagen de un vasto campo de espejos, restallando bajo el sol. Esta visión funcionó como portal, y me figuré avanzando por un sendero angosto, áspero, en compañía de un perro. Una muchacha joven que aguardaba sentada en la cima sin decir una palabra me besó en la boca, y con una voz lejana me preguntó, si tenía un alma para obsequiarle. Le arranqué el colgante y la abracé con fuerza, besándole los pechos. Unos pechos colosales que hacían sombra. Una fuerza que se parecía al deseo me invadió, y apreté su cuerpo contra el mío. Ella sin la protección del amuleto, comenzó a llorar, temiendo  todo lo que la rodeaba. Traté de tranquilizarla, examinando con  delicadeza sus manos gastadas, agrietadas por la intemperie.


¿Tie-ne-mie-do señor?, susurró ella, y se arrodillo ante mí, puso con delicadeza su boca en la punta del miembro, y soltó un sonido que en parte era de placer y en parte puro fastidio. Pensé en lo que me había dicho un rato antes mientras el sol reverberaba sobre el pedregal. Todo nuestro conocimiento nos acerca a la ignorancia, dijo sin apartar los ojos del suelo cubierto de musgo. Me quedé en silencio mientras ella hacía con mucha dedicación su labor tratando de entender lo que me había querido decir. La cercanía de la muerte no nos acerca a Dios, dijo y subió con cuidado el cierre de mi pantalón.
Atardeció con rapidez. El perro al caer las primeras sombras desapareció tras un rebaño de cabras. La chica pidió que le devolviera el amuleto, su voz me pareció ajena, una vez que lo hice se sentó con las piernas cruzadas a meditar. El color es un poderoso medio capaz de ejercer influencia directa en el alma, musitó antes de despedirme.
Abrí los ojos, y vi unos pájaros grises mirarme con indolencia desde el copioso follaje de los aromos. Entonces recordé nombres que ya no existían, recordé a personas que solo había visto en sueños, y tuve la sensación de que alguien me miraba. Entonces tres tipos se acercaron, amenazantes. Uno de ellos me rodeó con sus brazos, y me arrastró hasta donde tenían sus caballos. Sin que pusiera resistencia alguna, me amarraron las manos y comenzaron a golpearme con rudeza. Sus golpes eran débiles, luego del primer asalto mi cuerpo era inmune al dolor, además en última instancia podía desdoblarme. Se cansaron de golpearme, quedaron agotados, yo me quedé con el rostro sangrando, cantando los viejos himnos de libertad. Estaba por oscurecer cuando usted me encontró, y me trajo hasta aquí.
Ahora estoy listo, para seguir con la búsqueda, lo supe cuando volví a dormir y no tuve sueños. Fue un alivio, camarada, al final estaba libre para soñar sueños ajenos.

Las Lajas, 1999




miércoles, 15 de diciembre de 2010

LO TRÁGICO Y SUS VOLUNTADES I

Por M.G.Freites

EPISODIO UNO
A la noche el aire es más liviano. Se levanta una brisa del norte y trae el olor a guano de los corrales, el perfume de los pastos humedecidos por el sereno, las voces de los caminantes que andan al acecho rapiñando.
Nos sentamos en la ramada a tomar unos vinos apenas se oscurece. Las palabras gotean, y uno poco a poco las saborea. Después de uno o dos tragos las palabras parecen sonar con otra música, y una tras otra algo van contando.
                                                         ******
El Pitanga se la pasa mirando para arriba. Anota en el suelo los horarios en que pasan los aviones. Va retrasado el de las siete, no pasó el de las ocho y cuarto, dice y se queda mirando quien sabe qué, como si descifrara señales en el pestañeo de las estrellas.
A las diez de la noche pasan dos aviones seguidos. Uno va bien alto. Apenas se ve.  Cuando va a hacer frío deja un chorro blanco en el cielo. Esos aviones dice el Pitanga que van a Dinamarca. A Estocolmo, señor. Mire aquí en el bolsillo tengo una foto que encontré en una revista. ¿No le parece lindo? Mire esa plaza congelada, los chicos patinando. Debe ser una hermosura ver esa ciudad cubierta de nieve.
A las once y veinte pasa el último avión. Va hacia el sur. Cuando uno los ve pasar a los aviones en la noche son apenas unas lucecitas parpadeando. Siempre avanzan en diagonal, cortando al sesgo el cielo. Primero se ven las luces, después se escucha el zumbido como si saliera de debajo de la tierra.
                                                                ******
Cuando empezó el desmonte estábamos ciegos. No veíamos nada de lo que pasaba a nuestro alrededor. A medida que fue pasando el tiempo nos quitamos la venda, y entonces vimos. Cuando uno ve es todo un acontecimiento. Siente rabia, por haber atravesado los días sin darse cuenta de nada. Pero ya es tarde, no queda otra salida que hacer una marca y arrancar de nuevo. Con más cuidado eso sí.
También está el silencio. Uno no sabe cómo lidiar con él. Es peor que la soledad, peor que el frío. Para la soledad, para el frío existen consuelos. Están las manos, los guantes, los recuerdos de una mujer desnuda. Pero para el silencio no hay abrigo.
Aquí el silencio es ruidoso. Tiene la forma de un chillido mudo. Como una rabia ahogada en la garganta.
Cuando se hace de noche el silencio se echa encima del monte, de las camas, encima de todos. Nos quita la poca felicidad que tenemos, que no es otra cosa que la capacidad de olvidar.
Hay noches en las que me despierto y me pregunto si es que toda la vida no he estado en silencio.
*****
La Sarita solía ser de pocas palabras. Hablaba con los ojos. Esos ojos que se enredaban con tanta tristeza. De chica había sido sufrida. Cuando hacía mucho frío la apretaba contra mí como si fuera una gatita enferma. Le estrujaba las tetitas pequeñitas incapaces de amamantar, y de su boca brotaba un olor cítrico, alimonado que me obligaba a ahogarla.
Nunca le pude dar lo que merecía. Tampoco me pude ir al todo del pueblo. Los pueblos tienen tapias invisibles. Imposibles de saltar. Ella se aburrió, se cansó de esperar. Las mujeres no tienen paciencia, se desesperan con facilidad. De todos modos tienen razón, la belleza no les dura mucha, y tienen que aprovecharla. Qué van a hacer, pobrecitas. La casa a la que la llevé no tenía baño. El piso era de tierra, y estaba plagada de mosquitos.  Un día me desperté, encontré una notita en la mesa, escrita con faltas de ortografía. Me avisaba que se iba a trabajar con el hijo del Doctor Ansaldi, que la disculpara, pero la paciencia se le había agotado.
Los hombres que acarreamos una tristeza profunda nos delatamos cuando estamos solos. Dejamos ver todo. Es una pena mostrar demasiado. Siempre hay gente atenta por descubrir tus debilidades, y a dónde ve un hueso flojo ahí te acomodan la pedrada. Así uno empieza a caer, hasta que viene uno de los grandes y te asienta el piedrazo final en el medio de la cabeza.
******

Entonces figúrese, mi amigo, a cada paso que daba me enterraba más. Las cosas estaban podridas y uno no le tomaba el tufo. Es que acá cuando llegas lo único que parece que pasa es el tiempo. Todo fingía ser así, hasta que apareció ella. Venía huyendo quién sabe de qué. Joven, hermosa, con un aro en el ombligo.
Lo que más me gusta de ella, es su cabello. Cae sobre su espalda como una cascada. Me gusta verla caminar en las tardes, era como si el sol fijara todos sus rayos en su cuerpo. Cuando la vimos llegar pensamos que se trataba de una aparición.
Con ella llegó el demonio. Todas las maldiciones se conjuraron cuando abrió la maleta. Empezó entre nosotros una competencia vil por agradarle, por regalonearla. Para colmo ella retribuía con creces la gratitud brindada.
Una noche casi me mata. Apareció a medianoche en la pieza, se acercó despacito, como tanteado la oscuridad y se metió en mi cama. Yo temblaba, señor, era como si mis huesos se fueran a desgranar. Una baba pegajosa me brotaba a borbotones del guargüero. Como si quisiera matarme a aquemarropa, abrió su blusa y como se saca de la jaula un pichón con su mano me puso en la boca una tetita. Sosteniéndola me pidió que la amara de la misma forma que ella las ama. Como si me hubiesen echado sal en una lastimadura, me eché encima de ella y le mordí los pezones. Estaba sediento, un ardor demencial me acosaba. Ella trató de calmarme. Pero yo no podía. Temblaba. Estaba a punto de arrancarle toda la ropa cuando recapacite. Entonces me invadió un odio que jamás había sentido por nadie, y le sujete las manos. Busqué una soga y se las ate para atrás. Me quede mirándola con rabia. La juventud ajena es perversa, solo viene a hurgarnos la imaginación. Usted no va a creer, pero al verse atada, no soltó ni un grito. Me miraba calladita, con esos ojos donde parecía siempre vivir la calma. Más rabio me dio. Tuve ganas de ir a buscar la escopeta al aserradero y pegarle un tiro en la cabeza. Esos ojos me enfermaban. Todo el tiempo me incitaban a desnudarla, a arrancarle la juventud de una sola embestida.
Nos quedamos mirando un rato, en silencio. Hasta que me calmé y la desaté. La desaté y la besa. La besé con torpeza como si fuera un adolescente. Ella abrió su boca y me tragó la lengua. La arrastró hasta sus entrañas. Yo estaba poseído, le apretaba con fuerza los pechos, la saliva me salía a borbotones. Tuve que parar.
Me empezó a dar miedo esa fuerza que controlaba mis impulsos. Era otro, hasta yo mismo me desconocía. Cuando me aparté, ella soltó una risita entrecortada, acomodó su ropa y salió de mi pieza, como si no hubiese pasado nada.
Esa noche no pude dormir. Me pasé la noche entera dando vueltas en la cama. No queda otra salida que embarcarla mañana con Don Adolfo. Está corrompiendo todo con su juventud. Reynoso anda peor que yo. Unos días antes lo había atracado junto al silo y jura que le pegó una chupada soberana. Lo dejó inválido. Le sacó todo el quesillo. Tiene una lengua traviesa, inquieta, que arrasa con todo. Todavía ninguno la ha puesto. Nos da julepe. Usted me dirá que soy cagón, pero cuando tenés al alcance una pollita tan tierna, el temor te acosa y le  aseguro que no es un temor cualquiera.
Para todos será mejor que se vaya. Tiene que encontrar un muchacho de su edad que la quiera. Un hombre con muchas páginas en blanco. Uno a esta edad es un cuaderno rayado, ya no tiene cosas nuevas que escribir. Salvó unas notas al margen.
Aquí todos somos náufragos. Tipos que en su juventud se embarcaron en un crucero de lujo y terminaron en un barco fantasma hundiéndose. Decepción tras decepción. Eso ha sido nuestra vida. Al principio duele el fracaso, después uno se acostumbra a convivir con él, y a veces es hasta un buen amigo. Mire lo que digo, pero cuando junte unos cuantos año se va a acordar de lo que le digo. Después de todo, como dice alguien, somos frutos del tiempo perdido. Nadie como nosotros ha cuidado tanto sus propios defectos, hasta hemos llegado a ennoblecerlos. Sino cómo se explica que le hayamos perdonado la vida a la niña.
Pida otra botella, amigo, aún tenemos unos minutos para que me cuente de usted. No sé si usted ha estado demasiado tiempo callado o yo no lo he dejado hablar.



Las Lajas, 1999.

martes, 14 de diciembre de 2010

EL NAUFRAGIO DE TODAS ESTAS GANAS

Versión de Patchu del Lucero

Tus ojos son globos que se desinflan al final de la fiesta. Me pregunto dónde estaban cuando las luces aún alumbraban el suelo. He pasado demasiado tiempo sin prestar atención a lo que flotaba a mí alrededor. Por un momento creí estar solo, pero ahora son tus ojos los que acompañan temerosos, mi desidia.
Al principio no supe que decir, pensé en salir por la puerta de emergencia, luego dejé caer mi voz sobre tus botas, arrojé mi sombra sobre tus rodillas y solté mi mente en el vacío.
Te parecí interesar, eso lo intuí cuando te sentaste en mi mesa, y dejaste que llenara tu vaso, pero tres tragos después, poco importa.
Me engañó cierta forma de mirar, pero ahora sé de qué vas, vi las cartas con que armabas tu escalera y tengo ganas de dar un paso atrás.
Me hablaste de tus gustos, de tus primas que acaban de dar a luz dos hermosas niñas. Fingí prestarte atención, pero no dejé de pensar en lo bien que luciría tu cuerpo desnudo en mi cama. Como decirte, como hacerte entender que no me interesa el feng shui, las flores de Bach, que paso de los veganos, que no alcanzo a distinguir tu dignidad, que solo veo tu estupidez, que más allá de la superficie no me interesa nada porqué no hay nada.
La conversación continuará hasta que te decidas.
Mientras tanto seguiré escuchándote, pese a que tus palabras ya empiezan a hacer ruido en mi cabeza. Sabes, simularé asombrarme, hasta adularé las palabras que usas para hablar de literatura, y tal vez el dolor, eso que llamás dolor, no sea más que una leve penumbra, unas cuantas sombras estorbando en una amplio ventanal. No dudaré en reír entre dientes, cuando me digas que te agrado, que la pasas bien abrazando esta helada máscara que construí para tu diversión, como simpático preludio antes de abrir tus piernas, de pellizcar tus pezones, cubrir de saliva tu ombligo, como sencilla entretención antes de hacerte saltar la virginidad en pedazos.
Me hablás de tu ex novio que se quema tras un Everest de papeles, con el que fuiste de vacaciones a Gesell. Casi al pasar, decís que extrañas los paseos en bote, las excursiones al monte, y yo solo atino a escucharte, mientras pienso en las cuentas por pagar, en las manos sangrientas de las enfermeras practicando un aborto, en los excrementos que se mueven por las cañerías hasta llegar al río.
El reloj corre perezoso, afuera la lluvia sigue cayendo, y parece que esta charla no va a seguir en la cama, y en honor a la verdad, no me seduce la idea de acompañarte a tomar el colectivo, y hurtarte un mísero beso, ya estoy duro para carbonadas light. Me he cansado de soplar besos falsos en espejos deshabitados.
Tus ojos son faros que se apagan tras una niebla perpetua. Restos de un barco fantasma que empieza a hacer agua por todos lados. Ya no hay tiempo para ir a comerciales, he abierto la boca y como respuesta he recibido tu furia. Ya no hay ojos para mí, es tu espalda la que señala mi derrota. Otra vez te engañás, dejas escapar la oportunidad, y te quedas encerrada en tu cascarón, acariciando crucifijos frígidos.
No debes llorar, ya encontrarás alguien que te mienta mejor, que sepa acariciarte el oído, y puedas meterle los dedos en la boca; y en cuanto a mí, ya sabes, seré siempre el forastero que se acercó en medio de la fiesta, y te contó una fábula para llevarte a la cama, para arrancarte el peso de la castidad.
Mi cariño será el perro bastardo que devora a la intemperie las vísceras de tu súbito afecto, la bestia que acecha tras los despojos que dejó tu ardor repentino.
Ahora el vigor de las píldoras para caballos se disuelve en la taza de café frío, se mancó mi aventura, y solo frente al espejo busco el rostro que perdí, repitiendo palabras extrañas, enredándome en alucinaciones, rascando mis testículos hasta ponerlos rojos, lejos de tus estúpidas reflexiones, de tus citas llenas de moralina, lamento no tenerte aquí con las patitas al hombros, mientras unos hombres de uniforme verde nos alumbran con linternas.


viernes, 10 de diciembre de 2010

LA FRAGILIDAD DE LAS APARIENCIAS

EN 1983 J.J.REYNOSO JUNTO AL INEFABLE RUBÉN ALMADA, RODÓ UN MEDIOMETRAJE, BALADA PARA UN RUISEÑOR, QUE PESE A LA ESCASA DIFUSIÓN SE CONVIRTIÓ EN UN MITO DE LA FILMOGRAFÍA SANLUISEÑA. CASI TREINTA AÑOS DESPUÉS REYNOSO FILMÓ LA SEGUNDA PARTE ATANDO LOS CABOS QUE QUEDARON SUELTOS.
                                                        Por Alberto Ferrer 
Maqueda Beatriz: entregada por completo al desenfreno sexual con un joven de imaginación siniestra, abatida por la muerte de un caniche, enfurecida con su marido incapaz de satisfacerla o extraviada  a medianoche por los pasillos infinitos de la casa desolada, la heroína de Balada para  un ruiseñor, aquel mediometraje rodado en pleno invierno del ochenta y tres por Rubén Rogelio Almada y J.J.Reynoso, vuelve a pasear su desgarbada figura por las pantalla con la continuación de aquel melodrama que encerraba el misterio en detalles, en pequeños dobleces, esta vez a color, y con la presencia del inefable Jesús Pastore en el rol del atribulado esposo, quebrantado por las exigencias de esa Lady Chatterley cimarrona.
Así Beatriz Maqueda o Belén Fanton en su papel de lolita incestuosa, adicta al sexo oral, sellan para siempre su adscripción al universo de Almada, en esta segunda parte que vuelve a retomar la historia, justo ahí donde había quedado congelada, hace veintisiete años atrás-, en ese cuarto de paredes ascéticas donde Beatriz Maqueda se entrega completamente ebria al furor de su amante sin importarle la presencia de su marido que observa la escena impávido, y ante los primeros gritos de gozo de su esposa, cierra la puerta y se aleja cabizbajo por un angosto pasillo del que caen gruesas goteras.
Balada para un ruiseñor que fue un escándalo al momento de su proyección por las escenas de desnudez, y sobre todo por el descarnado retrato de la alta sociedad puntana, significó para Rubén Rogelio Almada la última colaboración con J.J.Reynoso , antes habían trabajado en una antología de poesía hereje y editado la efímera revista literaria La Meca, así como también su única incursión en el cine. En esta prolongación del primer film, Reynoso es quién se hace cargo del guión y se pone tras las cámaras. La idea de retomar esta historia surgió luego de la publicación de su última novela, La Restauración, nos dice Reynoso, debido a que el protagonista, Emilio Strasser descubre una copia de Balada para un ruiseñor entre las pertenencias de su mujer que lo acaba de abandonar. Este fue el detonante para volver a encarar la historia, no obstante trató de convencer a Almada quien rechazó abiertamente la propuesta, aduciendo diferencias estéticas irreconciliables con Reynoso.
Como corolario del primer rodaje quedan: las peleas a golpes de puño entre Reynoso y Almada en el set de filmación, la negativa de los cines a proyectar la cinta, el mito de que para las escenas de sexo se contrató una prostituta como doble de Beatriz Maqueda, la fobia a la oscuridad y a la desnudez de Jesús Pastore, los intentos por parte de la iglesia católica por impedir el rodaje, las deudas que llevaron a la bancarrota a Almada.
Casi tres décadas después está segunda parte viene a atar cabos sueltos acerca del destino de Beatriz Maqueda, a arrancarnos de nuestra comodidad para llevarnos a ese viejo caserón atestado de intrigas, donde lo trágico y su voluntad parece asomar de cada objeto, y no es imposible sentir la presencia de Almada, en ciertas escenas, como en ese plano contrapicado del cadáver anoréxico de Belén Fanton flotando en las aguas gélidas de un lago o en el sueño del Señor Maqueda que se ve muerto siguiendo la luz de una linterna a través de una alcantarilla nebulosa. Tal vez estas escenas funcionen como un guiño de parte de Reynoso a su enemigo íntimo.
Queda esperar el estreno comercial de esta obra, que se interna en las zonas más sórdidas de lo humano donde lo único que asoma es la fragilidad de las apariencias que más temprano que tarde terminan por mostrar en todo su esplendor el abismo que ocultan.
Belén Fanton al borde del colapso en Balada para un ruiseñor.
Fotografía: Gentileza de J.J.Reynoso

miércoles, 8 de diciembre de 2010

NUESTROS AÑOS SALVAJES



JIMENA PASCUTTI TRATA DE RECONTRUÍR EN PEQUEÑOS FRAGMENTOS SU DÉCADA, MARCADA POR LOS BRILLOS HUÍDIZOS DEL ÉXITO, LAS SOMBRAS DE LA DEPRESIÓN, LA ANGUSTIA Y LA PARANOIA.
Diferentes maneras de comenzar unas notas. Demasiado extensas, supongo, para un blog. Podría haber comenzado diciendo  que estoy sola esta tarde gris, y solo pienso en él. Entonces el lector modelo automáticamente dejaría de leer estos apuntes hechos a un costado de los sucesos importantes de mi historia. El punto es que busco un libro, y entre las páginas no encuentro otra cosa que tu rostro, y eso me parece una mierda. Así que debería empezar esto, contando que acabo de masturbarme en el sillón que heredé de mi abuela.  Me estimulé por inercia, por costumbre, para matar el tiempo, mientras escuchaba a Charles Mingus. Son casi las tres de las tarde, y con la excusa de tener noticias de su hermano que está de viaje por las islas griegas, me preparo para ir a ver a Margot. Fuimos compañeras hace una punta de años en la secundaria, y hace casi diez años que no nos vemos. Entonces, por primera vez en mucho tiempo, miro hacia atrás, y descubro cosas, fragmentos, que la memoria ha ido obstruyendo, modificando. Residuos de lo vivido.
I
Desde que  decidí no pisar más la facultad, no he podido dormir del todo bien, en medio de todo esto, hice la mudanza a otro barrio, vendí la mitad de mis cosas, conservé apenas unos cuantos libros, unos CD grabados del Gato Barbieri que no tengo donde escuchar, y en medio de todo lo que sucedió, como te contaba quise escribir unas notas, unos apuntes, casi al paso, en el momento justo en que la tormenta amainaba, y me aprestaba a recuperar la sonrisa, en una época de flashazos, lo que haces hoy existe solo hoy, es como que lo bueno no tiene una gran onda expansiva, en cambio lo que cuesta esfuerzo, lo que hace daño, es una estrella remota, tal vez ya extinta, que se empeña en emitir su luz sobre el presente, desencadenando huracanes, pensaba todo esto, mientras esbozaba estas notas, y miraba hacia atrás, estoy por cumplir 27, diez años desde que dejé la secundaria, en todo ese tiempo crecí de golpe, o tal vez crecí de a pedazos, abandoné la facultad , la volví a retomar, tuve un novio con el que casi me voy a España, tomé algunas drogas, me enredé en varias cosas ilegales y logré salir airosa, y todavía me preguntó cuáles son las fuerzas demenciales que arrebatan a una chica simple y la vuelven compleja.
Mañana es mucho menos atractivo que ayer. Por alguna razón, el pasado no  irradia la inmensa monotonía del futuro. Debido a su profusión el futuro es propaganda.
Joseph Brodsky
II
Anoche sucedió otra vez, él entró descalzo a mi habitación y se sentó sobre mi cama. Sus ojos estaban fríos, y su voz era débil. Un susurro que parecía venir desde el principio de los tiempos. Me quedé en silencio escuchándolo, dejándome llevar por su voz. Me proponía una salida, una vía de evacuación, una chance antes que se abra la caja de pandora. Ambos sabemos, que la reacción irrumpirá en cualquier momento, arrasando con todo. Los católicos son implacables, no dudan en ejecutar con crueldad su sentencia. Hace mucho tiempo que aguardó por ellos, tal vez sostenida por una vana esperanza, me figuró en las noches  que tengo la valentía de enfrentarlos. Él extiendió las manos en torno a mi cuerpo, y me suplicó que mantenga la calma, aún queda tiempo.
III
Aparecieron en el momento en que la tarde agonizaba, traían en sus brazos algo así, como la sombra de una mujer. El más alto de los tres, trató de forzar la cerradura de la puerta. Tal vez haya alguien atrapado entre los escombros, dijo. Entonces los otros dos, tomaron unos hierros oxidados y comenzaron a empujar la puerta hacia adentro. Estamos violentando lo imposible, dijo el pelirrojo, y me echó una mirada. Esa niña será testigo de algo grande, advirtió el tercero, y me pidió que me acercara hacia donde estaban ellos. Con temor avancé entre el angosto sendero, cercado por retazos de hierro fundido hasta que el pelirrojo me ordenó que me detuviera. Ahí está bien, quédate junto a las columnas. En ese momento la puerta cedió, en medio de un estrépito de polvo, permitiendo ver el cuerpo desnudo de una mujer joven. El cuerpo estaba tendido de espaldas en el suelo con las piernas abiertas, que mostraban un vello púbico cuidadosamente depilado. El más alto de los tres, apartó el cabello de la cara, dejando entrever un rostro lívido, que parecía haber asistido a su muerte con calma. A esto llevan las drogas, dijo el pelirrojo y se agachó para observar los pechos exangües que parecían mostrar unos ligeros signos de violencia. Ya has visto demasiado, niña, dijo el tercero y me hizo una seña que me alejara, luego le pidió a los otros dos que  trajeran  algo para cubrir el cadáver. Cuando me alejaba del lugar con la imagen vívida de los ojos de esa mujer que parecían mirar un punto lejano en el cielo, que solo ella podía ver, se escucharon las sirenas de los móviles policiales.
IV
La maleta abierta, llena de ropa, sobre una cama destendida puede funcionar como un símbolo de la transitoriedad, de lo efímero, pero no solo eso, también permite pensar en la deriva del vagabundo, en la vida errante de un fugitivo de la quietud que se apresta a partir. Eso habrá pensado J.J.Reynoso cuando a fines de los noventa llevaba a los café nocturnos la misma maleta desvencijada que ilustra la portada de su libro de poesías, Amanecer del solitario. Una maleta de cuero marrón que se menciona en los versos del primer poema, y luego reaparece a lo largo de la obra, situada en los lugares menos pensado. Una maleta que se abre al final de la calle para dejar escapar cientos de pajaritos de papel. Una maleta que se cierra a los pies del desocupado que vuelve a casa. Como un signo de la belleza perdida, una maleta similar  a medio abrir, vi por aquellos días en un local de ropa usada que durante más de un año permaneció cerrado con un cartelito que rezaba: “ Cerrado por vacaciones”.
V
Nunca me excitó la desnudez fácil. Siempre necesité un manto de sombras en torno a los cuerpos. Desde que  el exhibicionismo se apoderó de los medios ya nada parece quedar por descubrir. Tal vez lo único que quede por explorar sea cierta belleza esquiva, mezquina, huraña, que le escapa a lo previsible, que se niega a ser revelada, transformándose todo el tiempo sin poder ser aprehendida.
VI
Él es hermoso. Desde que volvió de España, vive en las afueras de la ciudad con una felatriz, de esas que fueron sensación en la web a principios de la década. Él no me conoce. Yo lo observó cada mañana a una prudente distancia pasar sin que note mi presencia. Seguramente trabaja en una de las oficinas superiores, donde se toman las decisiones definitivas. Desde que lo vi en una fiesta de la empresa, no he dejado de observarlo. He tratado para preservar la magia, no averiguar demasiado sobre él. Solo me he limitado a contemplarlo, a hurtar con mis ojos su belleza. Esta mañana subió de la mano con ella. Vista de cerca ella es aún más hermosa que él. No puedo dejar de mirarla y al mismo tiempo odiarla.
VII
Una noche a principio de los dos mil, veo a Belén Fanton tomando un cortado en la calle. Le pido que me acompañe a elegir un libro en una librería que acaban de abrir. Luego de muchas vacilaciones, decidimos comprar un disco:Dummy de Portishead. La invitó a casa a tomar unos gin tonic. No dejamos de escuchar “Sour time” y “Glory box”.Nos besamos sobre el sillón mullido. Su saliva tiene sabor a chicle de uva, le digo. Luego salimos  a caminar por la ciudad, casi desolada y acabamos en un teatrucho donde una tipa con ínfulas de actriz canta casi en bolas “Like a virgin”, mientras el reducido público fuma. Después aparecen un par de enanos con el pecho velludo, hacen unas cuantas piruetas y antes que las luces se enciendan del todo  sacan unos penes erectos y deformes, se los acarician mutuamente y lanzan a dúo chorros de orina hacia nosotros.
VIII
Durante el último año de la secundaria, conocí a un chico que venía del campo. Teníamos casi la misma edad pero al mirar sus ojos fríos, nebulosos, como si constantemente fueran acosados por una constante garúa nadie hubiese dudado en señalar la intensidad con que había vivido. Pero no eran sus ojos de lo que quería escribir, sino de sus cicatrices. Decenas de cicatrices que atravesaban transversalmente su cuerpo. Ni siquiera aquella vez que accedió a acompañarme al río, y nadamos desnudos junto a la toma, tuve el coraje de preguntarle acerca del origen de sus cicatrices.
Algunas veces, cuando lidiamos con el acoso de la belleza ajena es mejor quedarse con nuestras conjeturas antes que toparse con la torpe verdad del otro.
IX
Mirar y callar. Pretender ser como ellos. Hundirse en lo más oscuro de la noche, con los ojos abiertos. Estirar las manos  hacia donde ellos, los chicos dorados, danzan poseídos por el trip-hop. Ahí arriba de esa tarima improvisada hay una raza de hombres superiores con una belleza prepotente, demoledora, compuesta por músculos deliciosamente torneados. Bastaría un solo roce para excitarse y cumplirle sin pudor a cada uno de ellas todas sus fantasías. Pienso en cómo se verían esos  hombres en celo  sobre mi cama de adolescente, en cómo se sentirán sus caricias, sus embestidas, cómo será el gesto de sus ojos al encontrarse con mi pequeña desnudez.
X
Querer que retornen los amigos con el mismo rostro que se fueron. Que vuelvan otra vez a la casa abandonada, para hacer una fiesta alocada como aquel verano del 2001 cuando empezamos quinto año de la secundaria. Hasta  Margot, la más cartucha del grupo terminó bailando desnuda sobre la arena con un pedo como para cuatro. Sí pudiéramos juntarnos todos, y hacer una buena fiesta, saldríamos eyectados de este presente. Vendría el tanito con su escopeta mágica, disparándole al aire, detrás de él, infaltable, Patricio en su rol de traductor de un idioma intraducible. También se aparecería Mariana, con un vodka bajo el brazo, Yanina con un buen pedazo y por supuesto, después de mil negativas, Margot para proveernos unos forros si pinta el descontrol. Sería la grande. Imaginate que lejos queda todo, que mientras escribo estas notas al margen de la historia, me avisa que la casa ha sido demolida, que Margot acaba de ser mamá, por tercera vez, que Patricio ha preguntado por mí, que el tanito me buscó por facebook…
XI
Ellos protegidos por la noche, llegarán provisto con armas filosas, y con saña las blandirán en la fragilidad de mi carne. En ese momento, él, mi Judas personal, me invitará  a cerrar los ojos con suavidad. Concéntrate en tu respiración, aspira cinco veces, niña, profundamente, relajándote, inspirando por la nariz y exhalando por la boca. Seguiré sus instrucciones y con cada exhalación, expulsaré los dolores, la tensión acumulada en el cuerpo.  A través de los vidrios mojados por la lluvia veré el mundo cambiado. Al mirarlo poblado de sangre todo en él será mío.
Sucedió más de una vez, sucederá muchas veces…




miércoles, 1 de diciembre de 2010

LOS TURISTAS

Un casco de caballo
escarba
el suspenso
en las tripas de la niebla
y hace la memoria de los no - nacidos todavía.

         ... el chico afina el tramo
         de la desconfianza
         por el entrecejo (ya perimetró pastizales)

ó

         el poco tajo pájaro, a contrapiedra,
         lleva, a la contundencia del viento,
         la deconstrucción

ó

         el río, de bermejos inyectado,
         se desaparece la luz.


Aquí, la herejía
por lo alto,
se paga
con la postal abollada
del oxígeno.


Gabriel Gómez Saavedra

De la plaqueta "Huecos" (Ediciones del té - 2010)


sábado, 27 de noviembre de 2010

PARRICIDIO DIVINO

Las bombas explotan fuerte cuando chocan con la mitaloia, creíamos que no iba a funcionar,
pero que mejor que probarlo con un ataque aéreo del mismo Vaticano.
Cuando apareció Samuel no sabía si reír o romperle la nariz. Voy a matar a Dios, fueron sus únicas palabras. Sentidos metafóricos entonces las muchachas esconden sus caricias tras un celular. Pero no, el no, el era veracidad, el era convicción, el era seriedad y en su traje encajaba su locura. Seis meses después, en mi casa, donde antes era una mesada con dos platos sucios mientras nos sentíamos haciendo el amor en la cama, un complejo equipo de química destilando y condensando líquidos de variados colores que se movían mostrando los dientes llenos de rabia. Samuel se la pasaba frente a probetas, me había explicado su teoría con bases epicureistas, en la cual se gestaba la idea de la materialización del alma, un compuesto atómico lejos de esa idea abstracta de un alma metafísica. Si la premisa de la condensación espiritual podía generar la concreción de un supuesto abstracto: “dios” podría llegar a ser corpóreo, y entonces asesinarlo.
Todo espacio deja ver la línea de luz que no nos deja dormir, e insiste en pegarnos en la cara. Sofi fue muerta morbosamente por el cáncer, un proceso de pocos días, en los que comenzó dejándola en la cama con esas ojeras que sostenían sus ojos y terminó con una mujer desnuda, sin pelo, y la belleza que solo da el fin. Dios asesinó a mi esposa, y su único pecado fue no entenderlo. Era justo encontrar a Samuel, era justo que hallara la fórmula, era justo incinerar a dios.
A los dos años, ya estábamos a varios kilómetros de lo que había llegado cualquier químico anterior, convertir la materia en oro era algo entretenido, hasta anecdótico, y llegó a ser molesto. Los avances se hacían rogar, la alquimia era solo un paso a nuestro destino, afuera la construcción de un bunker estaba más que avanzada. Trabajábamos día y noche, Samuel con la concretización de la materia, Evaristo trabajando en el patio con migo.
Podría decirse que dos más dos igual a cuatro no es más que un resultado reiteradamente engañoso, partiendo desde ahí hasta decir que el agua hierve a 100 grados centígrados, que las vacas mugen y el sin fin de “verdades” instaladas en el consiente colectivo. Todo nos lo explicó Evaristo la tarde que apareció. Un pirómano que había descubierto el nódulo principal del primer titiritero, del sumo controlador. Dios a través de la “pulone tigalñem” célula aparentemente defectuosa pero que actúa como controlador telepático de conocimiento, instala en las cabezas de los humanos ideas erróneas aparentemente indefensas intrascendentes, pero que en el conjunto, generan lo más efectivo para el control de las masas: la ignorancia. 
“He aquí que el hombre a venido a ser como uno de nosotros, pues se hizo juez de lo que es bueno y malo, No vaya ahora a alargar su mano y tomar también del árbol de la vida. Pues al comer de este árbol vivirá para siempre” Por ello que echó al hombre de la tierra del Edén... (Génesis 3, 22-23)
Dos años y matamos un heladero, necesitábamos lograr encerrar un alma, al principio probamos dentro de una caja de zapatillas “Pecas”, no resultó por las malas combinaciones eléctricas, la verdad que seguía sin entender, pero al cabo de dos años más, dentro de una pecera tapada (evolucionamos) se veía una especie de masa en estado gaseoso color carmesí, que se retorcía. El próximo paso era materializar ese alma, poder hacer que los átomos se junten de tal forma que constituyan una masa homogénea. Lo logramos, comenzamos por agregar acido de psirófeno en dosis elevadas, mientras le brindábamos pequeñas descargas eléctricas con variaciones de 50 watts cada cuatro segundos, lo que hizo Samuel después no me lo pregunten porque no sabría decirlo. Yo lo veía mezclar líquidos, y calentarlos, mientras con un pequeño incinerador fue quemando estaño y recubriendo la pecera. Paso siguiente, una masa medio líquida y medio sólida se desparramaba por la mesa y nosotros con los ojos llenos de lágrima mirábamos el alma del heladero retorcerse de dolor en un estado que le era ajeno a su esencia. Esta sustancia (que ahora era violeta) fue puesta a prueba por Samuel durante los próximos cuatro años mientras nosotros llevábamos a indigentes a comer a casa para luego asesinarlos, materializar el alma y Evaristo se reía quemándolas, es muy extraño ver como se retuerce un alma al ser incinerada. La cuestión es que al cabo de poco más de diez años de instalada la empresa viajamos a Jerusalén a entender algo de dios. A buscarlo, a encontrarlo, para matarlo.
Llegamos un 22 de diciembre, teníamos sed de sangre así que nos fuimos a un bar y comenzamos una pelea cuando el alcohol ya era demasiado para las venas de cualquiera. Entendimos que dios no se le presentaba a nadie, que tenía como especie de mensajeros, el mayor, el papa. Viajamos al Vaticano. Esperamos la misa de noche buena. Y cuando el papa se metió en su cama para esperar los regalos de Papá Noel, Evaristo que había logrado colarse e su habitación y se escondía en el armario, salió y lo durmió de un golpe en la nuca. Luego lo arrojó por la ventana. Nosotros lo esperábamos abajo, apenas su cuerpo se estrelló contra el piso y los huesos se hicieron pedazos, Samuel y yo encerramos su alma en una caja de bombones baratos, mientras corríamos por el quilombo generado entorno de la muerte del mensajero divino. Evaristo fue condenado a prisión perpetua, nos prohibió intentar liberarlo, “Todo sea por la causa” dijo el momento anterior a subir a acostarse con un obispo que cuidaba la entrada de la casa sacerdotal.
Nadie nos vio, al menos eso creíamos, pero ahora estamos dentro del bunker, asediados por los ataques aéreos, la mitaloia se la banca. Samuel está jugando con el alma del papa entre las manos, estamos nerviosos porque hace una semana que matamos al mensajero y su dios no ha venido a rescatar su alma. Yo le dije a Samuel que quememos el alma, que su dios no va a venir, que su dios está pensando en otra cosa. Agarro un fosforo, Samuel ya roció todo de querosene, me molesta el olor en las fases de mi nariz, pero igual no queremos dejar rastro alguno de nuestros descubrimientos, así que yo, el fosforo,...
“y vieron caer a Satanás como un rayo del firmamento”


PATCHU DEL LUCERO

lunes, 22 de noviembre de 2010

EL FACTOR ESPEJO

UN ASEDIO A LA LITER-HARTURA DE MARIO ESPEJO
Por M.G.Freites
Trato de recordar una conversación con Mario Espejo, en un basural, tarde en la noche, con cuatro o cinco cervezas calientes encima, luego de haber atravesado la ciudad bajo un calor asfixiante y antes de tomar una hierba venenosa que me paralizó los maxilares. Me cuenta que el poeta  François Villon en un París sitiado por los lobos y el hambre aguardaba por la noche para iniciar recorridos interminables que se coronaban con el hurto de la enseñas de cada una de las posadas. Luego recuerda la vida noctámbula en su Jáchal natal, signada por vagabundeos insomnes a través de la oscuridad, donde paseantes solitarios se cruzaban, para luego encontrarse en la fonda Las Bacantes que permanecía abierta hasta el mediodía, albergando proxenetas, bebedores vencidos, melancólicos incurables, prostitutas pobres y tuberculosas, ancianos de mirada siniestra, gangster de poca monta, camioneros insomnes consumidos por la sífilis.
 La leyenda de Espejo saca pasaporte en ese oscuro antro donde un puñado de náufragos se acerca a su mesa para oír relatos de sujetos desquiciados a los cuales se les agotaba el tiempo y la paciencia, y carcomidos por la desesperación se entregaban a un sinfín de perversiones que eran narradas con una minuciosidad digna del más avezado entomólogo.
Cuando asistí al Segundo Encuentro Nacional de Poesía en La Rioja, el factor Espejo era un secreto que se susurraba en voz baja y durante las maratónicas jornadas de lectura aguardé atentamente para develarlo; pero la primera sensación fue de estafa, el Espejo que se paraba frente al micrófono, era un adolescente tembloroso que lo acercaba más a la imagen de un flogger que de un escritor maldito. Las cosas se pusieron peor cuando leyó dos poemas de amor, insípidos, atiborrados de lugares comunes. Estaba a punto de abandonar mi butaca cuando dio inicio a esa oda a los forúnculos titulada Asquerosidad, y entonces comprendí que todo lo anterior no había sido más que vaselina aplicada cuidadosamente al público antes de la estocada definitiva.
Durante varios meses traté de rastrear sus escritos en las turbulentas aguas de la blogosfera sin demasiada suerte, hasta que los abusos me condujeron nuevamente a La Rioja para reencontrarme con un Espejo ácido, mordaz, inquisidor, que apostaba sin reservas por un mundo ignorado repleto de promesas incumplidas en el que su prosa escapaba con elegancia los convencionalismos, inmolándose a lo bonzo en las llamas de una escritura paranoica, agónica, enfermiza , que surge como un puzzle  de atrocidades desde la otra orilla mas desgarrada, donde todo atisbo de salvación es vano e improbable.
Los relatos de Espejo tal como sugería Vladimir Nabokov nos obligan a sumergirnos en el libro y bañarnos en él, nos prohíbe costearlo. Muchas veces funcionan como un GPS capaz de señalarnos los puntos más truculentos en el mapa de catástrofes cotidianas, empujándonos a un páramo donde el lector debe sortear prejuicios, mientras se asoma a lo inconmensurable.  Esto se evidencia en esa suerte de road movie trágica  donde un padre desocupado, agobiado por las deudas decide hacer un viaje junto a su mujer y sus hijos por una ruta desierta, con el único propósito de estrellarse de frente a toda velocidad contra un camión. El relato tiene por título La redención de un padre y si uno desmonta los recursos literarios que componen el engranaje, puede vislumbrar el afán del autor por manipular situaciones extrañas donde nada es lo que parece, y las victimas en un parpadeo pueden devenir en victimarios.
Los personajes de Espejo parecen estar siempre envueltos en dilemas existenciales, asfixiados por la rutina, dispuestos a encontrar un instante de regocijo antes de la inexorable destrucción, en la perversidad. Mujeres, adolescentes, hombres de negocio, voyeurs, todos se ven asediados por un hastío que no es más que la antesala del peor sadismo. Dan vueltas en torno a las posibilidades que les ofrece el consumo ensayando huidas imposibles, intercambiando fluidos, obligando al otro a ser partícipe de sus flagelaciones, convencidos como Emil Cioran, que no son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos qué forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el tiempo.


Certera resulta la anécdota del escritor riojano Fernando .J. Montero quién asegura haberlo visto tras una noche de libaciones desenfrenadas a dirty mirror perderse de manera fantasmal entre las sombras de un caserío bajo, esquivando perros famélicos ante la mirada temerosa de un puñado de matones.
La liter-hartura de Espejo es hija de los márgenes, de la devastación, de la angustia que invadió a toda una generación desencantada prematuramente, y entre los múltiples lazos que establece, ya que en ella la intertextualidad juega un papel primordial, encontramos un link con la obra del cuentista Victor Hugo Viscarra, el Bukowski boliviano, ya que nuestro autor también encuentra su facultad en la calle, en la clandestinidad, convirtiéndose en un antropológo alucinado que encuentra la salvación a golpes de alcohol y marihuana sin otro compañero que algún perro alcoholizado, siempre acunado por la perturbación.


Perturbador resulta el relato titulado El Hombre que casi conoció un Mokele mbebé, donde ficcionaliza la vida del escritor y naturalista inglés Ivan T. Sanderson quien asegura en 1932 haber visto esta criatura en una de sus expediciones por la pantanosa zona del río Mainyu, en el África ecuatorial occidental. El relato retoma fragmentos de terror doméstico alterado por alucinaciones que nos arrastran a regiones pantanosas del corazón de África donde la existencia del monstruo está fuera de toda duda. Espectral la aparición del jerarca nazi Samuel Kunz en el sueño de la adolescente con un lanzallamas, y unos cuantos cráneos de aborígenes.  El final roza el desvarío con la aparición de un olongasta alienígena desnudo arrastrando su colosal miembro viril, y acá tenemos la impresión de un dudoso matrimonio entre la literatura de García Marquéz y la de, todos de pie, Philip K. Dick.

En medio de tanta literatura que no próspera más allá del mero susurro, de tanto escritor enfermo del síndrome Bolaño, de encolumnadores de palabras afectados por una severa inflamación lírica, de tanta elegía idiota a la marihuana, los relatos de Espejo surgen desde la garganta de los silenciados, para darles un tiro de gracia a los mercaderes de la poesía, para hundirse en la franqueza antes que elegir otro disfraz, entrelazando la angustia del  marginado con el gozo del bufarrón sodomizado.
Como afirma Héctor David Gatica, los libros se deben escribir con el silencio de ese cementerio que nosotros vamos poblando, y Espejo lo hace proponiendo una revolución indecente, indecorosa, la rebelión de los desangelados, que comprenden que la vida no es más que una breve exhalación, y que no existe otra opción que ir más allá de la luz más lejana de la ciudad-como pedía Robert Frost-para acodarse en las mesas de los bares siempre abiertos de la noche. Un sitio donde aún permanece encendido ese fuego que debemos recuperar para habitar los pechos sudorosos de las felatrices impiadosas, para calmar el hambre de nuestros diablos, para alborotar el silencio parroquial y reaparecer al otro lado del espejo, en llamas.
El gran Mario Espejo huyendo de las cámaras. Fotografía perteneciente al blog Tercer encuentro de poetas, La Rioja

viernes, 19 de noviembre de 2010

MIS MANOS EN MIS MUSLOS SE CONVIRTIERON EN TUYAS...

Mis manos en mis muslos se convirtieron en tuyas, sentí tu aliento en mi vientre y mi cabeza en el abismo. La respiración cansina que venía de mi lado, me autorizó a seguir pensándote entre mis piernas con mis manos convertidas en tu pelvis y mientras mi aliento volvía peligroso. Cerré fuerte mis ojos, las sábanas con su roce me provocaban  la piel, mi espalda se arqueaba y mi nuca se humedecía, mi corazón se agitaba y mi voz se ahogaba.
La noche ya pesaba en mí y la sombra recostada a mi lado no me abandonaba. No podía retroceder, ya que mis labios estaban áridos por los besos que no tenía, y denso se torno el aire que con dificultad trataba de retener. Cada vez más profunda la oscuridad y cada vez más alto el abismo, la atmósfera ya era asfixiante, mi ser ahora temblaba, tu pelvis contra la mía se desgarraba en fragmentos que me penetraban.
De repente caí en ese abismo, las sombras me atraparon, mi voluntad ya no era mía, la garganta se me cerró para su aliento final y mi espíritu se humedeció, ya era todo mi cuerpo estremecimiento, un espasmo mudo y un ceñir de mandíbulas para retener ese instante de la noche convertida en vuelo consumiéndose con el sol, fueron instantes sordos, minutos de martirios empalagosos y seguidos de una caída agotadora, por un instante todo fue perfecto.
Y  luego, muy mansamente, mis muslos se relajaron, el aire se convirtió en respirable y mis manos reposaron. En mi último suspiro, antes de caer rendida por la fatigosa tarea, giré mi cabeza, miré al hombre que estaba a mi lado y diciéndole con palabras mudas, no fuiste tú… fue él.
Cecilia Rizzo
Dibujo: Cecilia Rizzo

martes, 16 de noviembre de 2010

LEVITACIONES

Por Marcos Freites
                                                                a color susurro
¿ Y usted pretende convencerme que la única salida de este laberinto es por arriba? 
Despacio, muy despacio comenzaré a levitar. ¿ No me cree usted capaz de alzarme por estos muros?
La última vez que intenté levitar lo hice asomándome a la calle desde la azotea y vio la gente desnuda circulando por las calles incendiadas, dando alaridos de júbilo. No me va a negar que hay cierta algarabía en la devastación, más aún cuando uno soporta largos periodos de represión. Esa tarde me pare en la cornisa del edificio y caminé haciendo equilibrio con los brazos, susurrando plegarias a través de un caño.
Me figuré que la muerte podía ser color susurro, que ese instante que precede al silencio definitivo no es otra cosa que un arrullo estéril.
Pensé en los rostros de mis amigas contraídos ante la imagen de mi cadáver descalabrado en el asfalto caliente, en la alegría que le provocaría a usted no tener que lidiar con este cuerpo desobediente. Lo vi todo, entonces salté, describiendo un vuelo transversal que culminó con un suave descenso sobre la avenida principal.
El camión de los residuos, frenó de prisa, casi me lleva puesta. 
Un hombre corpulento, con una vocecita diminuta, frágil, me sugirió que la próxima vez tomara más precauciones antes de descender.
Desde entonces mis levitaciones son cada vez más esporádicas.




EDWARD STEICHEN
Gloria Swanson, 1926.
Bromuro de plata. Vintage.
Colección Gruber. Ludwing Museum, Colonia.


domingo, 14 de noviembre de 2010

EL CORDEL DE ARIADNA

Llegado el momento, lo único que resta hacer es saltar al vacío. Eso pensaba Ariadna desnuda en un laberinto de espejos. Su vida era un cordel que se quemaba con lentitud. Ella sabía con certeza que ningún viento apagaría ese fuego diminuto que con paciencia se aprestaba para arrasar todo lo que aún se mantenía en pie.                  
Jimena Pascutti

viernes, 5 de noviembre de 2010

MARLENE Y LA DESCONOCIDA

  Por Marcos Freites
La vida terminaba tras esas cuchillas que por las tardes desaparecían bajo un manto espeso de polvo. Toda nuestra existencia era ese caserío donde la vida a cada paso parecía esfumarse. Entre tanto la noche como un animal sigiloso entraba por la puerta, y en un parpadeo oscurecía todo. En un segundo la noche se bebía hasta la luz de los floreros, y lo único que se oía era el sonido de las latas mordidas por el viento. Ella llegaba tarde, se acostaba en el suelo y con un cigarrillo en la boca veía la vida diluirse en cada bocanada.

Uno crece de prisa cuando a su alrededor solo hay puertas que se cierran. Cuando la oscuridad invadía por completo su casa, la soledad se hacía evidente, y los pensamientos en marejadas golpeaban en su cabeza, siempre iluminados por el mismo recuerdo.
 La memoria de una pobreza perversa a corazón abierto que le arrancaba el vestido y le hurtaba el sexo mientras invocaba a una desconocida que habitaba su mismo cuerpo. La desconocida la tentaba con la boca abierta, y aunque parezca estúpido, ese espanto la deslumbraba, tanto como recordarla esta noche en que se quita con prisa el vestido, se echa en el suelo y enciende un cigarrillo, sin pensar en otra cosa que en este dolor que no cesa, que no puede acabar en otra cosa que en sangre, mientras lo único que se escucha es el zumbido del viento dando dentelladas a los latones.




                                                                                                    

miércoles, 3 de noviembre de 2010

CON EL PERMISO DE NADIE

 Por: Ivana Fucks

Recuerdo los días que antecedieron a esta pavorosa adolescencia. Días de lamerme en soledad las heridas, sin pensar en el camino por recorrer. El amargo periplo de los calendarios que me empujan a ese día crucial donde vi todo con nuevos ojos, y comprendí que es imposible negar la caída. La marca del pecado en las cosas que la inocencia manipulaba con torpeza, los rasgos genitales, la ambición por un cuerpo presentido en las sombras. Esa mano que surge de la inmensidad, de la nada que cerca los sobresaltos y ahoga el alarido que consuma la pasión.
Recuerdo las minúsculas bombachas que se ponía mi hermana mayor para ir a visitar ese cadete de policía, el momento siempre gozoso en que yo colocaba mis labios en los pechos redondos de mi prima; las piernas gruesas y bien torneadas de Priatti , el arquero de quinto B con el que salíamos a naufragar los domingos; las medias oscuras que usaba la Rutini para ocultar las várices; las tardes de lluvia en que vos y yo nos metíamos en cama y jugábamos a descubrir el placer con caricias torpes que nos provocaban un eléctrico cosquilleo; la alegría de bañarnos juntas en ese río que atravesó nuestra infancia.
Ahora volvemos a estar juntas y cielo e infierno se unirán en nosotros. Ya no me hallaré sola, en un sueño huérfano. Vendrás junto a la primavera, nos encontraremos en un tiempo entre el olvido y la memoria, con el peso de los años que extraviamos en absurdas peregrinaciones. Todo será caricia. Veremos las lilas en silencio, recorriéndote de punta a punta y ya no me detendré jamás.
Como no sentirte, si lo tocas todo casi sin estar, si es tu sombra la que se anuda al reflejo que devuelve el espejo hecho trizas. Mientras tanto sueña que como en la infancia vuelvo a acercarme a vos desnuda, con el permiso de todos, dispuesta a cortarte el pelo.
Ivana Fucks