... La sombra entró por una de las
hendiduras del cristal apedreado y se acomodó junto a una pintura que retrataba
una escena de caza mayor. Un hombre con el torso desnudo y los ojos delineados
se le acercó y le ofreció una chupada por su cuenta. Piénselo, será gratis y la
sensación que le quedará será gratificante, dijo y se extravió entre los otros
cuerpos sudorosos que se movían al chisporroteo de la música bailable. La
sombra frunció el ceño y se acercó a la barra donde unas chicas delgadas con los senos cóncavos servían vasos
rebosantes de espumas. Buscó en el bolsillo una píldora efervescente pero solo
encontró una prescripción médica vencida. Un tipo con gafas que estaba a su
lado bebiendo a través de una manguera fluorescente le ofreció una tableta de
píldoras.
- Puedes tomar la que quieras. Estas
son especiales. Las conseguí al otro lado de la ciudad. No hay nada mejor que
la efervescencia de las pastillas, ¿eh?-dijo el sujeto, y apretó entre sus
manos una especie de caja que irradiaba una luz ultravioleta.- Esas chicas no son de por aquí. Las han traído desde el este, ¿verdad? – preguntó la sombra, y tomó de un solo trago unos de esos vasos rebosantes de espuma.
- Nadie es de este lugar, amigo. El sitio es tan estéril que no podría poseer más que unos cuantos idiotas.
- Poseer idiotas es de gran utilidad sobre todo cuando una ciudad está sitiada. Los idiotas siempre están en la vanguardia.
- Un idiota no tiene ninguna utilidad-dijo el hombre, y golpeó con su puño el mesón haciendo temblar los vasos rebosantes de espuma.
La sombra asintió. Ese sujeto había
bebido demasiado y alterarlo ocasionaría problemas. Nunca había evitado los
altercados pero ahora que estaba siguiendo acorralada debía tratar de pasar
desapercibida.
Unas mujeres altas con los pies
descalzos subieron hasta el escenario improvisado a orillas de la barra y
pulsaron durante un largo rato una especie de violines que parecían aullar al
ritmo del viento. Un enano con la barba hasta la rodilla las acompañó con un
plañido que entristeció a todos los presentes. Cuando terminó el número musical, procedentes del otro lado de la barra se escuchó el crujido asmático de una cama de campaña, y luego un largo gemido. La sombra aspiró el aroma que impregnaba ahora la cantina: sangre dispuesta a correr, sexo rápido y a precio fijo, sudor de mulas y alcohol a destajo. Con calma, casi disimuladamente, tomó una botella donde flotaban píldoras a punto de desvanecerse y se apartó tranquilamente del mostrador, desplazándose hacia el ventanal que daba a la calle.
El hombre de ojos delineados apareció
por detrás, acarició el cuello de su camisa y le preguntó si deseaba con urgencia
una chupada. Puede ser a solas o acompañada. Por lo general, los principiantes
se inclinan por la compañía, dijo y comenzó a quitarse la hebilla de su
pantalón. La sombra le acarició la cabeza al hombre y le ordenó que se alejara.
No quiero nada de ninguno de ustedes, solo necesito un trago que me fulmine
esta incapacidad para ver de manera firme todo, pensó y buscó la barra donde
las chicas de pechos cóncavos servían bebidas espumosas. No las encontró. Ahora
había dos pelirrojas que agitaban unos vasos en forma de probeta con un líquido
color escarlata. Miró el decorado de la pared y vio que ya no era la escena de
caza mayor que había visto antes. Ahora había un frigorífico con reses colgadas
y unos cuantos hombres con guardapolvos
blancos que apilaban en un rincón cabezas de rinocerontes.
Las meseras pelirrojas sin que lo
pidiera le sirvieron dos vasos del líquido color escarlata y con una sonrisa le
sugirieron que después de beber observara alguna de las pinturas. A su espalda
había un mosaico donde una trituradora enorme engullía peces y escupía por sus
orificios anzuelos luminosos. Le aconsejo que los huela, dijo la pelirroja que
tenía las tetas amputadas. El artista ha logrado materializar varios perfumes
que solo existían en su imaginación con
la ayuda de la hipnosis. La sombra echó
una mirada, sintió repugnancia y bebió sin respirar los dos vasos.
... La sombra acercó el trineo a las
tumbas. El viento era azulado, y uno de los perros se puso de costado para
evitarlo. La sombra se bajó más el sombrero para protegerse del polvo, y se
sacó del bolsillo una brújula que dejo caer sobre la tumba del agente de
seguros. El viento la hizo rodar, empujándola hacia donde crecían unas amapolas
curvadas por la nieve.
-Ya está, ya no volveremos a ver el
horror-dijo en voz baja la sombra.-Sí-replicó la chica cubriéndose el rostro del viento-. Ya está el mal hecho.
Subieron al trineo y se dirigieron hacia el sur, por una huella serpenteante donde aún había retazos de naves ardiendo. No se detuvieron hasta que los fabriles soltaron sus relojes; y al atardecer cuando el servicio estelar volvía a funcionar divisaron los campos verdes. Un sentimiento muy parecido a la calma los invadió, y sin soltarse de las manos se llenaron las bocas de píldoras efervescentes. Siempre fuimos un reflejo de otro reflejo, dijo la chica, no tienes que preocuparte, comenzaremos de nuevo, veremos todo con unos ojos nuevos. La sombra no alcanzó a oír las últimas palabras, antes que terminara de hablar se había desvanecido.
Muy bueno !=)
ResponderEliminar"Siempre fuimos un reflejo de otro reflejo", clarito, clarito... Un abrazo desde este habitáculo del sudor.
ResponderEliminarGabriel G. S.
(Tuc.)
espectacular :)
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