lunes, 21 de febrero de 2011

CABALGADA O LOS AHOGADOS

Por Alberto Ferrer
Cuando empezó todo, traté de pisar con cuidado, medir con cautela mis movimientos, pero  una vez que estuve adentro, toda estrategia resultó inútil y se hizo imposible mantenerse sobre la línea de la flotación.  Con el agua hasta el cuello las palabras acertadas tampoco acuden. Entonces mejor tratar de salir a nado hacia la orilla que es un puntito parpadeando apenas sobre el horizonte. Mientras doy arañazos en el agua, pienso en el hermano mayor que ha decidido encender la última vela en el confín de la noche, libre de todo remordimiento. Recuerdo a mamá arrastrándose en la oscuridad en busca de sus hijos, atravesando desnuda los caminos como una saeta dando gritos desesperados sin que nadie la oiga. Con el paso de los días la memoria declina, y el hábito de sangrar en los espejos se confunde con la costumbre de arrancarse la piel en pleno abismo. A esta altura cuesta mucho dar una brazada, luego otra, y boqueando busco una postura que me permita lanzarme hacia adelante con fuerza, circular sobre la superficie con prepotencia, pero mi cuerpo parece apresado, como si deseara aceptar un final pasado por agua.
Saber nadar con vigoroso verbo, es un bien tan escaso, como rimar palabras sin esfuerzo, alejado de toda especulación. ¡Dulce es desfallecer en brazos del agua indómita! Ceñir con espejismos la carne que busca librarse de los alambres sumergidos y olvidar en el fondo oscuro los muertos y su sombra, mientras el torso del ahogado vive pleno el instante sin negar el después.
Ahora alguien me habla de la otra orilla, me habla de ese otro que fui, entre los ahogados, más allá del vaivén del deseo, donde ya no puedo contemplarme sino con estos ojos de pescador. Borrosa surge la boca del pez par soltar un puñado de palabras incomprensibles. El discurso es un anzuelo sangrante. Como un vientre rasgado o un puño repleto de mojarritas que se abre en lo oscuro, el mediodía se suelta, y esa voz me dice que el fuego, que el agua, que la luz y los años, que las algas, que las armas, que los hombres ranas, y yo juego impunemente con las palabras que deja caer convencido que  es el río lo que nos engaña a los ahogados con su repertorio de voces falsas.
Melancholy by Ryohei Hase

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