miércoles, 15 de diciembre de 2010

LO TRÁGICO Y SUS VOLUNTADES I

Por M.G.Freites

EPISODIO UNO
A la noche el aire es más liviano. Se levanta una brisa del norte y trae el olor a guano de los corrales, el perfume de los pastos humedecidos por el sereno, las voces de los caminantes que andan al acecho rapiñando.
Nos sentamos en la ramada a tomar unos vinos apenas se oscurece. Las palabras gotean, y uno poco a poco las saborea. Después de uno o dos tragos las palabras parecen sonar con otra música, y una tras otra algo van contando.
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El Pitanga se la pasa mirando para arriba. Anota en el suelo los horarios en que pasan los aviones. Va retrasado el de las siete, no pasó el de las ocho y cuarto, dice y se queda mirando quien sabe qué, como si descifrara señales en el pestañeo de las estrellas.
A las diez de la noche pasan dos aviones seguidos. Uno va bien alto. Apenas se ve.  Cuando va a hacer frío deja un chorro blanco en el cielo. Esos aviones dice el Pitanga que van a Dinamarca. A Estocolmo, señor. Mire aquí en el bolsillo tengo una foto que encontré en una revista. ¿No le parece lindo? Mire esa plaza congelada, los chicos patinando. Debe ser una hermosura ver esa ciudad cubierta de nieve.
A las once y veinte pasa el último avión. Va hacia el sur. Cuando uno los ve pasar a los aviones en la noche son apenas unas lucecitas parpadeando. Siempre avanzan en diagonal, cortando al sesgo el cielo. Primero se ven las luces, después se escucha el zumbido como si saliera de debajo de la tierra.
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Cuando empezó el desmonte estábamos ciegos. No veíamos nada de lo que pasaba a nuestro alrededor. A medida que fue pasando el tiempo nos quitamos la venda, y entonces vimos. Cuando uno ve es todo un acontecimiento. Siente rabia, por haber atravesado los días sin darse cuenta de nada. Pero ya es tarde, no queda otra salida que hacer una marca y arrancar de nuevo. Con más cuidado eso sí.
También está el silencio. Uno no sabe cómo lidiar con él. Es peor que la soledad, peor que el frío. Para la soledad, para el frío existen consuelos. Están las manos, los guantes, los recuerdos de una mujer desnuda. Pero para el silencio no hay abrigo.
Aquí el silencio es ruidoso. Tiene la forma de un chillido mudo. Como una rabia ahogada en la garganta.
Cuando se hace de noche el silencio se echa encima del monte, de las camas, encima de todos. Nos quita la poca felicidad que tenemos, que no es otra cosa que la capacidad de olvidar.
Hay noches en las que me despierto y me pregunto si es que toda la vida no he estado en silencio.
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La Sarita solía ser de pocas palabras. Hablaba con los ojos. Esos ojos que se enredaban con tanta tristeza. De chica había sido sufrida. Cuando hacía mucho frío la apretaba contra mí como si fuera una gatita enferma. Le estrujaba las tetitas pequeñitas incapaces de amamantar, y de su boca brotaba un olor cítrico, alimonado que me obligaba a ahogarla.
Nunca le pude dar lo que merecía. Tampoco me pude ir al todo del pueblo. Los pueblos tienen tapias invisibles. Imposibles de saltar. Ella se aburrió, se cansó de esperar. Las mujeres no tienen paciencia, se desesperan con facilidad. De todos modos tienen razón, la belleza no les dura mucha, y tienen que aprovecharla. Qué van a hacer, pobrecitas. La casa a la que la llevé no tenía baño. El piso era de tierra, y estaba plagada de mosquitos.  Un día me desperté, encontré una notita en la mesa, escrita con faltas de ortografía. Me avisaba que se iba a trabajar con el hijo del Doctor Ansaldi, que la disculpara, pero la paciencia se le había agotado.
Los hombres que acarreamos una tristeza profunda nos delatamos cuando estamos solos. Dejamos ver todo. Es una pena mostrar demasiado. Siempre hay gente atenta por descubrir tus debilidades, y a dónde ve un hueso flojo ahí te acomodan la pedrada. Así uno empieza a caer, hasta que viene uno de los grandes y te asienta el piedrazo final en el medio de la cabeza.
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Entonces figúrese, mi amigo, a cada paso que daba me enterraba más. Las cosas estaban podridas y uno no le tomaba el tufo. Es que acá cuando llegas lo único que parece que pasa es el tiempo. Todo fingía ser así, hasta que apareció ella. Venía huyendo quién sabe de qué. Joven, hermosa, con un aro en el ombligo.
Lo que más me gusta de ella, es su cabello. Cae sobre su espalda como una cascada. Me gusta verla caminar en las tardes, era como si el sol fijara todos sus rayos en su cuerpo. Cuando la vimos llegar pensamos que se trataba de una aparición.
Con ella llegó el demonio. Todas las maldiciones se conjuraron cuando abrió la maleta. Empezó entre nosotros una competencia vil por agradarle, por regalonearla. Para colmo ella retribuía con creces la gratitud brindada.
Una noche casi me mata. Apareció a medianoche en la pieza, se acercó despacito, como tanteado la oscuridad y se metió en mi cama. Yo temblaba, señor, era como si mis huesos se fueran a desgranar. Una baba pegajosa me brotaba a borbotones del guargüero. Como si quisiera matarme a aquemarropa, abrió su blusa y como se saca de la jaula un pichón con su mano me puso en la boca una tetita. Sosteniéndola me pidió que la amara de la misma forma que ella las ama. Como si me hubiesen echado sal en una lastimadura, me eché encima de ella y le mordí los pezones. Estaba sediento, un ardor demencial me acosaba. Ella trató de calmarme. Pero yo no podía. Temblaba. Estaba a punto de arrancarle toda la ropa cuando recapacite. Entonces me invadió un odio que jamás había sentido por nadie, y le sujete las manos. Busqué una soga y se las ate para atrás. Me quede mirándola con rabia. La juventud ajena es perversa, solo viene a hurgarnos la imaginación. Usted no va a creer, pero al verse atada, no soltó ni un grito. Me miraba calladita, con esos ojos donde parecía siempre vivir la calma. Más rabio me dio. Tuve ganas de ir a buscar la escopeta al aserradero y pegarle un tiro en la cabeza. Esos ojos me enfermaban. Todo el tiempo me incitaban a desnudarla, a arrancarle la juventud de una sola embestida.
Nos quedamos mirando un rato, en silencio. Hasta que me calmé y la desaté. La desaté y la besa. La besé con torpeza como si fuera un adolescente. Ella abrió su boca y me tragó la lengua. La arrastró hasta sus entrañas. Yo estaba poseído, le apretaba con fuerza los pechos, la saliva me salía a borbotones. Tuve que parar.
Me empezó a dar miedo esa fuerza que controlaba mis impulsos. Era otro, hasta yo mismo me desconocía. Cuando me aparté, ella soltó una risita entrecortada, acomodó su ropa y salió de mi pieza, como si no hubiese pasado nada.
Esa noche no pude dormir. Me pasé la noche entera dando vueltas en la cama. No queda otra salida que embarcarla mañana con Don Adolfo. Está corrompiendo todo con su juventud. Reynoso anda peor que yo. Unos días antes lo había atracado junto al silo y jura que le pegó una chupada soberana. Lo dejó inválido. Le sacó todo el quesillo. Tiene una lengua traviesa, inquieta, que arrasa con todo. Todavía ninguno la ha puesto. Nos da julepe. Usted me dirá que soy cagón, pero cuando tenés al alcance una pollita tan tierna, el temor te acosa y le  aseguro que no es un temor cualquiera.
Para todos será mejor que se vaya. Tiene que encontrar un muchacho de su edad que la quiera. Un hombre con muchas páginas en blanco. Uno a esta edad es un cuaderno rayado, ya no tiene cosas nuevas que escribir. Salvó unas notas al margen.
Aquí todos somos náufragos. Tipos que en su juventud se embarcaron en un crucero de lujo y terminaron en un barco fantasma hundiéndose. Decepción tras decepción. Eso ha sido nuestra vida. Al principio duele el fracaso, después uno se acostumbra a convivir con él, y a veces es hasta un buen amigo. Mire lo que digo, pero cuando junte unos cuantos año se va a acordar de lo que le digo. Después de todo, como dice alguien, somos frutos del tiempo perdido. Nadie como nosotros ha cuidado tanto sus propios defectos, hasta hemos llegado a ennoblecerlos. Sino cómo se explica que le hayamos perdonado la vida a la niña.
Pida otra botella, amigo, aún tenemos unos minutos para que me cuente de usted. No sé si usted ha estado demasiado tiempo callado o yo no lo he dejado hablar.



Las Lajas, 1999.

3 comentarios:

  1. Más allá de que tomes un registro lejano a vos puesto que la mayoría de tus relatos son muy urbanos o de carretera se nota el polso tuyo Marcos. EN esas frases hirientes especies de aforismos cínicos, escepticos, descreídos al estilo: lo amlo de la juventud ajen aes que viene a hurgarnos la conciencia.
    Liliana T.

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  2. Espero impacientemente la segunda entrega.
    J.A.

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  3. Yo tambien me quedé c/ganas de leer más. Un acierto esas imagenes que parecen venir del fondo del tiempo. El tono del narrador es maravilloso. Te va hipnotizando c/ su relato.
    Pablo.T.

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