Por Gonzalo Riera
TWILIGHT
3. Él observa a través del ventanal a las chicas y piensa que Tatiana no sobrevivirá a la intemperie. Será la primera que terminará devorada por el afuera. Nunca tuvo tacto para manejar las cosas, y lo primero que se le ocurría, cuando se encontraba en medio de un torbellino era buscar la salida de emergencia. Pero, ah, que no se pongan en tela de juicio esas tetas, eso nadie es capaz de negarlo. Por mi parte, no dudaría en apretárselas con una morsa hasta que brote leche sangre. Y si todo se derrumba, Aldana se apartaría de él o ella, y entonces la veríamos correr por esos callejones desolados, correr sin dirección, hasta que caiga muerta de susto en alguna esquina donde los indigentes se apiñan hasta formar un amasijo uniforme. Entonces ella y él, situados en uno de los últimos bastiones, observarían todo sin preocuparse, hasta les provocaría risa ver esa nube de ceniza cayendo sobre sus cabezas, pero es un desatino pensar en todo esto. Lo más acertado es acercarse a la pileta donde las chicas se divierten, lo único que pueden hacer sin ayuda. Acercarse despacio con los oídos en alerta, dispuestos a oírlo todo.
TWILIGHT
1. Dejo los pies en la entrada del comedor, resbalo por una
cascara de plátano y aparezco en tu cama. Llego a tu lado, con un rostro
parecido al de un explorador que ha recorrido un vasto territorio, y busca un
sitio donde acomodar su cuerpo carcomido por las fieras. Esto mientras tanto.
Mientras se pelan las habas y se ponen a hervir los choclos. Sin pensar
demasiado que en algún punto, todavía es verano, y una chica toma sol, mientras
a su alrededor chapotea una docena de faunos, provistos de miembros
descomunales. En sitios así lo constante es la intemperie. Hay puntos donde la
noche se alarga más allá de lo normal, y hay tres niñas esperando un colectivo
que no va a llegar nunca. Una de ella les advierte a las otras que se les hará
irremediablemente tarde para cambiar de vestido, que mejor sería quedarse aquí
fumando, convencidas que se ha llegado a un punto, donde es preciso mirar atrás
y comprobar si aún llevamos encima todo el equipaje.
2. Aldana intenta atrapar una aceituna en el fondo de la
copa y Tatiana llama a Gustavo, que detrás de la cerca en cueros trata de hacer
una lectura veloz de la situación, como si pudiera descifrar ese cuerpo
diminuto, capaz de disparar, en el momento menos pensado, munición gruesa. Él
piensa que ella le rehúye al placer, sobre todo en las horas punta, esos
tiempos-punctum donde el orificio puede ocultar unos colmillos punzantes.
Y
aquí estamos con Gustavo que con un salto ha atravesado la cerca y tras saludar
a los presentes se prepara para tirarse un clavado, mientras la intemperie
asoma su cabeza, y a esta distancia si se contemplara con atención veríamos que
el panorama se presente peor de lo que anticipaban los expertos. Y si hacemos
una predicción basada en los antecedentes recolectados las esperanzas son casi
nulas, por lo tanto vamos a dejar que él o ella continúen divirtiéndose,
chapoteando como si fueran niños despreocupados por el porvenir, incapaces de advertir
lo que se avecina, aunque algunos sostengan que ellos lo saben incluso antes
que nosotros, sólo que evitan enfrentarse a lo trágico y sus voluntades,
estirar el esplendor juvenil y hormonal hasta más no poder, cerrar los ojos
ante eso que está ahí, dispuesto a asestar el golpe de gracia.
4. No es tiempo de buscar una salida fácil al asunto, ni
tampoco de cortar el hilo por la parte más delgada, pronto, más temprano que
tarde vendrán las replicas y habrá que sostenerse con uñas y dientes, o como
por arte de magia evaporarse y aparecer en otro relato donde hay tres chicas
tomando café. Entonces una de ellas dice que esta triste, que está buscando una
salida, pero no encuentra más que dolor. La muchacha que está a su lado parece
que va a decir algo, pero calla cuando se da cuenta que al local han entrado
dos sujetos extraños, enfundados en unos largos abrigos marrones. Ellas pese a
su juventud, saben que todo se debe hacer con mucha precaución. Cualquier error
y están perdidas. Midamos cada uno de los movimientos, advierte una de ellas y
enciende un cigarrillo. Después de lo que han hecho, es necesario que
desconfíen de todo el mundo. Saben que se han metido con la persona equivocada,
y que pedir perdón a estas alturas es una estupidez. A medida que avancen los
sucesos todas las vías de escape se irán
cerrando y las tres chicas flotarán en la intemperie.
Gonzalo Riera: Nació en Naschel en 1990. Actulamente trabaja como peón en una estancia de Algarrobo del Águila, en La Pampa.
Fotografía: Diane Arbus
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