lunes, 18 de enero de 2010

RECUERDO DE LOS DÍAS DE HUMEDAD

Estaba sentado frente al ventanal, observando como las pesadas nubes se amontonaban sobre las casas de la parte alta de la Ciudad. El viento soplaba con violencia emitiendo un chirrido crepitante e inclinando los árboles que franqueaban la entrada a la casa. Ella yacía, desnuda, tendida en el mullido sillón familiar, sus grandes pechos eran mi presente, un presente que miraba de reojo como si estuviera a punto de desvanecerse.

Violentamente el cielo se abrió en dos, como si un inmenso rayo lo hubiese herido fatalmente, y muy arriba sobre las montañas todo el firmamento pareció cubierto por una llamarada. Me vi asaltado por una ráfaga de calor como si mi chaqueta se hubiera prendido fuego. Quise quitármela y arrojarla lejos de mí, pero en ese momento hubo una explosión que me dejó aturdido. Luego otra aún mayor que me arrojó al suelo fuera de la habitación, y perdí el conocimiento. Ella corrió y me arrastró hacia dentro de la casa. La explosión fue seguida por el ruido de cristales cayendo, o ametralladoras disparando. La Tierra tembló durante varios instantes y luego invadió todo un pitido ensordecedor.
Cuando el fuego se esfumó del cielo, un viento caliente, como de un cañón, corrió entre las cabañas de la parte alta arrasando con todo. Giré la cabeza y vi un objeto alargado en llamas que surcaba el cielo. La parte delantera era más grande que la cola y su color era como fuego en un día luminoso. Era varias veces más grande que el Sol, pero menos brillante, por eso podía ser observado directamente. Detrás de las llamas se arrastraba una cola que parecía polvo formando pequeños grumos, por detrás de las llamas se extendían haces de color azul. En cuanto las llamas desaparecieron, se escucharon explosiones más fuertes que disparos de arma, el suelo volvió temblar y las ventanas de la cabaña se hicieron trizas.
Permanecimos durante un largo rato abrazados en el piso tiritando de miedo, sin decir una palabra, los ojos cerrados
Me desperté con un fuerte dolor de cabeza luego del estallido. Tuve la precaución de evitar que me reflejaran los espejos. Ella continuaba desnuda observando por la ventana rota la incesante lluvia de cenizas.



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