lunes, 18 de enero de 2010

SUJETO TERMINAL

            Ella adivinó los dedos delgados que a ciegas buscaban su rostro, los atrapó en la oscuridad y los guió hacia su boca. Los dedos recorrieron la comisura de sus labios entreabiertos. La lluvia caía pesadamente sobre las chapas emitiendo un chirrido burbujeante, una gotera insistente crepitaba al lado de la cama. Los dedos se deslizaron por su garganta y tímidamente rozaron sus pechos. Imaginó que esos dedos le acercaban a su boca una frutilla. Ella podía sentir la textura aterciopelada del fruto, la tibieza de los dedos que lo apretaban hasta romperlo, y dejaban derramar en su lengua unas gotas de su zumo. Se figuró que el dueño de esos dedos tenía un rostro neutral, entonces alargó los brazos y tocó el otro cuerpo que hasta ese instante sólo había sido unos dedos afanosos explorando sus pechos. Al tocarlo creyó palpar el pelaje de un resbaladizo animal. Abrió los ojos bien abiertos, intentó descifrar el otro cuerpo en la oscuridad. Entonces el relámpago atravesó el ojo de la cerradura, y reveló el otro cuerpo. El hombre yacía arrodillado sobre sus piernas, quieto era un extraño, con el rostro tostado por el sol. Sus ojos eran profundamente grises. Ella lo miró ardientemente. Él la tomó en sus brazos, la atrajo hacia su cuerpo, y ella se sintió en el abrazo, animada, deseosa de que el fuego mutilara su temor de principiante. Ella fue presa del deseo de tocar ese ser que se alistaba para poseerla. Con los últimos esplendores del relámpago acarició las bíceps del hombre, delicadamente, hasta llegar a su boca monstruosa, húmeda de deseo. Una boca que se abría para devorarla con palabras asfixiadas. El hombre emitió un gruñido de satisfacción. Ella pensó en el placer que le había dado el gabinete portátil de placer unas noches atrás, recordó el taladro anatómico del artefacto irguiéndose, el dispositivo de luces rojas, y se imaginó que llegado el momento su amante utilizaría toda su fuerza para someterla, entonces comprendió que aquello sería su muerte.




A tientas busco el interruptor para abortar todo, pero la máquina no respondió a su mandato. Todo se enrareció. Todo se volvió ingrávido, un fulgor de luces violetas fosilizó su mirada, sintió que la sangre se paralizaba en sus venas, su cerebro ya no podía dar órdenes a sus manos que se sacudían en el aire tratando de pulsar el botón. El hombre se volvió inmenso, la tomo de las manos, la dio vuelta y empezó a embestir contra ella enloquecidamente con movimientos torpes. Ella intentó gritar, pero no pudo, estaba paralizada por completo.


El tiempo describió una larga espiral. El hombre quedo erguido sobre ella, congelado en el aire con los ojos desorbitados. Lo imaginó desnudo con el cráneo cercenado, colgando del cuello, balanceándose. Fueron unos instantes apenas, luego hubo una colisión mental, como si de repente explotara un cristal en millones de trizas. El hombre la tomo del cabello, y la atravesó con un rayo vertiginosamente, se sacudió frenéticamente, ella soltó un alarido estremecedor, en sus ojos sintió cientos de flashes fotográficos, y él empezó a desvanecerse mientras la máquina emitía un chillido crujiente y de su gabinete brotaban volutas de humo azulado.


Cubierta de sudor, cayó rendida en la cama, intentó vaciar su cabeza en la oscuridad. Antes de reposar su mente recorrió la casa, visitó las otras habitaciones, el sótano, se detuvo en el living para oír la fanfarria de trompetas que servía como puente para el estribillo del hit de aquel verano “Amores de artificio” ejecutado por Devoradores de Caníbales. En un ligero sobresalto la mente retornó y adoptó la posición de reposo. La saliva de su boca tuvo el mismo hedor que la noche y sumida en la inercia deseó que la casa impidiera el paso de todas las cosas que allá afuera vagan deseosas de ser encarceladas en su cuerpo. Afuera estaban la muerte, el hedor a leche derramada, los cuerpos carbonizados, el crujido de la lluvia negra cayendo filosamente, las ondas magnéticas de máquinas en pleno colapso, sin poder atravesar el ojo de la cerradura. Pero permanecerán ahí, pacientes, hasta que Ella se atreva a abrir la puerta y entonces, con la furia de lo real, entraran. Sabe que esto inexorablemente ocurrirá, pero a través de artilugios, la mayoría dolorosos retrasa ese instante definitivo en que lo exterior se aloja en nuestros cuerpos. Después no hay más que la intuición de un vuelo de pájaros mecánicos queriendo eludir a un destino marcado, y el único sonido que se escucha es el de una nave sin tripulantes atravesando raudamente el desierto.

M.G.Freites ( Nogolí, San Luis 1984)


1 comentario: