viernes, 30 de abril de 2010

ÚLTIMO ACTO

















Las dudas lo asaltaron cuando iba a tomar el balón justo al final del paredón. La bomba había estallado sin acusar demasiados daños. La señora de enfrente lo observó todo, luego cerró la ventana y se echó a dormir su siesta. El Sortija, temía tomar esa bola caliente y avanzar entre los rivales, haciendo piruetas, temía quedar cara a cara con el portero, y errar el disparo. Los aviones seguían volando bajo, y lanzando nubes de gases tóxicos. El público, que se reducía a unos obreros de la construcción en pleno descanso, estaba expectante, deseoso que El Sortija la matara con el pecho, e iniciara una rauda carrera hacia el arco rival. Pero todo lo detuvo el árbitro, justo cuando la pelota se acercaba a la posición de El Sortija. Todos se miraron pasmados al oír el pitazo que marcaba el final. Desde la casita blanca que se usaba de vestuario un viejito con barba cubrió con las manos sus ojos, para ocultar el llanto. No había tiempo para esa corrida demoledora, todo se había acabado, y el mundo continuaría, girando, con sus guerras, sus atropellos, pero El Sortija para siempre había quedado congelado en ese instante en el que iba a recibir la pelota para dar el golpe de gracia. Una estatua de yeso, en el medio de esa canchita, dónde la muchachada ahora se pasa de mano en mano una tuca mal armada.

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