sábado, 25 de junio de 2011

LA TENUE PERCEPCIÓN QUE ANTECEDE AL GOCE

Por: Marcos Freites 

En silencio. Algunas de las mejores escenas de la vida transcurren sin palabras. Una sombra se desliza con suavidad a través de las cortinas raídas, repta entre las cajas donde guardo la ropa de invierno y un instante antes que la gata se abalance sobre ella, se sumerge en la botella de vino que destapada yace sobre la mesa. Una mancha de sangre esparcida en la ruta desierta, bajo el sol de enero. Un tambor oxidado derrama un líquido verdoso junto a los geranios bajo los cuáles yace enterrado el caniche bichón frisé de mi primera mujer.



El silencio permite que los cuerpos, las cosas inertes, las percepciones ejerzan el diálogo. Mientras permanecemos callados, lo que nos rodea, eso que nos circunda, revela parte de su misterio, moviéndose con lentitud, anhelando la suspensión del tiempo mortal.
Hay una chica en algún sitio que dibuja este silencio corpóreo que me invita  a buscarla en la trama dudosa de un sueño, donde ella cree que yo soy un fantasma inventado por la torpe memoria del alcohol, y pese a su temor, crezco en torno a su cuerpo, hasta volverme un anciano amigable. Es entonces cuando se figura que salgo a beber con ella, hablamos con los ojos, graduando las miradas, deseosos que las horas se alarguen, para recordarnos, para reencontrarnos poco a poco frente a la luz cansada de la noche.
Hay un ventanal abierto hacia el otoño, por donde observo aquello que atravesando el desgano, logra, sin embargo, persistir hasta convertirse en luz devolviendo al presente todo lo que creía extraviado. Un repertorio de formas  donde habita todo lo efímero, lo que fui o pude ser en el aullido de las horas.
La chica repite su rutina, su cotidiana deriva  a través de bares donde se bebe hasta la madrugada, donde nos vemos sin hablarnos, acercándonos sigilosamente sin quitarnos los ojos, tal vez huyendo de nosotros mismos o ilusionándonos con que estos rostros no sean más que máscaras dispuestas a caer o alentando la esperanza de encontrar a Jesús en semana santa.
La noche siempre termina por arrebatarnos. Ella se disuelve en el rostro de otras mujeres para reaparecer como un molesto espectro al que ignoro, al que espanto con nombres imposibles.
Mientras la chica continúe su ritual, el relato prosigue, sin sobresaltos, sugiriendo más de lo que muestra, trascurriendo silenciosamente hasta que uno de los dos se disuelva con la sensación de que unas manos ajenas persisten en el atisbo de una caricia, con la leve impresión de que algo avanza subrepticiamente hasta derramarse en el presagio del silencio.
A lo largo de días, semanas, reinará una aparente quietud, donde parece que nada sucede. Solo parece. Ella dibuja una hoja flotando en el estanque sin levantar el lápiz. Ella busca en la claridad del plato recién servido la luz de otros días donde corríamos para asegurarnos un lugar en el final de la noche. Entonces sueña que otra chica se mete en nuestra cama y con los ojos medio cerrados me mira dormir, mientras con la punta de sus dedos roza mis labios.
Una mañana hay perros ladrando frente a la ventana, hacia el mediodía ella se enoja, decide alejarse, ser otra chica, pero al caer la noche pese a nuestra voluntad, nos hallamos dudando acerca de todo, al menos eso creemos hacer al dispararnos miradas punzantes a una prudente distancia.
En estos desencuentros, en este extrañarse, un sollozo nos visita, y es apenas una ligera percepción de tristeza en un relato donde no habrá grandes hechos.
Apenas unos leves sucesos alumbrados por la luz tenue de los sentidos que se aferran al eterno principio de las cosas, develando una sonrisa recortada al borde del llanto, una mano pequeña que se alza para dejar ver otra mano, más pequeña aún, un aroma a naranjas esparciéndose a través del pasillo de la casa en penumbras, el gemido de ella resonando en el silencio del dormitorio, la luz líquida sobre la que se baña el deseo perverso de morir haciendo el amor, estos ojos que se separan de si mismos y pueden contemplarse desde lejos.
Todo lo que no sostiene es la permanencia de lo sensual, la contemplación de un goce que nos excede, que nadie puede tocar, porque para eso no hay manos posibles.
No es posible poseer.
No son de nadie las palabras que quiso pronunciar la noche antes de dar paso a una claridad temblorosa en que ella o la chica, a esta altura del relato se confunden, cree reunirse conmigo. Cree abrazarme mientras nos extraviamos en la profundidad de los espejos. Acaso en este punto debería terminar el relato. La chica se ha acercado demasiado y todo lo que sostuvimos se derrumba junto al tiempo, mientras hacemos gestos inútiles ante el páramo que acabamos de abrir.
La chica dentro de los espejos intenta nombrarme, como si el acto de romper el silencio pudiera quitar esta efervescencia que nos habita, pero una lluvia luminosa se desata impidiendo la comunicación.
A través de la transparencia del día salimos. Ella me mira huir por una calle llena de escombros, escucha el ruido fantasmal de los coches, el estrépito de las gotas agujereando el pavimento, luego se figura que la beso rozando con suavidad sus labios entreabiertos. En ese instante, abandono la escena para siempre, y frente a un espejo en movimiento permanezco con la cabeza encharcada de visiones, fuera de un relato donde ella, la chica, son apenas la tenue percepción que antecede al goce. 
Pintura: Kazimir Malevich. Presentimiento Complejo: Mitad de una figura en una camiseta amarilla (1932)

1 comentario:

  1. ESTAS COSAS SE ESCRIBEN CUANDO TE QUEDÁS SIN NADA QUE CONTAR, RELATOS DE RELATOS, UNA COSA MUY TRISTE QUE DEMUESTRA QUE ESTAS AL BORDE DEL FRACASO.
    NO CAMBIAN MÁS USTEDES.

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