domingo, 26 de febrero de 2012

HERNÁNDEZ O LA CONSTRUCCIÓN DE LA FELICIDAD

Por: Marcos Freites
APARICIONES: Hernández lejos. Siempre lejos. We go to party and everyone turns to see... Deambulando por una ciudad a oscuras, con nombres prestados, intercambiando apellidos, deteniéndose en estaciones de servicio donde venden alcohol hasta el amanecer, avanzando despacio como quien se desliza por un campo minado, pensando en esos camioneros que conducen casi a ciegas por una ruta desolada, riéndose de Heráclito, apostando unas monedas con tahúres, deleitándose al ver el cabello de la chica que durante casi media hora se la chupó en un estacionamiento vacío.She knows so much about these things.Se engañan los hombres sin ver ni atrapar.
Sosteniendo charlas alucinadas mientras la lluvia afuera arrecia con violencia. Moviendo piezas, ideando las estrategias sutiles, mientras esa chica  sigue ahí, dispuesta a comenzar otra vez el juego, y como botín esos mensajes que envió una tarde narcotizado, esas palabras que ahuecan el silencio, esa descarga eléctrica provocada por las píldoras para caballos cuando no es Hernández, ni es Strobel, es apenas Juan, desnudo, en bata y sin afeitar.
Tal vez es sólo eso. Un cuerpo, dos cuerpos desnudos forcejeando mientras los relámpagos se filtran por la persiana entreabiertas. Una mano que se alarga para echar sal en la oscuridad. Una línea que se traza en la habitación del moribundo cuando el dolor se hace insoportable. Una aparición que es el reflejo de otra aparición, en la infinita sucesión de aparición. Siempre lejos.
Igualmente lejos,-ahora que es Strobel, mañana que será Etchegoyen y …- distante, como si el mínimo ademán bastara para abrir un abismo, y dejemos hablar al viento, confiemos en el coro de voces que habla a su alrededor, mientras él observa todo a una prudente distancia, convencido que está vez va a en serio, y no importa que la música de Miles flote en el aire, que Carina se acerque, casi suplicando, implorando un átomo de cariño; que alguno de nosotros le diga, que se la re-jugó, que es un exitazo la fiesta, que mañana vamos a volver a emborracharnos. Y está bien que así sea, porque hay que mantener la guardia en alto, que los zapatazos pueden venir de cualquier lado, que una vez pelado el marrano… El resto lo pueden imaginar ahora que suena la música bailable, y Hernández sale a escena para retirarse definitivamente.

SEÑALES: Algo que ocurre en un lugar, envía una señal y produce un cambio en otro sitio.  La información se transmite a través de partículas que están íntimamente vinculadas. La aparición de Hernández, en nuestras vidas había sido presentida, profetizada por los iluminados del grupos, los que rechazaban el veneno exitista y se sumergían en voladas interminables. El día que El Melena cosechó la marihuana, y volvió descalzo, con la cara rasguñada, en medio de una tormenta que arreciaba con una violencia demoniaca,Germán tuvo una visión. Se había cortado la luz, y bajaba del altillo con unas velas, cuando lo vi a Germán desnudo con los brazos abiertos en el centro de la mesa, gritando que había tenido una visión. Todos nos reunimos a su alrededor para escucharlo, pero durante casi media hora no hizo más que emitir balbuceos inentendibles. Recién varios días después pudo describir con claridad, lo que le había sido revelado. Cuando Germán describía la visión, cosa que haría por lo menos quinientas veces en los meses por venir, su relato era más o menos así:
“Había una casa blanca con una veleta, a orillas de un lago. Era de noche, la luna se reflejaba en el agua, y una miríada de pájaros revoloteaba en torno a la costa. Nosotros remábamos en un bote que hacía agua por todos lados. Koko vestía una larga túnica blanca, Thompson tocaba el violín, los otros lanzaban llamas por la boca, y yo remaba con mucho esfuerzo. Cuando llegamos al muelle, nos esperaban dos caballos blancos. Un hombre con el rostro cubierto por una máscara veneciana amarró el bote a los animales, y estos empezaron a remolcarlo. A la casa entrábamos en el bote. Nos recibió, quien parecía el dueño de casa. Un hombre alto, con el cabello hasta los hombros. Vestía como un príncipe saudí. Cuando bajamos de la embarcación, nos hizo sentar en torno a  una mesa, donde dos mujeres desnudas penetraban con un consolador a un hombre negro, y nos entregó a cada uno un revólver. Unos enanos trajeron una pila de cajas metálicas, las pusieron en el centro de la mesa, y todos comenzamos a dispararles. Desde el interior de las cajas, brotaba algo que parecía ser sangre”.
 Fotografía: Irina Werning

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