jueves, 26 de abril de 2012

EL REINO DE LOS DÍAS PERDIDOS

                                                             Por Freites
Lo que el amor suprime

                                         cuando unos brazos

en mitad de la noche se alarga

                                        para abrazar lo disperso

más triste que la imagen de Milena

  acariciando la espalda de su esposo

                                    un domingo por la tarde

con lluvia y cumbia en la casa de al lado

más ajeno que Romina preparando café en la oficina

con los ojos puestos en un reloj

                    que parece ahogar todos sus deseos.

Lo que arrojan las estrellas

cuando David se dispone a entrar por la puerta grande

                             al dominio de la rutina

cuidando los mellizos

mientras en la tele se resquebraja un glaciar en Yellowknife.

No imagino a Beatriz volviendo a la estación de servicio

          en busca de un paraguas

o dispuesta a ofrecerle un girasol a los policías

a la hora en que una mano cálida nos desnuda .

Veo a Rebecca en una ciudad de nombre absurdo

dispuesta a decir mucha mentiras

para que alguien la reconozca

tras esas palabras que edifican castillos de naipes.

Veo a Almada probando una por una las marcas de whisky

que oculta en el armario el padre de una estudiante de psicología

o abrazando el cuerpo anoréxico de la chica

mientras imagina un bosque nevado en Edmonton, Canadá.

Veo a Matías, deshojando los pechos de una chica

que se acaba de extraviar en las páginas de un libro de Proust,

luego hay sombras de perros muertos

y una taza de café humeante

y alguien que jura haberse acostado con Woody Harrelson

y entre los cuerpos puedo figurarme una navaja azul

chorreando sangre bajo lluvia que cae al ritmo de un bolero.

Veo a mi primo, Ignacio, en Maracaibo

salpicando mariposas en el almuerzo

soñando rugidos de meteoros

en mitad de una bachata triste.

Veo a Luciano, de paso, tratando de alisar los pliegues de un vestido,

acariciando la punta de unos pechos fríos

en lo que sueña colocar pájaros desbandados

lirios sangrantes y cabalgatas desorbitadas

y a vuelta de página es junio,

Long Beach resplandece, mujeres escandinavas toman sol

Y dibujan en las barandillas del muelle un cristo sonriente

ante el asombro de mi amiga, Erika,

que todo lo archiva en una Panasonic

y cuando es muy tarde, ella me escribe

que la noche entre sus muslos disimula una daga

y yo juro tomar hasta que resplandezca el día

en la blancura demoníaca de esos ojos que aguardan por mi caída

y me enfermo, y grito atado a una cama de hospital

cuando son las diez y cuarto

y un colectivo vacío parte en llamas hacia Las Lajas

con mi cadáver a cuestas

convencido que tras este exilio habrá otros

bajo lluvias de herrumbre

hasta que al fin

los que no imagino, los que no veo,

los que adivino en el turbio oleaje del calendario

regresen para tomar por asalto

el reino de los días perdidos.
Fotografía: Diane Arbus

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