Por Marcos Freites
Es posible que esta ciudad no sea más que una zanja
hedionda donde se van acumulando los muertos. Eso lo pienso mientras leo tus
cartas y fumo un cigarrillo tras otro, para espantar el miedo. Afuera se
confunden los ladridos de los perros con el aullido de las sirenas de las
ambulancias. El viento hace crujir el techo de zinc. Trato de sostenerme en la
fragilidad de algún recuerdo, y trastabillando, avanzo por un angosto pasillo
hasta dar con tu habitación. Se me viene a la memoria la imagen de un invierno
lluvioso en que te marchaste de casa. Atravesamos con mamá toda la ciudad para verte.
Estabas amarrada a una camilla, con esa sonrisa que ninguna enfermedad fue
capaz de borrarte. Había unas cortinas blancas que flotaban, cáscaras de maní
en el piso y una jarra inmensa, llena de agua. Tuve ganas de invitarte a que
fuéramos a buscar monstruos entre los tilos que crecían en el fondo, pero no
pude, por esos días había enmudecido.
Esa tarde tuve la certeza de que algo iba a cambiar para
siempre. Entonces decidí escribirlo todo. Cubrí una infinidad de hojas
cuadriculadas con tu nombre. Era mi manera de adorarte, de susurrarte que
debías volver, que sin vos la casa no acumularía otra cosa que penumbras.
Pasaron días, semanas, meses, hasta que recibí tu primera carta. La escribías
desde una ciudad lejana, en la que unos cocheros vestidos de negro empujaban un
carro fúnebre, en la que unos niños con cicatrices en las rodillas le cavaban
la tumba a un perro atropellado. Y yo te escribía desde un San Luis con
carnaval, con chicas delgadas que empezaban a mirarme con indiferencia, con
maniquíes desnudos a las nueve de la mañana. Y vos, te reías, me pedías que
viera el mundo a través de un caleidoscopio, que fijara la vista en las cosas
que ocurren silenciosamente. Y era primavera en San Luis. Besaba tus cartas,
lamía las ondulaciones de tu letra. Bandadas de pájaros revoloteaban en la
plaza. La adolescencia a golpes de desamor y ansiolíticos, se me iba. Mariel se
moría por descubrir quién era la mujer misteriosa a la que cada viernes le
enviaba una carta. Y yo me negaba a pronunciar tu nombre, como si al hacerlo
fuera a romper un conjuro.
Ahora que no consigo unir lo imaginario con lo real, que
me dejo caer como si hubiese sido atropellado por una tristeza repentina,
siento que te he perdido definitivamente, que entre el viento ya no vendrá a
soplarme tus mensajes, y si continuo así, seré alguien que se aferra a un
puñado de cosas muertas.
He crecido, estoy cerca de convertirme en un hombre, pero
jamás he dejado de pensar en tus cartas, tía. Ahora me imagino que San Luis es
un laberinto, y me extravío para aparecer en una calle donde se alza el
esqueleto monstruoso de una fábrica abandonada, donde tu fantasmas deambula
desnudo, tratando de contemplar el desastre que dejaste el día, en que decidiste
alejarte para siempre.
Insisto en uqe este hombre al que se empeñan en glorificar no es más que un enfermo. Un misógino. No he leído su obra y no lo haré jamás !!
ResponderEliminarAna Laura.
Tal vez personajes como Almada seaan los silenciosos héreoes de estos tiempos lánguidos, personas que han logrado quemar la vela de los dos lados... Felicitaciones a Gonzalo por el post.
ResponderEliminarGianinna V.
"No nos vamos a empezar a chupar los pitos ahora" (Perros de la Calle. Tarantino)
ResponderEliminarLos libros de Almada están desaparecidos, perdidos entre las ruinas de los noventa. Pero no se desesperen fieles seguidores de la diosa Selkis, estamos en el proyecto de una editorial independiente donde publicaremos Textos de la gente que escribe por este medio virtual, y sacaremos (a medida que los descifremos) títulos que el gran R. R. Almada para que podamos ponerle un poco de cocaína a nuestras bibliotecas... Por este medio se irán publicando las novedades de estos proyectos que inundan la segunda mitad del 2011... Como dice Almada, "Hasta pronto, hasta que los trenes nos vuelvan a juntar". Selkis
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