Por Luciana Garamondi
1.Si
se redujera el ruido disperso a unos pocos aullidos y no tuviéramos que
soportar el alboroto de los recién llegados ni el estampido de la música del
trópico, podríamos dejarnos caer en la cama y por un rato hacer más llevadera
esta miseria, aunque tengamos que conseguirnos plata para el almuerzo y toda tu
familia empiece a mirarnos con mala cara y antiguos novios comiencen a merodear
la casa en autos lujosos y mires hacia el pasado convencida de que las cosas
hubieran sido muy distintas si no me hubieras conocido; y así se nos van yendo
los días y sin que nos demos cuenta lo que ayer estaba en un punto hoy está en
otro, todo se vuelve inalcanzable de este modo.
El mundo no es más que eso.
6. Nos reuníamos a orillas del gran canal en mitad de la noche. A veces, éramos tres sombras hambrientas dispuestas a beber botellas infinitas de alcoholes infernales. La vida se nos partía entre los brazos. Otras veces a la luz de una fogata nos quitábamos la ropa y todo nuestro tesoro era un trozo de piel ofrecido, cuatro gotas de vino, un rayo de luna hiriendo nuestra desnudez. Hasta que un día supimos del espanto y bajo una lluvia espesa, amarillos de horror dejamos para siempre nuestro lugar a orillas del gran canal en mitad de la noche.
7 . Puede
verte coleccionando agujas un domingo frío en las afueras de la ciudad,
caminando entre los escombros ante la indiferencia de los guardias que no puede
ver la tristeza de tus brazos alargándose para abrazar un manojo de niebla.
Pienso en la humedad de tu habitación hundiéndose al final del día, en unas
manos entumecidas por el invierno que no se cansan de escribir acerca de cosas
que el viento arrancó y entonces es un alfiler atravesando el cuerpo de un
gatito de paño, pájaros de plumajes extraños que se disipan junto al humo de la
estufas, la claridad furiosa de la mañana, una figura que el espejo se empeña
en reflejar cuando te quedas a solas e insistís en abrazarme, en darme caricias
sin dejar de pensar en vos, como si este cuerpo no fuera más que la extensión
de otro cuerpo, al que es necesario adorarlo para aliviar su ingravidez.
Luciana Garamondi, nació en Concarán en 1990. Se enorgullece de no haber hecho nada digno de mencionar.
2. En
todos lados hay marcas húmedas de tus dedos. La verdad es que no les he
prestado atención hasta hace unos pocos días cuando algo de vos empezó a
apoderarse de todo, hasta de las cosas que la intemperie silenciosamente había
rechazado.
¿Son
tus huellas señales que preceden al fin del día? ¿Intentás demarcar
cuidadosamente lo que hemos dejado a medio hacer? ¿Recuerdan tus pies el camino
que tuvo que atravesar el fuego para llegar hasta aquí? ¿Cuándo falte la luz en esta habitación
dispondrás de lo que queda de mí?
3. Abrías
espacio entre los cúmulos de sombras para ubicar algo de vos ahí en ese punto
donde yo no podía dejar de mirar y no era tu boca burlándose de la lluvia ni
siquiera la tibieza de tu saliva recordándome días en que te pertenecía por
completo y sin protestar me entregaba a tus caprichos.
4. Y
para no escribir en vano, en el lado soleado del cuaderno de apuntes está el
ojo en tinta, la prosa inconclusa, el cielo concedido antes de tiempo, el
pañuelo ya poblado de adioses en mitad de una lluvia incesante.
5.
El
mundo no es más que eso. Apuntes en un viejo cuaderno.
Registro
de días donde no suceden grandes cosas. Apenas el recuerdo de una chica
dispuesta a cumplir su insensata voluntad, un sueño recurrente. El vuelo de los
patos salvajes al final de la temporada. Ropa tendida. El zumbido de los
insectos rondando la fruta madura. La voz de las visitas que llegan a la hora
de la siesta. El mundo no es más que eso.
6. Nos reuníamos a orillas del gran canal en mitad de la noche. A veces, éramos tres sombras hambrientas dispuestas a beber botellas infinitas de alcoholes infernales. La vida se nos partía entre los brazos. Otras veces a la luz de una fogata nos quitábamos la ropa y todo nuestro tesoro era un trozo de piel ofrecido, cuatro gotas de vino, un rayo de luna hiriendo nuestra desnudez. Hasta que un día supimos del espanto y bajo una lluvia espesa, amarillos de horror dejamos para siempre nuestro lugar a orillas del gran canal en mitad de la noche.
Cada vez más triste lo de ustedes. Historias burguesas de chicas bien. Sin sangre. Sin luces. Un consejo: No dejes escribir a las mujeres.
ResponderEliminarC.
Me encanto sumergirme en estos escritos, bravo.
ResponderEliminarMe gusto, no se tiene algo...
ResponderEliminarCatulo
muy bueno :)
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