jueves, 24 de febrero de 2011

EL AMOR EN PEDAZOS

Por Luciana Garamondi
1.La tarde muere en un lánguido susurro. Es casi final de año, todos estan haciendo balances, pidiendo préstamos y deseos. Él permanece callado e indiferente en el asiento mullido del colectivo, mirando hacia los árboles fantasmales que cercan el camino, hacia las remotas casas que asoman tras las cercas de ligustros, como si intentara indagar el misterio que se  oculta tras esas edificaciones abandonadas en la vasta llanura. Parece habitar un cuerpo ajeno, contemplar todo a través de unos ojos inanimados.
Su voz suena lejana, como un eco apagado por el desencanto. Yo me siento todo el tiempo punzada  por la urgencia, con insistencia busco sus gruesos y marchitos labios, que como si fuesen peces se escurren, se disuelven en ligeras gambetas, quiebres de cintura imprecisos o anteponen un iceberg de indiferencia. De vez en cuando sus ojos caen con repugnancia sobre mi cuerpo obeso encendido de lujuria, sobre mis manos inquietas, ávidas de recorrer su piel. A pesar de su menosprecio su contemplación me lleva sin escalas hasta la antesala de las perversiones. Me dejo llevar por el deseo, desesperada, presurosa de caricias  Mis manos intentan iniciar un disimulado movimiento, acariciante sobre su pecho y busco apoyar mis labios en los suyos. Cantan amargamente las langostas bajo el sol. El aire desentierra viejos aullidos.
Digo algo por lo bajo y entiende mal. Entonces sus ojos se llenan de ira, y comienza a hablarme de Luciana, aquella corista que conoció en una fiesta.
Me habla de la obediencia y la disciplina, del amasijo de fibras y tendones que luce Luciana, eso solo lo vemos en los manuales de anatomía, añade. Con desdén tomo sus manos, el trata de apartarlas y luego, una vez que las suelto, reclina el asiento, extiende las piernas con indolencia, dejando apreciar un bulto majestuoso.  La falda se adhiere a los muslos con una voluptuosidad que acrecienta aún más mi tormento incipiente. Una oleada de rubor me sube a la cara, como si hubiera expuesto en voz alta los recuerdos que me trasladan a aquellos días en que me desgañitaba predicando las excelencias del decoro y los peligros de las indumentarias deshonestas.
El colectivo comienza a aminorar la marcha al llegar al puente. Una nube negra oscurece la tarde y llueve con desesperación. Desde mi asiento escucho un leve murmullo de voces que comentan, entre alegres y sorprendidas, el cruento asesinato de una mujer embarazada y los resultados de los partidos de fútbol. Ajeno a todos los avatares, él se duerme. Luego la intemperie se posa en la boca sucia de la indiferencia. Arde con desgano en un hueco del pecho el último jirón de pasión. La luz del ocaso me parece más triste que otras veces, y siento que a su lado envejezco deprisa. Un pájaro llora en el espejo retrovisor. Hay un vuelo de gorriones, una música de casuarinas y un sollozo de hierros oxidados. Descalzos van los penitentes con los pies sangrando entre las piedras.
   Cuando distingo las pálidas luces del pueblo, sé que nosotros ya no somos los mismos, somos diferentes a aquellos que deambulaban con sueños y antorchas en los labios. Entiendo que nunca podré  sanar las distancias, mi vida siempre será un naufragio de adioses inservibles. Nos miramos como dos extraños que coronan su despedida con un beso tibio en las mejillas y nos alejamos cada uno por su lado. Me dirijo hasta mi casa respirando los olores alquímicos del azufre y del alcaucil que conjuran con el embrujo de su aroma las ruinas de mi existencia y una guitarra desangelada  llora a la luz de la luna y rompe todas las camisas de fuerza
 2. Mientras el sueño me va acosando, recuerdo que me encontró haciendo dedo para volver a casa temporal. Al subir a ese auto destartalado supe que retornaba definitivamente a Las Lajas, poco me importaba ya ese novio que lloraría mi ausencia a miles de kilómetros de aquí. Por primera vez en mi vida estaba convencida de que la decisión que tomaba era la acertada. Me había aburrido de juguetear con la estúpida idea del suicidio. Ya no me divertía leer a Cioran, quería olvidar el inconveniente de haber nacido. Al diablo con sus amarguras y su cinismo. Condujo en silencio, con la vista clavada en el camino, sin prestar atención a mis piernas, a mis sugerencias. Mientras los kilómetros se acumulaban,  el deseo volaba de árbol en árbol. No había mucho que decir, el silencio había edificado un muro entre los dos.En verano me gusta coger rápido. Me perturba el coito monótono. Adentro/afuera, abajo/arriba. Entonces tengo que moverme con violencia para mantenerlo despierto. Ha tomado demasiado. Entró a la habitación dando botes. Hablando acerca de un camión monstruoso que vio estacionado junto a la estación de servicio. Tanto él como yo antes de arrendar una pieza de hotel fumamos. Por lo tanto apenas empezamos a zarandearnos nos colgamos. Mientras cabalgo sobre su miembro defectuoso pienso en un combate donde los hombres han sido despojados de sus armas y atuendos. Me figuro un guerrero de cuerpo grotesco, cuya armadura resplandece sobre la bruma, acercándose al cadáver de un enemigo caído e hincando sus dientes en la yugular para su sangre. Un ardor espeso me recorre las venas y a los gritos le pido a él, que se aferre a mi culo carnoso, que lo haga trizas, que acabe a los borbotones en ese preciso instante. Quiero verlo retorcerse debajo de mí, y entonces si asestarle un buen golpe en la mandíbula, dejarlo inconsciente para luego rasgar con un bisturí su vientre cuidadosamente para que la agonía fuese lenta.
Esta vez, era yo, quien debía barajar las cartas. Él deseaba que quemara la vela por las dos puntas. Lo supe al desabrochar su pantalón, y regalarle la chupada más grandiosa que le he hecho a nadie. Sus ojos se agrandaban, como si fuesen a estallar.  
3. Mis padres, muy temprano,  se fueron a dormir al frío lecho dejándonos huérfanos de conversaciones dichas a media voz y de miradas cómplices,  mientras fumaban sus cigarrillos en las noches veraniegas, sintiendo bullir la vida del río a su alrededor. Los primos huyeron de allí, buscando fortuna lejos de un lugar que se moría, un espacio sólo para viejos, azotado por los vientos del norte y los sofocantes calores del campo.  
Él se me presentó desde el primer día como el centro del único universo masculino, recuerdo que me fascinaba ese rostro de eterno extraño, esa mirada que me desafiaba a internarme en su intrincado reflejo.
También debo reconocer que fue el primer hombre que me hablo con sinceridad pues se atrevió a decirme que era una infeliz,  una  chupapijas sin suerte y aunque parecía ruidoso y rústico, necesitaba de su  ayuda para salir de la telaraña en que se encontraba.
Secretamente lo empecé a amar, y esperaba de él que no me dejase volver nunca más a vagar sin esperanza en el mundo de la gente común. Deseaba que se desatara su corazón en el inmenso Everest  de los deseos más inverosímiles y así poder abandonar por fin el torreón el lado salvaje.
 Estaba harta de vagar codeándome todo el tiempo con el fracaso, errar en un mundo que estaba a punto de dar su estertor. Buscaba un tener donde ir, un refugio ante la tormenta, un forma que se pareciera a la que fue mía en un tiempo que sentí mío, hace muchos años.

Luciana Garamondi. Nació en Concarán  en 1990. Actualmente se encuentra preparando su primer libro de relatos, Todas las canciones mal aprendidas.
Ilustración:Danny Quirk

lunes, 21 de febrero de 2011

CABALGADA O LOS AHOGADOS

Por Alberto Ferrer
Cuando empezó todo, traté de pisar con cuidado, medir con cautela mis movimientos, pero  una vez que estuve adentro, toda estrategia resultó inútil y se hizo imposible mantenerse sobre la línea de la flotación.  Con el agua hasta el cuello las palabras acertadas tampoco acuden. Entonces mejor tratar de salir a nado hacia la orilla que es un puntito parpadeando apenas sobre el horizonte. Mientras doy arañazos en el agua, pienso en el hermano mayor que ha decidido encender la última vela en el confín de la noche, libre de todo remordimiento. Recuerdo a mamá arrastrándose en la oscuridad en busca de sus hijos, atravesando desnuda los caminos como una saeta dando gritos desesperados sin que nadie la oiga. Con el paso de los días la memoria declina, y el hábito de sangrar en los espejos se confunde con la costumbre de arrancarse la piel en pleno abismo. A esta altura cuesta mucho dar una brazada, luego otra, y boqueando busco una postura que me permita lanzarme hacia adelante con fuerza, circular sobre la superficie con prepotencia, pero mi cuerpo parece apresado, como si deseara aceptar un final pasado por agua.
Saber nadar con vigoroso verbo, es un bien tan escaso, como rimar palabras sin esfuerzo, alejado de toda especulación. ¡Dulce es desfallecer en brazos del agua indómita! Ceñir con espejismos la carne que busca librarse de los alambres sumergidos y olvidar en el fondo oscuro los muertos y su sombra, mientras el torso del ahogado vive pleno el instante sin negar el después.
Ahora alguien me habla de la otra orilla, me habla de ese otro que fui, entre los ahogados, más allá del vaivén del deseo, donde ya no puedo contemplarme sino con estos ojos de pescador. Borrosa surge la boca del pez par soltar un puñado de palabras incomprensibles. El discurso es un anzuelo sangrante. Como un vientre rasgado o un puño repleto de mojarritas que se abre en lo oscuro, el mediodía se suelta, y esa voz me dice que el fuego, que el agua, que la luz y los años, que las algas, que las armas, que los hombres ranas, y yo juego impunemente con las palabras que deja caer convencido que  es el río lo que nos engaña a los ahogados con su repertorio de voces falsas.
Melancholy by Ryohei Hase

sábado, 12 de febrero de 2011

¿ QUIÉN PUDIERA TENER LA DICHA QUE TIENE EL GALLO?

FRAGMENTOS DE UN DISCURSO BAILANTERO
Por Marcos Freites

¿Quién pudiera tener la dicha,  / que tiene el gallo ?. / El gallo sube,  / echa su polvorete, / y racatapúm chinchin, / ay! se sacude. Ya verás paloma que no hay gavilán. /Ya verás paloma que no ay gavilán,/Ya verás paloma que no hay gavilán,/que a ti te coma.
Pepe Benavente
1. ¡A bailar que el relámpago tropical anuncia tempestad! ¡A mover las caderas que el carrusel loco no para de girar! ¡Esta fiesta no tiene fin!  ¿Están preparados para bailar hasta quedar muertos? Les aseguro que esta noche será larga, bailaran hasta quedar decapitados. El locutor exaltado se mueve de un lado a otro del escenario, acosado por una turba de adolescentes enardecidos. ¡Con ustedes el único! ¡El irrepetible Faraón y los seguidores de la diosa Selkis! ¡Aquí en el Sismo Bailable, en el reducto de Ramsés, presentando el tsunami  tropical! En el 8.3 de la escala juvenil. Los reflectores se encienden. Una luz violeta ultra potente ilumina la cara de Micerino, que se acerca al micrófono y preguntan, si están dispuestos a incinerarse bailando. Desde el fondo empuja, la batería de Kefrén y los seguidores inician la noche con Enciende la noche, uno de los singles de su último disco Placer de Dioses, y las chicas al oír la primera estrofa aúllan.  Me gustaría/que recordaras/con alegría/ los días /en que a mi lado/sonreías/ los días felices/en que el sol brillaba/ y en tu ventana/ siempre había/flores/ Ahora el tiempo/ se ha ido/ y en nuestra cama/reina el olvido/ por eso yo te pido/ que si vienes/ que sea de noche/ así yo te amaré/ a oscuras/ y será tu corazón/ lo que enciende la noche/solo para mí. Una chica al borde del paroxismo se sube al  escenario, y se abandona desmayada en los brazos de Seti, ese bajista alto y espigado que toca en cueros. Los hombres de seguridad la arrancan de sus brazos con respeto, y la conducen hacia donde los baños donde la someterán a un chapuzón de agua fría.
2. Apenas empieza y ya estoy chata. Me latea que estemos tan apretados. Atrás hay un mono que me está metiendo el dedo en el tuje. Se ha obsesionado con mi traste. Pedazo de pajero, te voy a partir el hocico de un botellazo. (Mueva/mueva/mueva/que este ritmo/es puro sabor/ mueva/mueva/ hasta entrar en calor) No sé para que te traje si te estás quejando. Acá la gente viene a divertirse. Esto es el pueblo. Gente que con dos mangos es feliz. Esta gente es la que hace grande al país. Mirá, mirá como están esos chicos. Los desborda la alegría. (Arriba/ abajo/ a mover el tajo/  arriba/abajo/ a la vuelta te la encajo) Que sean pobres no les da derecho a que me toquen el culo. Vos te dejas manosear solo porque son pobres, porque sos la abanderada de los humildes. Con ese pensamiento salgo a la calle y al primer mendigo que veo se la termino chupando por caridad. (El agua horada la roca/ mi amor se posa en tu boca/ y eso te pone loca/la risa te provoca/ y sos feliz/ con este ritmo/sos feliz)  A mí me gusta que me rocen de vez en cuando. Sobre todo si son peronistas. Por lo general tienen una buena herramienta. Estoy curtiendo con uno de la Cámpora. Fue al mercado y me compró pájaros. Por suerte encontró.
3.  A fin de año, el Faraón no toca más, le pasa la posta al hermano. Lo tiene acorralado la mafia de la bailanta. Le tirotearon la casa. Decí que no estaba. Esos tipos tiran a matar. Mira el coreano aquel, ese es uno de los hombres de Chuck Norris. Lo ubicó de la Sexy Pistols. Solía darnos algún pasecito. (La banda toca de manera frenética una canción tras otra. A lo largo del salón hay una muchedumbre transpirada intentando bailar. Una de las chicas quiere jalar. Sabe que el coreano mueve los hilos. ¿Cómo acercarse? Con cuidado. Midiendo los pasos antes de darlos.) Podría invitarnos a jalar. Hace mucho que no me meto nada. Es pura basura lo que anda en la calle. La voluntad y la fortuna no van de la mano. Esta ciudad se está desmoronando. ¿Me oís? Se van a morir todos sudando sangre. (El ojo se interna en la multitud enfiestada. Trata de encontrar algo. Hasta que se detiene en las tetas de una piba. Unas tetas redonditas, bien paradas, que se mueven al ritmo de la cumbia) Qué buen paragolpe que tiene la morocha. La de pollerita roja. Está como para partirla. Se la pondría en las migajas de un lecho, mientras gira el ventilador. Estiraría la mano y abriría un tarro lleno de pastillas. (La belleza de la música reside en la infinita virtud de ser representada alegremente. En el ardor que despierta su ritmo descansan las esperanzas de un mundo bailable. Que una canción nos impacte no quiere decir que  dos minutos después nos produzca la misma sensación. En cambio, cuando su ritmo nos hace sentir un deseo irresistible de mover los pies, se produce la revelación tropical.) Habría que ponerla a dieta un mes. Vos sabes en ese tiempo el lomazo que echaría. Partiría la tierra. Mirá como baila, como expresa esa tensión, esa belleza de estar danzando fuera del tiempo. Me gustaría verla bailar sobre la mesa después de un buen electroshock.
4. La previa la hicimos en la casa del Corvina. Arrancamos con unas cervecitas, un vinito dulce y una rayita. Vimos de reojo a la Tatiana cambiarse ropa. Cuando llegó el Patito, dibujamos un dinosaurio rosa en la arena.  Le hicimos unos ojitos hermosos con las grosellas que vienen en la ensalada de fruta. A esa altura todos ya nos habíamos pegado el cachufazo con la maraca reprimida de la Jade que nos mostraba las gomas, pero cuando la apurábamos no aflojaba el paquete, así que ¡chau pescado!  Terminamos los tragos y partimos para el bailongo.  A toda velocidad.  Silbaba el 128  por el asfalto podrido de la Julio.A.Roca. Casi nos comimos un perro cuando paramos en lo del Gallo. Tuvimos que esperarlo un buen rato. Estaba montado a la Marita, echándose un polvo, con los dientes apretados. Cabalgando hacia el placer. Salió acomodándose los pantalones, y se trepó al auto. Nos indicó el camino a seguir. Paramos en el desarmadero del viejo Risma. Tenía que sacar un dinosaurio de ese antro que olía a hierros en descomposición. Salió con una veterana de pollerita corta, de esas que le gustan que les hagan el camino de tierra.  Los cargamos, y ahora sí, la veterana, el Gallo, el Corvina, Jade y yo, apretaditos, salimos al baile. Coca-cola el sabor de verdad. Como pudimos preparamos un jarro de fernet con coca. Mientras tomaba, me quedé pegado con las tetas de la veterana. Se las estrujaría. Quién tuviera la dicha que tiene el Gallo. Ese sí, que es un tipo poronga. No se le para de gusto. Cuando se le para es para ponerla. Una noche se bajó a cuatro hembras en la Sexy Pistols. A una le hizo el ojito de pollo, le quedaron los ojos blancos, bufaba de placer. Si te calentás protegete. Usa condón. A la Jade le pedí que me hiciera una limpieza de sable, pero la muy trola se negó. No vio billete, la maraca esa. Se viene a hacer la estrella conmigo que la acompañe a hacerse un lavaje, después de que se la cogieron en grupos los pibes de la Campora con los forros que da el estado. De cuarta, la huevona. Dejala, ya cuando estemos en el ritmo, me voy a levantar una hembrita que no le haga asco a nada, y la voy a empomar en algún telo. Hasta la mañana la voy a tener con las patitas al hombro.
5. Muchas veces escuchar a El Faraón y los seguidores de la diosa Selkis, es un continuo ejercicio del placer, en cada una de sus canciones hay un deseo feroz de que todo sea cumbia y que el baile sea tan importante como la sangre, como el aire que se respira. Ya en su primer albúm, Pirámide Bailable se puede vislumbrar la fuerza atómica del lenguaje, abriéndose paso, dando luz a una diversión interminable. 
Micerino, el líder de la banda, es el poeta de un infierno peculiar, lleno de lujuria donde los triunfos se miden en virtud a las malas elecciones. La mejor elección es elegir el mal camino. Las canciones más memorables son como torbellinos de voluptuosidad que te arrancan la ropa, que te quitan la timidez y te lanzan con fuerza a las aguas cenagosas del placer más impúdico.
En “Cuchillos”, de su último disco El Ritmo de Mubarak, encuentra una chica al final de la fiesta” Con los ojos ahogados/ en la tristeza” y cuando las luces del alba están por despuntar la invita a caminar por el lado salvaje: “mientras los cohetes se disparan/ ella sostiene mi mano/como alguien que sostiene/lo que queda del mundo.”
Esta tristeza define a El Faraón, también, pero se vuelve poco reconocible con esa música que te pone en movimiento, te hace desperdigar adrenalina, mientras escuchas esas pinceladas costumbristas  que nadie nunca escribió en la historia de la música tropical. El sonido remite a una banda eufórica tocando como si se fuera a acabar el mundo- una imagen recurrente en sus letras-, sin embargo, esas ejecuciones vocales les escapan a todos los estereotipos esperables para un tipo que sabe lo que es tener la dicha del gallo.
En definitiva El Faraón y los Seguidores de la diosa Selkis es una banda que gana puntos con cada escucha, y conduce al oyente a ese lugar donde los cuerpos se mueven gozosos: la pista de baile. Uno desearía esperar el día del juicio final escuchando El Faraón, ensayando pasitos de cumbia con algunas de esas chiquillas voluptuosas que le han entregado su sangre al rey de la pista.
6. Asistir a una fiesta tropical significa encontrarse ante la infinitud con los ojos abiertos. A los ojos les cuesta mucho esfuerzo hacer foco en la miríada de escenas que surgen dispuesta a contagiar toda su sensualidad. Cada cuerpo tiene una luz propia que irradia a los otros cuerpos que se mueven cubiertos de transpiración. No hay lugar para la monotonía. No hay un solo instante en que uno deseé la calma. En medio del derroche de sonidos, de luces, uno anhela la tempestad, el torbellino bailable. Es la multitud en estado de comunión. Una liturgia de cuerpos sufridos cerrando cicatrices. La cumbia es la plenitud. Es el desorden continuo. Lo primero que llama la atención son las chicas, dispuestas a todo. Deseosas de arrancarte de tu desidia y arrástrarte hacia un remolino de pasión. Chicas que viven su carnalidad sin tapujos, que saben con certeza que el buen sexo es el motor de una vida plena.
A ese mareo visual se suma inmediatamente el olfativo. Los olores agradables y desagradables se mixturan en una atmosfera festiva creando un perfume peculiar. Los aromas agradables de las colonias compradas en las cartillas o el que exhala la piel de las chicas recién bañadas con el cabello húmedo se confunden con el hedor que fluye de las axilas de los muchachos, con el olor de los chorizos asándose, con el bálsamo afrodisiaco que expelen los sexos dispuestos a usarse antes que la fiesta culmine.
Micerino cuenta que durante su infancia al asistir a un baile de Los Playeros tuvo una revelación, debía dedicarse a cantar sus penas. “ La cumbia es la mutación de la tristeza en alegría, afirma en las liner notes de su último disco. Cierto día vi a un cantante de cumbia que admiraba sentado en una plaza, agrega, fumamos una hierba matutina , y de pronto pude ver gente que se acercaba a nosotros, unos predicadores vestidos con ojotas y camisas con palmeras estampadas. La visión despilfarraba sensualidad, pertenencia, entonces decidí que olvidaría mis anhelos de trabajar en el gobierno, y formaría una banda tropical, capaz de alegrar los corazones de los desposeídos, de aquellos que han sido criminalizados por un estado que los ignora.”
7. ¿ Cómo llega uno a ser quién es, en el mundo de la cumbia? Micerino, en su autobiografía La Dicha del Gallo inicia una exploración de la historia familiar, tratando de encontrar puntos de contacto con el jolgorio, con ese deseo de fiesta que palpita detrás de toda adversidad, articulando piezas que no terminan de encajar nunca(porque como afirma su baterista, la vida no es un puzzle entendible), oyendo las voces que silencia la cultura. El resultado es un análisis lúcido de lo que significa, ser parte de este circo popular, donde los que están por debajo de la línea de pobreza se consuela mientras los que gozan en la punta de la pirámide hacen catarsis, en una comunión que une a clases disímiles.
Este libro es un conjunto de historias contadas por una voz que aspira a la alegría, en la que confluyen otras voces. Aquellas que no quieren cambiar este mundo de la manera que pretende hacerlo cierta intelectualidad, sino divertirse, quererse con la cumbia de música de fondo, y antes que el cielo desean como redención tener la dicha que tiene el gallo.
8. Unos ven en la cumbia un destino exterior en el cual el cantante está invitado a suprimirse como artista; otros mantienen la autonomía cumbiera separando la cumbia de la circunstancia y haciendo de ella una coartada bailable. Se defiende la cumbia y se defiende la música, como tradiciones rivales. Los antiguos cantantes tropicales que las vivían, sin tantas confrontaciones existenciales, no hallaban demasiados obstáculos en hacerlas coexistir. Tomadas en estado primigenio , en la práctica diaria, no son una alternativa, crecen y decrecen juntas. Micerino, reivindica esa coexistencia, pero su Elogio de la diversión lleva implícita una preferencia por el oficio de quien capta un sentido en el pueblo y hace posible que haya una música sin división de clases.





sábado, 29 de enero de 2011

CUERPOS DESOBEDIENTES

Por  Luciana Garamondi
¿Cómo comenzar entonces/a escupir las colillas de mis costumbres y mis días?
 Thomas S.Eliot
Los días habían empezado a alargarse peligrosamente en torno a la casa. En el aire flotaban partículas de calor, y bastaba el deseo, el sobresalto del amor, para echarse a andar entre los bosques, arrebatado por el vértigo de una sospechosa posesión que nos arrastraba hacia sitios inexplorados.
El hechizo del río, la perspectiva nebulosa de todo aquel universo que incitaba a desobedecer, me distraía procurándome una dicha hasta entonces desconocida. Había descubierto el placer de nadar desnuda bajo la atenta mirada de Jimena. Atravesando el bosque había un lugar lo suficientemente solitario para quitarse la ropa, y pasar horas desnuda tirada en la arena, observando las hojas temblar en lo alto de los árboles. Jimena me arrastró hasta ese sitio, cuando el verano agonizaba, no lo hizo antes por temor a que me negara a ir. Nunca me hubiese repuesto de una negativa tuya, me dijo aquella siesta y rozó con la yema de sus dedos mi boca. Por ese entonces, ambas, solo veníamos de visita a Siempre Viva. Al año siguiente tras un encadenamiento de eventos trágicos, nos mudaríamos definitivamente. Pero lo que quiero contarles es de aquel año, donde éramos las extrañas para la gente del pueblo. Una época que estuvo llena de descubrimientos, de acontecimientos imposibles de olvidar. Me crecieron terriblemente las tetas, y los hombres de la casa comenzaron a mirarme de otro modo, una mezcla de temor y fascinación. Para martirio de mi padre empecé a llegar a casa totalmente ebria, a quedarme en otras casas, a refutar cada una de sus teorías fascistas.
Con Jimena, nos conocimos en silencio, caminado por los angostos caminos vecinales, casi arrastrándonos por la droga y el alcohol, diciéndole adiós a todos nuestros buenos modales, a la pútrida educación católica, a la dicha que llega, nos besa, nos coge y se va, adiós al camino fácil, a cierta esperanza de ver el mundo renovado de crueldad, entonces en tal desolación, acudimos una a la otra, como si nos hubiésemos estado buscando desde hace años, a tientas, en una oscuridad ajena a cualquier imagen que se pueda tener de la adolescencia. Ella me hizo tomar otro vaso de vodka-naranja para que me quitara el temor y yo bebiéndolo vorazmente derramé unas gotas en mis pechos junto a la cabeza de Jimena. Susurramos al unísono, con las gargantas ásperas, convencidas que hacia adelante, otra vez no había nada. Después nos invadió la oscuridad, la niebla confusa del desamparo. Teníamos los ojos cerrados y las manos sumergidas en nuestros sexos hambrientos y la espalda transpirada y todo el cuerpo en plena rebelión, rogándole a dios que nos haga olvidar todo, para que cada encuentro fuese siempre inédito.
Me acuerdo de esto, mientras camino por el pasillo de una casa que no conozco, me detengo en sus ojos agigantados por la turbia voluptuosidad, sin saber cómo continuar en esta existencia llena de horas que marchan hacia atrás, instantes donde solo el espanto de haberlo perdido en una apuesta todo, y así avanzo en círculos hasta dar con esa dorada visión que reaparece y es poesía lo que me empuja, pienso, mientras apago recuerdo dando manotazos al aire, esquivando las puertas que se abren hacia la intemperie como el agujero de un vestido desgarrado por la tempestad.
En Siempre Viva, el sol a esta hora debe estar hundiéndose tras un manto de polvo, y la chica que besé unos minutos antes de largarme, estará desnuda frente al espejo, multiplicando las cicatrices que el verano ha amontando o embolsando juguetes de niños sin rostro, y mientras me figuro esto, la noche termina por cerrarse sobre la ciudad, cubriendo de humo todo lo que ansía visibilidad.
No sé porqué atajo he llegado hasta aquí, tras atravesar tu recuerdo, Jimena, luego de exhalar ante el último retorcimiento del cuchillo, mancillando el tieso sudario de mis calamidades, hasta este extraño sitio  he caminado, y es posible que al acunar alguna de las sombras las oiga gemir.
Porque no sé esperar, porque no espero volver, debo seguir hasta desahogarme, hasta que el espejo ya no me refleje, hasta que otra vez no haya nada, pero para eso debo estar a salvo de mis pensamientos que me empujan a incinerarme. Entonces, cuando la mecha anhela el fuego, veo la casa abandonada a orillas del río, que descubrimos aquel verano, y no tardamos en habitarla. En ella tuvieron lugar las primeras incursiones al espanto, cuando empezábamos a tener un poco de confianza en nuestros cuerpos. Nos internábamos en nuestro horror, hasta que toda luz se volvía negra, para luego salir al patio pensando que el murmullo del río nos devolvería la inocencia perdida, pero no había retorno, era nuestro fatal destino quemarnos en la liturgia de nuestras caricias, cerrar los ojos y quedar muertas en un torbellino de dedos profanadores, cómplices de nuestra desobediencia. Después muy tarde, oíamos pasos invisibles, y  el demonio con una estúpida máscara nos decía que debíamos volver a casa, que él se encargaría de acompañarnos, pero antes debíamos arrodillarnos y complacerlo. Si nos lo hubiese pedido amigablemente, con cierto gozo habríamos tomado su pequeño miembro en nuestras manos, y como si se tratara de una flauta enternecida lo hubiésemos adorado, pero el tono con que pedía satisfacción nos disgustaba, y pese a que veces, del cabello nos arrastraba a través de caminos llameantes, no accedíamos a sus peticiones. Solo debía conformarse con observarnos desde la oscuridad, cuando jugábamos a adivinarnos, a descubrirnos en una desnudez desenfrenada.
Ahora que mis palabras crujen, se hacen astillas, diciendo otra vez lo mismo, no sé si todo lo que les cuento ocurrió, pero lo he visto a menudo, en sueños, envuelto en una bruma asfixiante y brillando débilmente al fondo de un lago borroso. Si existió, seguirá estando ahí, entre lo trágico y sus voluntades, en una lejanía amasada con fango, donde somos jóvenes para siempre, y no necesitamos pedir algo que justifique nuestra herejía, y burladas por la violencia de un estampido que acaso no sirva, seguimos caminando aterradas de no amar la castidad de las flores ni la elegancia de una mariposa, avanzando hasta que el alba nos derrote, nos deshaga en la tristeza salada de nuestros besos, hasta que tomemos coraje de reiniciar el camino.


Foto: Bethina Rheims

miércoles, 26 de enero de 2011

LA NOSTALGIA DE LOS ESPEJOS


Por Jimena Pascutti

Uno
Siempre estuvimos cerca sin poder tocarnos. Observándonos detrás de los libros que leíamos a escondidas en el sótano del Partido Comunista. El amor no era un sentimiento en aquellos días sino algo que intentábamos decirnos sin encontrar nunca las palabras. Fue, como todas las cosas a mediados de los noventa. Los sobresaltos se sucedían uno tras otro, no había forma de freezar el tiempo. Rubén Rogelio Almada y su inteligencia, exuberante, estaban ahí, entre mis cosas y yo, entre Rodrigo-así se llamaba el tipo con el que cogía-, Weber y yo. Intentaba aprobar Sociología I, mientras Almada me susurraba sobre lo cercano y lo lejano, como quien le entrega plegarias a un dios descastado, resentido, que solo le importa objetivar, alejarse del objeto para comprenderlo. Todavía lo recuerdo con un cigarrillo leyendo  Mil Mesetas, o en la entrada de la sede del PC tomando una petaca, explicándole a los bisoños integrantes del Movimiento juvenil que Lenin y Trotski instalaron los primeros campos de concentración. Le prepararon el camino al genocida Stalin, decía y su voz se parecía al grito interior de una crisis, algo que se aprestaba a abandonarnos en el momento justo que levantábamos los pies para no ser mojados por la próxima ola.
Dos
Hace un tiempo me deshice de todo el pasado. Dejé de frecuentar los viejos amigos y evite detenerme en la mayoría de los recuerdos. Por último arrojé al río el espejo en el que mi rostro se había reflejado durante casi dos décadas, en el que había asistido con espanto a la llegada de la adolescencia, en el que había visto desnudo el cuerpo de Almada tras una noche desenfrenada de alcohol y Ribotril. Había pertenecido a mi abuela, una señora piamontesa que vivió para tener hijos y más hijos, luego a mi madre que lo trajo en la última mudanza de Ingeniero White. Cuando era niña solía observar aquella superficie pulida en la que al incidir la luz, se refleja según las leyes de la reflexión, pensaba en las almas que podrían haber quedado aprisionadas en el cristal, en la infinidad de rostros, cuerpos que se han reflejado a lo largo del tiempo, y sentía unos deseos irreprimibles de acabar con esa sucesión de imágenes falsas, de vanidades encadenadas, con toda esa nostalgia que irradiaba recordándome la mortalidad.
Tres
Nací a principios de los ochenta, acunada por el plan austral, y no sabría decir que me asusta más:  si vivir en un país donde inexorablemente cada diez años asistimos a una catástrofe, o sobrevivir reducida a meros reflejos, después de todos, somos lo que refleja el espejo, lo que ven los otros. Primero te miran, luego te escuchan, decía mi madre. Siempre me pareció imposible comprender mi vida fuera de la mirada de los demás, así crecimos incapaces de permanecer alejados de ese otro espejo que es la televisión. Conocemos con creces la vida de Susana Gimenez, mientras que de Philip K. Dick apenas sabemos un par de cosas. La televisión ha edificado nuestro presente, a lo largo de las últimas dos décadas Marcelo Tinelli ha estado con nosotros, para acompañarnos con su humor simplón, barrial, del lugar común, para bien o para mal. Muchos de nuestros compañeros de generación, han recibido a través de la pantalla de un televisor la educación sentimental, por lo tanto cogen, discuten, hablan por teléfono como en la televisión.
Hace unos años estuvo con un tipo, de esos que eligen el mismo camino que sus padres, sus abuelos y sueñan con continuar ad infinitum con la empresa familia. El tipo que toda madre posesiva desearía como yerno. El punto es que cuando fuimos a coger se cubrió de la cintura con una sábana blanca de la cintura para abajo, y trató de metérmela/o de la manera más convencional. Asqueada acabé, y jamás lo volví a llamar.
Cuatro
A principios de los dos mil, Almada decía que por cada lector que moría inevitablemente nacía un espectador.  Para esa época había terminado con Nicolás, y para olvidarlo por completo, me recluí en Las Lajas en una casa aledaña a la del poeta. Nos enviábamos mensajes a través de papelitos, que arrastraba minuciosamente el agua de la acequia.
Una noche Almada, como un ladrón entró en mi habitación por la ventana. Se sentó en la cama con las manos en la cabeza. ¿Estás viva o no? ¿No hay nada en tu cabeza?, musitó por lo bajo y desabrochó su camisa, luego miró con repulsión la imagen delgada que irradiaba  el espejo. Recordé la escena de un campo de batalla tras una lucha encarnizada, vi los hombres tendidos en la hierba a través de una oscuridad, profunda, espesa. Respiré hondo, y aparté los recuerdos a un costado, y miré en torno, nerviosa, como si la presencia de aquel hombre viniera a quitarme, algo que había atesorado con inexplicable fruición.  Tranquila, dijo Almada, el momento es propicio, trataré de excitarte con caricias que aún cuando son irreprochables, no son deseadas. Me besó con ternura, acarició mi cuello, luego descendió, demorándose en los pechos, hasta llegar al ombligo. Entonces encendió la luz, me dio un beso protector y se alejó bajando por las escaleras.
Cinco
Tras arrojar el espejo a las aguas nauseabundas del río, manejé tres horas antes de volver a casa. Conduje hasta Las Lajas, acompañada por un mochilero que había leído Weber para principiantes, y trataba de explicarme el espíritu del capitalismo como los hábitos, las ideas que favorecen la búsqueda racional de ganancias. Cuando se refirió al heroísmo empresarial, le pregunté en que parte se conseguía marihuana. Hay pocos placeres comparables con el de viajar con un extraño cuando está anocheciendo, por una ruta desolada, tratando de olvidar todo lo que arrojó la última ola. Pero al final todo viaje es un recuerdo con los ojos hacia adelante, eso pensé cuando la lluvia arreciaba sobre la carpeta asfáltica. Después de todo, esto que escribo, tal vez no sea más que una versión de lo que soy, de lo que fui, el reverso de una vida ahogada en un presente continuo, donde todos los días trato de convencerme que voy a cambiar, y en todos estos años, lo único que ha mutado en mí, es la forma de coger, eso lo supe mientras esperaba que cambiara la luz rojo del semáforo.
Al llegar a casa supe que no tenía más que palabras y decir esto, decirlo acosada por el exilio de las cosas que tuve y perdí, es decir que eliminé todo lo que me ataba a un tiempo, a un lugar, donde ya no me reconozco.

















Fotografía: Mendoza Sanz

martes, 11 de enero de 2011

PAPÁ SE FUE DE VIAJE DE NEGOCIOS

Por Rodrigo Heredia

To be lost in the forest forest/To be cut a drift/you´ve been tryng to reach me/you bought me a book/To be lost in the forest.
                            Bloc Party This modern Love
 Con la furia de siempre el sol ha vuelto al jardín, entre el césped recién cortado hay trozos de vidrio verde. Mi prima, Mariana, recostada en la hamaca, haciendo gala de su bikini turquesa no deja de fumar y maldecir este verano inmundo. Todo el mundo anda transpirado, Rodrigo. El calor no te deja respirar. Todo esto sucede, mientras sigo esperando la llegada de Papá. Papá está de viaje de negocios. Falta poco para que regrese. Cuando su sombra se extienda en el patio,ya no habrá momentos de pena. Su risa alegrará cada rincón de la casa, y yo dejaré por un rato de pensar en Javier.
Con Javier nos conocimos en la piscina del club, tal vez pegamos onda porque los dos vivíamos a pocas cuadras del centro, y éramos fánaticos de Jackass. Apenas empezamos a hablar supimos que entre los dos se abría un abismo. Papá dice que a los abismos hay que atravesarlos con los ojos bien abiertos. A la semana me fui a quedar a su casa. Sus padres estaban de vacaciones en el sur. Empezamos a probarnos la ropa de su hermana, y terminamos tirando en la cama de sus viejos.
En el equipo suena  “This modern love" de Bloc Party. Me gusta oír música a todo volumen mientras ordeno mis pensamientos. Siempre pienso en vertical, tal vez se deba a que me gusta danzar al borde de la cornisa, hacer equilibrio ante el precipicio.
 En estos días de ansiedad no he dejado de leer “El inconveniente de haber nacido “ de Emil Ciorán. Me lo pasó, un amigo de Papá. Es mucho mejor que los libros sobre vampiros que lee Javier. Me quedaron dando vuelta un montón de frases, especialmente una  que asevera que aquel que tiene inclinaciones hacia la lujuria es compasivo y misericordioso, mientras que los que tienen inclinación a la pureza no lo son.
En la casa de al lado vive un anciano que a la siesta se cruza de piernas y apoya sus codos sobre su pantalón grasiento. Me distrae mirar como sus manos juguetean con un mendrugo de pan en pleno itinerario a su boca. Ahora su vista esta clavada en el cuerpo voluptuoso de mi prima, rememorando, quizás, sus antiguas hazañas sexuales. Casi sin querer, de su boca desdentada que mastica sin fuerza, brotan las palabras: "Hermosa, dame un beso”.
El tiempo de Aníbal, mi vecino fue un tiempo sin esperanza y desolador. Hubo frío, guerras, ruinas, moribundos, lamentos, maquinales cantos de pájaro, y árboles desamparados. Aníbal  busca o quizás añora el regreso a su origen oscuro- luminoso, bestial o angelical de hombre ligado a la tierra.  Apenas me ve, exclama,Rodrigo, tus estrellas, son  un cerco de nefastos presagios, y enciende el décimo cigarrillo del día.
Para Aníbal, las ciudades son invenciones que exaltan el poderío del hombre sobre la naturaleza. Las ciudades son como estrellas, condecoraciones, triunfos del progreso, leí en algún libro. Pero las estrellas también son guillotinas, que decapitan todo lo que es un obstáculo para el progreso. Guirnaldas cuelgan sobre la tierra. Eso lo dijo mi padre un día que fuimos a pescar.
Mi prima cree que la naturaleza, la luz, todos los colores, sonidos y olores son tan puramente cristalinos naturales y brillantes, que hieren todos nuestros sentidos, y nos cargan de una infinita alegría o tristeza, bondad o maldad da igual. Me abraza, y me dice: “Rodrigo, tus estrellas son un racimo de brillantes presagios” Luego me dice: “En la mirada está escondido el placer, somos lo que nos dicen nuestros ojos.” "Lo más alto, está en lo más bajo, lo más complicado y enmarañado esta en lo más sencillo: Ver.” Seguro  que lo leyó en uno de esos estúpidos libros de autoayuda.
Mientras todo esto sucede no puedo olvidarme de Javier, con quien arreglamos dejar de vernos unos días para alejar cualquier sospecha.
Mañana debería regresar Papá, tal vez vamos a la costa unos días. Mientras tanto entre mis cosas, entre mi ropa interior oculto de la mejor manera lo que hicimos hace una noche atrás con Javier.

Rodrigo Heredia nació en Naschel,San Luis, en 1992.

Fotografía: Erwin Prum




jueves, 30 de diciembre de 2010

HISTORIA DE PITANGA/ LO TRÁGICO Y SUS VOLUNTADES II

Por M.G.Freites
EPISODIO DOS
HISTORIA DE PITANGA
El desierto está en todas partes
                                                    Joseph Brodsky 
El círculo máximo es el camino más corto entre dos puntos en una esfera. Los pilotos de los aviones lo utilizan para ahorrar combustible, para reducir horas de vuelo. Esto no lo aprendí en la fuerza aérea, sino mirando televisión, antes de convertirme en un rural.
Desde niño me fascinaron los aviones, el primero que vi fue un Lancastrian Star Dust que tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en la vieja ruta que se dirige hacia los bosques del norte. Estábamos con mi hermano cazando lagartijas cuando lo vimos, esa siesta, hacer carambolas entre las lomas, hasta que lo perdimos de vista tras la cortina de álamos. Como poseídos por una fuerza irracional corrimos hacia donde había aterrizado, envueltos en una fascinación que recién varios años después volveríamos a experimentar.
Ahora que todos los ojos parecen estar puestos en nosotros nos comunicamos en secreto con mi hermano, nos guiamos por los horarios en que pasan los aviones. Usted debe saber que este pueblo es una importante ruta aérea por su escasez de tormentas. Además recuerde que estamos a apenas de veinte kilómetros de la vieja pista de maniobras que utilizaba en secreto el ejército.
                                                         *****
Decidí trabajar en esta estancia, cuando me enteré que sucedían cosa extrañas. Estaba tras los pasos de una mujer, con la cual en cierto modo nos habíamos amado. Una hija del goce, contaminada por los pinchazos de la locura, fatalmente hermosa. La primera vez nos amamos en el piso de un calabozo. Ambos fuimos encarcelados por iniciar la resistencia. Sus ojos me provocaban a veces placer, otras, mucha rabia. No era la mirada, lo que me irritaba, sino esos ojos que parecían muertos. Unos ojos fríos que conspiraban contra el paso del tiempo. Aquella tarde habían estado esos ojos, todo el tiempo observándome. Eso lo advertí después cuando me acerqué al mesón, y pedí otro vaso de vino. Entonces la vi parada allí junto a la pecera, donde un bagrecito gris flotaba a la deriva. Quise sonreírle pero los músculos de la cara se me habían endurecido. Quite mis ojos de sus ojos, maldiciéndolos, jurando que la próxima vez que los tuviera al alcance no dudaría en arrancárselos. Pensé en el camino que me había traído al mesón, en la cara de los hombres que iniciaban el éxodo a los bosques del norte, en la infinidad de ojos dispersos en la oscuridad pegajosa, y un pensamiento entre todos los pensamientos me irritó. Mire hacia donde estaba ella, temiendo que se hubiese esfumado, que con su desaparición me condenara a vivir eternamente en la incertidumbre de haber estado ante una aparición, como aquella vez junto al espigón cuando su presencia me dejó aturdido.
Ella seguía parada en el mismo lugar. Decidí acercarme. Ella permaneció con los ojos fijos en un punto, como si solo pudiera existir en la inmovilidad. Mire sus piernas tensas, clavadas al piso donde las manchas de licor derramado, comenzaban a volverse grotescas bajo la luz opaca, macilenta. Una lumbre helada que congelaba los huesos. Recorrí su cuerpo con mis ojos, me detuve en el cinturón luminoso, en la chapa metálica que pendía de su chaqueta oscura. Busque en mi memoria algo que me permitiera hurgar en su interior sin ser visto, pero solo hallé la imagen de un talismán en una osamenta calcinada por el sol.

*****
Observé en los ojos del gato la hora y salí a caminar sólo para sentir la tierra bajo mis pies. El camino que había elegido, era una huella zigzagueante que atravesaba el monte bajo, arranchado, hasta dar con un jagüel donde unos caballos famélicos buscaban agua desesperados escarbando en la arena caliente. La lluvia, los carros de combate y el viento habían cuarteado la tierra formando curiosas ondulaciones como si un sismo repentino hubiese serruchado el suelo. Los puestos, que varios años antes habían visto resplandecer Las Lajas, tras el éxodo, estaban en ruinas. Los peregrinos habían buscado una ruta alternativa casi a la altura de Siempre Viva, donde se extiende como un oasis la estancia El Silencio. Buscando una conexión con los días  extraviados decidí ir  hacia allá.
La huella descendía hasta perderse en un vado profundo, desde el que fluían unas manchas líquidas oscuras. Al atravesarlo vi las torres de exploración, los vestigios de la estación donde el rápido descendiente solía detenerse a cargar víveres en sus excursiones a Los Tapiales. Bajo el chaperío agujereado por los aguijones oxidados de la última lluvia ácida me eché a descansar, traté de desdoblarme como en otras épocas donde aprovechaba mis sueños para explorar el terreno. Cerré los ojos, y al hacerlo me fije en la cabeza la imagen de un vasto campo de espejos, restallando bajo el sol. Esta visión funcionó como portal, y me figuré avanzando por un sendero angosto, áspero, en compañía de un perro. Una muchacha joven que aguardaba sentada en la cima sin decir una palabra me besó en la boca, y con una voz lejana me preguntó, si tenía un alma para obsequiarle. Le arranqué el colgante y la abracé con fuerza, besándole los pechos. Unos pechos colosales que hacían sombra. Una fuerza que se parecía al deseo me invadió, y apreté su cuerpo contra el mío. Ella sin la protección del amuleto, comenzó a llorar, temiendo  todo lo que la rodeaba. Traté de tranquilizarla, examinando con  delicadeza sus manos gastadas, agrietadas por la intemperie.


¿Tie-ne-mie-do señor?, susurró ella, y se arrodillo ante mí, puso con delicadeza su boca en la punta del miembro, y soltó un sonido que en parte era de placer y en parte puro fastidio. Pensé en lo que me había dicho un rato antes mientras el sol reverberaba sobre el pedregal. Todo nuestro conocimiento nos acerca a la ignorancia, dijo sin apartar los ojos del suelo cubierto de musgo. Me quedé en silencio mientras ella hacía con mucha dedicación su labor tratando de entender lo que me había querido decir. La cercanía de la muerte no nos acerca a Dios, dijo y subió con cuidado el cierre de mi pantalón.
Atardeció con rapidez. El perro al caer las primeras sombras desapareció tras un rebaño de cabras. La chica pidió que le devolviera el amuleto, su voz me pareció ajena, una vez que lo hice se sentó con las piernas cruzadas a meditar. El color es un poderoso medio capaz de ejercer influencia directa en el alma, musitó antes de despedirme.
Abrí los ojos, y vi unos pájaros grises mirarme con indolencia desde el copioso follaje de los aromos. Entonces recordé nombres que ya no existían, recordé a personas que solo había visto en sueños, y tuve la sensación de que alguien me miraba. Entonces tres tipos se acercaron, amenazantes. Uno de ellos me rodeó con sus brazos, y me arrastró hasta donde tenían sus caballos. Sin que pusiera resistencia alguna, me amarraron las manos y comenzaron a golpearme con rudeza. Sus golpes eran débiles, luego del primer asalto mi cuerpo era inmune al dolor, además en última instancia podía desdoblarme. Se cansaron de golpearme, quedaron agotados, yo me quedé con el rostro sangrando, cantando los viejos himnos de libertad. Estaba por oscurecer cuando usted me encontró, y me trajo hasta aquí.
Ahora estoy listo, para seguir con la búsqueda, lo supe cuando volví a dormir y no tuve sueños. Fue un alivio, camarada, al final estaba libre para soñar sueños ajenos.

Las Lajas, 1999




miércoles, 15 de diciembre de 2010

LO TRÁGICO Y SUS VOLUNTADES I

Por M.G.Freites

EPISODIO UNO
A la noche el aire es más liviano. Se levanta una brisa del norte y trae el olor a guano de los corrales, el perfume de los pastos humedecidos por el sereno, las voces de los caminantes que andan al acecho rapiñando.
Nos sentamos en la ramada a tomar unos vinos apenas se oscurece. Las palabras gotean, y uno poco a poco las saborea. Después de uno o dos tragos las palabras parecen sonar con otra música, y una tras otra algo van contando.
                                                         ******
El Pitanga se la pasa mirando para arriba. Anota en el suelo los horarios en que pasan los aviones. Va retrasado el de las siete, no pasó el de las ocho y cuarto, dice y se queda mirando quien sabe qué, como si descifrara señales en el pestañeo de las estrellas.
A las diez de la noche pasan dos aviones seguidos. Uno va bien alto. Apenas se ve.  Cuando va a hacer frío deja un chorro blanco en el cielo. Esos aviones dice el Pitanga que van a Dinamarca. A Estocolmo, señor. Mire aquí en el bolsillo tengo una foto que encontré en una revista. ¿No le parece lindo? Mire esa plaza congelada, los chicos patinando. Debe ser una hermosura ver esa ciudad cubierta de nieve.
A las once y veinte pasa el último avión. Va hacia el sur. Cuando uno los ve pasar a los aviones en la noche son apenas unas lucecitas parpadeando. Siempre avanzan en diagonal, cortando al sesgo el cielo. Primero se ven las luces, después se escucha el zumbido como si saliera de debajo de la tierra.
                                                                ******
Cuando empezó el desmonte estábamos ciegos. No veíamos nada de lo que pasaba a nuestro alrededor. A medida que fue pasando el tiempo nos quitamos la venda, y entonces vimos. Cuando uno ve es todo un acontecimiento. Siente rabia, por haber atravesado los días sin darse cuenta de nada. Pero ya es tarde, no queda otra salida que hacer una marca y arrancar de nuevo. Con más cuidado eso sí.
También está el silencio. Uno no sabe cómo lidiar con él. Es peor que la soledad, peor que el frío. Para la soledad, para el frío existen consuelos. Están las manos, los guantes, los recuerdos de una mujer desnuda. Pero para el silencio no hay abrigo.
Aquí el silencio es ruidoso. Tiene la forma de un chillido mudo. Como una rabia ahogada en la garganta.
Cuando se hace de noche el silencio se echa encima del monte, de las camas, encima de todos. Nos quita la poca felicidad que tenemos, que no es otra cosa que la capacidad de olvidar.
Hay noches en las que me despierto y me pregunto si es que toda la vida no he estado en silencio.
*****
La Sarita solía ser de pocas palabras. Hablaba con los ojos. Esos ojos que se enredaban con tanta tristeza. De chica había sido sufrida. Cuando hacía mucho frío la apretaba contra mí como si fuera una gatita enferma. Le estrujaba las tetitas pequeñitas incapaces de amamantar, y de su boca brotaba un olor cítrico, alimonado que me obligaba a ahogarla.
Nunca le pude dar lo que merecía. Tampoco me pude ir al todo del pueblo. Los pueblos tienen tapias invisibles. Imposibles de saltar. Ella se aburrió, se cansó de esperar. Las mujeres no tienen paciencia, se desesperan con facilidad. De todos modos tienen razón, la belleza no les dura mucha, y tienen que aprovecharla. Qué van a hacer, pobrecitas. La casa a la que la llevé no tenía baño. El piso era de tierra, y estaba plagada de mosquitos.  Un día me desperté, encontré una notita en la mesa, escrita con faltas de ortografía. Me avisaba que se iba a trabajar con el hijo del Doctor Ansaldi, que la disculpara, pero la paciencia se le había agotado.
Los hombres que acarreamos una tristeza profunda nos delatamos cuando estamos solos. Dejamos ver todo. Es una pena mostrar demasiado. Siempre hay gente atenta por descubrir tus debilidades, y a dónde ve un hueso flojo ahí te acomodan la pedrada. Así uno empieza a caer, hasta que viene uno de los grandes y te asienta el piedrazo final en el medio de la cabeza.
******

Entonces figúrese, mi amigo, a cada paso que daba me enterraba más. Las cosas estaban podridas y uno no le tomaba el tufo. Es que acá cuando llegas lo único que parece que pasa es el tiempo. Todo fingía ser así, hasta que apareció ella. Venía huyendo quién sabe de qué. Joven, hermosa, con un aro en el ombligo.
Lo que más me gusta de ella, es su cabello. Cae sobre su espalda como una cascada. Me gusta verla caminar en las tardes, era como si el sol fijara todos sus rayos en su cuerpo. Cuando la vimos llegar pensamos que se trataba de una aparición.
Con ella llegó el demonio. Todas las maldiciones se conjuraron cuando abrió la maleta. Empezó entre nosotros una competencia vil por agradarle, por regalonearla. Para colmo ella retribuía con creces la gratitud brindada.
Una noche casi me mata. Apareció a medianoche en la pieza, se acercó despacito, como tanteado la oscuridad y se metió en mi cama. Yo temblaba, señor, era como si mis huesos se fueran a desgranar. Una baba pegajosa me brotaba a borbotones del guargüero. Como si quisiera matarme a aquemarropa, abrió su blusa y como se saca de la jaula un pichón con su mano me puso en la boca una tetita. Sosteniéndola me pidió que la amara de la misma forma que ella las ama. Como si me hubiesen echado sal en una lastimadura, me eché encima de ella y le mordí los pezones. Estaba sediento, un ardor demencial me acosaba. Ella trató de calmarme. Pero yo no podía. Temblaba. Estaba a punto de arrancarle toda la ropa cuando recapacite. Entonces me invadió un odio que jamás había sentido por nadie, y le sujete las manos. Busqué una soga y se las ate para atrás. Me quede mirándola con rabia. La juventud ajena es perversa, solo viene a hurgarnos la imaginación. Usted no va a creer, pero al verse atada, no soltó ni un grito. Me miraba calladita, con esos ojos donde parecía siempre vivir la calma. Más rabio me dio. Tuve ganas de ir a buscar la escopeta al aserradero y pegarle un tiro en la cabeza. Esos ojos me enfermaban. Todo el tiempo me incitaban a desnudarla, a arrancarle la juventud de una sola embestida.
Nos quedamos mirando un rato, en silencio. Hasta que me calmé y la desaté. La desaté y la besa. La besé con torpeza como si fuera un adolescente. Ella abrió su boca y me tragó la lengua. La arrastró hasta sus entrañas. Yo estaba poseído, le apretaba con fuerza los pechos, la saliva me salía a borbotones. Tuve que parar.
Me empezó a dar miedo esa fuerza que controlaba mis impulsos. Era otro, hasta yo mismo me desconocía. Cuando me aparté, ella soltó una risita entrecortada, acomodó su ropa y salió de mi pieza, como si no hubiese pasado nada.
Esa noche no pude dormir. Me pasé la noche entera dando vueltas en la cama. No queda otra salida que embarcarla mañana con Don Adolfo. Está corrompiendo todo con su juventud. Reynoso anda peor que yo. Unos días antes lo había atracado junto al silo y jura que le pegó una chupada soberana. Lo dejó inválido. Le sacó todo el quesillo. Tiene una lengua traviesa, inquieta, que arrasa con todo. Todavía ninguno la ha puesto. Nos da julepe. Usted me dirá que soy cagón, pero cuando tenés al alcance una pollita tan tierna, el temor te acosa y le  aseguro que no es un temor cualquiera.
Para todos será mejor que se vaya. Tiene que encontrar un muchacho de su edad que la quiera. Un hombre con muchas páginas en blanco. Uno a esta edad es un cuaderno rayado, ya no tiene cosas nuevas que escribir. Salvó unas notas al margen.
Aquí todos somos náufragos. Tipos que en su juventud se embarcaron en un crucero de lujo y terminaron en un barco fantasma hundiéndose. Decepción tras decepción. Eso ha sido nuestra vida. Al principio duele el fracaso, después uno se acostumbra a convivir con él, y a veces es hasta un buen amigo. Mire lo que digo, pero cuando junte unos cuantos año se va a acordar de lo que le digo. Después de todo, como dice alguien, somos frutos del tiempo perdido. Nadie como nosotros ha cuidado tanto sus propios defectos, hasta hemos llegado a ennoblecerlos. Sino cómo se explica que le hayamos perdonado la vida a la niña.
Pida otra botella, amigo, aún tenemos unos minutos para que me cuente de usted. No sé si usted ha estado demasiado tiempo callado o yo no lo he dejado hablar.



Las Lajas, 1999.

martes, 14 de diciembre de 2010

EL NAUFRAGIO DE TODAS ESTAS GANAS

Versión de Patchu del Lucero

Tus ojos son globos que se desinflan al final de la fiesta. Me pregunto dónde estaban cuando las luces aún alumbraban el suelo. He pasado demasiado tiempo sin prestar atención a lo que flotaba a mí alrededor. Por un momento creí estar solo, pero ahora son tus ojos los que acompañan temerosos, mi desidia.
Al principio no supe que decir, pensé en salir por la puerta de emergencia, luego dejé caer mi voz sobre tus botas, arrojé mi sombra sobre tus rodillas y solté mi mente en el vacío.
Te parecí interesar, eso lo intuí cuando te sentaste en mi mesa, y dejaste que llenara tu vaso, pero tres tragos después, poco importa.
Me engañó cierta forma de mirar, pero ahora sé de qué vas, vi las cartas con que armabas tu escalera y tengo ganas de dar un paso atrás.
Me hablaste de tus gustos, de tus primas que acaban de dar a luz dos hermosas niñas. Fingí prestarte atención, pero no dejé de pensar en lo bien que luciría tu cuerpo desnudo en mi cama. Como decirte, como hacerte entender que no me interesa el feng shui, las flores de Bach, que paso de los veganos, que no alcanzo a distinguir tu dignidad, que solo veo tu estupidez, que más allá de la superficie no me interesa nada porqué no hay nada.
La conversación continuará hasta que te decidas.
Mientras tanto seguiré escuchándote, pese a que tus palabras ya empiezan a hacer ruido en mi cabeza. Sabes, simularé asombrarme, hasta adularé las palabras que usas para hablar de literatura, y tal vez el dolor, eso que llamás dolor, no sea más que una leve penumbra, unas cuantas sombras estorbando en una amplio ventanal. No dudaré en reír entre dientes, cuando me digas que te agrado, que la pasas bien abrazando esta helada máscara que construí para tu diversión, como simpático preludio antes de abrir tus piernas, de pellizcar tus pezones, cubrir de saliva tu ombligo, como sencilla entretención antes de hacerte saltar la virginidad en pedazos.
Me hablás de tu ex novio que se quema tras un Everest de papeles, con el que fuiste de vacaciones a Gesell. Casi al pasar, decís que extrañas los paseos en bote, las excursiones al monte, y yo solo atino a escucharte, mientras pienso en las cuentas por pagar, en las manos sangrientas de las enfermeras practicando un aborto, en los excrementos que se mueven por las cañerías hasta llegar al río.
El reloj corre perezoso, afuera la lluvia sigue cayendo, y parece que esta charla no va a seguir en la cama, y en honor a la verdad, no me seduce la idea de acompañarte a tomar el colectivo, y hurtarte un mísero beso, ya estoy duro para carbonadas light. Me he cansado de soplar besos falsos en espejos deshabitados.
Tus ojos son faros que se apagan tras una niebla perpetua. Restos de un barco fantasma que empieza a hacer agua por todos lados. Ya no hay tiempo para ir a comerciales, he abierto la boca y como respuesta he recibido tu furia. Ya no hay ojos para mí, es tu espalda la que señala mi derrota. Otra vez te engañás, dejas escapar la oportunidad, y te quedas encerrada en tu cascarón, acariciando crucifijos frígidos.
No debes llorar, ya encontrarás alguien que te mienta mejor, que sepa acariciarte el oído, y puedas meterle los dedos en la boca; y en cuanto a mí, ya sabes, seré siempre el forastero que se acercó en medio de la fiesta, y te contó una fábula para llevarte a la cama, para arrancarte el peso de la castidad.
Mi cariño será el perro bastardo que devora a la intemperie las vísceras de tu súbito afecto, la bestia que acecha tras los despojos que dejó tu ardor repentino.
Ahora el vigor de las píldoras para caballos se disuelve en la taza de café frío, se mancó mi aventura, y solo frente al espejo busco el rostro que perdí, repitiendo palabras extrañas, enredándome en alucinaciones, rascando mis testículos hasta ponerlos rojos, lejos de tus estúpidas reflexiones, de tus citas llenas de moralina, lamento no tenerte aquí con las patitas al hombros, mientras unos hombres de uniforme verde nos alumbran con linternas.