Las promesas han muerto en la fuente de un festín postergado. Cuernos de fantasía anuncian la pronta llegada de la aurora, nuevos tiempos de melancolía y soledad. El patio de la casa está desierto, bailan junto a la brisa pedacitos de papel picado,el cielo se oscurece, la infinita rueda se ha quebrado. La mañana es una danza de hojas que cruza las veredas huyendo del árbol caído empeñado en dibujar sombras en el muro. El sol se despierta entre los gruesos nubarrones y el campo abierto se arrodilla vencido. Es inevitablemente viernes y el día parece estar hecho de arenas movedizas, necesito excluir de un solo golpe la monotonía y un mal sueño que tuve. Toda la noche he contemplado de pie, con desgano esta luna moribunda que tras el cristal no es más que una mancha difusa empenachada deshaciéndose en pálidos fulgores. Las farolas permanecen calladas con un velo azul en la mirada, un teléfono público quizás esta sonando,el vagabundo clava su cabeza en la arena y una sombra ronca y despide un denso olor a transpiración y alcohol dentro de la cama, que ya no es mía. Las horas cómo si fueran bosquejos de aves sonámbulas vuelan en las alas plateadas de un avión que acaba de despegar. Hoy un encuentro distinto me recorre las venas. Puedo ver todo aquello que no soñé. Los ligustros del jardín tiritan bruñidos por un soplo de rocío, un azul de nunca parpadea en el horizonte que parece estar mas bajo, y yo me quedo aquí acariciando la ilusión de sus manos sobre mis manos, tratando de alejarme de todas estas voces que inundan la casa, que repiten con sus fauces ebrias mi nombre. Ya no espero un cielo rebosante de centellas, sólo un atardecer calmo que me arrime la imagen de esas casitas tristes desparramadas en la llanura, interminable, ciega de vanos destellos, el recuerdo de la casa de mi infancia en Nogolí con sus perfumes de madreselvas y jazmines, con sus azaleas y sus orquídeas, con su aljibe y su sendero de piedra tachonado de rumores de luna, la ilusión de una gran lucarna que signaba los tonos y gradaciones que proyectaba sobre la calle empedrada, de la cual era su espejo. Imagino que si en este momento cierro los ojos y vuelvo a abrirlos, tal vez me pueda encontrar con el prado resonante de mi infancia, volverían las casas con techos de zinc, las flores y el silencio, con Papá que cada viernes repetía su sórdida ceremonia de salir y volver el domingo con el esbozo de una sonrisa en el rostro, regresaba con aspecto de no haber dormido en toda la noche, con ojeras que disimulaba tras una gafas oscuras, con Mamá y su canastito de mimbre dónde llevaba la tarta de manzana a aquellos picnic a la vera del Río Nogolí en esos días azules dónde aún éramos una familia.
M.G.Freites
Hace tiempo que no sabía nada de Freites. No lo veía desde algún verano de esos en que la soledad es una molesta compañía. Lo recuerdo ajeno a todo, indiferente a mi belleza , a "tu" belleza.Un solitario del carajo.Alguién que debió morir mucho antes. Da gusto leerte después de tantas lluvias. No sabía nada de vos. Yo sigo aún más lejos. abrazos alcohólicos. Lu
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