jueves, 8 de diciembre de 2011

SALA DE URGENCIAS I

                            Por Ezequiel Garone
I. ITINERARIOS
           Cada vez que viajo me acosa un exceso un confianza, y llegó a convencerme que si el colectivo colisionara de frente con un camión sería el único sobreviviente. En eso pensaba mientras esperaba El Rápido Ascendente y apaciguaba el calor sofocante con una cerveza negra. Era octubre y el verano parecía a punto de estallar. En la televisión se emitían las imágenes de unas chicas haciendo pilates. Este año se va a adelantar la temporada de culos, pensé, y me puse a mirar un grupo de mujeres que en una mesa cercana tomaban coca-cola y consultaban con cierto interés un mapa carretero. Me llamó la atención la rubia con rostro de chica escort, sus ojos irradiaban una extraña y diabólica fuerza que te hacía sentir que si te acercabas a ella no tendrías la menor posibilidad. Acabarías mordiendo el polvo. Entre sus pechos puntiagudos que asomaban tras el escote generoso de su blusa resplandecía un crucifijo. La observé durante un rato, convencido que no la volvería a ver nunca más, y volví a mi lectura de un libro de poemas de Robert Browning.
Cuando la tarde empezaba a agonizar llegó, con tres horas de retraso, el colectivo. Me acomodé al lado de un anciano que leía con indiferencia una revista de aeromodelismo. Me recordó al abuelo de un amigo que hace años construyó a escala un Sea Harrier con un motor Glow- plug, funcionaba con una mezcla de aceite, metanol y acetato. Era todo un acontecimiento en el pueblo verlo volar en círculos sobre el arroyo. En el asiento de atrás un tipo le preguntaba a otro si había probado la leche materna. Un tercero los interrumpió y les dijo que se parecía a la leche en polvo, pero más aguada.
El camino entre la ciudad y Las Cruces, resultó bastante monótono. Cuando alcanzamos el llano había oscurecido por completo, y sólo se veían palpitar las lucecitas tenues de alguna casa en medio del campo. Durante todo el viaje no dejé de pensar en un poema de Browning que habla acerca de un “anciano decrepito, con ojos maliciosos”, y pensé en que la descripción se ajustaba a ese viejo que viajaba sentado a mi lado. Se había cansado de mirar la revista, y de vez en cuando me echaba una mirada implorándome que iniciáramos una conversación.
Antes de las diez, ya estaba en la plaza de Las Cruces esperando a Matías. Durante la espera releí algunos de los poemas que leeríamos en el Encuentro de Poesía Joven de Las Lajas, y me parecieron horribles. ¿Cómo demonios pude escribir esta idiotez? La calma brillaba/en su interior/pero no podía encontrarla. Sólo un idiota podría escribir eso. Traté de corregir algunos versos pero un acceso de desencanto me invadió y los arrugué con violencia. Encendí un cigarrillo, contemplé el bollo de papel y lo arrojé a un charco de agua mugriento. Jamás voy a escribir algo de lo que me sienta orgullosa, es pura mierda lo que escribo, pensé y no sé porqué me acordé de un profesor de educación física del secundario que repetía todo el tiempo la cita de Leopold Von Ranke, que dice algo así como que en cada instante podemos empezar algo nuevo, que nada existe en virtud de lo demás. Ninguna cosa, alumnos, se disuelve en la realidad de otra, En eso pensaba cuando llegó Matías con dos chicas. Una morena, con los labios carnosos, unas tetas pequeñitas que apenas se notaban bajo la remera, y un largo y oscuro  pelo ensortijado. Se parecía a la prostituta dominicana que llevé a almorzar a casa el fin de semana pasado. La otra era pálida y delgada, y a lo largo de su cuerpo llevaba un sinfín de adefesios. Anillos, colgantes, pulseras, camafeos, prendedores, aros, piercings. Cuando se movía crujían todos los ornamentos. Ellas van a dormir, van a dormir con nosotros, dijo Matías, y buscó en el bolso una botella de ginebra. Caminamos por las calles del pueblo de la mano de las chicas, casi sin hablar, pensando en cualquier cosa, menos en ellas. Cuando nos detuvimos junto a un estanque donde la luna se reflejaba sobre el agua putrefacta, y croaban como poseídos una horda de sapos, la chica pinta de puta dominicana tomó mi mano, la observó de cerca con un gesto de admiración y me aclaró que sólo dormiríamos. No te pases rollos con otras cosas, ando con el período dijo y apretó con fuerza mi brazo. Me sonreí, tomé un trago de ginebra y cuando iba a decir algo, me interrumpió. ¡Eres muy flaquito! La miré con un gesto de repugnancia, y le conté acerca de una casa de putas donde apenas entrabas te recibía el olor a sexo. Un lugar siniestro, donde por las noches se podía conseguir cualquier cosa. Desde drogas hasta rifles automáticos. Cuando cumplí quince mis tíos me llevaron para que me quitara la virginidad, me hicieron beber una gran cantidad de cerveza, y llamaron a una chica centroamericana, se parecía a vos, le dijeron que me tratara bien, que me iniciara con todo el cariño del mundo, y cuando pasamos a la pieza y empezó a desnudarse, me dio tanta pena ver sus tetitas pequeñitas, casi inexistentes, que tuve que luchar mucho para tener una erección. Creo que Marlon Brando decía que una mujer sin tetas para él era una paralítica. Estás inventado eso, eres un hijo de puta mentiroso dijo y se apartó de mí. Matías trataba de convencer a la otra chica que se arrojaran desnudos al estanque. Vamos a salir comidos por las sanguijuelas, es una locura tirarse ahí. Vamos a quedar pegados en el fango. Cuando era chica venía a nadar con mis hermanos, pero estaba un poco más limpio. Estás equivocada, es demasiado profundo como para tocar el fondo. La chica sonrió y se acercó al borde. Lanzó una piedra, que al caer pareció ser devorada por las aguas. Ves, no hay más que lodo y sanguijuelas ahí. Durante un rato discutieron acerca de la idea de saltar, sin ponerse de acuerdo. La chica pinta de puta dominicana indiferente a la  conversación fumaba un cigarrillo, y yo pensaba en que era errar el disparo pasar la noche junto a estas chicas. Deberíamos haber ido a algún bodegón y emborracharnos.  En eso aparecieron tres tipos de uniformes verdes, armados con unos palos y a los gritos nos echaron. En medio de una lluvia de insultos corrimos hacia la calle donde unos niños intentaban hacer estallar un petardo dentro de una botella vacía.
Tuve la sensación mientras caminábamos a la deriva que esta noche sería más larga de lo habitual, y que sería una verdadera lucha atravesarla. No bien amaneciera deberíamos estar en la ruta para hacer dedo. Teníamos que confiar en que algún viajante nos diera un aventón. La ruta entre Las Cruces y Las Lajas, es un verdadero desierto, y hay que confiar mucho en la suerte para que alguien te levante.
Las chicas cuando se hicieron las doce, decidieron cambiar de plan, y fueron a un club donde tocaba una banda de cumbia. Era un lugar pequeño, donde la gente se apretujaba, y daba gritos eufóricos. La banda los arengaba, pidiéndoles que no se detuvieran, que bailaran hasta quedar muertos. Nos acomodamos con Matías en la barra a tomar un fernet, mientras las chicas buscaban un compañero de baile. Al lado nuestro un muchacho totalmente ebrio intentaba hablar por celular con su novia, y convencerla que viniera, que esto era una verdadera fiesta. Al cabo de un rato, nos aburrimos, y viendo que las chicas habían encontrado compañía, nos fuimos a buscar un lugar donde acomodar las carpas. Una luna obesa colgaba del cielo, y su luz opaca, macilenta, hacía mucho más miserable al pueblo.

Fotografía: Lucas Samaras

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