domingo, 3 de enero de 2010

DE ÁRBOLES CAÍDOS(Capítulo I)

“Bien puedes hacer esto con quien pueda sufrirlo”



(Del amor y otros demonios.



Gabriel García Márquez)






Capítulo I




Cuando le hablé de los árboles caídos, supe que tendría que ser mía.


Fue un sábado a la noche, yo estaba con El sortija, que la rompía en el medio, que swing que cargaba, no había mujer a la que no extrajera todo el aliento, les hacía el amor cargado de tango y fingiendo hombría. Bailaba creyéndose Paez cuando tocó Tumbas de la gloria al frente de miles de mentes deseosas de más, siempre más.


El vino reposaba como la sangre misma de la tierra. Las parejas bailaban sobre el piso desarmando cada nota de bandoneón.


Salí a afuera a tomar un poco de aire, las estrellas no eran más que estrellas esa noche. Encendí un Conway, y la vi entre el humo. Estaba sentada tras los jazmines incendiados con sus flores blancas. Caminé recordando a Silvio Astier cuando se dirigía al pedacito de mundo que lo vería suicidarse. Ella me miró al paso y volvió a sobar su talón izquierdo.


_ ¿Bailaste mucho? _ pregunté, sus ojos marrones se elevaron por mi cuerpo hasta la luz de las pupilas que coronaban el centro mismo de mis ojos. Tenía un vestido negro hasta la pantorrilla. Esbozó una sonrisa de media cara.


_Y, es una milonga. Vos debés ser el único que se hace desear por el tango sin bailar ni un tema _ su voz era nasal y arrastrada, salía de entre sus finos labios y parecía chocar con su nariz respingada a más no poder, su pelo suelto jugaba a caer por sus hombros hasta acariciar sus jóvenes pechos con un marrón de un lacio ondulado.


Sonreí mirando la brasa del cigarro.


_ Lo bueno es que te fijaste en mí _


_ Lo bueno es que yo no busco, encuentro _Se tendió un puente entre nuestras iris, su mirada desnudaba mi alma, el alma del universo, el sexo de las cosas, el eslabón perdido, la antesala del delirio del que observa sin más. Rompí ese puente, sin perder la cuota de arrogancia necesaria, miré hacia atrás, desde la pista de baile me observaba un muchacho de unos veinticinco años, no muy amigablemente.


_ Tu novio no está muy contento_


_ Yo no tengo novio, el es solo mi compañero del ballet en el que bailo _ se desperezó, se paró y se fue hacia la pista de baile. _ Nos vemos che _


_ Pará que no sé tu nombre _ perdí la templanza que fingía, su cuerpo era perfecto, curvas irrepetibles, sin una cuota de violencia, armonía de ese dios que se rompió la uña después de crearla. Rió como si todo fuese un chiste, y sin más entró a la pista de baile.


Ya sentado en una escalera de una perdida plaza, encendí el último cigarro del atado, a mi lado un señor con olor a ginebra, tabaco y abandono, pintado de blanco, la petaca se quejaba a cada trago que lo acercaba a la muerte.


_ Cuando una piba te deja, sentís de verdad lo que es el tango _ su voz era ronca, los años de fumador se agazaparon tras sus cuerdas vocales.


Me quedé pensando, tomó otro trago, me convidó un cigarrillo negro, y salió con las manos en los bolsillos. Caminé solo por la ciudad donde el suicidio de arándanos reposaba en el aire, la brisa trajo olor a lluvia, y sin más las nubes comenzaron a sangrar. Tuve el impulso de correr, pero me ató la extraña alegría de haberla conocido.


Llegué hecho agua a la casa del Sortija, adentro sonaba una marcha al taco, estaba lleno de gente bailando a la luz de la oscuridad. Comenzó un tangazo de Bajofondo tango club, y se vio a los tangueros transgresores del bandoneón y la boca de costado, metiendo ochos y cadencias imposibles. Me acerqué al Sortija, estaba tomando, sentado en un sillón con la rubia en su falda.


_ Eh, vení flaco_ olía a alcohol en exceso, me ofreció un vaso de vodka con jugo de frutas y me miró con esa sonrisa vacía de otro contenido que no sea alegría.


_ ¿Te volteaste a la rubia? _ pregunté.


_ No, pero esta noche hay joda _


_ Bueno, entonces dejá de tomar que no te va a funcionar _ le dije señalando con mi mirada su entrepierna.


_ ¡¡ Que no !!, ¡¡Que no!! _ y se reía.


Los acontecimientos pasaron como cuando pasan; y ahí estaba yo, mirando el techo, con Carmela entre mis brazos. Una noche como cualquier otra. Carmela me miraría, lamería mi cuello, luego yo besaría sus pechos, ella agarraría mi miembro con sus manos temblorosas, y le diría que lo mejor de ella es cuando sus piernas se estiran hasta el delirio. Dejaría que todo acabe en un condón al lado de la cama mientras ella se vestiría y sin más se iría dejándome solo con mi soledad.


Pero esa noche se respiraba algo distinto, un aire pesado se depositaba en la habitación. Subió sobre mí, me acarició todo el cuerpo buscando acercarse a mi sangre, y entre violencia y gemidos dejó la quietud de las rosas sangrantes. El cuerpo de Carmela era el deseado por cualquier casa hipócrita de ropa, sus caderas anchas, sus grandes pechos que se movían la música de nuestros cuerpos. Aunque estaba tan lejana. Podía tocarla pero no sentirla, unos ojos marrones me perseguían pinchando mi quietud, Carmela ahora violencia, y yo lejano tras esas pupilas. Saqué a Carmela de arriba mío, y sentándome al borde de la cama, froté mis sienes.


_ ¿Qué pasa lindo? _ me preguntó apoyándose en mis hombros. Cerré mis ojos, pero una cara no abandonaba mi mente, esa cara sin nombres con esa sonrisa pura, de labios moviéndose al son de sus palabras y su mirada, potente y fuerte.


_ Andáte Carmela, necesito estar solo _ No abrí los ojos, pero escuché su bronca al cambiarse, una mirada odiosa quemó mi nuca y tras un portazo salió de la habitación de telo barato.




Patchu Lucero

1 comentario:

  1. otro momento vibrante mati ! abrazotes los sigo desde aquí, natalia

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