domingo, 3 de enero de 2010

DE ÁRBOLES CAÍDOS(Capítulo II)

Jugar a estar vivos,
no es otra cosa que crear sentimientos de la nada
y reirnos con la boca llena de sangre
mientras se caen a pedazos"
(Patchu Lucero)












Capítulo II
“La otra noche conocí una mina que me voló el bocho”, escribí en una servilleta de papel.


Marcos me miró, se rió agachando la cabeza y me pasó un Parisiennes.


_ ¿Te da bola? _ Alcancé a leer sus labios porque la música chillaba a más no poder en el bar. Negué con la cabeza. Marcos fumó una bocanada de mundo y me señaló para salir.


Caminamos por la ciudad.


_ Es la puta “lógica doméstica” _


_ ¿Qué cosa? _ pregunté.


_ Que nada funciona sin el consentimiento de la “fuckin” sociedad, y nosotros somos unos reventados. _


_ ¿Vos decís que no funciona con la chabona? _


_ Tiene que tirar para tu mismo lado _






“Tiene que tirar para tu mismo”, la frase resonaba hacía varios días, ella se llamaba Daniela. Nos habíamos encontrado algunas veces, siempre con su cuota de un “thriller” con suspenso casi oscuro. La última vez que la había visto, me habló de un alma que ya no era alma, de que toda la vida se mece sobre una cuerda floja. Yo no aguanté y le dije que no podía dormir porque su cuerpo se derretía en sueños borrosos, que el instante que se burla del tiempo tenía su nombre tallado hasta las entrañas, que no existía dolor, más que el dolor mismo de crearla entre mil palabras. Nos besamos, el remanso de sus labios me llevó a tocar sus hombros, rocé sus pechos al retirar mis brazos, se estremeció, se alejó unos centímetros, podía sentir el calor de su aliento, su mirada sobre mis labios. Nuestras lenguas se encontraban tímidamente, con los ojos cerrados miraba su cuerpo tras la oscuridad.
Ya no hay caminos hacia las cimas de las montañas, últimamente mis brazos no aguantaban el peso de tus palabras silenciosas, tan silenciosas como esta cama. Al irme, te escondiste por miedo al dolor.


Llegué a casa y los días me separan de vos, te alejas sin más, en este calendario astillados de horarios súbitos. Cuando te volví a ver por la calle me saludaste como a ese familiar de un amigo que ves los perdidos domingos en esa misa tan fría. ¿No reparaste la espada donde me escondía? En el filo que el tiempo sacó a relucir, para sentir que en la soledad está esa nota que nunca encajó.


Tomé los papeles del cajón de mi escritorio, y con la violencia de una lágrima que se niega a nacer, comencé a hacer bollos irregulares y con agua y harina te cree sobre la mesa. Tan distinta, iluminada por la luz de foco de bajo consumo que no puede con las penumbras. Te miraba mientras comía un pedazo de pan oxidado por el aire.


_ ¿Adónde estás? _ Mi voz sonó disfónica y con esa cuota de dolor de pájaros que nunca fornicaron con nubes llenas de ganas de llorar.


Nada contestó, el sonido de una chicharra moribunda entre las garras de un gato.


_ No te pido nada, sabés de gritos ahogados por las llamas, sabés que las hadas de los cuentos murieron, que los peregrinos nunca llegarán. Lo que no sabés es que las canciones asesinaron almas, que los ángeles entraron por atrás y apuñalaron a dios, que no serás carbono 14 _ Gritaba, las sienes explotaban tras los pelos revuelos, el desgarro de la garganta era contra mí, el dolor y la bronca eran mi espejo. Con un manotazo rompí la escultura de tu cuerpo y miles de pedacitos de engrudo endurecido se desparramaron entrando en mi mente. Lloré como un verdadero hombre lo haría, arrodillado en la casa, herencia de la abuela. Y el sueño llego como un aluvión, caí al lado de la mesa de plástico.


Cuando desperté tomé el viejo cuchillo, y abrí un corte en mi brazo izquierdo. La sangre comenzó a fluir y la certeza de que aun la vida corría por mis venas.


Si pudiese encerrarte, tenerte junto a mí. Violaría todo principio, me masturbaría frente a cualquier santo, secaría todos los rosales del mundo, tomaría mil venenos y rompería todo esquema. Solo por verte, por tenerte.


Patchu Lucero

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