lunes, 7 de septiembre de 2009

DESPOJOS DE UNA VIDA

GONZALO RIERA PROPONE EN ESTE CRUDO RETRATO DE SU INFANCIA A LA MUERTE COMO ÚNICA REDENCIÓN POSIBLE.
 En aquellos días intentaba saber algunas cosas, comprender que todo lo que me rodeaba era parte de un gran decorado, de una maqueta gigantesca a la cual no podría conocer en su totalidad sino lograba elevarme.
¿Pero, dónde, dónde, estaban mis alas?  Las había extraviado en las sucesivas mudanzas, se habían quemado bajo la luz de las velas que le encendíamos a los demonios, se habían hecho trizas durante los meses de tempestad...
Me distraje pensando en una chica que jamás voy a tener. Ella está recostada en una cama, casi desnuda, a su lado dormita un perrito. Podría matar a toda mi familia, si en ese acto se cifrarán las esperanzas de acostarme algún día con ella, y cabalgar su celo como si el mundo fuera a acabar en ese instante.
Pero no, mi vida sólo me permite abrazarme a lo sórdido. Debo vigilar lo que me rodea. Eso dice la realidad real.
La realidad real es que debo espiar sigilosamente, y espiar no significa ocultarse en las sombras para ver todo desde allí. Espiar es un modo de ver sin ser visto, verlo todo con ojos furtivos y mucha paciencia. Ver eso que nos rodea, que jadea junto a nosotros. Alargar los ojos y encontrarse con una caja de cartón repleta de hilachas, un brasero, una camisa mugrienta arrojada en el piso, detenerse en la palmera raquítica que hay en el patio inclinada levemente hacia el sur, sumergirse en toda la basura que arrastramos desde siempre, en esta miseria pegajosa, en el musgo que cubre estas paredes, palpar las humedades y la resignación, el constante esplendor de la nada que nos devuelve, esta pobreza ya sin remedio. Y después en el estallido de los relojes , cuando los ojos se vuelven miserables , oír los consejos de la gente que visita esta casa , los gritos de socorro ahogados, el estruendo que hacen las ilusiones al derrumbarse , mi padre enfermo maldiciendo a todos los santos ...
Toda mi existencia desplomándose ... Cómo, cómo sobrellevar esta peste de vivir y vivir por vivir , decime , como amigarse con esta lepra contagiosa , con esta felicidad cariada, coja, inválida , hecha de muecas envilecidas y al fin, sí, como un temblor , la muerte , esa codicia lejana . Cómo, cómo conquistarla, abrazarla rápida , poseerla en lechos roñosos con tufo a orín y encierro...
Degradación sobre degradación, fatalidad de herencia, respirando y respirando sólo por el vicio de respirar, mientras todo sucede en otro lado. Y vos hermano mío, que aún no ves todo esto, que no espías, que solo respiras, estiras tu mano, buscas atrapar algo, como si quedara algo. El resto de nuestras vidas resonando por años en el hueco que deja el abandono.
Y de pronto, hermano mío, tu grito despavorido, luego el de mamá y papá casi a coro, y por último el mío. Ahora todos muertos, muertos no de frío ni de hambre, sino de espléndida muerte.
Alabada muerte. A tu gracia nos debemos.



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