lunes, 12 de abril de 2010

DESDE LA HUMEDAD

RETRATO DE UN DÍA JUNTO A RUBÉN ROGELIO ALMADA

Y en esta soledad otoñal dónde naufrago en la inmensidad de una cama sin otra esperanza que una botella de ginebra, cuando el Ribotril construye un laberinto flotante en torno de mis pensamientos, me acuerdo sin asco de Rubén Rogelio Almada, mi padrino de confirmación poética. Y sería la raja volver a encontrarnos en aquel séptimo círculo infernal dónde Pía sigue moviendo las caderas con un swing endiablado bajo una luz brumosa, y el viento agita el cartelito dónde surge apenas visible ese nombre, Molinito Azul, como una palabra que desde hace tiempo no se pronuncia. Y es triste, recordar todo esto, esta tarde, por qué ya no hay nada que sostenga la memoria, salvo este mix de pastillas y alcohol sulfurando rostros bajo una lluvia color sepia. Una lluvia dibujada prolijamente en una fotografía desde la que asoma grotesca la sombra de Almada.

De izquierda a derecha en la instantánea, se puede ver a Matías con el disco Grasa de las Capitales de Seru Giran, y esa sonrisa que puede irradiar alegría o tristeza según como sople el viento; a su lado Marcos, veintidós años, fumando con arrogancia un Parisiennes; tiene el pelo acaracolado, y unos ojeras que delatan todo. En el centro con una bufanda roja , regordete y apuesto, posa Gastón , en sus manos tiene un libro de algebras, y a su lado por último, but not the last, la sombra de Rubén Rogelio que denuncia una larga chaqueta abotonada, cuarenta horas de insomnio, y un vaso de vino en la mano. Lo fuerte, es verlos a todos con esa pose de los que desencantan prematuramente, de los que intuyen más temprano que tarde, que no hay chance de un buen final. Atrás el mar, un mar que presiente la eternidad de ese instante captado; y desbocado suelta una ola deslenguada sobre la arena caliente, ese veinte de diciembre de dos mil uno.
Almada tiene atrapada una mariposa en su mano derecha, la atrapó para mí junta al espigón. Una mariposa marina para vos, dijo y la abandonó en mis pechos. Asustada se la devolví, le dije que no la quería, me daba pena ver a esa flor alada agonizando entre mis pechos todavía castos. Entonces él la tomo entre sus gruesos dedos con manchas de nicotina, y se alejó recitando esa línea de Huidobro que dice: “Todo es hermoso como los colores que caen del cerebro de las mariposas”, y con una sonrisa guardó el insecto moribundo en los bolsillos de su chaqueta.
Pensándolo bien ahora, mientras a lluvia sigue cayendo sobre el sing de la casa de mis padres, la foto oculta más de lo que revela. Esos rostros visibles que miran distraídamente la cámara no son más que máscaras tras las cuales los verdaderos rostros avizoran con una mueca de desprecio el futuro que se les viene encima.
Es el último año de la secundaria, y todas las posibilidades de un mañana que se abren, pese a los buenos augurios de los profesores, son escasas.
M.G.Freites


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