domingo, 9 de mayo de 2010

EFIMERAS

Fuegos artificiales cayendo en racimos.

La felicidad impera, chisporrotea, estalla.
Paso a paso el niño – problema estornuda, chispea mocos prendiendo los cuerpos que ha derrotado el alcohol. A lo largo de la arena se extiendo el vómito, los pájaros picotean restos de la cena.
La muñequita huye de la caja musical, y baila ante los ojos lascivos de los hombres que aún siguen en pie.
Como un gran incendio, echando aren a los relojes dan a luz el año dos-mil-uno.
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La casita de Larita está junto al río. Cuando llueve las espumas de la creciente besan el columpio, se devoran los juguetes abandonados. Carros cargados de fantasmas pasan todas las noches, y Larita los mira por el agujero de una frazada.
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Perdonamuerte y Vuelcasangre enhebran trenes en los rieles. La pálida vecina los mira con unos ojos que la anemia agrandó. Las horas son un carrusel que se mueve en torno a la estación. Perdonamuertes y Vuelcasangre, se miran bajo el sol de las cinco de la tarde.
Ambos saben que todo concluirá en un inevitable choque de trenes.
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Las muñecas no sangran, mi amor, ellas no saben del dolor.
Todos sus días son imaginarios, con tantas verdades a medias todos somos sicarios, asesinamos a cambio de una verdad, y una vez que la tenemos en las manos, no es más que un juguete absurdo, mudo que ya no nos divierte.
Esto lo escribió Vuelcasangre cuando en un chispazo se volvió un ser prescindible.

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