Por: Marcos Freites
Cuando estaban por surgir los títulos que anunciaban en
cinco idiomas diferentes la llegada del verano, abrió las manos, contuvo la
respiración, se elevó por encima de los niños e hizo un círculo en el aire. Las
mujeres que hacían ejercicios en torno a las máquinas se sorprendieron de lo
gigantesco que podía ser un círculo dibujado en el aire. Podría ingresar por él
un camello o un dromedario sin mucha dificultad, dijo una de ella mientras se
secaba el sudor de las piernas con un pañuelo. Tal vez podría atravesar por él
una avioneta, sobre todo si está soleado, agregó otra mujer que aferrada al
torno modelador de glúteos apenas podía hablar. El enano que limpiaba los
engranajes de la rueda luminosa se acercó hacia donde estaba El Dibujante de
Círculos en el Aire, y le pidió que hiciera uno aún mayor.
Señor si se sube al
trampolín podrá hacer uno mucho más grande, y los impresionará a todos. Hágalo,
por favor. Mire a los chicos. Están ansiosos, han dejado de jugar para
contemplarlo a usted, Señor…
Maravilla, respondió él, y se quitó los zapatos para
comenzar a trepar la escalera. En torno a la pileta se había congregado un gran
número de personas. Estaban hasta los mecánicos de la Montaña Celestial que
había dejado de girar y emitía un chillido ensordecedor. Por los altavoces del
parque sonaba el hit del verano, interpretado como era costumbre por
Devoradores de Caníbales. La música hipnótica y ululante parecía penetrar en
los oídos, repiquetear en las venas, para finalmente galopear en la cabeza como una tropilla de sementales en celo.
Entonces ahí se producía la revelación, y pensábamos acerca de nosotros mismos,
acerca del lugar que ocupamos. Para ese momento Maravilla estaba en la punta
del trampolín, dispuesto a dar el gran salto, cuando vio a la muñeca que hacía
globos con la boca, y al verla creyó escuchar en su cabeza la palabra Dios. Por
ese entonces Dios era una palabra-tesoro. En la época que sucedió esto que les
cuento, había palabras –tesoro, palabras que se guardaban celosamente para
momentos límites. La muñeca lo observaba con ese ojo punzante que le
acuchillaba sus pequeñas gafas, y en su cabeza la palabra Dios empezaba a oírse con mayor claridad. La gente aullaba, y
pedía a coro que diera el gran salto. La muñeca le disparaba aquemarrropa miradas que lo cegaban con ese ojo filoso, capaz de atravesar las gafas de blindex. Desde lo alto de la torre lanzachorros había otras muñecas que sostenían una pancarta que lo invitaban a saltar.
Maravilla, trató de olvidar los ojos de las muñecas, que sólo él creía ver, y cuando lo hizó dió el salto, y al hacerlo tuvo la impresión que la muñeca que mascaba chicle se había
arrancado el ojo punzante, y dio un grito que nadie escuchó, creyó flotar en el
aire durante unos segundos, después unos brazos invisibles lo volvieron a
elevar, y entonces abrió las manos y no sólo hizo un gran círculo por el que
podría haber pasado una manada de elefantes, sino que escribió la palabra Dios.
(Fragmento de "Círculos en el aire", nouvella inédita de Rodrigo Heredia)
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarNo logro comprender sobre que escriben. Todo es muy encriptado... No hay ninguna referencia al lugar de origen. Me parece que si ustedes son el futuro de la literatura de san luis... este será muy negro.
ResponderEliminarAldana