viernes, 5 de noviembre de 2010

MARLENE Y LA DESCONOCIDA

  Por Marcos Freites
La vida terminaba tras esas cuchillas que por las tardes desaparecían bajo un manto espeso de polvo. Toda nuestra existencia era ese caserío donde la vida a cada paso parecía esfumarse. Entre tanto la noche como un animal sigiloso entraba por la puerta, y en un parpadeo oscurecía todo. En un segundo la noche se bebía hasta la luz de los floreros, y lo único que se oía era el sonido de las latas mordidas por el viento. Ella llegaba tarde, se acostaba en el suelo y con un cigarrillo en la boca veía la vida diluirse en cada bocanada.

Uno crece de prisa cuando a su alrededor solo hay puertas que se cierran. Cuando la oscuridad invadía por completo su casa, la soledad se hacía evidente, y los pensamientos en marejadas golpeaban en su cabeza, siempre iluminados por el mismo recuerdo.
 La memoria de una pobreza perversa a corazón abierto que le arrancaba el vestido y le hurtaba el sexo mientras invocaba a una desconocida que habitaba su mismo cuerpo. La desconocida la tentaba con la boca abierta, y aunque parezca estúpido, ese espanto la deslumbraba, tanto como recordarla esta noche en que se quita con prisa el vestido, se echa en el suelo y enciende un cigarrillo, sin pensar en otra cosa que en este dolor que no cesa, que no puede acabar en otra cosa que en sangre, mientras lo único que se escucha es el zumbido del viento dando dentelladas a los latones.




                                                                                                    

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