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sábado, 23 de febrero de 2013

FELACIONES, ACOSOS, ORGÍAS Y OTRAS IMPRECACIONES EN MITAD DEL VERANO


Un ojo o algo que finja mirar.
                                       J.J.Reynoso
Por Rubén R. Almada 
                                                                      
OJO CON EL OJO: Y así llegamos a la siesta fatídica en que Matatormentos atraviesa la ciénaga por el lado de la compuerta y ahí bajo el sol, erizado por las espinas, con la frente cubierta de sudor, se desnuda, se desnuda sin advertir el ojo que se posa en ese nudo de cuerpos extasiados que aúllan, y este brazo es de Carmuncho , este otro de Miguelo, y aquella pierna de Matatormentos, y esa mano que se anuda al cuello es de… Y las garzas espantadas revolotean, y hay un cuerpo flotando entre los juncos y el calor lo hace todo tan insoportable, se desprenden vapores del fango y un alarido recorta la figura de los jinetes que incrédulos lo observan todo.
La palabra induce a la exploración del fantasma, ese espectro que mira un punto ciego, y Matatormentos escribe con letra temblorosa que ese Ojo estuvo siempre ahí, para estos lados siempre ha mirado, y cuando tenía los yuyos hasta la cintura, con Miguelo en la retaguardia, empujando y empujando, con decirte que desde lo alto de las lomas ya se tomaba el olor, el olor a carne acuchillada, y él me quería hincar el diente, cortarme en pedacitos, y entonces, sólo entonces El Ojo, el Ojo que no perdona. El Ojo va a vaciar muchas sillas, mientras este calor perdure.

SANGRE EN EL OJO: Nadie ha abierto fuego, todos aguardan por la llegada de Carmuncho, que para esta ocasión luce una delicada chaqueta militar, y la música bailable resuena, azuzando con furia los tambores hasta que rujan, para que las chicas zigzagueen a lo largo de la pista improvisada. Maravillosas las piernas de la bailarina, extendiéndose hasta rozar la punta del abismo. Esplendorosos los peinados de las coristas, resplandeciendo bajo el remolino de las luces. Pero poco importa. Todas las miradas estarán puestas en Carmuncho, que llegará bajo una lluvia de aplausos, dispuesto a tomar por asalto el escenario, y quien sabe cuando termine todo, lo esperará Cogote ataviado en látex, relamiéndose en la infinidad de una cama. Pero continuemos en este sitio, porque Raymundo Godoy después de hacerse rogarse un buen rato, desmonta y fusta en mano la emprende contra Matatormentos que yace desnudo, cuerpo a tierra en el patio recién regado, con los brazos en cruz. Se acercan unos niños hambrientos, mordiendo los restos de pollo que arrojaron los proxenetas después de almorzar, con la gran prostituta mayor, y con el rostro sonsacado aplauden, fascinados por la sumisión, deseoso de asestarle al infeliz un golpe. Entonces el público se abre, guarda silencio un instante y rompe en aplausos. ¡Alabado sea, Carmuncho! Un séquito de efebos lo acompañan hasta el centro del escenario, mientras la gente se cubre el rostro para evitar que los cubra con tierra un remolino y una jauría de perros en celo se trenza en una lucha encarnizada. ¡Apartad los perros!, vocifera Carmuncho, y unos policías de uniforme verde empiezan a apalearlos, hasta dispersarlos por completo. Carmuncho aplaude, luego se acerca al micrófono, y les pide que se diviertan con precaución, que sean buenos ciudadanos y recapaciten acerca de sus pecados, y esparciendo estrellitas se aleja. Entonces estallan en racimos los fuegos artificiales, que no son otra cosa que el preludio del baile, el éxtasis de los cuerpos anudados.

OJOS QUE NO MIRAN: Los ojos están metidos en la tarde, murmura Miguelo frente al espejo, mientras observa su cicatriz en el abdomen y siente en la nuca las pupilas desorbitadas de Matatormentos, implorando por un poco de calma. Ya está bien, esa flor llena de púas que se abre en las manos, y ese garrote vil que cae con furia en sus nalgas, cuando empiezan a caer los aplausos, y se escucha aquello del arrollado de venas, apéndice reproductor, manguaco hambriento, toronja del escarnio, porque vos sabes que yo nunca te he pedido de más, salvo que no lo guardes blandito, mientras ese ojo lleno de sangre sigue en el blanco, y todo empuja hacia adentro, lo que acumula el placer desbordado, la chica que se sorprende al hallarte desnudo en el baño, con esa cara de cuándo vienen a buscarme, y ese señor que se desabrocha la camisa, mientras vos arrodillado imploras por un poco de compasión, y llueve, afuera y adentro, una lluvia que se va deshilachando en gotas oscuras, como si fuera el preludio de lo que está por venir, y qué hacer en estas circunstancias, cuando el baile está en todo su esplendor y aún queda dinero para comprar alcohol y el chico que te gusta sigue merodeando, tratando de filtrarse por alguno de tus flancos más débiles, sin darse cuenta, los hombre nunca se dan cuenta, que si tuvieras un poco menos de pudor, lo dejarías colarse por cualquier lado, lo meterías adentro de tu cama y te entregarías a tus caprichos; pero mientras continué la lluvia, seguirás al lado de Carmuncho y Miguelo, bromeando acerca de dónde te encontrara la mañana, pensando en ese delicioso candado chino que podrías hacer si tu cuello fuese un poco más largo, tratando de lidiar con ese ojo que no mira pero está dispuesto a devorarse todo.

OJOS EN LA NUCA: Cuando la noche se empezaba  a retirar, volvió a aspirar para esconder un poquito la pena y no pensar en todos los cables que le introdujeron a Matatormentos, y pobre Miguelo, con lo preciso que era, quién va a poner el ojo en el agujero correcto, y ahora no van a quedar más que unas cuantas imágenes dando vueltas, buscándose en nosotros, como si fueran vapores que se han desprendido luego de una auto combustión, sin encontrar otra cosa que un vacío vertiginoso; y seguir con la tropilla hacia la sierra, con mucha precaución, porque el ojo seguirá ahí, amarilleando, deseando que nos acostumbremos a su leve excitación, hasta que nos permita acariciar su párpado oscuro y achacoso, incapaz de aislarse de la luz macilenta con que resguarda la tarde estas paredes.
Y hay cuerpos que ajenos a la excitación, ignorantes del espasmo fatal, que se desperezan, y salen exultantes a abrirse el pecho a la intemperie, deseosos de inyectarse, sin advertir la presencia de ese Ojo que acecha, como si en la espesura del follaje quedara algo de eso que en un breve parpadeo los habitó desfigurando todo lo que llevaban prendido dentro, quitándoles en una sola embestida todo ese ruido al que jamás Miguelo y Cogote aspirarán, y vos, Raymundo Godoy, sólo ante la mañana, sin demasiadas expectativas de vida, acariciando tu miembro exangüe, como si fuera una manguera que se alquila para desagotar letrinas, permanecerás desnudo hasta que tomes el coraje suficiente para arrancarte ese ojo interior que te impide ver.

Rubén R. Almada. Poeta inédito de San Luis, Argentina. 

miércoles, 26 de diciembre de 2012

EJERCICIO RETÓRICO



Por Ariel Mardone 
Iba a escribir sobre todo lo que pasó esta semana en que casi no me moví de la cama, pero algo me detuvo en el preciso momento en que estaba por escribirle una elegía a una de esas muchachitas que mueven con gracia el culo en televisión.  Tuve la impresión de que algo parecido a una aguja se incrustaba en mi cerebro provocándome un dolor adictivo, entonces pensé que sería errar el disparo escribir acerca de las chicas que bailan a la hora de la cena, de los reencuentros en vivo y directo  o de los proyectos mesiánicos del hombre del chaleco azul.
Pensé casi al pasar en las chicas que van a la peatonal, en sus sonrisas perfectas, en las pesadillas que las deben acosar cuando están solas y desnudas en sus casas lujosas. Pude verlas sentadas, hablando a los gritos, enviando infinidades de mensajes de textos, preocupadas por conseguir el último adefesio tecnológico, y sentí nostalgia por esos tiempos en que íbamos a matarnos a palos contra los de la industrial o convencíamos a alguna chica de la Bazán para que fuéramos a atracar a la placita que está junto al cementerio.  Pero ya saben en estos tiempos la nostalgia es un desatino.
Emil Cioran afirmaba que  cuando se está predestinado a la nostalgia todo lo que no contribuya a ella apenas cuenta.
Sobre todo ahora que las cosas se están poniendo raras, ya no resultan amigables los rostros familiares. Debe ser la paranoia que invade a los hombres cuando se acercan a los treinta. Debe ser esa canción idiota que habla del corte de pelo del diablo.
Llevo un par de horas dormitando en el suelo de mi habitación. Hace un rato fui  a tomar al baño. Por la ventana se veía la ciudad como un cráter soplado por el viento. Me empecé a perseguir con unas mujeres de uniforme verde que desde ayer están paradas frente a la entrada de mi casa. Estuve nervioso, haciendo zapping, incapaz de pensar en nada que no fuera en los ojos de esas mujeres. Las he visto antes, de eso estoy seguro. Tal vez fue en el cumpleaños de mi primo. Se había dejado caer toda la taquería.  El setenta y cinco por ciento de los invitados eran polis y la mitad de ellos estaban armados. Hubo uno que me empezó a hacer preguntas raras. Estaba en el patio tratando de comunicarme con el Pila para que me consiguiera algo, entonces este tipo se  acerca y me pregunta si fumo. Me molestó la forma en que me miraba cuando hacía las preguntas. Todos los polizontes miran igual cuando interrogan: fijo, sin pestañear, buscando inhibir al enemigo, ponerlo nervioso, arrancarle la coraza protectora. Eso debe ser lo primero que te enseñan en la academia. No me acuerdo cómo me zafé. Después ocurrieron algunas cosas.  Todo en un rápido parpadeo se pervirtió. Recuerdo a mi hermana desnuda, llorando, balbuceando plegarias en un idioma extraño. Más allá unos hombres azotaban un niño. Por las grietas de la pared manaba un líquido oscuro y viscoso. La persiana dejaba pasar un rayo de sol hiriente. Todo se parecía a  una vieja película. Intenté salir, escapar de casa, pero algo me retuvo. Una fuerza que no era de este mundo. Un poderío sobrenatural que arreciaba contra mi cuerpo condenándolo a la reclusión. Traté de espantarlo dando largos alaridos, rezando, implorando por misericordia. Así estuve horas hasta que caí exhausto. Entonces pasé en cama una semana, sin ganas de ver a nadie, y ahora estoy tratando de ponerme de pie. Por eso me quedo muy quieto frente a la ventana, observo los árboles de la calle, las mujeres de chaleco verde están en la entrada de la casa enfrente, y no sé porqué pienso en el mar, en su inmensidad, y todo parece desnudarse, de repente se descorre el velo, y recobró cierta lucidez, puedo comprender la oscuridad extendiéndose lentamente, puedo vislumbrar la velocidad del frío, y creo que tal vez valió la pena el encierro, que la fuerza que me invadió en esos días no fue otra cosa que un ejercicio retórico, una de esas chanzas que dios nos prodiga para burlarse un rato de nosotros.

miércoles, 30 de mayo de 2012

FLASHBACK

Por Gonzalo Riera

TWILIGHT

1. Dejo los pies en la entrada del comedor, resbalo por una cascara de plátano y aparezco en tu cama. Llego a tu lado, con un rostro parecido al de un explorador que ha recorrido un vasto territorio, y busca un sitio donde acomodar su cuerpo carcomido por las fieras. Esto mientras tanto. Mientras se pelan las habas y se ponen a hervir los choclos. Sin pensar demasiado  que en algún punto, todavía es verano, y una chica toma sol, mientras a su alrededor chapotea una docena de faunos, provistos de miembros descomunales. En sitios así lo constante es la intemperie. Hay puntos donde la noche se alarga más allá de lo normal, y hay tres niñas esperando un colectivo que no va a llegar nunca. Una de ella les advierte a las otras que se les hará irremediablemente tarde para cambiar de vestido, que mejor sería quedarse aquí fumando, convencidas que se ha llegado a un punto, donde es preciso mirar atrás y comprobar si aún llevamos encima todo el equipaje.

2. Aldana intenta atrapar una aceituna en el fondo de la copa y Tatiana llama a Gustavo, que detrás de la cerca en cueros trata de hacer una lectura veloz de la situación, como si pudiera descifrar ese cuerpo diminuto, capaz de disparar, en el momento menos pensado, munición gruesa. Él piensa que ella le rehúye al placer, sobre todo en las horas punta, esos tiempos-punctum donde el orificio puede ocultar unos colmillos punzantes.
Y aquí estamos con Gustavo que con un salto ha atravesado la cerca y tras saludar a los presentes se prepara para tirarse un clavado, mientras la intemperie asoma su cabeza, y a esta distancia si se contemplara con atención veríamos que el panorama se presente peor de lo que anticipaban los expertos. Y si hacemos una predicción basada en los antecedentes recolectados las esperanzas son casi nulas, por lo tanto vamos a dejar que él o ella continúen divirtiéndose, chapoteando como si fueran niños despreocupados por el porvenir, incapaces de advertir lo que se avecina, aunque algunos sostengan que ellos lo saben incluso antes que nosotros, sólo que evitan enfrentarse a lo trágico y sus voluntades, estirar el esplendor juvenil y hormonal hasta más no poder, cerrar los ojos ante eso que está ahí, dispuesto a asestar el golpe de gracia.
3. Él observa a través del ventanal a las chicas y piensa que Tatiana no sobrevivirá a la intemperie. Será la primera que terminará devorada por el afuera. Nunca tuvo tacto para manejar las cosas, y lo primero que se le ocurría, cuando se encontraba en medio de un torbellino era buscar la salida de emergencia. Pero, ah, que no se pongan en tela de juicio esas tetas, eso nadie es capaz de negarlo. Por mi parte, no dudaría en apretárselas con una morsa hasta que brote leche sangre. Y si todo se derrumba, Aldana se apartaría de él o ella, y entonces la veríamos correr por esos callejones desolados, correr sin dirección, hasta que caiga muerta de susto en alguna esquina donde los indigentes se apiñan hasta formar un amasijo uniforme. Entonces ella y él, situados en uno de los últimos bastiones, observarían todo sin preocuparse, hasta les provocaría risa ver esa nube de ceniza cayendo sobre sus cabezas, pero es un desatino pensar en todo esto. Lo más acertado es acercarse a la pileta donde las chicas se divierten, lo único que pueden hacer sin ayuda. Acercarse despacio con los oídos en alerta, dispuestos a oírlo todo.

4. No es tiempo de buscar una salida fácil al asunto, ni tampoco de cortar el hilo por la parte más delgada, pronto, más temprano que tarde vendrán las replicas y habrá que sostenerse con uñas y dientes, o como por arte de magia evaporarse y aparecer en otro relato donde hay tres chicas tomando café. Entonces una de ellas dice que esta triste, que está buscando una salida, pero no encuentra más que dolor. La muchacha que está a su lado parece que va a decir algo, pero calla cuando se da cuenta que al local han entrado dos sujetos extraños, enfundados en unos largos abrigos marrones. Ellas pese a su juventud, saben que todo se debe hacer con mucha precaución. Cualquier error y están perdidas. Midamos cada uno de los movimientos, advierte una de ellas y enciende un cigarrillo. Después de lo que han hecho, es necesario que desconfíen de todo el mundo. Saben que se han metido con la persona equivocada, y que pedir perdón a estas alturas es una estupidez. A medida que avancen los sucesos todas las vías  de escape se irán cerrando y las tres chicas flotarán en la intemperie.
Gonzalo Riera: Nació en Naschel en 1990. Actulamente trabaja como peón en una estancia de Algarrobo del Águila, en La Pampa.
Fotografía: Diane Arbus








jueves, 17 de noviembre de 2011

UNA ANATOMÍA DEL CAOS

Por Marcos Freites
1. EL PADRE ALAN
Las manos de papá ocultan pétalos de nieve.
Las piernas de mamá desaparecen en un pasillo estrecho que no conduce a ningún sitio.
Estallan en medio de la noche las campanas del templo, y un Cristo en miniatura sangra. Aún no puedo besar sus pies desnudos porque el padre Alan piensa que no he recorrido el camino de la purificación. Creo que se equivoca: ya he sentido la vergüenza en el cuerpo desnudo, me he autoflagelado frente al espejo y no he sangrado a diferencia de las demás niñas.
El padre Alan me dijo que cuando manara sangre de mi cuerpo él debería ser el primero en saberlo y aunque parezca asqueroso, está dispuesto a beberla para expiar la infinidad de pecados que he cometido cuando aún no tenía memoria. No será tan terrible, después de todo, porque una vez que esté limpia haremos una fiestita en la parroquia. Me prometió que vendrán todas las chicas. Estaremos a solas con él, lejos de las miradas impuras de nuestros padres. Habrá galletitas, globos, gelatina, garrapiñadas y un gigantesco gato de goma gris, casi idéntico al que veo en sueños.
La nieve cae adentro y afuera.
Papá aprieta con fuerza sus puños, como si quisiera que los copos de nieve se le metieran en la piel.
Mamá ha decidido desaparecer por completo, disolverse en la intemperie.
El Cristo en sus ojos refleja la blancura de la nieve cayendo, cubriendo cada porción del territorio conocido, como si quisiera apoderarse de todo lo que tiene movimiento para sumergirlo en un sueño blanco.
***
Cuando hay nieve tengo trece años, otra vez, y me olvido que soy una anciana encadenada a una cama de hospital. En los días de nieve creo ver toda mi infancia a la luz de una cerilla que se enciende de improviso en mitad de la noche para dejar entrever mi cuerpo desnudo que se niega a ser poseído.
El padre Alan despierta en mi cama, cubierto de sudor, maniatado por un rosario que titila en la oscuridad. Me pide que deje de mirar a ese Cristo, me susurra que si no le quito los ojos de encima le resultará imposible dormir al hijo de Dios.
Papá a estas horas ha abandonado su cuerpo y es parte de la nieve. Lo veo saltando entre los árboles desnudos, con una interminable bufanda color rojo.
A veces pienso que el primer recuerdo que tengo es la nieve. Distingo una calle, apenas iluminada, en la que unos niños se lanzan bolas de nieve, luego alcanzo a ver a mi padre corriendo herido entre los coches, pidiendo auxilio.
Entonces el padre Alan me pide que me duerma, que deje de llenar mi cabeza de pensamientos, que mientras permanezca acurrucada a su lado la nieve seguirá cayendo, y al despertar como despidos por una fuerza irracional nos echaremos a correr calle abajo hasta dar con el puesto de golosinas crocantes.
Pero un recuerdo me posee en el momento justo en que espantaba mis recuerdos y me figuro caminando a la iglesia, preocupada por extraviar el catecismo, y es pleno día, parpadea el sol sobre la nieve acumulada en la banquina.
Cuando abro la puerta de la sacristía está papá sentado junto al padre Alan, al verme entrar empiezan a reír, sus carcajadas grotescas les desfiguran los rostros y me dicen que no tendré salvación por haber extraviado el catecismo.
Papá se levanta acaricia mi pelo y se marcha sin decime nada. El padre Alan se quita los zapatos, luego la camisa y se coloca una máscara de Tasha de los Teluttubies. Niña mala, me dice y comienza a desabrocharse el pantalón. Dejo que mis ojos escapen por alguna rendija y se adhieran a los de una anciana con cabellos grises que amarrada a la camilla recuerda la niña que fue un día en que la nieve cubrió toda su infancia como si se tratara de una sangre por primera vez vertida.

Fotografía: Mario Giacomelli.

lunes, 23 de mayo de 2011

LAS BOLSAS ESTÁN VOLANDO

          Por Patchu Lucero
Las bolsas están volando. Se enredan entre ellas, se burlan de los efectos gravitatorios y vuelan. Recorren metros y metros hasta posarse en una esquina desgarradas por las ramas. Luego de levantar vuelo, una bolsa sabe que no será la misma, que cuando el viento cese, se desplomará en tierra, sangrante por tajos insolventes, desecha, y será basura, olvidada por los usureros, utilitarismo falaz, un empirismo olvidado. Ya no será una bolsa que llenarán.
Berenice arrastraba los pies mientras caminaba por la rivera. Las luces se reflejaban en la oscuridad inquieta y los cazadores de romanticismo de manual colocaban sus cámaras fotográficas frente al rio. Berenice, tenue y recíproca, no tenía un después. Con una cartera (con toallitas, un espejo roto, un monedero con $10 en monedas, y dos servilletas con frases de Baudelaire) arrastraba los pies de arena, mientras pensaba en las bolsas. Manuel era de plástico demasiado pesado para volar, con sus fiestas de poco alcohol y mucha estupidez.
Berenice susurraba Et je I`at trouvée amère sin saber lo que decía, y pensaba en las bolsas. Carmen, la amiga y sus eternos después. Primero su novio que le hablaba de Venecia y la caridad en África mientras pagaba la cuenta del café en Habana y le miraba el culo a la camarera. Primero la salida con las amigas que sueñan ser bailarinas de Tinelli... Máscaras con etiquetas.
Berenice estaba cansada del silencio estrepitoso. Et je I`at trouvée amère. Revisó los bolsillos y encontró una canica que un delirante le había regalado. Sonrió. La falta de lógica conlleva a estados insostenibles, carestía de objetivos, le había dicho esa tarde, recordó al delirante serio, y abriendo los ojos le respondió: La vida es una bolsa de nylon en pleno vuelo, si no te subís sos un caño de PVC lleno de mierda.
Un joven se paró a su lado ¿Tenés hora? le preguntó, Berenice miró el reloj de las horas. Si, las dos de la tarde. El joven se quedó perplejo en medio de la inminente noche. Berenice volvió a sonreír. Cansada de los caños de PVC. Se sentó frente al puente del Howard Jonson mientras en su cabeza se dibujaba Manuel cuando contento con el uniforme de estudiante de policía golpeó la puerta de su casa. Con su corte a la americana le contaba a la familia de Berenice como había aprobado el ingreso. Había corrido cuarenta minutos sin parar, había hecho cien lagartijas y después había desarmado y armado una 9 mm en 20 minutos. El papá de Berenice lo miraba satisfecho, contento que su sangre se prolongue en los caminos de la ley y la moral, mamá había dejado las cuentas del rosario y sonriente escuchaba a Manuel.
Berenice miró un murciélago que revoloteaba inquieto sobre el rio. Manuel, Carmen, su papá, su mamá, el quiosquero, los profes, todos caños subterraneos al servicio del drenaje. Ella quería ser una bolsa. Et je I`at trouvée amère “¿Cuánto hace que no hacen el amor?” las palabras revoloteaban, se mezclaban con la idea de la Maga parada en medio de un zaguán sin nada. No quería volver, con un sermón lleno de moral, con una cama que se convertía en contición, con un té lleno de reproches, con una facultad de lógicas domésticas. Ella quería saber eso de subirse, de ser una bolsa de nylon en pleno vuelo.
Y entonces, como enviado por un motor llegó el viento pujante “contá conmigo para el viaje, pero no esperes que me quede”, tocó su hombro, “Cuántas estrellas hay que contar antes de saber que estamos vivos”, y le arrancó un gemido.
Nada puede ser más fácil que ser una bolsa de nylon en pleno vuelo.
Arte: Roy Lichtenstein

martes, 14 de diciembre de 2010

EL NAUFRAGIO DE TODAS ESTAS GANAS

Versión de Patchu del Lucero

Tus ojos son globos que se desinflan al final de la fiesta. Me pregunto dónde estaban cuando las luces aún alumbraban el suelo. He pasado demasiado tiempo sin prestar atención a lo que flotaba a mí alrededor. Por un momento creí estar solo, pero ahora son tus ojos los que acompañan temerosos, mi desidia.
Al principio no supe que decir, pensé en salir por la puerta de emergencia, luego dejé caer mi voz sobre tus botas, arrojé mi sombra sobre tus rodillas y solté mi mente en el vacío.
Te parecí interesar, eso lo intuí cuando te sentaste en mi mesa, y dejaste que llenara tu vaso, pero tres tragos después, poco importa.
Me engañó cierta forma de mirar, pero ahora sé de qué vas, vi las cartas con que armabas tu escalera y tengo ganas de dar un paso atrás.
Me hablaste de tus gustos, de tus primas que acaban de dar a luz dos hermosas niñas. Fingí prestarte atención, pero no dejé de pensar en lo bien que luciría tu cuerpo desnudo en mi cama. Como decirte, como hacerte entender que no me interesa el feng shui, las flores de Bach, que paso de los veganos, que no alcanzo a distinguir tu dignidad, que solo veo tu estupidez, que más allá de la superficie no me interesa nada porqué no hay nada.
La conversación continuará hasta que te decidas.
Mientras tanto seguiré escuchándote, pese a que tus palabras ya empiezan a hacer ruido en mi cabeza. Sabes, simularé asombrarme, hasta adularé las palabras que usas para hablar de literatura, y tal vez el dolor, eso que llamás dolor, no sea más que una leve penumbra, unas cuantas sombras estorbando en una amplio ventanal. No dudaré en reír entre dientes, cuando me digas que te agrado, que la pasas bien abrazando esta helada máscara que construí para tu diversión, como simpático preludio antes de abrir tus piernas, de pellizcar tus pezones, cubrir de saliva tu ombligo, como sencilla entretención antes de hacerte saltar la virginidad en pedazos.
Me hablás de tu ex novio que se quema tras un Everest de papeles, con el que fuiste de vacaciones a Gesell. Casi al pasar, decís que extrañas los paseos en bote, las excursiones al monte, y yo solo atino a escucharte, mientras pienso en las cuentas por pagar, en las manos sangrientas de las enfermeras practicando un aborto, en los excrementos que se mueven por las cañerías hasta llegar al río.
El reloj corre perezoso, afuera la lluvia sigue cayendo, y parece que esta charla no va a seguir en la cama, y en honor a la verdad, no me seduce la idea de acompañarte a tomar el colectivo, y hurtarte un mísero beso, ya estoy duro para carbonadas light. Me he cansado de soplar besos falsos en espejos deshabitados.
Tus ojos son faros que se apagan tras una niebla perpetua. Restos de un barco fantasma que empieza a hacer agua por todos lados. Ya no hay tiempo para ir a comerciales, he abierto la boca y como respuesta he recibido tu furia. Ya no hay ojos para mí, es tu espalda la que señala mi derrota. Otra vez te engañás, dejas escapar la oportunidad, y te quedas encerrada en tu cascarón, acariciando crucifijos frígidos.
No debes llorar, ya encontrarás alguien que te mienta mejor, que sepa acariciarte el oído, y puedas meterle los dedos en la boca; y en cuanto a mí, ya sabes, seré siempre el forastero que se acercó en medio de la fiesta, y te contó una fábula para llevarte a la cama, para arrancarte el peso de la castidad.
Mi cariño será el perro bastardo que devora a la intemperie las vísceras de tu súbito afecto, la bestia que acecha tras los despojos que dejó tu ardor repentino.
Ahora el vigor de las píldoras para caballos se disuelve en la taza de café frío, se mancó mi aventura, y solo frente al espejo busco el rostro que perdí, repitiendo palabras extrañas, enredándome en alucinaciones, rascando mis testículos hasta ponerlos rojos, lejos de tus estúpidas reflexiones, de tus citas llenas de moralina, lamento no tenerte aquí con las patitas al hombros, mientras unos hombres de uniforme verde nos alumbran con linternas.


sábado, 27 de noviembre de 2010

PARRICIDIO DIVINO

Las bombas explotan fuerte cuando chocan con la mitaloia, creíamos que no iba a funcionar,
pero que mejor que probarlo con un ataque aéreo del mismo Vaticano.
Cuando apareció Samuel no sabía si reír o romperle la nariz. Voy a matar a Dios, fueron sus únicas palabras. Sentidos metafóricos entonces las muchachas esconden sus caricias tras un celular. Pero no, el no, el era veracidad, el era convicción, el era seriedad y en su traje encajaba su locura. Seis meses después, en mi casa, donde antes era una mesada con dos platos sucios mientras nos sentíamos haciendo el amor en la cama, un complejo equipo de química destilando y condensando líquidos de variados colores que se movían mostrando los dientes llenos de rabia. Samuel se la pasaba frente a probetas, me había explicado su teoría con bases epicureistas, en la cual se gestaba la idea de la materialización del alma, un compuesto atómico lejos de esa idea abstracta de un alma metafísica. Si la premisa de la condensación espiritual podía generar la concreción de un supuesto abstracto: “dios” podría llegar a ser corpóreo, y entonces asesinarlo.
Todo espacio deja ver la línea de luz que no nos deja dormir, e insiste en pegarnos en la cara. Sofi fue muerta morbosamente por el cáncer, un proceso de pocos días, en los que comenzó dejándola en la cama con esas ojeras que sostenían sus ojos y terminó con una mujer desnuda, sin pelo, y la belleza que solo da el fin. Dios asesinó a mi esposa, y su único pecado fue no entenderlo. Era justo encontrar a Samuel, era justo que hallara la fórmula, era justo incinerar a dios.
A los dos años, ya estábamos a varios kilómetros de lo que había llegado cualquier químico anterior, convertir la materia en oro era algo entretenido, hasta anecdótico, y llegó a ser molesto. Los avances se hacían rogar, la alquimia era solo un paso a nuestro destino, afuera la construcción de un bunker estaba más que avanzada. Trabajábamos día y noche, Samuel con la concretización de la materia, Evaristo trabajando en el patio con migo.
Podría decirse que dos más dos igual a cuatro no es más que un resultado reiteradamente engañoso, partiendo desde ahí hasta decir que el agua hierve a 100 grados centígrados, que las vacas mugen y el sin fin de “verdades” instaladas en el consiente colectivo. Todo nos lo explicó Evaristo la tarde que apareció. Un pirómano que había descubierto el nódulo principal del primer titiritero, del sumo controlador. Dios a través de la “pulone tigalñem” célula aparentemente defectuosa pero que actúa como controlador telepático de conocimiento, instala en las cabezas de los humanos ideas erróneas aparentemente indefensas intrascendentes, pero que en el conjunto, generan lo más efectivo para el control de las masas: la ignorancia. 
“He aquí que el hombre a venido a ser como uno de nosotros, pues se hizo juez de lo que es bueno y malo, No vaya ahora a alargar su mano y tomar también del árbol de la vida. Pues al comer de este árbol vivirá para siempre” Por ello que echó al hombre de la tierra del Edén... (Génesis 3, 22-23)
Dos años y matamos un heladero, necesitábamos lograr encerrar un alma, al principio probamos dentro de una caja de zapatillas “Pecas”, no resultó por las malas combinaciones eléctricas, la verdad que seguía sin entender, pero al cabo de dos años más, dentro de una pecera tapada (evolucionamos) se veía una especie de masa en estado gaseoso color carmesí, que se retorcía. El próximo paso era materializar ese alma, poder hacer que los átomos se junten de tal forma que constituyan una masa homogénea. Lo logramos, comenzamos por agregar acido de psirófeno en dosis elevadas, mientras le brindábamos pequeñas descargas eléctricas con variaciones de 50 watts cada cuatro segundos, lo que hizo Samuel después no me lo pregunten porque no sabría decirlo. Yo lo veía mezclar líquidos, y calentarlos, mientras con un pequeño incinerador fue quemando estaño y recubriendo la pecera. Paso siguiente, una masa medio líquida y medio sólida se desparramaba por la mesa y nosotros con los ojos llenos de lágrima mirábamos el alma del heladero retorcerse de dolor en un estado que le era ajeno a su esencia. Esta sustancia (que ahora era violeta) fue puesta a prueba por Samuel durante los próximos cuatro años mientras nosotros llevábamos a indigentes a comer a casa para luego asesinarlos, materializar el alma y Evaristo se reía quemándolas, es muy extraño ver como se retuerce un alma al ser incinerada. La cuestión es que al cabo de poco más de diez años de instalada la empresa viajamos a Jerusalén a entender algo de dios. A buscarlo, a encontrarlo, para matarlo.
Llegamos un 22 de diciembre, teníamos sed de sangre así que nos fuimos a un bar y comenzamos una pelea cuando el alcohol ya era demasiado para las venas de cualquiera. Entendimos que dios no se le presentaba a nadie, que tenía como especie de mensajeros, el mayor, el papa. Viajamos al Vaticano. Esperamos la misa de noche buena. Y cuando el papa se metió en su cama para esperar los regalos de Papá Noel, Evaristo que había logrado colarse e su habitación y se escondía en el armario, salió y lo durmió de un golpe en la nuca. Luego lo arrojó por la ventana. Nosotros lo esperábamos abajo, apenas su cuerpo se estrelló contra el piso y los huesos se hicieron pedazos, Samuel y yo encerramos su alma en una caja de bombones baratos, mientras corríamos por el quilombo generado entorno de la muerte del mensajero divino. Evaristo fue condenado a prisión perpetua, nos prohibió intentar liberarlo, “Todo sea por la causa” dijo el momento anterior a subir a acostarse con un obispo que cuidaba la entrada de la casa sacerdotal.
Nadie nos vio, al menos eso creíamos, pero ahora estamos dentro del bunker, asediados por los ataques aéreos, la mitaloia se la banca. Samuel está jugando con el alma del papa entre las manos, estamos nerviosos porque hace una semana que matamos al mensajero y su dios no ha venido a rescatar su alma. Yo le dije a Samuel que quememos el alma, que su dios no va a venir, que su dios está pensando en otra cosa. Agarro un fosforo, Samuel ya roció todo de querosene, me molesta el olor en las fases de mi nariz, pero igual no queremos dejar rastro alguno de nuestros descubrimientos, así que yo, el fosforo,...
“y vieron caer a Satanás como un rayo del firmamento”


PATCHU DEL LUCERO

viernes, 19 de noviembre de 2010

MIS MANOS EN MIS MUSLOS SE CONVIRTIERON EN TUYAS...

Mis manos en mis muslos se convirtieron en tuyas, sentí tu aliento en mi vientre y mi cabeza en el abismo. La respiración cansina que venía de mi lado, me autorizó a seguir pensándote entre mis piernas con mis manos convertidas en tu pelvis y mientras mi aliento volvía peligroso. Cerré fuerte mis ojos, las sábanas con su roce me provocaban  la piel, mi espalda se arqueaba y mi nuca se humedecía, mi corazón se agitaba y mi voz se ahogaba.
La noche ya pesaba en mí y la sombra recostada a mi lado no me abandonaba. No podía retroceder, ya que mis labios estaban áridos por los besos que no tenía, y denso se torno el aire que con dificultad trataba de retener. Cada vez más profunda la oscuridad y cada vez más alto el abismo, la atmósfera ya era asfixiante, mi ser ahora temblaba, tu pelvis contra la mía se desgarraba en fragmentos que me penetraban.
De repente caí en ese abismo, las sombras me atraparon, mi voluntad ya no era mía, la garganta se me cerró para su aliento final y mi espíritu se humedeció, ya era todo mi cuerpo estremecimiento, un espasmo mudo y un ceñir de mandíbulas para retener ese instante de la noche convertida en vuelo consumiéndose con el sol, fueron instantes sordos, minutos de martirios empalagosos y seguidos de una caída agotadora, por un instante todo fue perfecto.
Y  luego, muy mansamente, mis muslos se relajaron, el aire se convirtió en respirable y mis manos reposaron. En mi último suspiro, antes de caer rendida por la fatigosa tarea, giré mi cabeza, miré al hombre que estaba a mi lado y diciéndole con palabras mudas, no fuiste tú… fue él.
Cecilia Rizzo
Dibujo: Cecilia Rizzo

viernes, 5 de noviembre de 2010

MARLENE Y LA DESCONOCIDA

  Por Marcos Freites
La vida terminaba tras esas cuchillas que por las tardes desaparecían bajo un manto espeso de polvo. Toda nuestra existencia era ese caserío donde la vida a cada paso parecía esfumarse. Entre tanto la noche como un animal sigiloso entraba por la puerta, y en un parpadeo oscurecía todo. En un segundo la noche se bebía hasta la luz de los floreros, y lo único que se oía era el sonido de las latas mordidas por el viento. Ella llegaba tarde, se acostaba en el suelo y con un cigarrillo en la boca veía la vida diluirse en cada bocanada.

Uno crece de prisa cuando a su alrededor solo hay puertas que se cierran. Cuando la oscuridad invadía por completo su casa, la soledad se hacía evidente, y los pensamientos en marejadas golpeaban en su cabeza, siempre iluminados por el mismo recuerdo.
 La memoria de una pobreza perversa a corazón abierto que le arrancaba el vestido y le hurtaba el sexo mientras invocaba a una desconocida que habitaba su mismo cuerpo. La desconocida la tentaba con la boca abierta, y aunque parezca estúpido, ese espanto la deslumbraba, tanto como recordarla esta noche en que se quita con prisa el vestido, se echa en el suelo y enciende un cigarrillo, sin pensar en otra cosa que en este dolor que no cesa, que no puede acabar en otra cosa que en sangre, mientras lo único que se escucha es el zumbido del viento dando dentelladas a los latones.




                                                                                                    

sábado, 30 de octubre de 2010

ÚLTIMAS PALABRAS

1. Aquí es dónde las palabras mueven la cola, y se echan en un rincón. Desde ahí nos miran con ojos fractales, mientras nosotros perdemos el tiempo escribiendo, pensando, sin darnos cuenta que más allá de todo esfuerzo no hay posibilidad de buen final.
Resulta monstruoso ver todo lo que nos rodea, mientras pensamos en el amor que resurge con nuevas fuerzas, en los chillidos de las chicas que desgarran el aire. Los corazones que has recortado son como coágulos pendiendo de un cordel a punto de cortarse, y esos arreglos florales no hacen otra cosa que recordarme la cercanía de la muerte.
Mis ojos evaden tus adefesios, se pierden en la carne, y entonces siento que el frío ha terminado por apoderarse de tus entrañas, pese a que aún es primavera, y el sol estalla sobre la calle.
Han ocurrido tantas cosas en estos días, y a la vez no ha sucedido nada, como es habitual, están las palabras, aquellas que han acompañado nuestros movimientos. Tratando de oír la música, pero es inútil, nos hemos convertido en habitantes de la nada, y así resulta curioso evocar los ruiditos que dejas el delirio, las luces que no dejan de girar, recordar como quién enciende un fósforo en medio de la noche, como quién retorna a su cuarto para recordar el momento exacto en que terminó la inocencia.



2.     Allá es dónde todo se alarga en interminables bastones de colores, y todos permanecen muy quietos observando las máquinas escupir monedas en forma constante. Ella a menudo nos imagina, mientras se retuerce y se desploma sobre el cuerpo de su marido, pero fácilmente olvida todo. Resulta vertiginoso vivir así, tan lejos de lo real, disparar al aire con armas de fogueo, desconectar el teléfono, echar un leño al fuego y abrir una botella de vino tinto. Amarse sin palabras en camas infinitas. Regalarse caricias de consuelo cuando se dan cuenta del inminente derrumbe. Las almas que han sido cuidadosamente purificadas, se mantendrán por siempre vírgenes, aunque tus pensamientos lo enturbien todo. Ella llega del gym, se da otra ducha, la piel enrojecida por el sol del parque, luego se desviste metódicamente y deja la ropa en la silla, como si se preparara para ir a la escuela. Él aguarda expectante porque sabe que es su obligación iniciar el coito, más aún cuando es el día de todos sus muertos, y ella responde con su entusiasmo pudoroso, mientras las sombras crecen sobre los cristales.

3. En medio los parques, las plazas, con sus chicas, su hierba flatulenta, sus mirones, la carne en permanente alza, las reservas y sus ejes curvos, la cotidiana disolución de la moneda , y esta sonrisa impostada después del acto sexual, en el momento todo se desnuda, y nos endurecemos hasta los huesos. Corbata de yeso para el gran galán. Los rostros se trasparentan, y la memoria deja de poseer sentido, después de todos los recuerdos sólo saben convalecer, cómplices de la máquina publicitaria que nos sigue ofreciendo cosas que jamás vamos a tener, al final toda evocación no es más que un inútil gesto lanzado al vacío.
Acaso así se van desmoronando nuestras vidas, mientras las chicas con sexos luminosos permiten que les muerdan los pezones en la T.V, o es que sin notarlo hemos perdido el goce.

4. Soñamos tanto y no sé en qué momento empezó a confundirnos lo ilusorio con lo real, pero ya son detalles, es el momento de sentarse y ver el desastre en todo su esplendor, mientras las parejas van al cine, al motel, al parque, y los solitarios van al baño, buscan refugio en cualquier casa de citas dónde se pueda alquilar unos minutos de ternura donde unas putas rancias los atienden obsequiándoles una sonrisa de comprimiso.
Es en este punto dónde todo se borra, y te acordás como eran las cosas, y de qué forma las estropeaste. Esa fiesta nunca fue , y los disfraces hay que guardarlos para el próximo carnaval. Dejar que las momias arrastren entre lágrimas el atúd del rey, y recordar bajo las sábnas la sonrisa del marido celoso, mientras vos echas humo como un gangster.

Debe ser extraño alargar la mano y encontrarse con palabras de un muerto, de quien alguna vez compartió un trago con vos, algunas palabras. La muerte es un lugar común. Tal vez llegó ese momento de decir adiós, apagar la luz para siempre, justo este día, y eso habrá sido la vida, Marcos, apenas un aroma, una palabra que se consigue escribir, un vago murmullo en el final del día.
Espero que aún merodees cerca de esta tumba fría donde mi carne estará a merced de los gusanos, de la intemperie, de la rosa que pudre.

M.G.Freites
Fotografía: Larry Fink


viernes, 22 de octubre de 2010

EL ÚLTIMO FOX-TROT DE FILÍPIDES

           A otros enseñaron secretos que a ti no /a otros dieron de verdad /esa cosa llamada
educación . Ellos pedían esfuerzo /ellos pedían dedicación /¿ y para que? /para terminar bailando
y pateando piedra.
                                  Los Prisioneros. "El baile de los que sobran".
A E.P que gano de punta a punta la maratón inter-colegial del año 1999.         
                                                                Por Marcos Freites
 Los testigos son molestos cuando no peligrosos, pues solo pueden contar su verdad, una verdad molesta donde los protagonistas nos sentimos incómodos. Pienso esto mientras miro la foto de los juegos juveniles del noventa y nueve. Estamos todos: Ricky, Carlitos, Almada que en esa época daba Geografía en el Nacional, Jimena, Reynoso, Mirna que se creía la Sharon Stone del Barrio AMEP, vos feliz de haber ganado la maratón y yo que desentono entre tanto deportista.
¡ Qué facha tenés! Pareces Abebe Bikila  en los juegos olímpicos de Roma 60´. Te llamaban el correcaminos puntano, nadie te podía alcanzar. Ese año ganaste la prueba de punta a punta, eso que corriste  contra los de la Industrial que eran tipos rápidos. En la previa parecía que te iban a comer. Pero apenas largaron supimos que no iban a alcanzarte, debían luchar  por el segundo lugar como siempre lo han hecho tus rivales.
Un domingo de entrenamiento conociste a Mirna. Ella era la Reina de los Juegos Estudiantiles y dio el puntapié inicial junto a la Verbeke en el partido donde el Nacional  acribilló por siete a uno a la Industrial. Esa tarde vos la marcaste, como marcabas a todas las minas. Yo jugaba para la reserva del Lucio. Estuve de suplente todo el partido. Después el entrenador me mandó a llenar un bidón con agua. Lo llené, no sin antes echarle un gargajo bien verde.
Desde niño te gustaba correr delante, que los idiotas te siguieran conscientes que no tenían la mínima posibilidad. Ricky era tu sombra, pero cincuenta, cien pasos atrás. Yendo detrás tuyo parecía más rudo, más interesante. Vos lo iniciaste en todo, en las minas, en el deporte, en la vida.
Igual que todos en el barrio nos reuníamos en patota y nos hacíamos pajas juntos, pero fue esa primavera que fuimos al campamento mixto del Padre Alan que descubrimos el cuerpo de las chicas. Vos nos hablabas de ellas, las espiabas, sabías más malas palabras que nosotros, pero tenías el mismo miedo que todos nosotros. Miedo a la ostra, hubiese dicho Almada.
“Las chicas no se tocan”, nos enseñaba el padre Alan. Luego descubrimos que no sólo se tocan sino que ellas tocan tanto como nosotros, sobre todo las chicas católicas. Las acaricias y son kriptonita, con un par de palabras dulces alcanzan el punto de ebullición, diría Reynoso.
Una tarde, detrás de las cabañas te atreviste a desnudar a Jimena. ¿Te acordás? Fue el día anterior al cumpleaños de Ricky. La arrinconaste contra el montón de troncos, le bajaste el pantaloncito corto, le abriste las piernas y te echaste encima. Ni los anteojos le sacaste. Ricky estaba tan cerca de ustedes que podía tocarlos. Vos te sentías orgulloso que te viéramos hacerlo. Durante todo el meneo Jimena no hizó otra cosa que mirarlo a Ricky. Lo miraba y le sonreía.
Cuando volvíamos a casa Ricky te preguntó si él también podría estar dentro de una niña. Y vos le pegaste una trompada por idiota. ¡Cómo no vas a poder, si no sos maricón! Hasta le hiciste una línea con la Tatiana una minita del barrio que se dejaba por diez pesos, pero Ricky era muy exquisito. Nunca descorchó vinos rancios. Capaz que era puto.
A finales del noventa y nueve, te hiciste a Mirna. Yo te preguntaba como tenía las tetitas y vos te enfurecías. Quizás fueron las tetitas de Mirna las que te separaron de Ricky. A la Mirna le gustaba bailar y bailar, era incansable. Ella bailaba con todos. ¿Qué le ves a esa mina? Las tetas, me decías vos. Y nos reíamos juntos, pero no era toda la verdad. La Mirna te enseñó más que todos los años de colegio, más que la calle. Todo lo que sabes de cama, de política, de libros se lo debes a Mirna. Las otras cosas te las enseñó Reynoso. Mirna iba a la universidad, participaba en las asambleas y esas cosas raras para nosotros. Vos sólo eras un pendejo al que le gustaba correr, comer y coger. Hacías en diez minutos la Rivadavia desde España a Julio.A.Roca. Quizás por eso te quería tanto Mirna. Todos sabíamos que a Mirna le gustaba el sexo oral, en el barrio se comentaban sus chupadas grandiosas. Un placer al que unos pocos afortunados accedieron. Nunca hubo otra mina en el barrio tan buena para las mamadas. ¡Grande Mirna! Una mina con las carnes blancas, con esas tetas tan redondas, tan duras, con esa cola chiquita pero bien paradita, que se movía con tanto ritmo en los bailes.
Al año te fuiste a Córdoba a estudiar abogacía y te olvidaste de todo. Largaste todo a la mierda y te fuiste a comer libros. Mirna se quedó con nosotros a fumar marihuana, a emborracharse, a esperar que el tiempo se fuera. Al principio íbamos hasta la puerta de tu chalet, nos quedábamos un rato frente a la luz roja con la ilusión de que salieras al trote y como antes nos invitaras a pasar, a tomar unos tragos de ron venezolano mientras escuchábamos a Los Caballeros de la Quema. Después evitamos nombrarte, pasar por tu cuadra, recordar aventuras en las que eras vos el protagonista.
Yo quise entrar a la universidad, pero en Ciencias de la Educación me rebotaron. Me harté de leer a Benedetti, Freire y Galeano. Después me doctoré en tirarle piedras a los milicos. Ricky se apartó de nosotros cuando entró a Psicología, se empezó a juntar con los mariconcitos del Coro. Ahí el líder era el Alien, ¿Te  acordás del Escudero? Un pescado, se creía un winner porque se movía a la Maquita una maraca con el caballo cansado. Reynoso se puso las pilas con los pibes del Estrella del Sur, ganaron un par de torneos importantes. Almada, siguió con sus rayes metafísicos, sus enrosques made in Shangai. Carlitos entró al Plan de Inclusión como todos los desclasados, los explotados, los que andan rascando la olla como vos decís. No supo mover con inteligencia las piezas, todos sabemos que en este sistema hay igualdad de oportunidades para todos. El que no asciende es porque no quiere. Vos sabes que al puntano no le gusta laburar. Quiere que le den todo regalado.
La última vez que nos vimos te invité a una reunión a la casa cultural que armamos con los pibes de la villa. Vos creíste que era una joda con minas. ¿Hay que llevar forros?, me preguntaste. Había un montón de gente dispuesta a derribar todo lo que  se pusiera delante. A mí se me calentó la boca hablando de la revolución. Todos los compañeros hablaron, sus discursos incendiaban el frío de la noche invernal. Al final vos pediste la palabra : “A quién hay que cagar a piñas”. Esa fue tu conclusión ideológica. “Callate mejor, Sortija, que somos revolucionarios, no matones, ” te dijo Catriel que llevaba la batuta. Ahora sé que vos tenías razón y no toda esa troupe de barbudos burgueses. Apenas pudieron todos se acomodaron y yo que le había puesto el pecho a las balas me tuve que conformar con un trabajo gris en los archivos del PC.
La reunión terminó como terminan todas las revoluciones, fumando porro tirados en el sillón. Los más afortunados acabaron poniéndola. Las revoluciones en San Luis nunca pasaron de un polvo con los dientes apretados, de un puñado de hierba hedionda, de unos cuantos ladridos al aire y un vuelto olvidado.
Ahora que el tiempo ha transcurrido para los dos, ahora que no nos parecemos ni por asomo a los de las fotos, yo quiero seguir viendo como corres, libre entre esa gente ciega de tanta estupidez, escapando del baile de los que sobran, porque en el único momento donde te encontrabas con tus pensamientos era en una pista, con un montón de monos corriendo detrás.
Marcos Freites