jueves, 4 de marzo de 2010

MASTICANDO DESEOS AJENOS

Aprender a masticar deseos ajenos con la boca abierta, susurra mi abuelo desde una cama en el manicomio. Antes de dar el paso definitivo, con gran dedicación, se encargo de arruinar de una vez por todas la vida de mi padre.
El mundo no es mágico, mágica es la desgracia de vivir e él, debió decir el viejo entre los dientes antes de encender fuego la casa. Pudo agregar mientras las llamas lo devoraban todo, que la vida no es más que un juego dónde uno apuesta eso que llaman cordura.


   Las hormonas terminaron comiéndose a las neuronas, dijo mi prima antes de escapar de casa. Enero al galope. Calor enfermizo. Ella gritó, luego suspiró. El verano termina por enloquecernos a todos. Fue una noche antes del aniversario de bodas de mis tíos, llevó su amante-diez años mayor- lo ató a su cama, y no lo dejó dormir hasta quedar exhausta. Un cuerpo puede estar tan cargado que al revelarse brota un fuego fulminante, escribió en su diario, justo cuando su bote empezaba a hacer agua por todos lados.


Según el libro de las Revelaciones, libro inédito del aún más inédito poeta Ruben Rogelio Almada, no aspiramos a otra cosa que a un puñado de ilusiones promiscuas. Somos meras exhalaciones emanadas luego de un breve duelo carnal. Impostores que llaman vida a la suma incesante de derrotas.


Algunos sucumbieron a su propia soledad, se volvieron mansos por comodidad o cobardía, trabajaron inútilmente por dar forma a una vida envilecida por anticipado. Algunos llamaron a gritos a la locura y no les contestó.
Como yo esta mañana, desnudo en la cama, con la demencia dentro de mí, sorda locura a la que reto, con los ojos extraviados en un punto blanco que poco a poco va creciendo, y a su paso tragando todo lo que inútilmente nos rodea.
M.G.Freites




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