martes, 20 de septiembre de 2011

UN ELOGIO A LA FUGACIDAD O LA INSOPORTABLE IMPOSTURA DE LA BELLEZA

 Por Marcos Freites
Ella dice que soñó que abría los ojos en una habitación y alguien la tomaba de las manos. Entonces hace una larga pausa, toma aire y observando la imagen que le devuelve el espejo frente al que está sentada, exclama  que todo esto es muy curioso, demasiado inusual. Por lo general sueño que voy a comprar zapatos, que me duermo en el spa luego de una sesión de masajes, pero  soñar que un extraño te toma de las manos y te arrastra hacia una cama donde una pareja hace acrobacias sexuales es… (Busca una palabra. Sus manos hacen un rápido ademán en el aire.) … es tan loco. ¿Lo podés imaginar? Me pregunta y sin esperar una respuesta agrega que empezó a tener sueños extraños después que su familia se mudó a una antigua casona ubicada a orillas del río. Entonces entra su novio, un joven con aspecto de promotor de agencia de viajes estudiantiles, y pregunta donde están las mancuernas. Ella se encoge de hombros y esboza una leve sonrisa. El joven me dice mitad en serio, mitad en broma que no le debo creer demasiado. Desde que la eligieron la chica del verano en un festival no hace otra cosa que fabular, asegura y se aleja silbando. Ella niega que haya cambiado, tal vez cambió mi vida pero por dentro sigo siendo igual. ¿No te parece? Pregunta y cruza sus piernas interminables.
Carmen nació en Las Lajas, en el mismo paraje desolado donde transcurrió mi adolescencia, pero desde muy niña buscó escapar, saltar las murallas invisibles  que cercan todo pueblo y lo hizo transgrediendo todas las reglas, dejando tras de sí una estela de leyendas. En el pueblo hay un puñado de buenos muchachos  que aseguran haberla visto nadar desnuda en el río, haber presenciado un lento streap tease en torno a las hogueras primaverales. Carmen se ríe de estos comentarios y dice que algo de verdad hay. Cuando el río suena siempre trae agua. Sólo la transgresión puede arrancarnos de la monotonía de vivir en un sitio donde nunca sucede nada. Siempre tuve en claro que si una mujer sabe usar con inteligencia su  vagina puede alcanzar el cielo. El cielo es el límite para una chica linda.
La noche ha empezado a cercar la casa, y el cuerpo de Carmen a medida que oscurece en su amplio jardín se torna más sugerente, como si la oscuridad revelara otra Carmen, muy parecida a la que quiero desentrañar. Porque yo conozco a la Carmen adolescente con quien a finales de los noventa arriba de un techo escuchábamos canciones punk en un radiograbador desvencijado,  a la chica tentación que inútilmente intentaba enseñarme a bailar cumbia en los juegos florales, a la vecinita lasciva que hacía topless a orillas de una Pelopincho bajo el ardiente sol de enero; pero no a esta Carmen que en un rápido parpadeo se convirtió en un objeto deseado por media provincia desde que posó cubierta sólo por una carpeta de Hello Kitty para Altas pendejas, que desfiló para las principales tiendas de ropa de la ciudad, que fue la sensación del último carnaval, que encendió la noche de una discoteca puntana con su show de la secretaria perversa, y lo más importante de todo, que fue chica de tapa de una revista erótica muy importante.
La tapa que hice para la revista fue muy jugada. Un desnudo frontal como nunca se vio. Desde atrás unas manos me agarraban, mejor dicho me estrujaban los pechos. Fue un homenaje a Janet Jackson a quien admiro muchísimo. Desde hace tiempo quería hacer algo jugado, pero no quería saltar sin red. Necesitaba hallar protección. Viste. Todas las chicas necesitamos un cielo protector. Hasta que encontré un amigo-mujer, Tony Rodríguez Hudson, que pudo ver todo mi potencial. Enciende un Virginia Slims y agrega, que la fama dura apenas un instante, y a ese instante tenés que exprimirlo. Sacarle el jugo. La belleza es fugaz. Ahora la tenés, mañana la perdiste. Eso lo sé desde la primera vez que besé a un hombre. Empezar a amar es darse cuenta que los encantos de los que nos enorgullecemos son bastante efímeros. ¿No te parece? Me increpa y como siempre no espera mi respuesta. Las luces de los reflectores siempre están dispuestas a posarse en nuevos cuerpos. Así que mientras tengas “eso” que las otras no tienen: apro-ve-cha-lo. Deletrea la palabra y deja escapar una risita picara, como si ocultara mucho más de lo que muestra.
Antes de hacer la nota, alguien me advirtió que las chicas lindas van construyendo mecanismo de autodefensa, armaduras hechas de palabras frívolas para esconder su verdadera esencia, ese don sublime al que sólo pueden acceder unos cuantos afortunados dignos de su querer, mientras el restos de los mortales debemos conformarnos con una serie de espejismos  donde creemos vislumbrar cierta verdad. También me aconsejaron visitar, mejor dicho explorar tres lugares en la casa de una mujer fatal. Tres sitios donde se satisfacen los instintos más bajos. Entonces le pido que me muestre su heladera, su dormitorio y su baño. Carmen accede sonriente. Cree que es parte de algún juego. Al abrir la heladera, como era de esperar me encuentro con una gran cantidad de productos light. Sólo logra llamarme la atención un trozo de carne blanda que parece a punto de manar sangre. Subimos por una escalera de madera angosta hasta su cuarto donde florece una cama redonda con un colchón de agua que parece tener vida propia. Cuando uno tiene una casa, afirma Carmen, debe preocuparse por tener una buena cama. Si te pones a pensar,  la cama es el lugar donde ocurren las cosas más interesantes de la vida. Por lo general en una cama naces, te reproducís y te morís. Entonces hay que comprar una cama que este a la altura de los acontecimientos.
Me enseña con orgullo un armario repleto de zapatos y zapatillas. Se sienta en el borde de la cama y me cuenta que la primera vez que posó desnuda fue para un amigo fotógrafo. Estábamos tomando vodka con naranja, y le digo por qué no hacemos unas fotos. Entonces el pibe me dice sácate toda la ropa y yo sin dudar mi puse en bolas. La pasé genial. Sentí algo que recién varios años después volvería a sentir. Las fotos las subimos a su fotolog. Fueron un éxito total. Deberías haber visto la cara de mis compañeras de secundaria. Me trataron como si fuera un gato. Por último me muestra el baño donde surge una gran  tina de mármol donde para delicia de su novio  debe pasar largos ratos solo cubierta por espumas. Mientras ella juguetea con un pececito  de plástico  amarillo y me narra los acontecimientos que le permitieron conocer a su novio, observo el espejo que pende del techo reflejando de forma divergente nuestras figuras.
El reloj va a marcar las diez, y Carmen me pide que me vaya. Es sábado a la noche y debe animar un evento. Me tengo que empezar a preparar dos horas antes. Me gusta la puntualidad. Es agobiante andar corriendo contra el tiempo. ¿No te parece? Pregunta y como siempre ella misma se responde. Me pide que vuelva, así recordamos episodios de la infancia, pero los dos sabemos que  no habrá una próxima visita, que estas dos horas han sido suficientes, que lo que nos une son apenas un puñado de recuerdos compartidos en un pueblo, en un tiempo, que han quedado demasiado lejos, a los que no deberíamos retornar porque eso significaría que la huida no ha sido definitiva, que el pueblo ese sitio amurallado del que logramos escapar, nos ha vuelto a atrapar.
Afuera una luna redonda y obesa, cuelga del cielo, y el otoño se anuncia en el degradé del verde al amarillo de los árboles, y pienso en que dentro de unos años encontraré a Carmen en un café de alguna ciudad extraña y no nos alcanzaremos a reconocer, aunque para los dos está época será la favorita, la que sintonizamos con mayor frecuencia, en la que nos sentiremos más cómodos a la hora de revisitar el pasado.

Fotografía: J.J.Reynoso

1 comentario:

  1. Comence a leer y no pude dejar de hacerlo hasta llegar al final.!!(...) pienso en que dentro de unos años encontraré a Carmen en un café de alguna ciudad extraña...me encantO!
    D.V

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