jueves, 17 de junio de 2010

MIÉRCOLES DE CENIZAS


La mesa está servida. El haz de luz que emite pálidamente la bombilla parece esquivar los rostros, severos, adustos, indiferentes. En la cara de mi primo y en la forma de extender su mirada hacia mí, hay un dejo ilegible de sarcasmo, menosprecio y exaltación. La sopa en los platos tiene un aspecto sórdido como si se tratase de una baba espesa y repugnante. Las habas inflamadas por el hervor del caldo irradian una apariencia grotesca y repulsiva. Un ligero desequilibrio de colores y aromas mancilla las texturas y los sabores. Atrás han quedado San Luis y sus matices color terracota, las señoras que vestían de luto y sus paraguas abochornados por ese sol que luego de filtrarse por los gruesos y plomizos nubarrones termino por llenar de luz las angostas calles y sus frondosos olivos que a medida que avanzaba el día se llenan de crujidos de cornetas victorias, se abrigan con bufanditas albicelestes,  el camión viejo que parece desarmarse en cada golpe, Iván y su doncella de acero, las cartas ilegibles que aún apañan las hendiduras de la ausencia.
Mientras como, tengo unos deseos irreprimibles de abandonar esta casa, acomodar mis despojos en la maleta marrón, pegar un gran bostezo y dirigirme hacia la ciudad pero mis sentidos parecen anulados, mis manos ya no pueden sentir todo lo que me roza y mis pies están demasiado entumecidos para caminar. No pude terminar de comer, no soporto los especimenes que buscan mi risa desde la pantalla del televisor, ni la triste imagen de las calas marchitándose en el florero gastado de los días.
 Me levanto y me dirijo al baño, me paro frente al espejo y con lentitud observo mi rostro. Tengo unas ojeras muy profundas, el frío  ha quemado un poquito mi piel, me han quitado esa blanca palidez que me hacía sentir uno de los Kiss sin maquillaje y ya siento que mi figura no inspira compasión como en otros días de abandono. Extrañamente me veo bien y esto no ocurre desde hace varios días. La noche es quietud y ausencia. Sobre la piel ajada de los días por venir mis palabras no son más que el vano clamor de un condenado. Cenizas de un miércoles que se desvanece en un disparo que pasa rozando el palo izquierdo, con un salmo de trasfondo.
M.G.Freites



3 comentarios:

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  2. Muy bueno, marcos, esa búsqueda en la nada que va acumulando palabras.
    T.M

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  3. Me gustaría escucharte leer, Marcos, esos textos que son la compañía perfecta en los momentos de soledad. Me parece que por fin he encontrado alguien que escriba sobre loq ue le pasa a la gente de nuestra edad y lo hace con la altura y la magia SUFICIENTE como para que una se quede hipnotizada leyendo, buscando siempre algo más, para cuando tu libro.
    Abrazos, Caro

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