jueves, 30 de diciembre de 2010

HISTORIA DE PITANGA/ LO TRÁGICO Y SUS VOLUNTADES II

Por M.G.Freites
EPISODIO DOS
HISTORIA DE PITANGA
El desierto está en todas partes
                                                    Joseph Brodsky 
El círculo máximo es el camino más corto entre dos puntos en una esfera. Los pilotos de los aviones lo utilizan para ahorrar combustible, para reducir horas de vuelo. Esto no lo aprendí en la fuerza aérea, sino mirando televisión, antes de convertirme en un rural.
Desde niño me fascinaron los aviones, el primero que vi fue un Lancastrian Star Dust que tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en la vieja ruta que se dirige hacia los bosques del norte. Estábamos con mi hermano cazando lagartijas cuando lo vimos, esa siesta, hacer carambolas entre las lomas, hasta que lo perdimos de vista tras la cortina de álamos. Como poseídos por una fuerza irracional corrimos hacia donde había aterrizado, envueltos en una fascinación que recién varios años después volveríamos a experimentar.
Ahora que todos los ojos parecen estar puestos en nosotros nos comunicamos en secreto con mi hermano, nos guiamos por los horarios en que pasan los aviones. Usted debe saber que este pueblo es una importante ruta aérea por su escasez de tormentas. Además recuerde que estamos a apenas de veinte kilómetros de la vieja pista de maniobras que utilizaba en secreto el ejército.
                                                         *****
Decidí trabajar en esta estancia, cuando me enteré que sucedían cosa extrañas. Estaba tras los pasos de una mujer, con la cual en cierto modo nos habíamos amado. Una hija del goce, contaminada por los pinchazos de la locura, fatalmente hermosa. La primera vez nos amamos en el piso de un calabozo. Ambos fuimos encarcelados por iniciar la resistencia. Sus ojos me provocaban a veces placer, otras, mucha rabia. No era la mirada, lo que me irritaba, sino esos ojos que parecían muertos. Unos ojos fríos que conspiraban contra el paso del tiempo. Aquella tarde habían estado esos ojos, todo el tiempo observándome. Eso lo advertí después cuando me acerqué al mesón, y pedí otro vaso de vino. Entonces la vi parada allí junto a la pecera, donde un bagrecito gris flotaba a la deriva. Quise sonreírle pero los músculos de la cara se me habían endurecido. Quite mis ojos de sus ojos, maldiciéndolos, jurando que la próxima vez que los tuviera al alcance no dudaría en arrancárselos. Pensé en el camino que me había traído al mesón, en la cara de los hombres que iniciaban el éxodo a los bosques del norte, en la infinidad de ojos dispersos en la oscuridad pegajosa, y un pensamiento entre todos los pensamientos me irritó. Mire hacia donde estaba ella, temiendo que se hubiese esfumado, que con su desaparición me condenara a vivir eternamente en la incertidumbre de haber estado ante una aparición, como aquella vez junto al espigón cuando su presencia me dejó aturdido.
Ella seguía parada en el mismo lugar. Decidí acercarme. Ella permaneció con los ojos fijos en un punto, como si solo pudiera existir en la inmovilidad. Mire sus piernas tensas, clavadas al piso donde las manchas de licor derramado, comenzaban a volverse grotescas bajo la luz opaca, macilenta. Una lumbre helada que congelaba los huesos. Recorrí su cuerpo con mis ojos, me detuve en el cinturón luminoso, en la chapa metálica que pendía de su chaqueta oscura. Busque en mi memoria algo que me permitiera hurgar en su interior sin ser visto, pero solo hallé la imagen de un talismán en una osamenta calcinada por el sol.

*****
Observé en los ojos del gato la hora y salí a caminar sólo para sentir la tierra bajo mis pies. El camino que había elegido, era una huella zigzagueante que atravesaba el monte bajo, arranchado, hasta dar con un jagüel donde unos caballos famélicos buscaban agua desesperados escarbando en la arena caliente. La lluvia, los carros de combate y el viento habían cuarteado la tierra formando curiosas ondulaciones como si un sismo repentino hubiese serruchado el suelo. Los puestos, que varios años antes habían visto resplandecer Las Lajas, tras el éxodo, estaban en ruinas. Los peregrinos habían buscado una ruta alternativa casi a la altura de Siempre Viva, donde se extiende como un oasis la estancia El Silencio. Buscando una conexión con los días  extraviados decidí ir  hacia allá.
La huella descendía hasta perderse en un vado profundo, desde el que fluían unas manchas líquidas oscuras. Al atravesarlo vi las torres de exploración, los vestigios de la estación donde el rápido descendiente solía detenerse a cargar víveres en sus excursiones a Los Tapiales. Bajo el chaperío agujereado por los aguijones oxidados de la última lluvia ácida me eché a descansar, traté de desdoblarme como en otras épocas donde aprovechaba mis sueños para explorar el terreno. Cerré los ojos, y al hacerlo me fije en la cabeza la imagen de un vasto campo de espejos, restallando bajo el sol. Esta visión funcionó como portal, y me figuré avanzando por un sendero angosto, áspero, en compañía de un perro. Una muchacha joven que aguardaba sentada en la cima sin decir una palabra me besó en la boca, y con una voz lejana me preguntó, si tenía un alma para obsequiarle. Le arranqué el colgante y la abracé con fuerza, besándole los pechos. Unos pechos colosales que hacían sombra. Una fuerza que se parecía al deseo me invadió, y apreté su cuerpo contra el mío. Ella sin la protección del amuleto, comenzó a llorar, temiendo  todo lo que la rodeaba. Traté de tranquilizarla, examinando con  delicadeza sus manos gastadas, agrietadas por la intemperie.


¿Tie-ne-mie-do señor?, susurró ella, y se arrodillo ante mí, puso con delicadeza su boca en la punta del miembro, y soltó un sonido que en parte era de placer y en parte puro fastidio. Pensé en lo que me había dicho un rato antes mientras el sol reverberaba sobre el pedregal. Todo nuestro conocimiento nos acerca a la ignorancia, dijo sin apartar los ojos del suelo cubierto de musgo. Me quedé en silencio mientras ella hacía con mucha dedicación su labor tratando de entender lo que me había querido decir. La cercanía de la muerte no nos acerca a Dios, dijo y subió con cuidado el cierre de mi pantalón.
Atardeció con rapidez. El perro al caer las primeras sombras desapareció tras un rebaño de cabras. La chica pidió que le devolviera el amuleto, su voz me pareció ajena, una vez que lo hice se sentó con las piernas cruzadas a meditar. El color es un poderoso medio capaz de ejercer influencia directa en el alma, musitó antes de despedirme.
Abrí los ojos, y vi unos pájaros grises mirarme con indolencia desde el copioso follaje de los aromos. Entonces recordé nombres que ya no existían, recordé a personas que solo había visto en sueños, y tuve la sensación de que alguien me miraba. Entonces tres tipos se acercaron, amenazantes. Uno de ellos me rodeó con sus brazos, y me arrastró hasta donde tenían sus caballos. Sin que pusiera resistencia alguna, me amarraron las manos y comenzaron a golpearme con rudeza. Sus golpes eran débiles, luego del primer asalto mi cuerpo era inmune al dolor, además en última instancia podía desdoblarme. Se cansaron de golpearme, quedaron agotados, yo me quedé con el rostro sangrando, cantando los viejos himnos de libertad. Estaba por oscurecer cuando usted me encontró, y me trajo hasta aquí.
Ahora estoy listo, para seguir con la búsqueda, lo supe cuando volví a dormir y no tuve sueños. Fue un alivio, camarada, al final estaba libre para soñar sueños ajenos.

Las Lajas, 1999




1 comentario:

  1. ES LA PRIMERA VEZ QUE LEO CON TANTA INSISTENCIA UN BLOG MARAVILLOSA LA HISTORIA
    CARO

    ResponderEliminar