sábado, 30 de junio de 2012

ZONA V

ZONA V-DESCUBRIENDO A HERNÁNDEZ
Por Luciana Garamondi
FUEGOS DE ARTIFICIOS: Aunque se quiera hablar de vida ajenas, siempre se termina hablando de la propia. Y aquí estamos otra vez, tratando de inventar un modo de acercarnos a Hernández. Entonces es de noche, un helicóptero de la policía sobrevuela la ciudad.  Las chicas de ocasión muestran sus piernas ante la mirada atenta de los vigilantes. Hacia el oeste se oyen numerosas explosiones. Parpadean las luces del cartel que anuncia el final del mundo. Silenciosos avanzan los coches por la avenida, apenas visibles por la niebla. Y estoy en casa de Hernández. Hay fiesta, veo algunos rostros extraños, gente que gira con una copa en la mano, me restriego los ojos y encuentro en un rincón a Carina, que parece aburrida. Le preguntó sí ha bebido lo suficiente como para olvidarse que es una mujer casada, y ella ríe. Ella siempre ríe. Más allá, Hernández  bromea con unas rubias, les acaricia el pelo, les murmura obscenidades al oído. Las chicas parecen disfrutar esa cercanía. Saben que es fugaz.  Hernández está hecho de instantes. Carina lo sabe también, y se arrepiente de no haberlo aprovechado. Todo había empezado como un juego, un juego de dos adultos dispuestos a pisotear cualquier infancia, y ahí podías verloS en la entrada de la biblioteca, pisándose los pies, fumando interminables cigarrillos, y si te acercabas, comprendías que era Hernández quien manejaba la situación, quien se encargaba de desactivar las bombas cuando la explosión era inminente.  Y no hubo guerra. Apenas una escaramuza. Carina quería guerra. Hernández tantear al enemigo, explorar hasta donde está dispuesto a dejarse llevar. Demasiado tarde Carina comprendió que ella era un enemigo de cabello oscuro, piel blanda, que no tardaría en ser neutralizado por esa fuerza radioactiva llamada Hernández. Pero la fiesta sigue. Hernández  invita a todos al jardín, les agradece que hayan venido, presenta una de las sorpresa de la noche, una banda de mariachis que empiezan a tocar un corrido, mientras empiezan a estallar de manera imprevista los fuegos artificiales.

APLAZOS: Carina estaba sumida en sus fantasías, evocando el sueño  de la noche anterior. ¡Un sueño alucinante!  Aldana le había contaba  unos días antes, cuando la acompañaba al baño, que tuvo unos “sueños cochinos”.  Me ofrecía como una puta  a un hombre que llevaba dinero en sus manos, le había dicho al borde de las lágrimas. Carina tuvo ganas de decirle, que si ese hombre llevaba dólares ella estaría dispuesta a hacer cualquier cosa, pero sólo se limito a asentir con la cabeza. Mientras Hernández le mostraba los diferentes rincones de la casa, ella trató de recordar el sueño, pero este se había bifurcado en una serie de fantasías, que si alguien se las proponía estaba dispuesta a cumplirlas ahora mismo. Hernández le preguntó si quería servirse algo, ella pareció no escucharlo, y así avanzaron por un angosto pasillo que llevaba a una sala amplia donde había una biblioteca.  El hombre se acarició el pelo, tomo un libro de Horacio, leyó un fragmento y la observó a los ojos. Ella habría deseado estrecharlo entre sus brazos, besarlo. De pronto, creyó ver algo entre las patas de los muebles. Algo que se movía con rapidez. Con disimulo echó una nueva mirada, y no había nada. Estoy un poco cansada, me has hecho caminar por toda la casa, y es tan grande como un… dijo y se sentó en uno de los sillones. Hernández no pareció oírla, y sin dejar de leer el libro, se acercó a donde estaba ella y se sentó a su lado. Carina pudo sentir su cuerpo ansioso, y en ese momento deseó que la tomara, que en un repentino ataque de furia la desnudara, pero él solo atino a decir que deberían volver a la ciudad antes que empezara a llover, porque debía solucionar otro asunto. Otro asunto, repitió ella, y sintió que todo esto para él había sido un asunto, una cuestión más, como llegar a un acuerdo con algún inversionista. Y fue como estrellarse con un muro a punto de ser demolido, comprobar que nada había cambiado, que Hernández aun tenía el poder, que él siempre sería el encargado de delimitar la zona. Entonces le dijo con brusquedad que la llevara a casa. Mi marido debe estar preocupado, murmuró mirándose en el amplio espejo. Salieron en silencio hacia donde estaba estacionado el coche y ella supo que pronto se desataría una tormenta de inmensas magnitudes, y la encontraría sin resguardo, incapaz de decidirse en ir en búsqueda de un refugio. 

Luciana Garamondi nació en Concarán ,San Luis, en 1990. Estudia Hotelería. A fines de 2012 aparecerá su libro de relatos Desparecer en Benares.

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