martes, 8 de noviembre de 2011

ODA A ANTONIO ESTEBAN AGUERO

                                     
 Por Marcos Freites
Gracias a F.G.L
Habla, habla y no calles, pájaro sonámbulo
que los muchachos imitan tu vuelo
para apagar la sed de tinieblas,
que la ciudad llora tu resplandor tardío
a la hora en que las niñas cubren de saliva su sexo
y dibujan libélulas curvadas por el deseo.

Toda la ciudad se asusta cuando llora tu sombra
y se nos mueren de espanto las camas
en las casas de citas abiertas a la intemperie,
y la hija contrahecha devora su moco azul
convencida que es de crisantemos la muerte.

Antonio, ceniza y cieno, polvo y espanto,
quieres ser río, quieres ser arena mojada
en la tarde dormida, cuando un niño oscuro
muere ahogado en el agua de tus párpados,
y tu cuerpo se estremece,
como si hubiese chocado con una nube.

Nadie, absolutamente nadie,
ha visto sangrar las estrellas.
Nadie ha creído en las gaviotas
heridas por la luz de un puerto.
Nadie sujeta tu mano inerte
incapaz de escribir las paredes
de esta celda, que habitas.
Nadie sabe que inunda la flor de tu cuenco.
Es de noche y nadie, nadie se detiene,
y es tu cama, Antonio, agujereada por geranios,
es tu cuerpo fecundado por helechos tropicales,
es tu muerte encumbrada en las lindes del sueño.

Cuando la luna brote y caballos huecos
suelten su relincho, vendrás Antonio,
para poblar los senos de las niñas,
para bordar el vello púbico de los infantes,
para acariciar con tu lengua negra
los muslos rosados de las adolescentes.


San Luis  de armario oscuro y efedrina.
San Luis  de tinieblas que arrastramos.
San Luis de burritos y pirámides.
San Luis con un policía en cada cuadra.
San Luis con ojos espermáticos.
¿San Luis, que emperador oculto
maniata el goce de tus hembras?
¿Qué hay en el sobresalto de tu esqueleto
mordido por una fanfarria de alhajas?
¿Quién habita en los pliegues de tu sexo?

Levanta los brazos, Antonio, que es hermoso
tu pecho atravesado por un embrujo de abejas,
que es fuego y savia lo que tus venas acumulan.
Agüero ilustrado, en cinemascope, en technicolor,
como un elefante zumbón en primavera,
muestra tu miembro descomunal
como si fuera una mazorca en pleno éxtasis,
y cubre de mazamorra el vientre vacío
de la chica estéril que vaga por los caminos.

Antonio Esteban, duerme tu siesta secular,
que en la cima de los montes gimen las torcazas,
anunciando la llegada de un pelotón de fusilamiento.
Duerme, que en el pajonal hierve un furor de espinas,
que en las ruinas del templo retumban campanas,
que hay una niña con el vestido rasgado
llorando sobre el mármol de tu lápida.
Tal vez esperas que resucites para ofrecerte su cintura,
para que cubras de nardos sus muslos asoleados.
Antonio Esteban, dios en perpetuo celo,
aún recuerdas el San Luis yermo, con mujeres
incapaces de alumbrar, con hombres cabizbajos,
con tropillas de burritos, con un crucifijo sobre la cama.
Tuvo que florecer la palabra en vos, para dejar encinta
a la madre que pare cada primavera entre carcajadas,
para que el hombre cobrara coraje y sintiera de acero
los brazos, para que se hiciera la luz y la sombra.

Antonio, tus brazos poblaste de agujas calientes,
despertando la reseca simiente
en la menorca de la última vírgen,
y fundaste el dolor de la monja acuchillada,
el pavor de los angelitos descuartizados,
para iniciar el camino hacia el árbol derribado,
para convertir en cenizas el santuario
de todos tus pájaros tristes, porque, Agüero mío,
las señoras de sexo enmohecido reclaman
tus huesos, tu hueste de cóndores,
porque los poetas de la olla vacía
anhelan tu vello púbico suelto en el viento,
porque los maricas acarician la ensoñación
de tu miembro siempre erguido, atardecido,
tembloroso de cigarras, repleto de mordiscos verdes.

¿De dónde habrá surgido este coro desafinado
que repite en la agonía de la tarde tu nombre ?
Furiosamente, las voces dispersas con tu báculo
y desde el altar, abrazas las sombras sin ver
la rebelión que se acerca a tu ciudad,
sin oír el tropel de cien caballos desbocados.
Asoman y asombran, cabezas cortadas en el fango,
cuerpos espantados en la liturgia dominical,
y sacerdotes vestidos de carniceros, han tomado las calles.
En todas las esquinas hay barricadas.
Pasan hembras desnudas, sierpes demenciales,
chacales con ojos desorbitados, por tu cadáver pasan,
sin atreverse a lamer la sangre esparcida,
y cuando ya es tarde para la huida, cuando las campanas
repican como potros en celo,
hay un hombre enloquecido sentado en tu tumba
dispuesto a escupirla para maldecirte, capitán de los pájaros,
digo que hay un hombre dispuesto a profanarla
para arrojarle tus huesos a las señoras
que toman té con scon y escriben poemas al nietito,
para asustar las amelias, y las delias y las camelias,
para que la poesía se quite al fin tus cadenas,
se limpie tu baba pegajosa
y como una muchacha poseída
vuelva  a fornicar en los catres de los poetas pobres,
para que tus libros enciendan el fuego del mendigo,
y esa puta que se hace llamar poesía ,
se olvide de una vez por todas de fingir.
                                                                       


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