domingo, 31 de marzo de 2013

BELLO PÚBLICO

Por Freites 
                                                    A Marlene en Comala, Mx
I
No. No sabía. Les aseguro que ignoraba todo este esplendor. Estaba aquí, flotando entre las cosas, frente a mis ojos todo el tiempo, pero no podía ver todo este esplendor.
Como contarles que tuve un sueño, que soñé con ella. Como no sonrojarme si les cuento que tuve un sueño de amor, todo un  sueño  de amor en el que estábamos desnudos sin ninguna esperanza de morir aún.
Ella estaba a mi lado, parecía que dormía, un racimo de estrellas brillaba sobre nosotros, yo le acariciaba sus manos y le contaba de muchachas chinas que desnudas en un arrozal tararean canciones de cuna iluminadas por la luna, y todo era tan bello, como esa tarde en que se hizo la muerte bajo la lluvia.
Había llegado muy tarde, hablando otra lengua. La belleza sobre su cuerpo palpitaba, sus grandes ojos se abrían al temporal y era una flor, era un guijarro, era el atardecer del diecisiete de septiembre,  con los lapachos inundados de luz, eras vos desnuda sobre la hierba con los pechos humedecidos por la lluvia; y era también tu voz casi a oscuras, repitiendo mi nombre como si se tratara de un conjuro.
Como ponerme de pie y confesarles que tuve un hermoso sueño de amor. Ella estaba acostada en el agua, era la única sobreviviente del diluvio, tenía entre sus brazos un gato agigantado por el deseo.
Yo me acercaba y era como si toda una vida su cuerpo me hubiese reclamado, y en el descuido de la noche aprisionaba sus blandos muslos; y era como si de tanto explorar en lo perdido nos encontráramos con toda la belleza de frente.

Todo estaba ahí, cuanto deseaba: era un relámpago de hojas hirvientes, un caballo  oscuro atravesando la arena de la tarde. Se parecía a  esta orquídea que persigue una mariposa, a aquella puerta que se abre sin ruido para dejar entrar las últimas sombras, a esa luz que me quema por dentro.
II
No. No sabía. Te aseguro que ignoraba el esplendor de los álamos incendiados a las siete de la tarde por una luz antigua que se parece a la que alumbró nuestro estremecimiento cuando estás calles eran de cieno y viento y yo te buscaba deseoso de oír tu respiración, avanzando entre la maleza sin poder tocarte siquiera.
Si supieras que tuve un sueño en el que todo el crepúsculo se enredaba en tu pelo, comprenderías que toda esta belleza estaba aquí, flotando, y yo era ajeno a todo, no veía esas nubes que se recortan filosas sobre un cielo al borde de la agonía, y era de un azul de nunca el columpio que mecía la tarde.
Pero yo nada podía ver.
Tuvieron que venir tus ojos a fundar la poesía y no sé por qué me acordé de otra tarde trepando el muro de una casa abandonada, no recuerdo la casa, tampoco el color de tu pollera, salvo tus palabras, las palabras que usabas para señalarme la belleza atrapada entre el musgo, entre todo lo que el oleaje del tiempo opacó,  salvo el sol, si, el sol, el sol de esa tarde que se parece a tu sol, arde con el mismo fuego, hubiese dicho.
De todas estas tardes habrá una, tan solo una donde todo el mundo se reduzca a la agonía de los árboles y quién sabe, sentados en un banco de plaza, resistiéndonos al viento sabremos al fin que todo esto no es más que evocación, memoria de  otros días cuando no teníamos nombre y éramos la insinuación de una tempestad, el atisbo de un temporal, cuando nos mirábamos para encontrar lo que no teníamos y en cada mirada, descubríamos  que siempre habíamos mirado la misma tarde.
 III
Ahora que todo se parece a un sueño y espero que la noche se extienda hasta aquí, escribo tu nombre en las gotas que los árboles le ofrecen a la luna y algo de vos, pasa por aquí, con tanta impaciencia que imagino que te encuentro entre la gente, mientras enciendo fósforos en la oscuridad y sin pensarlo voy de un lado a otro, casi sin respirar. 
Qué extraño este silencio, cuando la noche desemboca en un río e invento en el azul del ensueño caminos que me lleven hasta vos y todo parece volver otra vez, las palabras llegan despacio, son las palabras perfectas para nombrarte, cuando una estrella hace nido en tu cama y tus ojos miran barcos hundidos bajo la lluvia y el eco de tu voz resuena a través del pasillo que se abre a ciegas al insomnio. 
Qué será del verano, cuando estás palabras se extravíen en el oleaje amarillo del olvido y vuelva a mirarte en el beso repetido de la tarde que viene a contarme de la belleza de tus ojos. Ya no sabré qué hacer con este deseo de terminar cien veces por volver a encontrarte, qué hacer cuando me veo tan lejos de vos y el horizonte ya no se ve a través de la ventana rota y echo todas mis suertes en el alquitrán de la tarde. 
Al final sólo podré contemplar las palabras escritas en el papel y besar el trazo de tu nombre, como quien abraza en sueños la ilusión de un pájaro dormido, como quien cuenta campanadas en mitad de la noche y sueña que sueña que al final toda ha de ser como lo imaginó y si el desaliento me pide volver yo sé que te he de encontrar al final de los días, cuando el sol sólo puede amarse a sí mismo, cuando los peces bostezan en los acuarios, en un caudal de luz veré escrito tu nombre, y todo será poesía, si es que me nombras.

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