martes, 19 de julio de 2011

APUNTES PARA UN RELATO COJO

Por Rubén Rogelio Almada
... La sombra entró por una de las hendiduras del cristal apedreado y se acomodó junto a una pintura que retrataba una escena de caza mayor. Un hombre con el torso desnudo y los ojos delineados se le acercó y le ofreció una chupada por su cuenta. Piénselo, será gratis y la sensación que le quedará será gratificante, dijo y se extravió entre los otros cuerpos sudorosos que se movían al chisporroteo de la música bailable. La sombra frunció el ceño y se acercó a la barra donde unas chicas delgadas  con los senos cóncavos servían vasos rebosantes de espumas. Buscó en el bolsillo una píldora efervescente pero solo encontró una prescripción médica vencida. Un tipo con gafas que estaba a su lado bebiendo a través de una manguera fluorescente le ofreció una tableta de píldoras.
- Puedes tomar la que quieras. Estas son especiales. Las conseguí al otro lado de la ciudad. No hay nada mejor que la efervescencia de las pastillas, ¿eh?-dijo el sujeto, y apretó entre sus manos una especie de caja que irradiaba una luz ultravioleta.
- Esas chicas no son de por aquí. Las han traído desde el este, ¿verdad? – preguntó la sombra, y tomó de un solo trago unos de esos vasos rebosantes de espuma.
- Nadie es de este lugar, amigo. El sitio es tan estéril que no podría poseer más que unos cuantos idiotas.
- Poseer idiotas es de gran utilidad sobre todo cuando una ciudad está sitiada. Los idiotas siempre están en la vanguardia.
- Un idiota no tiene ninguna utilidad-dijo el hombre, y golpeó con su puño el mesón haciendo temblar los vasos rebosantes de espuma.


La sombra asintió. Ese sujeto había bebido demasiado y alterarlo ocasionaría problemas. Nunca había evitado los altercados pero ahora que estaba siguiendo acorralada debía tratar de pasar desapercibida.
Unas mujeres altas con los pies descalzos subieron hasta el escenario improvisado a orillas de la barra y pulsaron durante un largo rato una especie de violines que parecían aullar al ritmo del viento. Un enano con la barba hasta la rodilla las acompañó con un plañido que entristeció a todos los presentes.
Cuando terminó el número musical, procedentes del otro lado de la barra se escuchó el crujido asmático de una cama de campaña, y luego un  largo gemido. La sombra aspiró el aroma que impregnaba ahora la cantina: sangre dispuesta a correr, sexo rápido y a precio fijo, sudor de mulas y alcohol a destajo. Con calma, casi disimuladamente, tomó una botella donde flotaban píldoras a punto de desvanecerse y se apartó tranquilamente del mostrador, desplazándose hacia el ventanal que daba a la calle.


El hombre de ojos delineados apareció por detrás, acarició el cuello de su camisa y le preguntó si deseaba con urgencia una chupada. Puede ser a solas o acompañada. Por lo general, los principiantes se inclinan por la compañía, dijo y comenzó a quitarse la hebilla de su pantalón. La sombra le acarició la cabeza al hombre y le ordenó que se alejara. No quiero nada de ninguno de ustedes, solo necesito un trago que me fulmine esta incapacidad para ver de manera firme todo, pensó y buscó la barra donde las chicas de pechos cóncavos servían bebidas espumosas. No las encontró. Ahora había dos pelirrojas que agitaban unos vasos en forma de probeta con un líquido color escarlata. Miró el decorado de la pared y vio que ya no era la escena de caza mayor que había visto antes. Ahora había un frigorífico con reses colgadas y unos cuantos hombres con guardapolvos  blancos que apilaban en un rincón cabezas de rinocerontes.
Las meseras pelirrojas sin que lo pidiera le sirvieron dos vasos del líquido color escarlata y con una sonrisa le sugirieron que después de beber observara alguna de las pinturas. A su espalda había un mosaico donde una trituradora enorme engullía peces y escupía por sus orificios anzuelos luminosos. Le aconsejo que los huela, dijo la pelirroja que tenía las tetas amputadas. El artista ha logrado materializar varios perfumes que solo existían en su imaginación  con la ayuda de la hipnosis.  La sombra echó una mirada, sintió repugnancia y bebió sin respirar los dos vasos.


... La sombra acercó el trineo a las tumbas. El viento era azulado, y uno de los perros se puso de costado para evitarlo. La sombra se bajó más el sombrero para protegerse del polvo, y se sacó del bolsillo una brújula que dejo caer sobre la tumba del agente de seguros. El viento la hizo rodar, empujándola hacia donde crecían unas amapolas curvadas por la nieve.
-Ya está, ya no volveremos a ver el horror-dijo en voz baja la sombra.
-Sí-replicó la chica cubriéndose el rostro del viento-. Ya está el mal hecho.

Subieron al trineo y se dirigieron hacia el sur, por una huella serpenteante donde aún había retazos de naves ardiendo. No se detuvieron hasta que los fabriles soltaron sus relojes; y al atardecer cuando el servicio estelar volvía a funcionar divisaron los campos verdes. Un sentimiento muy parecido a la calma los invadió, y sin soltarse de las manos se llenaron las bocas de píldoras efervescentes. Siempre fuimos un reflejo de otro reflejo, dijo la chica, no tienes que preocuparte, comenzaremos de nuevo, veremos todo con unos ojos nuevos. La sombra no alcanzó a oír las últimas palabras, antes que terminara de hablar se había desvanecido.


3 comentarios:

  1. "Siempre fuimos un reflejo de otro reflejo", clarito, clarito... Un abrazo desde este habitáculo del sudor.

    Gabriel G. S.
    (Tuc.)

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