Por: Marcos Freites
Tampoco es demasiado femenina, agregó el tipo que estaba
a su lado, la veo y me resulta demasiado masculina. Observa esos movimientos.
Son demasiado viriles.
Ya está, paren con todo eso, gritó una mujer rubia que se
paseaba con los senos al aire, y con una seña les ordenó al resto de las
mujeres que salieran. Un hombre pequeño y minusválido se retiró con dificultad
del cuerpo de una adolescente pelirroja que yacía desnuda, empapada de sudor, y
buscó en torno a la cama, una escopeta. La chica se puso de pie, miro con
asombro el arma, tomó una toalla, se limpió el sexo con delicadeza y se
encaminó hacia las duchas.
Ni siquiera parece humana, dijo una chica morena que
yacía arrodillada dibujando unos círculos multicolores. Debieron darse cuenta
cuando se quitó la ropa, pensó la rubia con los senos al aire.
Deberíamos hablar con Adolfo, sugirió el tipo que estaba
con la adolescente, después de todo es el único que estuvo con ella.
A ese todas le parecen maravillosas, replico la rubia y
se cubrió los pechos con una materia gelatinosa de color fucsia.
En años nadie ha requerido de sus servicios, aseveró la
morena, mientras esparcía la témpera sobre la hoja. Pronto la llevaran al
congelador, pensó otra chica que yacía sentada con las piernas abiertas fumando
un interminable cigarrillo.
Liria podría enseñarle algo a esta, propuso la rubia y
mandó a la chica morena que fuera a buscarla a las duchas.
La chica aludida había permanecido en silencio en un
rincón. Estaba acostada de espaldas en una camilla, con la mirada perdida en
las grietas fosforescentes del techo. Tenía una cabellera abundante de un tono
cercano al marrón, y en sus brazos se podían distinguir unas largas cicatrices,
como si alguien hubiese intentado aserrarle el brazo con un serrucho sin
afilar.
…….
Parpadearon los reflectores. Un leve apagón que hizo
gemir los tubos refrigeradores. Luego, entró con un guardapolvo gris el Padre
Freddy.
Diana, dijo dirigiéndose a la rubia, reúna a las chicas
en el patio inmediatamente. Está asintió con la cabeza y arrastrando los pies
avanzó hasta las duchas donde las chicas se bañaban.
El padre Freddy se desabotonó el guardapolvo, esbozó una
sonrisa y se sentó al lado de la chica morena que seguía pintando.
Naomí no trates de fingir indiferencia, le susurró al
oído, te he traído algo. Te va a gustar mucho.
La chica respondió con una especie de graznido. Freddy le
acarició el pelo, y luego del bolsillo del guardapolvo extrajo un artefacto
fálico de color violeta y se lo entregó. Naomí, lo observó con atención,
colocándolo en contra de la luz, y con sorpresa pudo ver entre las
ramificaciones eléctricas la palabra impronunciable escrita en relieve.
Esto pertenece a los oscuros, dijo, temerosa, está
escrita esa… No pudo seguir hablando. Freddy le tapó la boca y acercando su
rostro al de la chica le ordenó que se dirigiera en silencio a reunirse con las
otras chicas, no sin antes advertirle, que escondiera el artefacto en alguno de
sus orificios y que durante la noche lo utilizara siempre en modo silencioso. Si
oyeran su vibración, las demás lo reconocerían, le advirtió, y con el revés de
la mano acarició el culo de la chica que soltó un ligero gemido.
En el patio todas las chicas yacían arrodilladas ante un
altar dónde relucía la figura de un ídolo de madera con cabeza de pájaro.
Es mejor que se quiten esas túnicas, ordenó Freddy. Las
más jóvenes se sentarán adelante y las más grandes irán atrás. Oraremos hasta
que mengue esta luz, dijo y se sentó al lado de una chica que jugueteaba con
una oruga de plástico.
Fotografía: Sergio Larraín.
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