ZONA V-DESCUBRIENDO A HERNÁNDEZ
Por Luciana Garamondi
FUEGOS DE
ARTIFICIOS: Aunque se quiera hablar de vida ajenas, siempre se termina hablando
de la propia. Y aquí estamos otra vez, tratando de inventar un modo de
acercarnos a Hernández. Entonces es de noche, un helicóptero de la policía
sobrevuela la ciudad. Las chicas de
ocasión muestran sus piernas ante la mirada atenta de los vigilantes. Hacia el
oeste se oyen numerosas explosiones. Parpadean las luces del cartel que anuncia
el final del mundo. Silenciosos avanzan los coches por la avenida, apenas
visibles por la niebla. Y estoy en casa de Hernández. Hay fiesta, veo algunos
rostros extraños, gente que gira con una copa en la mano, me restriego los ojos
y encuentro en un rincón a Carina, que parece aburrida. Le preguntó sí ha
bebido lo suficiente como para olvidarse que es una mujer casada, y ella ríe. Ella
siempre ríe. Más allá, Hernández bromea
con unas rubias, les acaricia el pelo, les murmura obscenidades al oído. Las
chicas parecen disfrutar esa cercanía. Saben que es fugaz. Hernández está hecho de instantes. Carina lo
sabe también, y se arrepiente de no haberlo aprovechado. Todo había empezado
como un juego, un juego de dos adultos dispuestos a pisotear cualquier
infancia, y ahí podías verloS en la entrada de la biblioteca, pisándose los
pies, fumando interminables cigarrillos, y si te acercabas, comprendías que era
Hernández quien manejaba la situación, quien se encargaba de desactivar las
bombas cuando la explosión era inminente.
Y no hubo guerra. Apenas una escaramuza. Carina quería guerra. Hernández
tantear al enemigo, explorar hasta donde está dispuesto a dejarse llevar.
Demasiado tarde Carina comprendió que ella era un enemigo de cabello oscuro,
piel blanda, que no tardaría en ser neutralizado por esa fuerza radioactiva
llamada Hernández. Pero la fiesta sigue. Hernández invita a todos al jardín, les agradece que
hayan venido, presenta una de las sorpresa de la noche, una banda de mariachis
que empiezan a tocar un corrido, mientras empiezan a estallar de manera
imprevista los fuegos artificiales.
APLAZOS: Carina estaba sumida en sus fantasías, evocando el
sueño de la noche anterior. ¡Un sueño
alucinante! Aldana le había contaba unos días antes, cuando la acompañaba al
baño, que tuvo unos “sueños cochinos”.
Me ofrecía como una puta a un
hombre que llevaba dinero en sus manos, le había dicho al borde de las
lágrimas. Carina tuvo ganas de decirle, que si ese hombre llevaba dólares ella estaría
dispuesta a hacer cualquier cosa, pero sólo se limito a asentir con la cabeza.
Mientras Hernández le mostraba los diferentes rincones de la casa, ella trató
de recordar el sueño, pero este se había bifurcado en una serie de fantasías,
que si alguien se las proponía estaba dispuesta a cumplirlas ahora mismo.
Hernández le preguntó si quería servirse algo, ella pareció no escucharlo, y
así avanzaron por un angosto pasillo que llevaba a una sala amplia donde había
una biblioteca. El hombre se acarició el
pelo, tomo un libro de Horacio, leyó un fragmento y la observó a los ojos. Ella
habría deseado estrecharlo entre sus brazos, besarlo. De pronto, creyó ver algo
entre las patas de los muebles. Algo que se movía con rapidez. Con disimulo
echó una nueva mirada, y no había nada. Estoy un poco cansada, me has hecho
caminar por toda la casa, y es tan grande como un… dijo y se sentó en uno de
los sillones. Hernández no pareció oírla, y sin dejar de leer el libro, se
acercó a donde estaba ella y se sentó a su lado. Carina pudo sentir su cuerpo
ansioso, y en ese momento deseó que la tomara, que en un repentino ataque de
furia la desnudara, pero él solo atino a decir que deberían volver a la ciudad
antes que empezara a llover, porque debía solucionar otro asunto. Otro asunto,
repitió ella, y sintió que todo esto para él había sido un asunto, una cuestión
más, como llegar a un acuerdo con algún inversionista. Y fue como estrellarse
con un muro a punto de ser demolido, comprobar que nada había cambiado, que
Hernández aun tenía el poder, que él siempre sería el encargado de delimitar la
zona. Entonces le dijo con brusquedad que la llevara a casa. Mi marido debe
estar preocupado, murmuró mirándose en el amplio espejo. Salieron en silencio
hacia donde estaba estacionado el coche y ella supo que pronto se desataría una
tormenta de inmensas magnitudes, y la encontraría sin resguardo, incapaz de
decidirse en ir en búsqueda de un refugio.
Luciana Garamondi nació en Concarán ,San Luis, en 1990. Estudia Hotelería. A fines de 2012 aparecerá su libro de relatos Desparecer en Benares.
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