lunes, 12 de marzo de 2012

PIJAS PATRIAS


 Por: Marcos Freites
 
No es lo suficientemente buena, dijo la mujer más vieja, le falta mucho para ser buena.
Tampoco es demasiado femenina, agregó el tipo que estaba a su lado, la veo y me resulta demasiado masculina. Observa esos movimientos. Son demasiado viriles.
Ya está, paren con todo eso, gritó una mujer rubia que se paseaba con los senos al aire, y con una seña les ordenó al resto de las mujeres que salieran. Un hombre pequeño y minusválido se retiró con dificultad del cuerpo de una adolescente pelirroja que yacía desnuda, empapada de sudor, y buscó en torno a la cama, una escopeta. La chica se puso de pie, miro con asombro el arma, tomó una toalla, se limpió el sexo con delicadeza y se encaminó hacia las duchas.
Ni siquiera parece humana, dijo una chica morena que yacía arrodillada dibujando unos círculos multicolores. Debieron darse cuenta cuando se quitó la ropa, pensó la rubia con los senos al aire.
Deberíamos hablar con Adolfo, sugirió el tipo que estaba con la adolescente, después de todo es el único que estuvo con ella.
A ese todas le parecen maravillosas, replico la rubia y se cubrió los pechos con una materia gelatinosa de color fucsia.
En años nadie ha requerido de sus servicios, aseveró la morena, mientras esparcía la témpera sobre la hoja. Pronto la llevaran al congelador, pensó otra chica que yacía sentada con las piernas abiertas fumando un interminable cigarrillo.
Liria podría enseñarle algo a esta, propuso la rubia y mandó a la chica morena que fuera a buscarla a las duchas.
La chica aludida había permanecido en silencio en un rincón. Estaba acostada de espaldas en una camilla, con la mirada perdida en las grietas fosforescentes del techo. Tenía una cabellera abundante de un tono cercano al marrón, y en sus brazos se podían distinguir unas largas cicatrices, como si alguien hubiese intentado aserrarle el brazo con un serrucho sin afilar.
…….
Parpadearon los reflectores. Un leve apagón que hizo gemir los tubos refrigeradores. Luego, entró con un guardapolvo gris el Padre Freddy.
Diana, dijo dirigiéndose a la rubia, reúna a las chicas en el patio inmediatamente. Está asintió con la cabeza y arrastrando los pies avanzó hasta las duchas donde las chicas se bañaban.
El padre Freddy se desabotonó el guardapolvo, esbozó una sonrisa y se sentó al lado de la chica morena que seguía pintando.
Naomí no trates de fingir indiferencia, le susurró al oído, te he traído algo. Te va a gustar mucho.
La chica respondió con una especie de graznido. Freddy le acarició el pelo, y luego del bolsillo del guardapolvo extrajo un artefacto fálico de color violeta y se lo entregó. Naomí, lo observó con atención, colocándolo en contra de la luz, y con sorpresa pudo ver entre las ramificaciones eléctricas la palabra impronunciable escrita en relieve.
Esto pertenece a los oscuros, dijo, temerosa, está escrita esa… No pudo seguir hablando. Freddy le tapó la boca y acercando su rostro al de la chica le ordenó que se dirigiera en silencio a reunirse con las otras chicas, no sin antes advertirle, que escondiera el artefacto en alguno de sus orificios y que durante la noche lo utilizara siempre en modo silencioso. Si oyeran su vibración, las demás lo reconocerían, le advirtió, y con el revés de la mano acarició el culo de la chica que soltó un ligero gemido.
En el patio todas las chicas yacían arrodilladas ante un altar dónde relucía la figura de un ídolo de madera con cabeza de pájaro.
Es mejor que se quiten esas túnicas, ordenó Freddy. Las más jóvenes se sentarán adelante y las más grandes irán atrás. Oraremos hasta que mengue esta luz, dijo y se sentó al lado de una chica que jugueteaba con una oruga de plástico.

Fotografía: Sergio Larraín.

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