lunes, 29 de agosto de 2011

EL LLAMADO DEL DESEO

Por Ivana Fucks

No eran las pastillas ni las píldoras disueltas en el café. No eran tampoco las hojas que se amontonaban en el patio. Ni siquiera la montaña de ropa sucia sobre el sillón. Era algo más, no sabía muy bien al principio que era, eso recién iba a advertirlo sobre el final cuando todo comenzara a enrarecerse. Lo cierto era que peligrosamente un día había empezado a parecerse a otro. Era como si la ciudad hubiese agotado su escaso repertorio de sorpresas.
Al principio con Mariana, una amiga del instituto, íbamos a bailar, nos subíamos con desconocidos en autos veloces y regresábamos con los labios chorreados de lúpulo, enceguecidas por el sol de la mañana. Una noche nos emborrachamos demasiado, y terminamos tirando con el mismo tipo en un departamento derruido, donde había una gran cantidad de televisores rotos. Aquello fue la aventura tope, y por un tiempo dejamos de llamarnos, salíamos por separado, tal vez por temor, tal vez por pudor. Ambas sabíamos que éramos un dúo explosivo, siempre a punto de estallar.
Tras varias semanas sin noticias de Mariana,  recibí una llamada donde me contó que estaba en pareja. A los gritos me contó que salía con un tipo, unos cuantos años mayor. Un abogado cuarentón. Estoy perdida por ese hombre. Cuando vengas a verme  lo conocerás, afirmó eufórica. Vas a ver que es un tipo sensacional. No me había sucedió nunca esto de estar en las nubes. ¿No estaré yendo demasiado rápido?  Además le encanta salir a bailar. Mientras me recitaba las innumerables virtudes de su hombre, le sugerí que no me contara todo, de lo contrario no va a provocarme ninguna emoción conocerlo.
Sin planes interesantes, aquel fin de semana, la única salida que me quedaba era enviarle un mensaje a Mariana. Debo confesar que la nueva situación sentimental de Mariana me provocaba sorpresa, luego poco a poco se fue convirtiendo en una cierta envidia que iba acompañada de una vasta porción de curiosidad. Sin duda, si se había fijado en Mariana, no debía ser un tipo apuesto. Los hombres feos tenían cierta inclinación hacia ella, sin dudas los tipos la veían como el premio consuelo cuando la noche se va apagando y los trofeos mayores empiezan a esfumarse, y el temor a volver solos crece.

Decidimos quedar a última hora de la tarde para tomar algo y cenar en su casa. Esa noche llovía con violencia. El taxi que me llevo a su hogar quedó atascado en medio de un remolino de barro, hojas y agua. Llegué a casa de Mariana en medio del temporal, cuando la oscuridad empezaba a hacerse más profunda.
Todo habría resultado más o menos normal, de no haber sido por la lluvia, y porque Daniel parecía doblar la edad de mi amiga, y por lo tanto, también la mía. Una especie de satisfacción y desahogo corrió por mis venas al considerar que Mariana, como siempre, no había ganado ningún premio mayor.
Aunque Daniel no estaba del todo mal. Mi primera reacción fue verlo como a un padre, o tal vez como alguien que podría tener hacia mí una actitud de superioridad por su experiencia, pero poco a poco, al ir avanzando la noche, esta percepción fue cambiando, sobre todo cuando empezó a narrar la odisea que sufrió en su último viaje al sur. En medio de una tormenta de nieve se había quedado aislado en un refugio sin ninguna provisión. Tras aguardar dos días por ayuda, decidió salir  a buscarla. Mientras narraba con precisión la infinidad de obstáculos que debió sortear para llegar a un pequeño paraje la forma de ver a Daniel mutó, pasando de respeto a admiración por la impecable manera que tenía de narrar. Un narrador serial, nato.
Luego de la cena la lluvia amainó, Daniel propuso que fuéramos a un boliche. Conocía al dueño y hubo ronda gratis de trago para los tres. Con unos mojitos encima la admiración  por Daniel creció aceleradamente. Sentí un poco de culpa al principio, luego cuando nos despedíamos en medio de largas risotadas supe que no podría arrancarme fácilmente la fascinación que sentía por aquel hombre. Tanto es así que sentí necesidad de volver a verlos al día siguiente, y acepté la invitación de Daniel, de acompañarlos a una exposición tecnológica, a pesar de la mirada de desaprobación de mi amiga que deseaba estar a solas con su nuevo novio.
El sábado  volvimos a reunirnos los tres. Tras una noche de poco sueño y mucho movimiento de cabeza, comencé a sentir una curiosidad irreprimible por Daniel y aunque una parte de mí lo negaba, el resto de mi cuerpo reflejaba una fuerte atracción.
Durante el recorrido por la feria busqué la forma de poder quedar a solas con él. Algo complicado, ya que Mariana estaba continuamente pegada a él. Por ello, y aprovechando la profesión de Daniel, comencé a hacerle preguntas y a pedirle que me aclarara dudas acerca de la  situación laboral en la empresa en la que trabajaba, bajo la excusa que podrían despedirme en cualquier momento, y necesitaba conocer sus derechos. Aunque aquella no era su especialidad el hombre me ofreció su ayuda.
Durante los días siguientes, intenté arrimarme a Daniel, presentándome en casa de mi amiga sin avisar, algo que sin duda, extrañó a Mariana. Si hasta hacía poco tiempo, casi tenía que suplicarme para reunirme conmigo un día de semana, ahora era yo la que se anotaba en cualquier actividad que realizaban.
A la segunda semana de conocer a Daniel, mi obsesión hacia él se volvió tan fuerte que al enterarme que Mariana tendría que viajar de urgencia por la enfermedad del padre lo llamé con la excusa de enseñarle mi contrato de trabajo. Él aceptó y propuso reunirnos en su casa a la tarde siguiente.
No sonó muy creíble el motivo para presentarme en casa de Daniel, pero aún así, sirvió para poder verlo. Inicié los preparativos. A primera hora fui a la peluquería y a depilarme. Después me preparé  para ir a su improvisada reunión.
Veinte minutos antes de la hora prevista, me presenté en casa de Daniel. Me saludó con dos besos en la mejilla, luego me indicó que me sentara en el sofá y me sirvió un vaso de coca-cola. Estaba acalorada, tanto por la temperatura exterior como por los nervios para conseguir mi objetivo.
Le enseñé mi contrato laboral, y la respuesta fue que no había nada extraño en él. Mientras me encontraba sentada junto a él, bajaba frecuentemente mi cabeza para que pudiera contemplar el inicio de mis pechos, que aunque no son muy grandes, se mostraban firmes.
Me di cuenta que era dueña de la situación. Daniel me miraba con el rabillo del ojo, aunque se sonrojaba cuando veía que me daba cuenta. Lo que no sabía él es que yo lo  observaba hasta cuando no miraba mi cara.
A medida que crecía la noche, empujada por una fuerza que hasta entonces desconocía me iba arrimando más, asegurándome que mis pechos rozaran el brazo desnudo del abogado, mientras me enseñaba las partes de su contrato. Estaba en la línea que debía traspasar si quería que el encuentro fuese algo más que un consejo laboral.
Nunca se me había resistido ningún tipo. No me hubiera importado que eso pasara si no fuera porque era el novio de mi amiga, y ello podría traerme graves consecuencias. Aún así, me decidí y  le di un beso en la mejilla.
-¿Qué bueno sos, Daniel?
- ¿Por qué? No he hecho nada. No me cuesta trabajo asesorarte y aconsejarte.
- Aún así. Sos un gran hombre. Mariana es una afortunada. La envidio.
Volví a besarlo en la mejilla. Fueron dos veces seguidas acercándome cada vez más a sus labios. El tercer beso fue en ellos. Daniel quedó sorprendido, pero no hizo nada. Sentí una mueca de temor en sus ojos, pero no podía detenerme.
Ante la barrera que ponía su pasividad, lo tomé del cuello y le comí la boca. Él respondió con un leve mordisco. Lo he conseguido, pensé. Tengo a Daniel  donde ansiaba.
De un salto me senté sobre sus largas piernas  subiéndome la falda hasta casi la cintura, dejando la pequeña tanga al descubierto. Agarré su cabeza, y la llevé con furia hacia mis pechos. Las manos de Daniel se dirigieron desde los pechos hacia mí culo, y su boca de los labios a mis pezones, besándolos por encima de la remera. En ese instante el viento arreció con fuerza, arremetiendo contra la casa. Se escucharon unos gritos lejanos y desgarradores.
Como si alguien se hubiese visto sorprendido por el mal tiempo de repente.
Daniel, tembloroso,  con sus manos sudorosas, recorrió lentamente mi cuerpo. Mis piernas permanecían abiertas. Eran una invitación a que soltara su instinto animal. Más temprano que tarde empezó a jugar con mi tanga, pasando sus dedos por delante, marcando el surco que dejaba mi sexo húmedo.
Nuestros cuerpos se apretaron y se unieron con fuerza. Desde la calle llegaron los gritos de unos niños, luego el chillido uniforme de máquinas pesadas. Acaricié el pelo ondulado de Daniel y comencé a desabotonar su camisa.Con ternura él accedió a pellizcarme los pezones, humedeciéndolos con la punta de los dedos. De ahí pasó a jugar con la tanga, ya no sólo pasando sus dedos por encima, sino hundiendo levemente su mano por dentro. Fue en ese momento cuando se escucharon con insistencia unos golpes en la puerta. Como si alguien quisiera echarla abajo. Daniel sin inmutarse, prosiguió en su tarea agarrando con  fuerza el triángulo delantero de la tanga y lo estiró violentamente. La tela de la prenda íntima  quedó enganchada en mi sexo, y los movimientos hicieron que mi clítoris se moviera junto a la tanga. Momentos después, me hallaba empapada. Los golpes en la puerta, esta vez fueron más leves, luego se escucharon unos pasos pesados que se fueron apagando por el ruido del viento. Daniel esbozó una sonrisa, y su rostro se pareció al de un niño crecido que se halla en medio de una travesura.
Después de unos minutos de juegos eróticos en el living, Daniel hizo el ademán de incorporarse, agarrándome por la cintura y levantándome, para de la mano, llevarme a la habitación principal de la casa.
-¿Aquí es donde cogés con Mariana?
No obtuve respuesta a la que Daniel consideró una pregunta fuera de lugar. Fui yo quien primero se arrodilló. Antes de hacerlo lo ayudé a bajar su jeans. Nuestras lenguas volvieron a juntarse, pero otra vez fui yo quien se anticipó metiendo la mano por debajo del boxer de Daniel. Su erección era considerable. Con delicadeza masajeé acaricié su glande. Puse todo mi empeño en hacerlo disfrutar. Sin duda, por sus gemidos lo estaba conseguiendo. Mi cabello largo, desmelenándose, rozaba sus testículos, lo que le producía, sin duda, una mayor sensación de placer. Mi mano sujetaba fuertemente su miembro, el cual, con mi boca golosa lamía.
Era el momento en que debía demostrar que era la mejor. Aunque no iba a competir directamente con mi amiga ausente quería hacer que el encuentro fuera más intenso que todos los que Daniel hubiera tenido con Mariana, y no sólo con ella, sino con cualquier mujer. Cerré mis labios e introduje el pene en mi boca totalmente desenfundado. Empecé a subir y a bajar.  Pocos instantes después Daniel estalló, llenándome de semen la cara. En medio del frenesí, gritó que era una perra. Aún con la mano sosteniéndole el miembro, lo observé con una mirada inquisidora y le pedí que me repitiera lo que había dicho. Me miró y dijo, todo esto está mal.
Volvieron a golpear la puerta. Unos golpes arrítmicos, nerviosos, parecidos a los de alguien que busca salvación en medio de la noche. Nos miramos, esta vez Daniel estaba nervioso, y volvió a repetir que todo estaba mal. Sentí que sus ojos giraban y los dejaba caer sobre mis manos. Eran unas pequeñas bolas frías, incapaces de mirar una mujer. El ambiente en la casa se había vuelto húmedo. Se notaba en su rostro. Una gota pegajosa y transparente  descendía por su cuello.
Ahí comprendí que nos hallábamos en peligro, aunque me pareció algo brusco preguntar si corríamos algún riesgo. Los golpes cesaron. Esta vez no se oyeron pasos. Tuve la sensación de que alguien seguía parado tras la puerta, en pleno acecho, esperando que movidos por la curiosidad nos atreviéramos a abrirla. Comenzamos a vestirnos. Daniel parecía aterrorizado. Su cuerpo se estremecía, como si hubiese despertado de un sueño encantador para adentrarse en una pesadilla. La luz se corto, provocando un estallido en el fluorescente. El viento hizo crujir la ventana y un resplandor luminoso invadió por unos segundos la habitación, para luego difuminarse, como si fuera absorbido por el amplio espejo que se hallaba frente a la cama. Me vi tentada a dar un grito, pero resultó imposible. Pensé que si daba un grito, alguien comprobaría nuestra presencia en la casa  y entonces sí, echaría abajo la puerta. Entonces sentimos que la puerta se abría lentamente, y Daniel poseído por una pulsión extraña me empujo hacia el piso, abrazándome con fuerzas. Ahí permanecimos un largo rato, como si esperáramos el impacto de algo que terminaría por disolvernos.

Ivana Fucks. Nació en 1986. Actualmente vive en Merlo donde estudia Hotelería.

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