domingo, 17 de julio de 2011

LA PARTE INESPERADA


Por Marcos Freites

LA FERIA SANGRANTE O LA CARROÑA DE LOS IDOLOS ARRODILLADOS

... El viento cambió de dirección. Empezó a soplar desde el norte. Un viento azulado, asfixiante que impedía oír el tropel de los centauros que los perseguían. Avanzaron en hilera, hacia lo alto de un macizo montañoso desde donde se podía dominar todo el paisaje.
El terreno se fue elevando gradualmente.
Cuando el sol se hundió definitivamente en el cangrejal, la sombra detuvo la marcha, y le pidió al resto que le ayudáramos a dar sepultura a la chica.
Abajo entre la niebla espesa, se distinguían las luces violetas del “Candilejas”, hasta se podía oír el murmullo de las máquinas musicales a todo volumen. El agente de seguros, echó un vistazo y se permitió pensar en las chicas de cuerpos escamosos, en las bebidas espumosas, en los placeres que ofrecían los eunucos con sus bocas traviesas, y sintió deseos de bajar, mientras la tropa descansaba, al menos un rato a ese antro donde se podía saciar sin culpa cada uno de los bajos instintos.

... A lo largo de la línea férrea  se hallaba un gran número de niños desnudos  que aguardaban por la llegada de la locomotora. Desde que había soplado con el viento el rumor de que junto a las últimas esquirlas de luz llegaría desde la ciudad una locomotora, los niños habían olvidados todos los juegos y sus pensamientos se hallaban ocupados en imaginar cómo sería esa máquina humeante, colosal que vendría desde la ciudad, cargada de regalos o quién sabe, mejor aún, repleta de niños.

…Estiró el brazo con indiferencia, dudo un instante y luego con suavidad jaló del cordel. En silencio una tras otra las velas se fueron apagando, y totalmente a oscuras pronunció la palabra.

Sonó como el estallido imprevisto de una mina en medio de la arena. Apenas escupió la palabra comprendió. Supo que acababa de abrir una puerta hacia el abismo. En un rapto de audacia todo el orden que había acumulado con esfuerzo durante años se disolvía.

La farola que pendía de su cabeza se encendió emitiendo una luz amarillenta, opaca, sucia. Recordó una habitación mugrienta donde había pasado su noche de bodas, unas cuantas cacerolas con restos de comidas, tal vez un perro o un gato, pequeño, sarnoso.
Se tendió en el cama y entonces vió a la chica. La figura espectral de una chica desnuda.
-¿Qué es lo que harías conmigo si pudieras disponer de mí como quisieras?- preguntó la chica y soltó un poco de espuma por la boca.
Él la observó indiferente, y siguió preocupado en recordar la habitación donde había conocido el amor en brazos de su a esposa. Pero no había advertido, que ese recuerdo desembocaba en otro. Un recuerdo que creía haber olvidado.
…Entonces vio el rostro de una mujer acribillada a balazos, el vestido rasgado por la balas. Sintió el olor a azufre, el aroma pegajoso de la muerte impregnando todo y decidió dormir.

I. Cuando avanzó hacia el mesón, la chica se interpuso entre la sombra y el agente de seguros. Los miró un instante, balbuceó algo que no lograron/pudieron entender-descifrar, y les preguntó, ¿Qué le hicieron a mi hermana? La sombra dudó un instante y sin contestarle nada, la tomo de la cintura. La chica trató de agregar algo pero se arrepintió en el mismo instante en que lo iba a pronunciar y siguió hasta el mesón.
-¿Qué le pasó a tu hermana?, preguntó el agente de seguros. A la chica se le endureció la cara y sin mirarlo le contestó: -Puedes irte a la misma mierda, pedazo de imbécil. Sabes bien que en esa cantina roñosa uno de tus amigos abusó. La sombra acarició su pelo con una mano y con la otra la comisura de sus labios. La chica sumisa permitió que esas manos la invadieran, mientras las meseras de pechos convexos llenaban los vasos.

II. La chica que había seguido con atención el recorrido del cuchillo  tomó el último sorbo de bebida escarlata y alisando su vestido subió por las escaleras que conducían a los cuartos de relax. El cuchillo quedó incrustado en el pecho de Víctor que indiferente a la sangre que le manaba, siguió bebiendo echando unos largos alaridos después de cada trago. Estamos perdidas, repitieron a dúo las meseras pelirrojas y sirvieron una vuelta completa de píldoras. Afuera la noche se había puesto espesa, volcando sobre todas las cosas que se mantenían en pie una oscuridad pegajosa que se volvía insoportable de atravesar con los ojos abiertos. Uno de los hombres que permanecían a oscuras junto a la puerta de emergencias se subió a la mesa, sacudió con violencia su miembro erecto y con la botella en la mano, gritó:
-¡Brindo por Víctor!!Viva Víctor!
Nadie se sumó al brindis, solo se oyó un leve murmullo y algo parecido al sollozo de un violín. Betty, una de las chicas escort, desabrochó su blusa transparente y le mostró las tetas a Víctor.
-Son más pequeñas de lo que imaginé. No podrían complacer a un hombre herido- dijo y con la punta del dedo rozó uno de los pezones.
-Tócalas bien, y verás que son más adictivas que las píldoras.
-Si las toco de verdad van a desaparecer, respondió Víctor y apartó de su lado de un empellón a la chica.
- Te vas a morir en esta cantina roñosa, desgraciado, chilló la mujerzuela y se alejó despertando la risa de los otros bebedores vencidos.
Entonces una lluvia imprevista arreció con fuerza como  si fuera a agujerear el techo de zinc. Víctor trató de ponerse de pie, pero le resultó imposible. Cayó de espaldas sobre el suelo tapizado de colillas, de costillas, emitiendo un chillido grotesco. La música empezó a bajar con furia, ahogando el silbido arrítmico de la lluvia y Víctor tras varios intentos por ponerse de pie, se entregó a la agonía, no tuvo energías ni siquiera para espantar al perro sediento que bebía a lengüetazos su sangre.
Arriba, la chica que había seguido el recorrido del cuchillo, abrió varias puertas hasta que dio con el cuarto donde un sujeto con los pantalones hasta la rodilla aguardaba por ella. Era un tipo delgado que al verla entrar siguió fumando con la vista perdida en uno de los ventanales.
-¿Eres un amante de los días lluviosos?-preguntó la chica mientras se quitaba el vestido que de tan ceñido se rasgó.
-Te ves pequeña, respondió el sujeto y acarició mecánicamente los pechos diminutos, el vientre liso y esa cola sugerente que pedía con urgencia ser penetrada. El cuerpo de la chica brillaba como las hojas de los árboles mojados a la luz de la luna, y sus largos cabellos blancos caían como una cascada por su espalda.
Cuando se encendieron las luces rojas en la habitación, el sujeto tendió a la chica de espaldas sobre la mesa, donde un rato antes había cenado. Con la rodilla le mantuvo las piernas hacia abajo, con los pies rozando el suelo y con un cinturón le sujetó la cabeza sobre la mesa, aunque ella arquera la espalda. Solamente apoyaba la cabeza y los hombros sobre un extremo de la mesa. La chica soltó un chillido, pero el hombre siguió tirando con una mano el cinturón mientras con la otra le acariciaba el vientre, buscando el vello púbico, que aún no le había crecido del todo. Su respiración se hizo más pesada ante la certeza de que aquella chica era más joven de lo que él había imaginado.
La chica mantenía las piernas muy juntas. Él la obligó a separarlas con una rodilla y sintió el temblor de los músculos de sus muslos. Buscó la conchita levemente humedecida y con dificultad fue penetrando en ella, notando sus desacostumbradas contracciones, extrañas al acto.
Ella arqueó aún más su cuerpo, forzando el vientre y dejando un espacio libre bajo su espalda. Sus piernas se agitaron, perdió el control. Él se apartó, y el cuerpo se volvió a bajar. Pero la atacó de nuevo, cruelmente, y vio que el delgado cuerpo volvía a alzarse en un espasmo de dolor; hacia arriba/hacia abajo…pero ella no gritaba, aunque sus piernas se agitaban locamente en el aire. ¡Grita! ¡Grita! ¡Grita! Los ojos de la chica no cambiaron. Solamente el cuerpo se movió, espasmódicamente, como si por una convulsión fuese poseído. La sangre brotó a  chorros de su cuerpo. El hombre se detuvo jadeando. Balbuceó algo inentendible. El sudor hacía brillar su rostro achatado. Desde el techo caían trozos de viruta esparciéndose en la habitación. Al ver que la chica ya se había entregado a su furia, se dejó caer doblegado sobre el suelo.
Afuera oía un coro de niñas, hojas que se arrastraban por las veredas y el tic taqueo insistente de los relojes que llamaban a trabajar. Mientras la nieve se dejaba caer inmovilizando cada una de las cosas que aspiran al movimiento.

Fotografía: Henri-Cartier Bresson

1 comentario:

  1. SON MUCHAS HISTORIAS. ME PIERDO. ESTARÉ CIEGA PERO NO DISTINGO LA GENIALIDAD DE ESTE HOMBRE CON EL QUE SE LLENAN LA BOCA USTEDES.
    ANA LAU

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