viernes, 16 de abril de 2010

RETAZOS DE INTEMPERIE

                   El cuarto de hotel seguía con la puerta entreabierta, sólo que ahora no se oían murmullos ni risotadas. En el largo pasillo de pie junto a las escaleras permanecía Anabel, inquieta, con la sensación de que algo definitivo ocurriría. Había llegado un rato después que los amantes subieran a la habitación canturreando canciones de amor. Había oído los gruñidos animales del hombre que apenas traspasada la puerta derribo con violencia a la chica, y con ferocidad comenzó a arrancarle la ropa.
Había escuchado todo, y mientras aguardaba quién sabe qué, pensaba en los ojos temerosos de la chica intentando esquivar las embestidas feroces del hombre, en la larga encadenación de hechos que la habían arrastrado en una ciega deriva en este pasillo de hotel. No le preocupaba demasiado las consecuencias, sólo le interesaba la larga variable que su vida había esbozado en apenas siete días.

Los distintos valores que puede tener una variable, puede depender del valor que adquiera otra variable, dijo por lo bajo. Entonces tenemos una variable dependiente. Pero muchas veces pensó no basta conocer esta dependencia entre variables, sino que interesa saber cómo varía una de ellas con relación a la otra u las otras variables. También sabía que cuando iba a suceder algo concluyente, definitivo, se veía acosada por teorías que nunca serían probadas y sólo se admiraban por su belleza matemática que siempre es engañosa. Ahora la distraía pensar en los actos de locura, en esos arrebatos que contienen en su matriz todos los espantos, porqué no hay locura que no tenga su raíz en la maldad. Esa era la explicación que ese hombre que dormía exhausto sobre el cuerpo anoréxico de una adolescente, le había dado hace unos días atrás, cuando todo empezó.
Estaban en la fortaleza del doctor purgando sus almas. Habían decidido ingresar luego de prenderle fuego a un mendigo, una noche en que tomaron más de la cuenta. Ardió como pasto seco, dijo Anabel lanzando una carajada que retumbó en la sala de confesiones. El Doctor luego de oírla, le advirtió que al entrar a la fortaleza uno debía aceptar a rajatabla cada una de las reglas, y como primera medida decidió separarlos. Él fue confinado a la sección tareas dónde se reunió con un grupo de hombres a meditar sobre las diferentes posibilidades de regresión. Ella fue elegida como aspirante a sacerdotisa, por lo tanto tuvo que superar diferentes pruebas, la más compleja fue reanimar un siervo blanco después de una purga. Todo parecía resultarle fácil a Anabel, hasta que llegó la enfermedad. Vino silenciosamente, con la calma de lo real. No tuvo que ver con el dolor, ni con el desamparo, ni con las palabras que usamos para nombrar esas carencias que van minando el negocio diario de vivir.
Pintura: Luz de la mañama


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