Por Gonzalo Riera
Y
entonces el hambre, los aullidos, el hartazgo
el crimen íntimo
y silencioso
mientras la noche se desviste
y
algo se acerca para golpear el corazón
de la piedra
que ya sin deseos jadea
en el fondo del foso.
como
esos relámpagos que en pleno estallido menguan
hasta
convertirse en un pálido fogonazo
y
después
qué
misterio este plumaje
que
visten los pájaros muertos
no
es lo que el cielo desea al estallar
contemplar
la tempestad con el vuelo ahogado
impidiendo que se pronuncie la
luz
que
los otros pájaros vuelvan a habitar el trueno
que el ángel no delate el hueco que
abrió la distancia
el
último manojo de mirtos ya cayó
y después
ese
dejo a fiesta interrumpida que tenía tu boca
aquí en el cuarto baldío
mientras
los muebles llovían por dentro
y
los rostros en el espejo se prendían fuego
¿Venimos
de la noche o somos las noche entera?
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