miércoles, 26 de mayo de 2010

CRÓNICA DE UN VIAJE A LA NADA

    En el mediodía, la ciudad, los pájaros, la gente son una cercanía que va dejando el invierno al irse. Algunas veces San Luis se parece a una estepa miserable, donde sólo puede crecer la desidia.  Pienso esto, mientras nos sentamos en el colectivo. Matías abre una caja, y saca su nueva edición adquisición: la edición en vinilo de Grasa de las Capitales de Seru Girán. La caratula que imita la portada de una revista de chimentos surge impactante, como un caleidoscopio kitsch. Me hace recordar a la primera vez que tuve Revolver de Los Beatles. Lo compré, y no tenía dónde escucharlo, pero lo llevaba siempre conmigo. Me daba miedo dejarlo solo en casa. Píndaro pensaría que le estoy dando demasiada importancia a algo que no merece. 
Dando sacudones arranca el colectivo, Matías sigue hipnotizado recorriendo con sus dedos la textura oscura del disco. Esa piel melodiosa.

El sol hace resplandecer la autopista. Con tristeza veo evaporarse los caseríos suburbanos, las fábricas grises como gigantes varados, las casas prostibularias con sus cartelitos coloridos. Píndaro permanece indiferente con los auriculares puestos escuchando a Strauss.
 He conocido personas extrañas, seres con fobias, manías, pero ninguna como Píndaro. La primera vez que hablamos me explicó una extraña forma de afinar arpas, luego me preguntó qué era un bajo. Seguramente crecimos en la misma casa, sólo que él salió con elegancia por la puerta grande, mientras yo me emborrachaba en el fondo ahogando la ansiedad con tinto barato.
El campo aparece monótono a ambos lados, repleto de árboles raquíticos e islotes de quebrachos, sólo alterado por uno puestos miserables dónde lo único que relumbra es alguna represa de agua verdosa. Vemos una bandada de pájaros oscuros volar en formación perfecta junto al tendido eléctrico, un coche ardiendo sobre la banquina, vacas pastando, un perro huérfano tirado bajo el sol, y con Matías recordamos el poema de Rubén Almada, Aquí vamos eternidad, dónde describe en forma de polaroids un viaje alucinado en el que cada verso va generando un nuevo escenario. Poesía espacial.
Balde nos recibe con su aliento a desamparo. La estación de trenes habitada por una sombra de locomotoras a la deriva, cobija nuestra fatiga. El sol clavado en el medio del cielo esparce su ardor. Las vías del tren se extienden como un esqueleto de serpiente, amparadas por el pasto reseco y quebradizo. Matías se quita las zapatillas y sentado en posición de loto enciende un cigarrette. Unas chicas empujan una carretilla y le echan unas miradas a Píndaro, que dispara su cámara contra los muros derruidos de un viejo almacén. Los observo, y tengo la sensación que instantáneamente sus cuerpos han adoptado el ritmo del pueblo, cadencioso, lánguido, sólo perturbado por los coches lujosos y veloces que visitan las termas. Como decía el poeta chileno, Jorge Teillier, los pueblos tienen su ritmo, y el de Balde está sujeto al principio de quietud, como si un órgano de iglesia somnoliento resonara en el comienzo de la tarde.
Primitivamente, Balde, fue una estancia, un lugar poblado de vacas y peones, cuyo único acontecimiento era el paso del tren. Bajo la sombra de los tamarindos Fray Marcelino, repasaba sus lecciones de teología y soñaba con una vida de santo, mientras la cruz de Caravaca resplandecía en sus sueños.
Al lado de la comisaría, hay una glorieta que lo recuerda, como hijo pródigo del pueblo.
Nos sentamos en la plaza para planear algún recorrido posible. Moscas zumbonas vuelan de un lado a otro, bajo el sol pegajoso de primavera. Unos niños cantan. Decidimos caminar hacia las vías para hacer unas fotos. Matías trepa hasta lo alto de una torre, y desde lo alto me saluda haciéndome cuernitos. Píndaro se obsesiona con los vagones abandonados, y sugiere el argumento de un cuento, en el que la protagonista es nuestra redactora estrella, Ivana. Matías propone que vamos a Merlo a visitarla, alguna noche, y le llevemos de regalo algún libro de Poe. Tal vez después de leer algunos cuentos, podemos idear alguna linda orgía.
En busca de saciar la sed entramos a un bar. Al cruzar el umbral tropiezo con alguien. Es un sujeto, oscuro, grandote, con bigote. Me echa una mirada inquisidora, y con una botella envuelta en papel de diario, se aleja. En la rockola suena una canción de Creedence. Un gordo sin dientes que rumia un armado se nos acerca, y nos pregunta de dónde somos. Somos de La Ponderosa, responde Matías. El gordo piensa un momento, amaga una respuesta, se detiene y nos dice, espero que les hayan dado permiso.
Nos sentamos en una mesa coja de madera, que tiene grabada una rosa y una serpiente de manera burda, y pedimos dos ginebras y una paso de los toros. El cantinero, un sujeto flaco, chupado, con marcas de la viruela nos sirve en unos vasos de vidrio marrón, y nos pregunta si no sabemos quién son esos gringos que cantan, Molina, Molina. A todos les gusta esa canción cuando están borrachos, agrega, y sin esperar la respuesta se va, dando una especie de zancadas.
Desde un rincón unas sombras nos saludan. Píndaro devuelve el saludo con aprensión. Matías le dice que no se preocupe, que la gente en los pueblo es pacífica. Alguien de otra mesa se acerca con un vaso de vino, nos pregunta si se puede sentar con nosotros. Nos cuenta que viene del norte, que tiene un auto veloz capaz de ir a cualquier lugar, y durante un rato se queda mirando su vaso, ajeno a todo.

El sujeto que durante un rato se había quedado inmóvil mirando el vaso, de pronto levanta la vista, y empieza a hablar. Tengo un auto que nos podría llevar a cualquier parte, sólo me tendrían que ayudar a empujarlo. Una vez que arranca, no se detiene más. Matías le dice que podríamos ir hacia El Divisadero, tal vez animado por las palabras de Almada, quien nos aseguró que desde ese paraje se ven los mejores ocasos.


El Falcón se pone en marcha con facilidad. El ruido del motor parece atropellar la brisa helada que suelta la tarde. Píndaro se fija en un mapa gastado y le ordena al conductor dirigirse rápido hacia el norte. A medida que avanzamos el campo parece más ardido, como si una gran bola de fuego hubiese arrasado con todo síntoma de verdor. Filas de álamos delatan la presencia de una estancia perdida en el silencio. Con suavidad la noche se echa encima de nosotros. El hombre que conduce el auto, nos dice que nos va a llevar a dónde empieza la noche. La noche empieza en el cuerpo de una mujer, afirma Almada en su poema El fabricante de cisnes.

Vamos recorriendo kilómetros y kilómetros. Un rancho a punto de derrumbarse, un camión volcado en la banquina, un cartel que indica un desvío. El paisaje parece arrasado por una manada de felinos prehistóricos que han devorado toda forma de vida. El reloj no se detiene. La oscuridad se arroja sobre nosotros, y así casi a ciegas llegamos a un punto en el que dos caminos angostos se abren al infinito. Al lado derecho se ve un campo de maíz, recién segado, una casa pequeña que suelta bocanadas espesas de humo. En el cruce hay una flecha de madera en la que se lee “Macho muerto”. Realmente poco importa lo que significa, nuestra marcha ha concluido, el círculo se ha cerrado, tal vez continuemos viajando pero en este punto, todo ha terminado, y eso lo sabemos todos, excepto el conductor que bebe de una botella de plástico y nos invita a un prostíbulo dónde asegura que hay unas brasileñas que por veinte pesos te la chupan. Tras decir estas palabras suelta una carcajada como un graznido.
Sobre las líneas de alta tensión vemos volar unos pájaros oscuros sin rumbo, callamos, y sin fijarnos en la distancia que resta para volver a nuestras casa, empezamos los tres a caminar en silencio.
M.G.Freites


De izq. a Der. Píndaro, Patchu Lucero & Marcos Freites, en Balde.Septiembre,2009.


6 comentarios:

  1. me encanto marcos sos genial¡¡

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  2. hola giripollas!!! como anda don freites??? por donde andas master...me parece que ya se por donde andas ja ja,para tu cumple te vamos a hacer un doble ciudadania ja ja..un abrazo y saludos

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  3. escribe con carbon y en mi pensamiento
    que cruzamos oceanos del tiempo
    dibujando garabatos de mis fantacias...
    poco es tanto cuando poco necesitas...

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  4. Píndaro de verdad fue con ustedes ? no me lo imagino en medio de tanta degradación.
    Me gustaría leer la versión de Píndaro. Es natural en vos,Marcos, teñir de desesperanza tus textos. Tal vez tu escritura consista en eso, ir apagando silenciosamente cualquier atisbo de luz que surge.
    Analía./Neubazten"

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  5. Si el gran pindaro fue como a reencontrar su alma ligada de destrucciones incultas de su vida locuaz y terrenal, en esa locura no me pude prender aún no me consideraba alguien a la altura de sentir sensibilidad como ellos, además estaba inmerso en la locura del sexo desenfrendo de la reciente soltería, como me arrepenti. DEDO

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  6. siento envidia por esos días de gloria que parecen haber vivido... supongo que algún día seré parte de ellos...
    Luciano

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