sábado, 23 de febrero de 2013

FELACIONES, ACOSOS, ORGÍAS Y OTRAS IMPRECACIONES EN MITAD DEL VERANO


Un ojo o algo que finja mirar.
                                       J.J.Reynoso
Por Rubén R. Almada 
                                                                      
OJO CON EL OJO: Y así llegamos a la siesta fatídica en que Matatormentos atraviesa la ciénaga por el lado de la compuerta y ahí bajo el sol, erizado por las espinas, con la frente cubierta de sudor, se desnuda, se desnuda sin advertir el ojo que se posa en ese nudo de cuerpos extasiados que aúllan, y este brazo es de Carmuncho , este otro de Miguelo, y aquella pierna de Matatormentos, y esa mano que se anuda al cuello es de… Y las garzas espantadas revolotean, y hay un cuerpo flotando entre los juncos y el calor lo hace todo tan insoportable, se desprenden vapores del fango y un alarido recorta la figura de los jinetes que incrédulos lo observan todo.
La palabra induce a la exploración del fantasma, ese espectro que mira un punto ciego, y Matatormentos escribe con letra temblorosa que ese Ojo estuvo siempre ahí, para estos lados siempre ha mirado, y cuando tenía los yuyos hasta la cintura, con Miguelo en la retaguardia, empujando y empujando, con decirte que desde lo alto de las lomas ya se tomaba el olor, el olor a carne acuchillada, y él me quería hincar el diente, cortarme en pedacitos, y entonces, sólo entonces El Ojo, el Ojo que no perdona. El Ojo va a vaciar muchas sillas, mientras este calor perdure.

SANGRE EN EL OJO: Nadie ha abierto fuego, todos aguardan por la llegada de Carmuncho, que para esta ocasión luce una delicada chaqueta militar, y la música bailable resuena, azuzando con furia los tambores hasta que rujan, para que las chicas zigzagueen a lo largo de la pista improvisada. Maravillosas las piernas de la bailarina, extendiéndose hasta rozar la punta del abismo. Esplendorosos los peinados de las coristas, resplandeciendo bajo el remolino de las luces. Pero poco importa. Todas las miradas estarán puestas en Carmuncho, que llegará bajo una lluvia de aplausos, dispuesto a tomar por asalto el escenario, y quien sabe cuando termine todo, lo esperará Cogote ataviado en látex, relamiéndose en la infinidad de una cama. Pero continuemos en este sitio, porque Raymundo Godoy después de hacerse rogarse un buen rato, desmonta y fusta en mano la emprende contra Matatormentos que yace desnudo, cuerpo a tierra en el patio recién regado, con los brazos en cruz. Se acercan unos niños hambrientos, mordiendo los restos de pollo que arrojaron los proxenetas después de almorzar, con la gran prostituta mayor, y con el rostro sonsacado aplauden, fascinados por la sumisión, deseoso de asestarle al infeliz un golpe. Entonces el público se abre, guarda silencio un instante y rompe en aplausos. ¡Alabado sea, Carmuncho! Un séquito de efebos lo acompañan hasta el centro del escenario, mientras la gente se cubre el rostro para evitar que los cubra con tierra un remolino y una jauría de perros en celo se trenza en una lucha encarnizada. ¡Apartad los perros!, vocifera Carmuncho, y unos policías de uniforme verde empiezan a apalearlos, hasta dispersarlos por completo. Carmuncho aplaude, luego se acerca al micrófono, y les pide que se diviertan con precaución, que sean buenos ciudadanos y recapaciten acerca de sus pecados, y esparciendo estrellitas se aleja. Entonces estallan en racimos los fuegos artificiales, que no son otra cosa que el preludio del baile, el éxtasis de los cuerpos anudados.

OJOS QUE NO MIRAN: Los ojos están metidos en la tarde, murmura Miguelo frente al espejo, mientras observa su cicatriz en el abdomen y siente en la nuca las pupilas desorbitadas de Matatormentos, implorando por un poco de calma. Ya está bien, esa flor llena de púas que se abre en las manos, y ese garrote vil que cae con furia en sus nalgas, cuando empiezan a caer los aplausos, y se escucha aquello del arrollado de venas, apéndice reproductor, manguaco hambriento, toronja del escarnio, porque vos sabes que yo nunca te he pedido de más, salvo que no lo guardes blandito, mientras ese ojo lleno de sangre sigue en el blanco, y todo empuja hacia adentro, lo que acumula el placer desbordado, la chica que se sorprende al hallarte desnudo en el baño, con esa cara de cuándo vienen a buscarme, y ese señor que se desabrocha la camisa, mientras vos arrodillado imploras por un poco de compasión, y llueve, afuera y adentro, una lluvia que se va deshilachando en gotas oscuras, como si fuera el preludio de lo que está por venir, y qué hacer en estas circunstancias, cuando el baile está en todo su esplendor y aún queda dinero para comprar alcohol y el chico que te gusta sigue merodeando, tratando de filtrarse por alguno de tus flancos más débiles, sin darse cuenta, los hombre nunca se dan cuenta, que si tuvieras un poco menos de pudor, lo dejarías colarse por cualquier lado, lo meterías adentro de tu cama y te entregarías a tus caprichos; pero mientras continué la lluvia, seguirás al lado de Carmuncho y Miguelo, bromeando acerca de dónde te encontrara la mañana, pensando en ese delicioso candado chino que podrías hacer si tu cuello fuese un poco más largo, tratando de lidiar con ese ojo que no mira pero está dispuesto a devorarse todo.

OJOS EN LA NUCA: Cuando la noche se empezaba  a retirar, volvió a aspirar para esconder un poquito la pena y no pensar en todos los cables que le introdujeron a Matatormentos, y pobre Miguelo, con lo preciso que era, quién va a poner el ojo en el agujero correcto, y ahora no van a quedar más que unas cuantas imágenes dando vueltas, buscándose en nosotros, como si fueran vapores que se han desprendido luego de una auto combustión, sin encontrar otra cosa que un vacío vertiginoso; y seguir con la tropilla hacia la sierra, con mucha precaución, porque el ojo seguirá ahí, amarilleando, deseando que nos acostumbremos a su leve excitación, hasta que nos permita acariciar su párpado oscuro y achacoso, incapaz de aislarse de la luz macilenta con que resguarda la tarde estas paredes.
Y hay cuerpos que ajenos a la excitación, ignorantes del espasmo fatal, que se desperezan, y salen exultantes a abrirse el pecho a la intemperie, deseosos de inyectarse, sin advertir la presencia de ese Ojo que acecha, como si en la espesura del follaje quedara algo de eso que en un breve parpadeo los habitó desfigurando todo lo que llevaban prendido dentro, quitándoles en una sola embestida todo ese ruido al que jamás Miguelo y Cogote aspirarán, y vos, Raymundo Godoy, sólo ante la mañana, sin demasiadas expectativas de vida, acariciando tu miembro exangüe, como si fuera una manguera que se alquila para desagotar letrinas, permanecerás desnudo hasta que tomes el coraje suficiente para arrancarte ese ojo interior que te impide ver.

Rubén R. Almada. Poeta inédito de San Luis, Argentina. 

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