viernes, 19 de marzo de 2010

UN RELATO ERÓTICO CASI EMO

LA CHICA DE LA TANGA DE ORO

 Asahina Tomoya ha tomado las riendas del sexy bar,  ya que el dueño se enfermo.  Para levantar el negocio, tiene su equipo de camareras pechugonas, a las cuáles obliga a cambiar sus habituales uniformes por unos más sexys. Tomoya se siente atraído por una de estas camareras, la recatada y pacata Akiho, la cual no tiene mucha experiencia con el sexo, de modo que  las otras camareras se reúnen para darle algunas lecciones en el arte del amor. Con ojos de voyeur Tomota, observa esta gran orgía lesbíca.
 Ruben.R.Almada “Jasmine Rouge ”

Ha llegado Ivana a casa. Los perros le lamen sus blancas piernas, y ella suelta una risita frágil, que parece un arrullo. Sus dientecitos brillan a través de los labios entreabiertos. Viste de domingo: blanca blusa, falda negra y zapatos de tacón que se hunden en la tierra blanda. Mi hermano está feliz, la besa en las mejillas, le acaricia la melena, y le pregunta por su novio:

-Nos peleamos hace un mes, era un idiota, dice por lo bajo y los ojos de mi hermano parecen encenderse en ligeros fogonazos de felicidad.
La tarde nublada parece inmóvil tras los árboles. Una hoja cae a sus pies. Por todos lados cuelgan sabanas húmedas, jeans mojados, y el vino se agua con un trozo de limón, dentro de la jarra de plástico naranja.
-¿Ariel, quien es la mina que está viviendo al lado?, me pregunta Papá.
-Una cualquiera debe ser, contesta Ivana, para colgar las tangas a la vista de todos. Por favor.


Callamos. El verano es un girasol marchito, sin pétalos ni aroma. La radio transmite un partido entre River y Unión de Santa Fé. Darío Cabrol, el número diez de los santafecinos casi hace un gol olímpico. Desde el living el deseo se anticipa en la mesa prolijamente servida. Una botella de Coca-cola roja y plateada, resplandece sobre el mantel cuadriculado, Carozzi.
No habíamos tenido noticias de Ivana, desde el verano pasado cuando fui de vacaciones con mis tíos a la costa. Acabábamos de cumplir quince años. Íbamos de un deseo a otro abriendo ventanas, cuerpos que nadie se preocupa en cerrar. La música no dejaba de sonar por todos lados. Boys and Girls de Blur. Ordinary World, de Duran Duran. Ese era nuestro palo. También Los Redonditos. En la disco ponían a Los Ratones. Recuerdo la noche en que salimos a bailar y regresamos borrachos en taxi al hotel. Ivana me miraba fijo, y chasqueaba su lengua bífida. Llovía. En su cartera llevaba una pistola de agua, un porro y un absurdo consolador. El taxista mascaba un chicle bazooka y echaba una miraba por el mirror retrovisor, preguntándose por el nonsense de la situación. Dos pendejos con una calentura bárbara, metiéndose mano. Después terminamos tirando en mi habitación. Pusimos el colchón en el piso para no despertar a mi hermano con quien compartía el cuarto. Días después mi hermano me confesó que había visto todo, y que bajo las sabanas se pajeó hasta morir, mientras nosotros la poníamos. A la mañana siguiente vino el novio de Ivana, un rugbier y se la llevo en su moto a otro balneario.
Ahora papá me pide que acompañe a Ivana al cuarto de huéspedes, y le ayude a subir las valijas .Nuestras miradas se cruzan, rabiosas de deseo perro. Un mechón rubio cae por su frente impura, y se mece con la brisa. Cuando se pone a desempacar le miro el culo. Es un culo en pleno crecimiento, pícaro, sugerente. Pienso sin dejar de mirarla, que quiero poseer ese culo, disciplinarlo, moldearlo. Mientras miro su culo voy minando mi mente de perversiones. Y así empieza a girar la rueda-simbolo de mis perversiones- la rueda que atasca mis buenos pensamientos, bajo un cielo raso que gotea cristales de sudor.
 El reloj se adormece ya sin horas desde el patio llega la voz de mamá llamándonos a comer.
Por un momento reina la confusión de una edad muerta a palos, dónde todos los hechos se aventuran a desmentir nuestras teorías.
El ruido que emiten las aletas del ventilador se parecen a un aleteo moribundo, digo y ella se da vuelta, regalándome una sonrisa.
Nos sentamos a la mesa. Hugo cuenta por decima vez, la historia de su hermano Ramón que el verano pasado se fue de viaje a Miami. El año que viene vamos a ir con mi mujer y los niños, dice Hugo. Ivana dice que Disneyworld es una mierda. Cuando cumplió quince fue con unas amigas y se aburrió enormemente. Hugo afirma que los dibujos animados de Disney son totalmente inofensivos, por qué no hay violencia, ni referencias políticas. Ya no se hacen dibujitos de ese estilo, dice Carmen la mujer de Hugo. Ivana me roza con su zapato la pierna, y me pide que la saque, que la lleve lejos de estos viejos absurdos y aburridos.


Vamos a mi cuarto a mirar videos en MTV. Están pasando uno de Red Hot Chili Pepper. Ella tararea la canción mientras acaricia con la yema de sus dedos mis piernas. Por primera vez, en mucho tiempo al sentir sus caricias me siento en paz conmigo mismo. Pienso en mi destino, en que después de todo, sea algo sencillo como acostarme con Ivana, penetrarla sin haberla amado nunca. Sujeto sus manos, las acaricio suavemente, ella responde con un beso. Recorre con la punta de su lengua la comisura de mis labios. Me mordisquea traviesamente mientras me acaricia el vientre hasta rozar con sus largas uñas mi cuello. Respondo estrujando sus pezones a través de la remera, y ella suspira, se entrega, balbucea cosas incoherentes. Busco algún recuerdo en mi memoria electrizada, y no encuentro nada, no encuentro nada en mí. Oigo los latidos de su corazón, a través de sus pechos que se agrandan, y se agrandan, hasta convertirse en tetas colosales que desbordan de placer. Sigo los latidos como quien persigue el son de un tambor en la arena caliente. Ella me clava los dientes en el cuello, y tira con fuerza. Siento un chispazo de dolor en mi cerebro, los oídos parecen sangrar. Ella ríe enloquecida, con los labios llenos de sangre. Le estoy dando por atrás, con fuerza, con rabia, domando ese culo que me ha quitado el sueño, arañando su espalda. Ivana, gime con la boca torcida, mientras vocifera un rosario de insultos.
Cuando el sol de la tarde, se pone en la ventana, reflejándose en el cristal, reúno todas mis fuerzas, invoco mis demonios, y eyaculo sacando el miembro, derramando el semen espeso en sus nalgas. De su boca afloran bocanadas de vapor que titilan, y yo dejo de embestir contra su cuerpo, falto de aire, falto de pudor.
Alguien desde la cocina , nos llama a tomar el té. Ella me mira con una sonrisa cómplice, y tras vestirse con rapidez sale arreglando su pelo. Yo me quedo en silencio, observando con la vista perdida, el hueco por el que las sombras con imprudencia empiezan a entrar a mi cuarto.



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